¡Uy, quién se hubiera imaginado lo que estamos viviendo!, escuchas o tú
mismo lamentas un día sí y al otro también. Desde hace varias semanas, la
perplejidad se está haciendo un estado de ánimo generalizado… La incertidumbre
de siempre de pronto se hizo patente, lo cual resulta una situación doblemente
extraña, porque la pandemia que ha trastocado la vida de miles de millones de
personas conforma, desde hace tiempo para amplias porciones de la población, un
escenario tan conocido que hasta debería parecernos familiar: el mainstream lo tenía más que visto —hace
unas semanas escribía yo aquí mismo que lo que hoy
está ocurriendo lo hemos visto varias veces en el cine, aunque ahora sí no tenemos
ni idea de cómo diablos vaya a terminar la película—.
La pandemia que nos sorprendió
prácticamente a todos, marcadamente a los gobiernos de cada uno de los países
del mundo, en realidad no debería haber sorprendido a nadie: ¡estaba
cantadísima!, y no únicamente por la ficción… No solamente Bill Gates había
alertado que era inminente que algo así se nos viniera encima, también, con todas
sus letras, lo había advertido desde hace mucho Laurie Garrett (1951):
Los científicos han pronosticado desde hace mucho tiempo
la aparición de un virus de influenza capaz de infectar al 40% de la población
mundial y matar a una cantidad inimaginable. Recientemente, una nueva cepa, la
gripe aviar H5N1, ha mostrado todas las características de convertirse en esa
enfermedad. Hasta ahora, se ha limitado a ciertas especies de aves, pero eso
puede cambiar.
Con el párrafo
anterior iniciaba Laurie Garrett su artículo The
Next Pandemic?, publicado hace ya quince años en la revista Foreign Affairs —la misma autora, en
1994 había publicado el libro The Coming Plague: Newly Emerging Diseases in a World Out
of Balance—.
Por su parte, para el
matemático y filósofo Nassim Nicholas Taleb (1960), la pandemia del coronavirus
que hoy enfrentamos no debe entenderse como un cisne negro, es decir, como un
evento inesperado por improbable, sino más bien como un presagio que nos
permite vislumbrar la fragilidad del sistema global. Es naíf, por decir lo
menos, pensar que nuestro porvenir se parecerá al pasado inmediato. “¿Quién
sabe qué cambiará cuando termine la pandemia? Lo que sí sabemos es que no podemos
permanecer igual”, señaló hace unos días en una entrevista para The New Yorker.
Cada vez es más evidente
que lo impredecible se vuelve más probable. Los cisnes negros se vienen en
parvada…
Y en medio de la
incertidumbre, al parecer la cascada de números cada vez sirve menos para
entender la situación… El sábado 9 de mayo de 2020, un año pletórico de estupores,
la cifra de casos confirmados de contagiados en el mundo por el coronavirus
SARS-CoV-2 —severe acute respiratory
syndrome coronavirus 2— ya rebasó los cuatro millones (4’078,647), y la de muertes
atribuidas a la enfermedad que causa, el COVID-19, alcanzó casi 280 mil. Esto,
cuatro millones de contagios y 280 mil defunciones, ha ocurrido a lo largo de algo
más de un cuatrimestre —el anuncio de la identificación del virus se oficializó
el 31 de diciembre de 2019, por las autoridades sanitarias de la ciudad china
de Wuhan, Hubei—. La anterior gran pandemia sucedió hace apenas ciento dos
años, en 1918, cuando una cepa de gripe H1N1, tal vez originada en Kansas o en
Francia o quizá en China, se propagó por todo el orbe. En dos años, la llamada
influenza española mató a unos 100 millones de hombres y mujeres, quienes por
aquel entonces representaban alrededor del 5% de la población mundial. Hoy
plagamos el planeta Tierra más de 7,783 millones de seres humanos, así que los
óbitos que ha provocado el nuevo coronavirus, al menos por ahora, resultan
estadísticamente despreciables: menos de 0.004%. El mismo sábado, minutos antes
de que comenzara la conferencia diaria del subsecretario de Prevención y
Promoción de la Salud, el doctor Hugo López Gatell, en punto de las siete de la
noche, en lo que va de este ajetreado año habían ya fallecido por diversas
causas veinte millones de personas en el mundo, y tan sólo ese día, también
para esa hora, alrededor de 140 mil —claro, también habían nacido unos 300 mil
humanos en lo que iba de la jornada, y casi 49 millones a lo largo de lo que va
del año—.
Nuestro vecino, Estados
Unidos, es con mucho la nación más golpeada por el SARS-CoV-2: mientras que su
población total respecto a la del mundo no llega al 5%, allá se concentran un
tercio (32.8%) del total de contagiados en el mundo, ¡uno de cada tres! Más de
1.3 millones de contagiados. En cuanto a las muertes por COVID-19, los más de
80 mil fallecidos en territorio norteamericano representan el 28% del total de
defunciones ocurridas en todo el mundo. Y con estos números…, ¡y en aumento!, ¿qué
va a ocurrir?, ¿qué está ocurriendo? Por supuesto, lo que desde cualquier
pensamiento racional resultaría impredecible: el apuro por reactivar la
economía se está imponiendo, the rush to reopen.
¿Y del otro lado del
Bravo? Bueno, pues justo cuando los números señalan palmariamente que las
medidas de mitigación que se tomaron en este país de casi 130 millones de
habitantes fueron correctas y oportunas —las defunciones, también con datos al
sábado pasado, no llegan a 3,500, y el momento del pico epidemiológico logró
postergarse varias semanas—, en lugar de poner atención a la realidad, la
discusión pública se dirigió animadamente… ¡a los números! ¡Zopilotes!
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