jueves, 25 de noviembre de 2021

El bicho, la marmota y el realismo capitalista

  

Para que haya un cambio social…,

es necesario que haya una transformación cultural.

Es decir, un nuevo sentido común…

Kate Crehan, Gramsci's Common Sense: Inequality and Its Narratives.

 

 

 

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Los demasiados meses de confinamiento a cuenta y cargo del nefando bicho fueron un formidable laboratorio sociológico en el que fue posible observar una marabunta de fenómenos, entre otros, la desazón que puede originar en muchas personas la carencia de protocolos de comportamiento para encarar situaciones inéditas. Parcialmente, a dicho déficit se reduce la nostalgia de normalidad que tanta gente parece (o cree) experimentar. Millones de personas permanecimos en reclusión domiciliaria a lo largo de meses y meses que, sorpresivamente, rebasaron el año. Más allá de las penurias económicas que ha padecido mucha gente, incluso entre quienes tuvimos la fortuna de poder seguir trabajando desde el encierro cundió el desasosiego. Recuerdo que, a finales del año pasado, durante una conversación telefónica, mi buen amigo RD me dijo que ya no aguantaba más el enclaustramiento:

 

— Yo sí ya estoy muy estresado. Te juro que hay días en que nada más quiero salir corriendo.

 

Solamente para confirmar, le pregunté si padecía algún tipo de claustrofobia, si faltaba espacio en su departamento…, incluso me animé a cuestionarlo si tenía alguna bronca familiar. Nada.

 

— ¡Pero ve tú a saber cuándo vamos a regresar a la normalidad…! De plano no se le ve fin a esto.

 

— La incertidumbre, claro.

 

— ¡Y tanto día de la marmota! –se quejó.

 

— ¿Marmota…, cuál marmota?

 

— ¿No viste esa película? Ya viejita. Sale Bill Murray. Una en donde todos los días un cuate se despierta el mismo día, el mismo, igualito todo, diario… ¡Un infierno! Así estamos: ¡pinches días están de la marmota!

 

 

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Nuestro día a día resultaría absolutamente pasmoso si no contáramos con las instrucciones de vida con las que, desde que llegamos al mundo, somos socialmente dotados. Casi todo nuestro comportamiento, en realidad, está predeterminado socialmente: somos seres culturalmente programados. El sentido común es en buena medida un ubérrimo bagaje de usanzas cotidianas, rutinas y en general maneras de actuar que nos permiten enfrentar la existencia sin tener que pensar y decidir a cada paso qué creer, qué hacer, cómo hacerlo… Desde esta perspectiva, el sentido común —lo que Giddens denomina conciencia práctica— no es otra cosa que un abultadísimo acervo de algoritmos que posibilita que podamos actuar prejuiciadamente. El sentido común es nuestro piloto automático social.

 

Actuar en piloto automático social es muy cómodo, pero cuando la dinámica social cambia bruscamente —también cuando alguien viaja a lugares con costumbres diferentes a las suyas— de inmediato surge la confusión y el estrés. Como Giddens, Noam Chomsky recalca la practicidad del sentido común e insiste en que vivir sin él resulta humanamente imposible. Sin embargo, en su más reciente libro (Consequences of Capitalism: Manufacturing Discontent and Resistance, 2021), el sabio nonagenario enfoca su atención en los peligros que encierra andar por la vida en puro piloto automático. 

