jueves, 29 de julio de 2021

Oscilaciones

  

“Uno de los movimientos periódicos más importantes que han sido observados en la naturaleza es el movimiento oscilatorio…, la familia de trayectorias que ocurren en un sistema conservativo alrededor de un punto de equilibrio estable. Cada miembro de esta familia se llama oscilación.”

Martha Álvarez-Ramírez y Antonio García, El movimiento oscilatorio.

 

 

89/90

Oaxaca, Oax.; agosto, 1990. La junta concluyó casi a las nueve de la noche. Habíamos levantado el censo de población en marzo, y el ritmo no bajaba: procedentes de todo el país, atendíamos una reunión con miras al siguiente operativo, el censo agropecuario de 1991. Las sesiones ocurrían en el mismo hotel en el que estábamos hospedados, así que, al terminar, en tropel todos subimos a las habitaciones a botar portafolios y montañas de documentos, y a acicalarnos un poco antes de bajar a cenar… y, claro, a seguir hablando de trabajo. Ante tal perspectiva, subí a botar el altero de papeles, me lavé la cara y salí a caminar… Anduve por varias calles, y ya con el hambre exigiéndome un alto, pasé frente a una fondita en cuya en entrada se anunciaba: Here we hate nescafé / Here we love coffee. De aquí soy, me dije. El sitio estaba atestado.

 

— Si quieres —hace 31 años, nadie me hablaba de usted—, pídeles chancecito ahí —me sugirió una mesera, señalando una silla desocupada en medio de una gringada mochilera.

 

— May I?

 Cené dos tlayudas. Tomé mucho café. Los gringos no eran gringos, resultaron alemanas y alemanes, oriundos de un país que habría de disolverse un par de meses después: Alemania Democrática. Todos habían participado nueve meses antes en las revueltas que terminaron con el derribo del Muro de Berlín. Platicamos hasta que cerraron ahí y luego le seguimos en una cantina. Con la alborada, regresé al hotel. El mundo estaba cambiando. Un año antes, Fukuyama había publicado un artículo en el que anunciaba el fin de la historia (The National Interest No. 16).

 

 

00/01

Aguascalientes, Ags.; septiembre, 2001. Acababa de dejar a mis hijas en el colegio —en aquel tiempo, mi principal actividad era la paternidad—. Ya entonces tenía mucho que había pasado el susto del cambio de milenio: el 1º de enero de 2000 las computadoras no se habían vuelto locas e, incluso, ya casi dos años después, como desde inicios de la década anterior, la última del siglo XX, la creencia generalizada era que la revolución digital traería sólo ventajas a la democracia, el mercado, la ciencia, el ideal occidental del progreso… Pero en el radio del automóvil habíamos escuchado algo absolutamente increíble: que un avión comercial se había impactado contra una de las torres gemelas de Nueva York. Llegando a casa prendí la televisión. CNN en Aguas, la globalización, you know. Unos minutos más tarde, como millones de televidentes en todo el orbe, me tocó ver en tiempo real cómo otra aeronave le pegaba a la otra torre; un minuto antes de las 10 de la mañana esa sería la primera en derrumbarse… La ciudad más importante de Estados Unidos, la superpotencia global, estaba siendo atacada. Si alguien podía destruir el WTC de NY, todo el mundo era vulnerable. En 1993, Samuel P. Huntington había publicado un artículo en respuesta a su exalumno Francis Fukuyama: The Clash of Civilizations (Foreign Affairs). 

 

 

16/17

Varadero, Cuba; noviembre, 2016. La noche en que murió Fidel Castro Ruz yo estaba en Cuba. Mi pareja y yo llevábamos varios días en la isla. Habíamos aterrizado en el aeropuerto José Martí de La Habana, un día después de que Donald Trump ganara las elecciones a la Presidencia de Estados Unidos. 

 

El megalómano y mega-anómalo, narcisista obcecado, mitómano desbocado, bocazas, gárrulo, patán, soez e incivil, zafio, golfo, vulgar, altanero, grotesco y ridículo, chabacano, desvergonzado, macarra, bravucón y pendenciero, depravado, sexista, machista, homófobo, racista, clasista, chovinista, retrógrado y prejuiciado, alevoso, fullero, autoritario y vil míster Trump se convertiría en el presidente número 45 de Estados Unidos el 20 de enero de 2017. Desde entonces fue innegable: el relato optimista de la globalización, la democracia, el libre mercado y la utopía tecnológica estaba totalmente desinflado.

 

Un mes antes de morir, Fidel había publicado en Granma “El cumpleaños”, un artículo sobre su 90 aniversario. Casi al final del texto, el barbudo advertía: “La especie humana se enfrenta hoy al mayor riesgo de su historia.” ¿Cuál, comandante en jefe? ¿El neoliberalismo, las Trump-etas del Apocalipsis, el cambio climático, la amenaza atómica? No, el desbocado crecimiento demográfico, advertía. Cuando triunfó la revolución cubana, enero de 1959, el planeta cargaba a cuestas 3 mil millones de seres humanos; cuando Fidel falleció, más del doble: 7.5 mil millones.

 

                        

19/20

Oaxaca, Oax.; marzo, 2020. A finales de marzo del 2020 mi pareja andábamos vacacionando en Oaxaca. Yo tuve que regresar a la Ciudad de México el 23, y aunque Inés pudo quedarse unos días más, el inminente inicio del confinamiento hizo que ya poco pudiera hacer. El Consejo de Salubridad General decretaría el día 30 la emergencia sanitaria nacional por el virus SARS-CoV-2.

 

En abril de 2018, yo advertía: “ventarrones de cambio atruenan por todo el planeta…, y no, no es el optimismo lo que campea… Se percibe inestabilidad por doquier, los chascos acechan, en cada rincón hay un monstruo listo para saltarnos encima…” En su libro 21 lecciones para el siglo XXI (2018), el historiador Yuval Noah Harari señalaba: “La gente ya está notando el cataclismo que se avecina”. Pero ya ven, los dos pilares del statu quo global, el capitalismo y los estados nación, no llegaron colapsar. Antes, un virus desató y propagó la catástrofe…, lo cual, como podemos ver apenas poco más de un año después, ha obligado dialécticamente a revitalizar todo, para darle nuevos aires tanto al capitalismo como a los vetustos estados nacionales. El péndulo oscila…

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