miércoles, 22 de junio de 2022

200 años

  

Nunca he sido sino un vestigio y un simulacro de mí.

Fernando Pessoa, El libro del desasosiego.

 

 

 

 

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El año pasado celebramos el segundo centenario de la declaración de Independencia de nuestro país. Otra manera de frasearlo: conmemoramos los primeros 200 años de existencia del estado nacional conocido como México. ¿Cómo aquilatar este aliento temporal?

 

 

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Hace 200 años, tuvo lugar el Congreso de Verona. Fue un cónclave de la autodenominada Santa Alianza, una coalición formada por el Imperio Ruso, el Reino de Prusia y el Imperio de Austria. Para entonces, 1822, al club de potencias se habían adherido Gran Bretaña y Francia —otra vez en poder de los Borbones—. El propósito de los monarcas era organizarse para actuar en contra de lo que entendían como “amenazas a la paz europea”: la ola de revoluciones liberales que recorría el viejo continente y la fiebre independista que estaba reconfigurando al nuevo, desde México hasta la Tierra de Fuego.

 

Hace 200 años, la Santa Alianza emplazaba al Imperio Otomano: exigía que los turcos que dejaran de intervenir en Valaquia (Rumania). Por cierto, la Santa Alianza esgrimía para sí el derecho de intervención, según el cual las grandes potencias europeas —ellos— podían intervenir violentamente en contra de los brotes de liberalismo y secularismo en cualquier parte del mundo.

 

El Imperio Otomano dejaría de existir cien años más tarde, en 1922, es decir, 623 después de haber sido fundado. El Imperio Ruso tampoco perduraría: en 1917 los revolucionarios bolcheviques lo borraron del mapa —en su lugar surgió la Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas, que también pasó ya a la inexistencia (1922-1991)—. El Reino de Prusia dejaría de existir un año después, 1918…, una consecuencia más de la I Guerra Mundial. Austria, ya no como imperio sino como una república, subsiste hasta la actualidad.

 

Hace 200 años, este país no era una república. El 21 de julio de 1822, en la catedral metropolitana, Agustín Cosme Damián de Iturbide y Arámburu fue coronado como emperador de México.

 

 

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Hace 200 años, en 1822, no sabíamos nada de la que hoy llamamos nuestra cultura madre. La primera cabeza colosal fue descubierta en 1862, en Tres Zapotes, Santiago Tuxtla, Veracruz.

 

La civilización olmeca germinó junto al agua, desde el litoral hasta las riberas del Papaloapan, el Coatzacoalcos, el Tonalá y el Pajonal, incluyendo la sierra de los Tuxtlas, en los límites de los estados de Veracruz y Tabasco. No sabemos hasta dónde se extendían hacia el sur y el oriente. El epicentro de los olmecas estuvo en tres desarrollos, cuya hegemonía fue sucediéndose durante casi dos milenios: San Lorenzo (1800-1000 a. C.), La Venta (1000-400 a. C.) y Tres Zapotes, cuyo esplendor duró apenas 200 años (400-200 a. C.).

 

 

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Cuicuilco fue la primera ciudad en la cuenca de México —la zona arqueológica se encuentra hoy en la Ciudad de México, a unos pasos de la estación Perisur del metrobús—. Como a la gente de Tlapacoya, de Tlatilco y demás aldeas proto urbanas de la cuenca, los olmecas influenciaron a los cucuilcas. Junto al lago de Xochimilco, Cuicuilco se desarrolló durante más de medio milenio. Sus primeras edificaciones datan del 800 a. C. Las obras monumentales comenzaron a construirse una centuria después. Entre el 150 y el 250 d. C. la erupción del Xitle provocaría el abandono definitivo de Cuicuilco. Quedan vestigios de pirámides, adoratorios, canales de irrigación… Cuicuilco llegó a albergar a unos veinte mil habitantes. Su apogeo duró 200 años, entre el 400 y el 200 a. C.

 


 

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Hasta hace poco se creía que los primeros pobladores del valle de Teotihuacan fueron aldeanos con un desarrollo civilizatorio muy incipiente, y que sólo gracias a la gente del sur de la cuenca de México, desplazada por la actividad volcánica, había sido posible el paso a la vida urbana. La influencia de Cuicuilco es incuestionable, pero recientes hallazgos obligan a modificar la narrativa. Entre 2003 y 2005, arqueólogos del INAH descubrieron en la Ciudadela de Teotihuacan un gran canal escalonado de al menos un kilómetro de longitud, 1.5 metros de profundidad y hasta 5.5 metros de ancho. Fue construido 200 años antes de nuestra era. El canal conducía agua de manantiales a las áreas de cultivo. Los teotihuacanos empleaban el sistema de cuemiles: pequeñas concavidades hechas en el tepetate, rellenadas con tierra fertilizada con materia orgánica, en las que la siembra requería poca agua para el riego. Hoy sabemos que durante una época Teotihuacan fue una enorme aldea agrícola, cuyos pobladores, hasta unos cuarenta mil, fueron capaces de realizar sofisticadas obras de irrigación y lograr una producción suficiente de alimentos. Esta dinámica de vida fue sustentable a lo largo de 200 años.



Tres siglos más tarde, Teotihuacan había ya cambiado su perfil de rural a urbano; superaba los 20 kilómetros cuadrados y tenía una población de no menos de 125 mil habitantes. Su mayor esplendor ocurrió entre los años 350 y 550. Durante 200 años fue el corazón multiétnico de Mesoamérica, su centro espiritual, político y socioeconómico.


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"Hacia 650 d.C., Teotihuacan había perdido buena parte de su población y su influencia prácticamente había desaparecido. Esto traería varias consecuencias: la más notable fue el surgimiento de varias ciudades que durante dos siglos, entre 700 y 900 d.C., compitieron por el control del área que había estado bajo la hegemonía teotihuacana" (Enrique Nalda, “Epiclásico (650-900 d.C.). Caída de Teotihuacan y nuevas formas de organización”, Arqueología Mexicana núm. 86). Fue el período previo al surgimiento de Tula, durante el cual florecieron ciudades como Xochicalco, Cacaxtla, Cantona y Teotenango. 

 

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La ciudad capital del imperio Mexica-Colhúa, México-Tenochtitlan, existió durante 200 años. Fue fundada en 1321 por los aztecas, entonces ya autonombrados mexicas, y fue aniquilada en 1521 por unos cuantos invasores españoles al frente de un enorme ejército de aliados indígenas.



 

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El Virreinato de la Nueva España, colonia del imperio español, tuvo como capital a la Ciudad de México. Si consideramos que su establecimiento de facto ocurrió tras la caída de la gran Tenochtitlan, su existencia se prolongó durante 300 años.

 

 

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Pocos o muchos, durante estos últimos 200 años México no ha pasado por su auge. Con Pessoa, quiero pensar que “mi pasado es todo cuanto no he conseguido ser”…, hasta ahora.

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