 

Para explicar de dónde viene el sentido común y cómo es que se forma, Chomsky primero apunta que en las sociedades occidentales contemporáneas los gobernados tienen que creer que el gobierno actúa a favor del interés público. “Esta es la base sobre la cual las personas ceden su consentimiento para ser gobernadas.” ¿Y cómo se desarrolla esta noción? Cuando los gobernantes promulgan y refuerzan constantemente un sentido común particular sobre el mundo, según el cual la forma en que están operando no sólo es la forma en que es el mundo, sino que la forma en que el mundo debe ser. A partir de ahí, “por definición, todo lo que se opone a ese sentido común se vuelve literalmente impensable y se convierte —y uso este término deliberadamente— en una tontería (nonsense)”. Enseguida, Chomsky recuerda que conforme al sentido común dominante “si no tienes éxito, o no estás trabajando lo suficiente o no estás cumpliendo con las reglas o ambas cosas”. ¡Échale ganas! La solución está en ti. No hay pobreza que resista años de trabajo, Sí se puede…, y demás monserga. En suma, si no eres exitoso resulta que, esencialmente, tu fracaso es tu culpa. Por supuesto, el afianzamiento de este sentido común —o realismo capitalista, según el concepto acuñado por Mark Fisher (Capitalist Realism. Is There No Alternative?, 2009)—, resulta muy conviene para las élites gobernantes, sobre todo si se quiere afianzar la idea de que el gobierno no tiene ningún pendiente que atender en favor de la equidad, sobre todo si se quiere apuntalar el dogma de que las cosas son como son y no hay de otra. Efectivamente, “parte de la potencia del sentido común es descartar de nuestro pensamiento diferentes maneras de concebir el mundo. Es decir, subyugar nuestra propia capacidad mental para imaginar el mundo de otra manera.”

 

 

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Ante el Consejo de Seguridad de la ONU, hace unos días (9/XI/2021), el presidente López Obrador afirmó: “… en el mundo actual la generosidad y el sentido de lo común están siendo desplazados por el egoísmo y la ambición privada. El espíritu de cooperación pierde terreno ante el afán de lucro y, con ello, nos deslizamos de la civilización a la barbarie y caminamos como enajenados…”  El sentido de lo común, ciertamente, hoy no es parte del sentido común hegemónico. El piloto automático social vigente instruye a usted a que se preocupe por usted, y que los demás se rasquen con sus propias uñas. El piloto automático social hegemónico es fundamentalmente antisocial. Mientras no construyamos un nuevo sentido común seguiremos caminando como enajenados y los días seguirán de la marmota.

jueves, 18 de noviembre de 2021

Inconsciencia por sentido común

  

A María Elena de Luna…,

que se acordó de los japoneses.

 

Parasitizing others’ experiences is by far

the best way to acquire information…

Gaia Vince, Transcendence.

 

 

 

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Hace casi treinta años formé parte de un equipo de trabajo que consiguió emprender una tarea épica. No entraré en detalles, pero para lograrlo, además de partirnos el lomo de lunes a sábado durante más de doce horas diarias a lo largo de casi dos años, de andar de arriba para abajo por todo el país y de organizar a un montonal de gente, fue necesario importar tecnología de punta. Cinco individuos coordinábamos las direcciones de área, encabezados por un neolonés terco, enojón y entrañable, don JQG (†). Dado que habíamos podido importar e incorporar muy pronto a las actividades operativas un titipuchal de sofisticadísimos artefactos de medición y posicionamiento que apenas comenzaban a emplearse en el resto del mundo, era frecuente que recibiéramos visitantes de otros países, sobre todo de gobiernos interesados en averiguar cómo lo habíamos hecho. A don J le encantaba recibir a los invitados en su despacho con un platón de frutas al centro de la mesa, cuantimás si se trataba de extranjeros. Una ocasión, un grupo de japoneses acudió a nuestras hidrocálidas oficinas. Luego de las solemnes presentaciones, tomamos asiento. En el platón había manzanas, mangos, uvas y, claro, guayabas de Calvillo. Se repartieron vasos de agua, tazas de café… Don J, quien muy rara vez comía algo, prendió uno de sus infaltables Raleigh, se encendió el proyector e iniciaron las exposiciones. Alguno comenzó a comer uvas, otro más tomó un mango… Minutos después escuché un reprimido alborozo entre los japoneses… No fue sino hasta que terminó la presentación inicial que pude entender lo que sucedía: todos ellos estaban sorprendidos y subyugados por el sabor de las guayabas. Uno de ellos explicó que no conocían la fruta. La reunión se prolongaría unas tres horas más; las guayabas volaron mientras íbamos abordando un sinfín de complejidades geodésicas, jurídicas, topográficas, logísticas, geomáticas…, eso sí, ninguno de nosotros se animó a aclarar a los amables orientales que las guayabas se comen sin pelar.

