viernes, 14 de mayo de 2021

Serpiente en mi escritorio

  

… you don’t sense with your sensory organs.

You sense with your brain.

Lisa Feldman Barrett, Seven and a Half Lessons About the Brain.

 

 

 

 

1

 

Apenas en febrero leí un pendiente, una novela histórica que deberíamos considerar ya un clásico: Yo, Claudio, de Robert Graves (1895-1985). Graves era un erudito —sus ensayos sobre mitología son imprescindibles: The Greek Myths (1955) y The White Goddess (1948)—, un esteta y un prosista más que solvente.

 

Desde su primera edición (1934), el libro fue un éxito, tanto en ventas como entre la crítica. Como seguramente usted sabe, la novela relata la vida de Tiberio Claudio César Augusto Germánico (10 a. C. – 54 d. C.), quien gobernó el Imperio Romano durante los últimos trece años de su vida. Yo, Claudio se ha adaptado al teatro, el radio, la ópera, la televisión —Televisa produjo la telenovela Imperio de cristal (1994), una adaptación libre del libro de Graves—.

 

 

2

 

Estoy por terminar Seven and a Half Lessons About the Brain (Picador, 2021), el libro más reciente de Lisa Feldman Barrett (Toronto, 1963). En la cuarta lección —Your Brain Predicts (Almost) Everything You Do— se relata el caso de un hombre enrolado en contra de su voluntad al ejército de Rodesia, en pleno apartheid, quien vivió una experiencia que lo hacía dudar de su salud mental: hallándose al frente de una partida de soldados en lo más profundo de la selva, en una zona con fuerte presencia guerrillera, de pronto, tras una enramada, detectó movimientos…

Con el corazón palpitante, vio una larga fila de guerrilleros vestidos de camuflaje y portando ametralladoras. Instintivamente, levantó su rifle, quitó el seguro, entrecerró los ojos y apuntó al líder, quien portaba un rifle de asalto AK-47. De repente, sintió una mano en su hombro: “No dispares”, susurró su compañero detrás de él. “Es sólo un niño”. Él bajó lentamente su arma, miró de nuevo la escena y quedó atónito por lo que ahora veía: un niño, quizás de diez años, conduciendo una larga fila de vacas. ¿Y el temido AK-47? Era un simple bastón de pastoreo.

¿Qué le ocurrió? Nada, no le había pasado nada malo a su cerebro, afirma la doctora Feldman, de hecho, funcionó exactamente como debería hacerlo.

 

 

3

 

Yo, Claudio me pareció apasionante. Durante los días que lo estuve leyendo, traje el libro de arriba para abajo, y muchas veces permaneció sobre mi escritorio, esperando que me desocupara del trabajo. Por entonces, incontables ocasiones me ocurrió algo que primero me asustó y luego, después de que me sucediera varias veces, me desconcertó profundamente y me hizo dudar de mi propia percepción: de pronto, de reojo, alcanzaba a ver cómo algo se movía sobre mi escritorio, rápidamente, como serpenteando… Más de una vez rebusqué entre papeles, libros y demás objetos… Nada.

 

— ¿Qué buscas? –me preguntó Inés un día que me descubrió escudriñando.

 

— Algo se movió…

 

— ¿Algo?

 

— Sí, algo…, no sé, un bicho —respondí, aunque yo mismo no podía hacerme tonto: lo que alcanzaba a ver de soslayo era algo mucho más grande que un insecto, es más, aquí entre nos, lo que yo veía desaparecía reptando sobre mi escritorio…

 

Por cierto, uno de los episodios de la novela que me pareció más emocionante fue la muerte de Germánico, hermano mayor de Claudio: resulta que el laureado general falleció en Antioquía, según Claudio víctima de un encantamiento. Agripina, esposa de Germánico, culparía al emperador Tiberio de haberlo envenenado, y él mismo, antes de fallecer, responsabilizó a Piso y Plancina de haber embrujado su casa: “Plumas de gallo empapadas en sangre fueron encontradas en los almohadones, y signos nefastos aparecían garrapateados en las paredes…” Horas antes de morir, a media noche se le apareció un gallo al pie de la cama, cantando…

 

 

4

 

Desde que nacemos hasta que morimos, nuestro cerebro permanece aislado dentro del cráneo. Feldman insiste en que toda la información que recibe el cerebro no llega como imágenes, olores, sonidos u otras sensaciones significativas: “Es sólo un aluvión de ondas de luz, productos químicos y cambios en la presión del aire sin un significado inherente”, de tal manera que, si dispusiera únicamente de los datos ambiguos que recibe, “estaría nadando en un mar de incertidumbre”. ¿Entonces? Infiere, adivina. Para hacerlo afortunadamente tiene otro recurso: la memoria. Confrontando ambas fuentes el cerebro continuamente se cuestiona cómo proceder. En el caso del soldado rodesiano, su cerebro preguntó: Basado en lo que sé sobre esta guerra, y dado que estoy en la selva con mis camaradas, empuñando un rifle, con el corazón latiendo con fuerza, y hay figuras que se mueven por delante, y tal vez algo puntiagudo, ¿qué es lo más probable que vaya a ver a continuación? El resultado: guerrilleros. Los datos de dentro y de fuera de su cabeza no coincidían, y prevaleció la versión que más probabilidades de sobrevivencia podía ofrecer.

 

 

5

 

Steven Pinker (1954) sostiene que hemos desarrollado una fobia innata a las serpientes porque ciertamente proliferan y muchas son venenosas. Afirma que la psicología evolutiva ayuda a explicar muchos comportamientos irracionales: por qué comemos comida chatarra, vemos ilusiones ópticas y “tememos pavor a las serpientes… más que a las secadoras de pelo cerca de las tinas de baño”. Efectivamente, en la memoria tenemos información ancestral que no siempre empata con nuestro medio ambiente actual.

 

La edición de Yo, Claudio que tengo (Alianza editorial) muestra en la portada, en fondo blanco, la fotografía de una serpiente. Sé muy poco de estos animales; antes de investigar hubiera dicho que era una temible coralillo. Pero ya averigüé y resulta que es una culebra, seguramente del género thamnophis. En la región del Izta-Popo hay unas muy parecidas, les dicen chirrioneras. Todas son inofensivas.

 

Cuando terminé Yo, Claudio, guardé la novela en el librero. La serpiente en mi escritorio no ha vuelto.

 



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