jueves, 19 de agosto de 2021

Apabullados por la realidad

 

Lo desconocido es una abstracción; lo conocido, un desierto;

pero lo conocido a medias, lo vislumbrado,

es el lugar perfecto para hacer ondular deseo y alucinación.

Juan José Saer, El entenado.

 

 

Hoy por hoy, la gran mayoría de la gente vive apabullada por la realidad —apabullar, informa el Diccionario de la Lengua Española de la RAE, es un verbo transitivo que significa “confundir a alguien, intimidarlo, haciendo exhibición de fuerza o superioridad”—. Vivimos en una civilización que ha convertido a la información en uno de sus fetiches —fetiche: “ídolo u objeto de culto al que se atribuyen poderes sobrenaturales…”—. Hoy por hoy, la mayoría de la gente no está desinformada, al contrario: está sobre-informada y, como resultado, se halla tremendamente confundida. Muchas personas no entienden y no saben que no entienden. Peor, tienen la certeza de que como saben un raudal de información en automático comprenden en exuberancia. Ni siquiera saben que se puede saber demasiado, es decir, en demasía, excesivamente, tanto que, sobrepasada la capacidad de asimilar mares de información, cualquiera termina ahogado, entrampado entre acertijos. Millones y millones de seres humanos son cotidianamente fusilados a metralla de datos, puestos bajo una catarata de noticias y medidas y reportes y porcentajes e informes y conclusiones que duran siendo concluyentes apenas unos instantes… Cunde la superstición de que la verdad cabe en el dato, y de que dato es realidad. Tajante, uno de los grandes prosistas en nuestro idioma sentencia: “La realidad no es dato, algo dado, regalado —sino que es construcción que el hombre hace con el material dado”.

 


La gran mayoría de la gente sabe demasiado y vive apabullada por una realidad jeroglífica. Hablo de realidad jeroglífica a partir de una esclarecedora alegoría construida por Ortega y Gasset (1883-1955). En la Lección I de su ensayo En torno a Galileo (1933), don José sostiene que los datos, por más cuantiosos, robustos y verídicos que sean, nunca alcanzan para conocer la realidad: “… el conocimiento no consiste en poner al hombre frente a la pululación innumerable de los hechos brutos, de los datos nudos”. ¿Nudos? Sí, del latín nudus, desnudos: datos nudos o crudos, o duros, como hoy tanto gusta a tantos llamarlos. Continúa el madrileño: “Los hechos, los datos, aun siendo efectivos, no son la realidad, no tienen ellos por sí realidad y como no la tienen, mal pueden entregarla a nuestra mente”. Y argumenta: “Si para conocer, el pensamiento no tuviese otra cosa que hacer sino reflejar una realidad que ya está ahí, en los hechos…, la ciencia sería cómoda faena y hace muchos milenios que el hombre habría descubierto todas las verdades urgentes. Mas acontece que la realidad no es un regalo que los hechos hacen al hombre.” Pues no, no lo es: por ejemplo, los eclipses, las perseidas, los ocasos y las alboradas suceden desde antes de que los humanos existiéramos, y desde tiempos inmemoriales sabemos de su ocurrencia. “Siglos y siglos los hechos siderales estaban patentes ante los ojos humanos y, sin embargo, lo que estos hechos presentaban al hombre, lo que estos hechos patentizaban no era una realidad, sino todo lo contrario, un enigma, un arcano… ante el cual se estremecían de pavor. Los hechos vienen a ser, pues, como las figuras de un jeroglífico”. El filósofo no habla de signos ininteligibles, de un código oscuro. ¿Por qué jeroglíficos? Por su carácter paradójico: “… nos presentan ostentosamente sus clarísimos perfiles, pero ese su claro aspecto está ahí precisamente para plantearnos un enigma, para producir en nosotros confusión. La figura jeroglífica nos dice: ‘¿Me ves bien? Bueno, pues eso que ves de mí no es mi verdadero ser. Yo estoy aquí para advertirte que yo no soy mi efectiva realidad. Mi realidad, mi sentido está detrás de mí, oculto por mí. Para llegar a él tienes que no fiarte de mí, que no tomarme a mí como la realidad misma, sino, al contrario, tienes que interpretarme y esto supone que has de buscar como verdadero el sentido de este jeroglífico otra cosa muy distinta del aspecto que ofrecen sus figuras’”. Es decir, como advierte Bertrand Russell (The Problems of Philosophy, 1912), si existe —porque es razonable ponerlo en duda—, lo único que podemos decir de la realidad a partir de los hechos y los datos que nos brinda es que “no es lo que aparenta”. ¿Entonces?

 

En contra de la creencia actualmente generalizada, los hechos “por sí mismos no nos dan la realidad, al contrario, la ocultan…” Por ejemplo, ¿los hechos le muestran a usted que la Tierra está rotando sobre su eje a una velocidad ecuatorial de 1,670 km/h, mientras que orbitamos alrededor del Sol a una velocidad media de 107,000 km/h? Esos son los datos duros, los hechos. Así que “si no hubiera hechos… no habría enigma, no habría nada oculto que es preciso des-ocultar, des-cubrir. La palabra con que los griegos nombran la verdad es alétheia, que quiere decir descubrimiento, quitar el velo que oculta y cubre algo. Los hechos cubren la realidad y mientras estemos en medio de su pululación innumerable estamos en el caos y en la confusión.” 

 

La confusión que experimentan montones de mujeres y hombres obedece a que, ahítos de información, no sólo no realizan la labor de abstracción necesaria para des-cubrir la realidad que oculta la profusión de datos, sino que además les dan entrada tomándolos como la realidad misma. Para descifrar la realidad, explica Ortega y Gasset, es indispensable “que retiremos por un momento los hechos de en torno nuestro y nos quedemos solos con nuestra mente”, para que “por nuestra propia cuenta y riesgo, imaginamos una realidad, fabricamos una realidad imaginaria”, que después, aún “en la soledad de nuestro íntimo imaginar”, proyectemos “qué hechos produciría esa realidad imaginaria. Entonces es cuando salimos de nuestra soledad imaginativa, de nuestra mente pura y aislada y comparamos esos hechos que la realidad imaginada por nosotros produciría con los hechos efectivos que nos rodean. Si casan unos con otros es que hemos descifrado el jeroglífico, que hemos des-cubierto la realidad que los hechos cubrían…” Olvídese de marcos de referencia, olvídese de métodos de análisis, olvídese de inteligencia, imaginación, honestidad intelectual… Preguntémonos sólo cuánta gente se da el tiempo para pensar… Por descontado, es mucho más fácil creer que uno sabe y entiende…

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