 

 

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Por supuesto, no hay nada malo en descascarar guayabas, nada incorrecto…, pero, al menos en México, así no se comen. Aquí, pelar guayabas va en contra de las reglas. ¿Reglas?

 

Como explica Chomsky, gran parte de nuestro comportamiento se rige por reglas, “incluso si en la mayoría de las situaciones no tenemos que pensar en esas reglas, o incluso ni siquiera en que existen esas reglas” (Noam Chomsky, Marv Waterstone, Consequences of Capitalism: Manufacturing Discontent and Resistance, 2021). Bien, ¿qué reglas? Reglas sociales. “Las normas sociales rigen nuestras vidas y, sin embargo, no existen como propiedades objetivas del mundo. La gravedad existe tanto si te suscribes a ella como si no; el asesinato está mal en algunos contextos culturales, pero merece una medalla en otros” (Gaia Vince, Transcendence). Las reglas sociales son pautas que acatamos sin necesidad de que estén estipuladas en ningún tipo de ordenanza o instrumento jurídico, sobre todo en la medida en la que las emparentamos con el sentido común, al menos con la noción de sentido común que le otorga una función normativa, equivalente al buen sentido, al buen juicio. ¿Por qué? Porque así se hace y punto. Desde esta perspectiva, en México va contra el sentido común, no es correcto, pelar guayabas: comemos esos frutos con su cáscara, y para hacerlo nadie necesita pensar en ello, decidirlo. En cierto sentido, lo hacemos de manera inconsciente. Inconsciente no desde el punto de vista freudiano, ni desde la inconsciencia en la que uno se aposenta cuando está dormido ni en la que puede agenciarte un buen toletazo en la cabeza —no es que uno haya perdido el registro de los estímulos circundantes—. Inconsciente tampoco en el sentido de actuar sin tener conciencia de la información requerida para hacerlo adecuadamente —v.g.: Fulano era inconsciente de que el agua tenía cianuro y se la tomó toda—. No, se trata de otro tipo de inconsciencia, una inconsciencia construida socialmente… e inconscientemente: comemos guayabas sin necesidad de tener que pensar ni decidir si es necesario pelarlas gracias a que disponemos de lo que el sociólogo británico Anthony Giddens (Londres, 1938) denomina conciencia práctica, la cual opone a la conciencia discursiva (Consciousness, Self and Social Encounters, segundo capítulo del ya clásico The Constitution of Society; University of California Press, 1984). Giddens llama conciencia práctica a la acumulación de comportamiento aprendido que nos sirve para transitar funcionalmente por las situaciones que enfrentamos en la vida cotidiana, sin necesidad de reflexionar y decidir a cada momento. La conciencia práctica es, pues, una especie de piloto automático, una forma de llamar al dichoso sentido común. Así que no sólo es práctica, es necesaria, porque sin ella permaneceríamos atascados.

 

Siguiendo la teoría de Giddens (structuration), Noam Chomsky subraya que “las personas a través de sus prácticas crean y refuerzan las reglas [sociales], pero luego se olvidan del hecho de que son reglas creadas por la gente. Las reglas comienzan a tomar un carácter tal, que parece que simplemente operan independientemente de la sociedad. Ese es problema, que olvidamos que somos los creadores de reglas…”

 

 

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Cuando se fueron los japoneses, claro, comentamos el asunto de las guayabas.

 

— ¿Y por qué no les dijeron que no se pelaban? –nos cuestionó don J.

