We can start to begin
Living in the world we live
This is it, here and now
We can find our way somehow
Paul McCartney, Dominoes.
¡Vaya temporada por la
que nos tocó en suerte transitar: insólita, inusitada, sorpresiva! Y, claro, en
tiempos anómalos, aparejadas al desasosiego y la incertidumbre, las expectativas
prenden rápido y cunden por doquier… ¿Cómo van a quedar las cosas después de la
pandemia? ¿Cuándo por fin regresemos seguiremos
igual? ¿En qué condición vas a encontrarte tú después de que todo esto pase?
¿Cambiará mi situación? ¿Para bien, para mal? ¿El mundo empeorará o mejorará? Por
supuesto, las respuestas posibles abarcan un espectro muy amplio, pero voy generalizar…
En un extremo encuentro a los conservadores y en el opuesto los progresistas,
la gente de derechas y la de izquierdas, pues. Los unos suelen ser desconfiados,
maliciosos, y los otros, cándidos, ingenuos. Los conservas declaran sin dudarlo un segundo que lo que se nos viene
encima es una hecatombe económica, política, social, sanitaria… you named it, o, si acaso, que todo
continuará exactamente igual que antes, pero con el agravante de que el mentado
SARS-CoV-2 se quedará aquí despachando gente al panteón… Los progres en cambio sostienen que el
coronavirus no es otra cosa que la gota que derramará el vaso definitivamente, que
de por sí el status quo ya no aguantaba
más y que, por tanto, estamos en los albores de un gran cambio de sistema, por
descontado, hacia un modelo más benévolo. En pocas palabras, pesimistas por un
lado, optimistas por el otro.
Como era de esperarse,
a la facción de los pesimistas le ha caído muy mal la sola idea de la nueva normalidad —¿podrá haber una
noción más antagónica frente a la ideología conservadora?—: ¿cómo que nueva
normalidad? ¡Las cosas son como son y punto! En contrapartida, entre sus opositores
la idea fue muy bien recibida, prácticamente como una promesa. Y es que enunciar
que después de la pandemia habremos de inaugurar una nueva normalidad resulta, en efecto, por sí misma una proclama
revolucionaria. Con todo, percibo que tanto en unos como en otros impera la preconcepción
de que la supuesta normalidad futura ya está definida, escrita, determinada, de
tal manera que lo que nos queda no es construirla sino predecir cómo será…
La palabra normalidad es tramposa. Se refiere tanto
a lo que es natural como a lo que es habitual u ordinario, pero también a lo que se ajusta a las reglas, a la
normatividad. Una connotación compartida por las tres acepciones señala, por
supuesto, que la normalidad es el estado como deben estar las cosas. Así, una permuta de normalidades, pasar de una que se desecha por una u otra razón a
otra nueva, es un cambio del orden de las cosas. Ni más ni menos. No es de
extrañar entonces que el anuncio de una inminente nueva normalidad ponga
nerviosa a mucha gente.
Por conveniencia, por
tranquilidad, mantenemos en el olvido que el orden de las cosas no es obligado,
que la dichosa normalidad no es más que una ilusión colectiva. Toda normalidad
tiene caducidad, y a diferencia de lo que solemos pensar, puede trasmutar en
unos cuantos días. “La pandemia de COVID-19 y la crisis económica que desató no
terminarán, si terminar significa que
las cosas volverán a ser como eran. Lo que haya sido que pudiera haber
significado normal el 1º de enero de
2020, nunca volverá.”, escribe Rebecca Solnit, experta en las respuestas
sociales a las situaciones de desastre, en un ensayo publicado hace un par de
días en The Guardian —‘The
way we get through this is together’: the rise of mutual aid under coronavirus—.
Y en dado caso, ¿cuándo comenzaría esa otra normalidad? Laurie Garrett explicó
hace unos días en una entrevista
para Democracy Now! que es un
error entender que la pandemia del coronavirus será como una especie de tsunami
del cual, en confinamiento, habrá que escapar, para que una vez que haya
reventado la enorme ola en la playa las cosas vuelvan a ser como antes. Sucede
más bien que el mar ha embravecido y las olas pegarán aquí y allá a lo largo de
mucho tiempo. El COVID-19 no se va a ir ni el próximo mes ni este año. Ahora, tampoco
se haga usted demasiadas ilusiones, porque toda situación anormal es efímera,
por antonomasia. La situación de contingencia terminará.
“Los antiguos sabían
muy bien que la única manera de entender acontecimientos era causarlos”( Nassim
Nicholas Taleb, El lecho de Procusto).
La nueva normalidad no está allá afuera esperándonos. Ni siquiera podemos decir
que hay que salir a construirla. Buena
parte de la vieja normalidad que está feneciendo ahora mismo está caducando
puertas adentro, aquí en casa, en esta cotidianeidad extravagante que hoy
vivimos. Buena parte de la nueva normalidad que surgirá a lo largo de los
siguientes días y semanas está ahora mismo gestándose bajo nuestra propia piel,
en nuestros cuerpos y conciencias —por ejemplo, en la manera en la que
obligadamente hemos podido percibir el mundo a otra velocidad, desde la
parsimonia—.
La nueva normalidad no
está aguardándonos en junio ni en un futuro más lejano. Ni siquiera podemos
decir que la vamos a construir de hoy en adelante. La mayor parte de la
normalidad, de cualquier normalidad, se construye con base en acuerdos tácitos,
acuerdos que nunca se someten a discusión pública, mucho menos a votación.
Pesimistas y optimistas intervendremos en esos acuerdos y tal vez quienes logren
una mayor incidencia sean quienes lo hagan de manera consciente, sin tratar de
adivinar un futuro que todavía no existe.
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