miércoles, 25 de agosto de 2021

Enmarañados

  

Cada uno de nosotros se encuentra… sumergido hoy en

un sistema de problemas, peligros, facilidades, dificultades,

posibilidades e imposibilidades que no son él, sino que,

al contrario, son aquello en que está…

José Ortega y Gasset, En torno a Galileo.

 

 

 

 


No es ficción, mucho menos mala leche: ni invento nada ni quiero echar de cabeza a nadie. Sólo despliego un muestrario mínimo, apenas para tener claro de qué estamos hablando. Los episodios que enseguida refiero ocurrieron realmente y fueron protagonizados por gente de carne y hueso. En ningún caso me enteré de oídas: personalmente supe de los pareceres, decires y actuares de estas personas. Por lo demás, apuesto que ustedes conocen ejemplares de igual ralea.

 

 

Caso 1

 

Mujer de trabajo, con una licenciatura en alguna disciplina administrativa, madre de dos veinteañeros bien educados, sanos y exitosos. Ella debe de andar ya cerca del sexto piso… TA, llamémosla así, me escribió para cuestionarme: ¿Tú te vas a vacunar? Ipso facto, yo confirmé con el consabido monosílabo. TA: Ay, yo no sé… Se dicen tantas cosas. Medité un rato antes de responder…: Cuando tus hijos eran chiquitos, ¿les pusieron todas las vacunas conforme les iba tocando?Respuesta: Sí, claro… ¡Pero no es lo mismo! No, no es lo mismo, ahora, TA tiene mucha más información acerca de las vacunas contra la covid-19, buena o mala. Pues actúa igual, como lo hiciste entonces: no te hagas preguntas que no tienes capacidad de responder: ¡vacúnate!

 

 

Caso 2

 

Durante la jornada electoral de junio me tocó fungir como presidente de casilla. En el primer respiro que nos dio la afluencia de electores, ya pasado el medio día, uno de los funcionarios, pongamos que la Primera Secretaria, sin más, nos cuestionó al resto:

 

— Bueno, ¿ustedes se vacunaron, se van a vacunar?

 

Todos respondimos que sí. Incluso el Tercer Escrutador, el más joven del grupo, con un tonito que hasta entonces o no había usado o yo no le había notado, alardeó:

 

— Yo fui a Dallas a vacunarme.

 

— Pues yo no, y no pienso hacerlo —espetó, retadora la Primera Secretaria.

 

Silencio incómodo.

 

— Voy a estirar un poquito las piernas, eh —dijo la Segunda Secretaria antes de levantarse. Los escrutadores, por su lado, se enfrascaron en sus papeles… 

 

Evidentemente ella tenía urgencia de hablar del asunto, así que procedí: —¿Y por qué no te vacunaste?

 

Casi radiante, me contestó: — Porque el virus no existe.

 

Yo atendí los gritos desesperados de la poca cordura que me caracteriza y me quedé callado, aunque seguramente cariacontecido, lo cual fue suficiente para que la Primera Secretaria me desafiara:

 

— Si pones aquí sobre la mesa una prueba concreta de que el Sars-Cov-2 existe, una prueba que yo pueda ver, te creo.

 

— ¡Uy!, ahí viene un montón de gente a votar –entró la Segunda Secretaria y tomó su lugar.

 

— ¿Cómo ves? ¿Le creemos o hasta que tengamos pruebas concretas sobre la mesa?

            

 

Caso 3

 

A fuerza de mirar montones de videos en youtube, GR —cuarentón, sano, con estudios truncos a nivel preparatoria— tenía miedo de vacunarse. Todavía hace unas semanas se hallaba en un dilema. En el grupo de WhatsApp que comparte con sus hermanos y primos se abrió de capa, expuso su problema y pidió consejo: ¡No sé qué hacer! Qué me recomiendan??? Nadie le respondió que no se vacunara, en cambio tres o cuatro le sugirieron que lo hiciera. Inteligente, su prima AR lo cuestionó: ¿De qué tienes miedo? La respuesta: Me da miedo comprometer mi sistema inmunológico. ¿Sabrá qué significa lo que está escribiendo?

 

 

Caso 4

 

Dado que fui presidente de una casilla en junio, me invitaron a encabezar una mesa receptora en la Consulta Popular de agosto. Acepté gustoso. El INE dispuso que cada mesa fuera atendida únicamente por tres funcionarios. Las buenas ciudadanas que integraron conmigo el equipo fueron una veterinaria recién egresada de la UNAM y una joven a punto de titularse en Derecho en la Ibero. La doctora de animales resultó ser paciente y solidaria, la abogada un alma intranquila. Esa misma semana había sido vacunado en nuestra demarcación territorial el grupo de edad del que ellas forman parte. De los cientos de ciudadanos que acudieron, únicamente una señora mayor llegó sin cubrebocas. La abogada se echó hacia atrás, pegándose al respaldo de su silla mientras le pedía que tomara un cubrebocas —el INE distribuyó una cantidad descomunal de mascarillas—. Después de que la señora tomó uno y se lo puso, continuamos el procedimiento… 

 

— ¡Qué irresponsabilidad! –se quejó la casi licenciada.

 

— Algunas personas mayores, como ya están vacunadas, se descuidan —intervino la veterinaria.

 

— Pero yo no estoy vacunada.

 

— ¿Por…? ¿No pudiste ir? –le pregunté.

 

— No, no me voy a vacunar… —silencio incómodo, que ella misma se encargó de cerrar:— La verdad me he informado muy bien, y todo esto es parte de una guerra biológica.

 

— Ok… ¿Entre qué países?

 

— China y Estados Unidos —me contestó sin dudarlo un instante—. El coronavirus fue creado en laboratorio.

 

— ¿Por China?

 

— Quizá.

 

— Bueno, creado o no, el virus existe y hay que vacunarse, ¿no?

 

— No se sabe.

 

Ahí quedó el asunto, no volvimos a tratarlo. Ella siguió trabajando sin quitarse jamás el cubrebocas y una aparatosa careta de fibra de vidrio.

 

 

*

 

Don José Ortega y Gasset escribía en 1933 —Lección II de su ensayo En torno a Galileo—: “La vida es siempre preocupación, pero en cada época preocupan más unas cosas que otras. Hoy no preocupa la viruela que preocupaba en 1850. Hoy, en cambio, preocupa el régimen parlamentario que no preocupaba entonces.” Las intranquilidades de nuestra época están mutando, en buena medida, me parece, por la confusión que se propaga aparejada a la demasía de datos. Recibimos mucha más información de la que somos capaces de procesar y vivimos enmarañados en preguntas que ni siquiera podemos determinar si es o no pertinente que nos hagamos.

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