 

— Tampoco usted les dijo nada —le respondí.

 

— …

 

En realidad, nos pasó como a ellos: nuestra conciencia práctica no tenía respuesta automática para esa situación.

miércoles, 10 de noviembre de 2021

En sentido común

 

1

 

El capitán alardea:

 

— Después de todo, ya me imagino cómo soy.

 

— Entonces estoy de acuerdo con ese autodiagnóstico —contesta Pedro.

 

— ¿Y si me imagino noble y digno?

 

Es la siguiente respuesta la que amerita que yo haya traído aquí a cuento este pasaje de la muy conocida obra de teatro de Mario Benedetti (1920-2009) —Pedro y el capitán—:

 

— ¿Sabe lo que pasa? Usted no puede venderse a sí mismo un tranvía (Pausa muy breve). No se puede imaginar noble y digno.

 

— ¡Cállate! (gritando)

 

El capitán se endiabla porque, en efecto, uno no puede tomarse el pelo solo…, al menos no conscientemente. Como yo, como cualquiera, usted está impedido a cambiar de opinión a golpe de voluntad. No se puede, ni siquiera puede pensar que piensa distinto de como realmente piensa acerca de usted mismo. Podrá invertir tiempo y esfuerzo para convencerse de que usted es una persona diferente a la que hoy cree ser, y tal vez, a la larga, lo consiga…, pero hacerlo de sopetón es imposible.

 

Nate Sheff, profesor de Epistemología en la Universidad de Connecticut, explica: “Usted no puede equivocarse a propósito. Para confirmarlo, pruebe uno de mis trucos filosóficos de salón favoritos. En este momento, crea algo que crea que es falso: por ejemplo, que el Sol es solo una gran bombilla. No imagine que lo cree, créalo realmente. Confíe tanto en ello que pudiera apostar mucho dinero a que es verdad. Cuando intento esto, siento un bloqueo cognitivo extraño, como si hubiera una aversión incorporada a creer por instrucción, especialmente cualquier cosa que ya creo que es errónea” (“How do you know?” Aeon). Pruebe: crea ahora mismo que su esposa no es su esposa o que usted es un extraterrestre. Por supuesto, de lo anterior no se desprende que uno solamente no pueda creer en mentiras, incluso ocurre lo mismo con las verdades. Quien tiene la certeza de que algo falso es verdadero y cree en ello, no puede sencillamente decidir cambiar de parecer.

 

 

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Buena parte de lo que creemos y damos por cierto se halla en el llamado sentido común. De hecho, “un aspecto central de la noción de sentido común es que sus verdades no necesitan ni sofisticación para comprenderlas ni pruebas para aceptarlas. Su veracidad es aceptada por el cuerpo social y es inmediatamente evidente para cualquier persona de inteligencia normal” (Kate Crehan, Gramsci's Common Sense: Inequality and Its Narratives; 2016). Expresemos la misma idea desde el otro extremo: quienes no acepten como palmaria la veracidad de los dictados del sentido común, para la sociedad, pasarán por idiotas.

 

Ahora, ¿qué atiende el sentido común? ¿Cuál es su temática? Por sentido común cualquier persona debería saber qué tanta sal, más o menos, ponerle a la comida; por el contrario, resultaría absurdo pedirle a alguien que, haciendo caso a su sentido común, cocinara, sin conocer la receta, un chop suey. En Consequences of Capitalism: Manufacturing Discontent and Resistance, su más reciente libro, escrito en colaboración con Marv Waterstone, Noam Chomsky formula cuál es la asúntica del sentido común: versa acerca de 1) cómo funciona el mundo en determinadas circunstancias, y 2) de cómo podría o debería funcionar el mundo. Prescribe, pues, generalidades tanto del ser como del deber ser. 

 

Con todo, no siempre se habla de lo mismo cuando hablamos de sentido común. Por ejemplo, cuando alguien espeta el consabido lugar común según el cual el sentido común es el menos común de los sentidos, usualmente tiene en mente una cierta capacidad de entender de las cosas. En este caso estamos en los dominios de la noción aristotélica, según la cual el sentido común se trata de un sexto sentido, gracias al cual ordenamos todos los datos que recabamos por medio de los otros cinco sentidos. El sentido común, de acuerdo con esta conceptualización, es la capacidad de organización de la información que percibimos, sin la cual seríamos incapaces de comprender la realidad.

 

Una segunda noción de sentido común se refiere a “lo que la gente en un determinado momento histórico sabe acerca del mundo y su funcionamiento”. Desde esta perspectiva, por ejemplo, el sentido común dictó durante muchos años que los gatos traían la peste, y por eso los mataban —liberando así a las ratas, verdaderas portadoras del mal, de sus depredadores—. Otro botón de muestra más recientemente: incluso hasta hace poco, el sentido común indicaba que un niño gordito era un chamaco sano.

 

Finalmente, argumenta Chomsky que una tercera noción de sentido común es aquella que “establece un valor normativo”, con “una especie de inflexión positiva”. Así que este canto del sentido común es “equivalente al buen sentido”, al buen juicio, desde el cual se establece socialmente no tanto lo que tiene sentido o es adecuado o funciona…, sino lo que es correcto, incluso que está bien y lo que está mal.

 

 

3

 

En cualquier caso, el sentido común es nuestro gran proveedor de certezas, y en esa medida de seguridad: actuar apegados al sentido común permite actuar sin dudas y sin riesgos. El sentido común es el piloto automático que nos provee no la genética, no la biología, sino la cultura. Nos movemos en el mismo sentido que los demás, en el sentido común. Y así como nadie puede venderse a sí mismo un tranvía o cambiar de parecer con tan sólo decidir hacerlo, nadie puede modificar sin trabajo mediante el sentido común que lo guía…, que lo controla. Por eso, sin transformación del sentido común no hay cambio social. Tenemos suerte porque algo así nos tocó en suerte vivir…

lunes, 1 de noviembre de 2021

¿Qué está pasando, Chomsky?

In the face of rising resistance, elites have been able
to exploit present discontent in order to pit
elements of society against each other
Noam Chomsky & Marv Waterstone, Consequences of Capitalism.

 

 

 

Buenos días

“Enamorada de la vida y del presente” —como ella misma se presenta —, el pasado día 29, la señora Azucena Uresti —“Conductora en #MilenioTV, #RadioFórmula y #TeleDiarioEnEl6”— comenzó su trajín en Twitter deseando a su TL un #BuenViernes. Luego reportó que el presidente López Obrador acababa de informar que ya se había logrado vacunar contra la covid-19 a toda la población mayor de 18 años del país…, los que quisieron, claro —con todo, ocho de cada diez—. En el siguiente tuit informó que en la CDMX el 100% de los mayores de 18 años tiene al menos una dosis y que el 94% cuenta con el esquema completo. Hasta aquí, todo normal…, pero enseguida tuiteó una duda: “¿Qué está pasando?”

 

 

¿Qué está pasando?

El cuestionamiento, uno podía suponer, se refería al video que anexó a su mensaje: un extracto de la mañanera de ese mismo día. Desde la ciudad de Campeche, Andrés Manuel López Obrador había declarado: “¿Qué hizo el neoliberalismo o qué hicieron los que diseñaron para su beneficio la política neoliberal? Una de las cosas que promovieron en el mundo para poder saquear a sus anchas fue crear o impulsar los llamados nuevos derechos. Entonces, se alentó mucho, incluso por ellos mismos, el feminismo, el ecologismo, la defensa de los derechos humanos, la protección de los animales. Muy nobles todas estas causas, muy nobles, pero el propósito era crear o impulsar, desarrollar todas estas nuevas causas para que no reparáramos, para que no volteáramos a ver que estaban saqueando al mundo y que el tema de la desigualdad en lo económico y en lo social quedara afuera del centro del debate. Por eso no hablaba de corrupción, se dejó de hablar de explotación, de opresión, de clasismo, de racismo.”

 

 

Pasa que no entienden…

Como era de esperarse, ya desde el medio día, más de uno —y una—, había interpretado —o había decidido que para su batallar político convenía interpretar— el aserto como una arremetida salvaje de “López” contra las respetables causas aludidas. Muchos habían pegado ya el alarido en el cielo… Así que la pretensión de la pregunta de Azucena Uresti era palmaria. Es decir, lo que había expresado AMLO, usted acaba de leerlo, es perfectamente comprensible… Pero ¡bueno!, era una pregunta, así que le contesté: “Está pasando que no entienden que no entienden… Señora Uresti, le recomiendo que lea este libro del sociólogo francés Alain Touraine. Quizá le dé luz para entender lo que está explicando el presidente”. Y agregué al tuit una foto de la portada de El fin de las sociedades (FCE, 2016).

 

Ya he traído a cuento aquí el magnífico ensayo de Touraine (Normandía, 1925), en el cual advierte que entre las fuerzas que están destruyendo todas las instituciones sociales no sólo está el individualismo, sino también un retroceso agresivo a la comunidad. “La presencia simultánea del espíritu comunitarista y del individualismo antisocial le da un sentido concreto al tema del fin de lo social…” ¿Lo comunitario como enemigo de lo social? En efecto, “el enfrentamiento entre las redes y los sujetos se afirma sobre las ruinas de lo social”. No sólo es el yo egoísta, también un montón de nosotros limitados por intereses de grupo, por problemáticas particulares o incluso a veces sólo por modas.

 

 

Chomsky

En su más reciente libro, Consequences of Capitalism: Manufacturing Discontent and Resistance (Penguin Books, 2021) —firmado en coautoría con el profesor de Geografía Marv Waterstone—, el avispadísimo nonagenario Noam Chomsky (Pensilvania, 1928) explica también el asunto aludido por López Obrador. Sostiene que las devastadoras consecuencias contemporáneas del capitalismo pueden agruparse en tres grandes categorías: militarismo —con todo y las amenazas de guerra y el llamado terrorismo—, la catástrofe ambiental, y “el conjunto aparentemente más mundano de efectos neoliberales”. Es en el último bloque en el que incorpora la cuestión de la dispersión de las fuerzas sociales, la pulverización del problema y la consecuente división de los agentes que dispuestos a enfrentarlo. Traduzco: “Durante los últimos años, al igual que desde hace varias décadas atrás, hemos visto una enorme panoplia de movimientos sociales en favor de la justicia social, política y económica: movimientos contra el recorte del gasto [de los gobiernos], activismo ambiental, promoción de los derechos humanos (incluidas expansiones de la definición de “humanos” y la lista de derechos en sí), la reforma de la justicia penal, la eliminación o reducción de la pobreza y muchos otros. Una constante desalentadora ha sido la capacidad exitosa de las élites para mantener estos movimientos separados y, a menudo, de hecho, antagónicos entre sí”. En México, la situación descrita es bien conocida: se promovió la transparencia y se permitió la corrupción, se repartieron dádivas entre una panda de ONGS y se evidenció que eran recursos que había que repartir entre diversos movimientos: feministas o ecologistas o en favor de los derechos de los animales o de promoción de los derechos humanos o en defensa de la comunidad LGBTTTIQ+… La diseminación de causas… Por eso tiene sentido que uno de los propósitos del libro sea “demostrar los vínculos fundamentales entre estos problemas aparentemente dispares, a fin de proporcionar la razón y el ímpetu para la coalición y la unidad”. Chmosky y AMLO tienen razón: divide et vinces ha sido hasta ahora una estrategia eficaz de la Megamaquinaria.