miércoles, 15 de junio de 2022

Surrealismo e ignorancia

  

Lo maravilloso es siempre bello, todo lo maravilloso es bello,

de hecho, sólo lo maravilloso es bello.

André Breton, Manifiesto surrealista.

 

 

Teotihuacana llamamos a la civilización que, entre el año 100 y el 850 de nuestra era, se desarrolló al noreste de la cuenca de México. Su centro fue una enorme ciudad de más de 20 km2 y no menos de 120 mil habitantes en su auge. La conocemos como Teotihuacan, el lugar en donde nacieron los dioses, porque así la nombraron, en náhuatl, los mexicas, un pueblo que fundó la que sería su ciudad principal, México-Tenochtitlan, unos 75 kilómetros al sur y medio milenio después del colapso teotihuacano. En realidad, ni los mexicas sabían ni nosotros sabemos cómo se hacían llamar a sí mismos los artífices de aquella civilización, tampoco qué idioma hablaban, mucho menos el apelativo de su metrópoli.

 

“Los hechos no dejan de existir por que sean ignorados”, escribió Aldous Huxley.

 

 

 

Bellas Artes ofrece la exposición temporal “Sólo lo maravilloso es bello. Surrealismo en diálogo”. Con una cantidad importante de obras prestadas por el Museum Boijmans Van Beuningen (Rotterdam, Países Bajos), piezas de colecciones particulares y del propio gobierno de México, la muestra, más que un catálogo aleatorio de piezas y creadores surrealistas, “ofrece una revisión… en torno a los principales temas e ideas afines al movimiento…”, y sobre todo “un diálogo entre el surrealismo europeo y su vertiente mexicana”.


Alberto Gironella, Reina Negra (1961).


La exposición incluye obra de los mexicanos Alberto Gironella (1929-1999) —Reina Negra (1961)—; doña María Cenobia Izquierdo Gutiérrez —María Izquierdo (1902-1955)—; un óleo del tapatío Roberto Montenegro (1881-1968) y otro de Manuel Rodríguez Lozano (1891-1971) —La muerte de Paloma (1942)—. Me topé también con un cuadro que sí me gusta, y mucho, de Frida Kahlo (1907-1954), Mi vestido cuelga aquí (1933); una xilografía de Diego Rivera (1886-1957) que no conocía y me pareció maravillosa: Vasos comunicantes, homenaje a André Breton (1938); fotografías de los Álvarez Bravo, Manuel (1902-2002) y Lola (1903-1993), en fin…


Diego Rivera, Vasos comunicantes (1938).


Entre los extranjeros, destaca la presencia de Man Ray (1890-1976) y varias de sus travesuras plásticas. Me resultó impresionante apreciar el original de una obra maestra del belga René Magritte, Le modèle rouge III (1937). Un feliz encuentro fue un autorretrato de la polifacética angelina Rosa Rolanda (1895-1970) —cónyuge del influyente Miguel Covarrubias (1904-1957)— y un hermoso cuadro del alemán Max Ernst (1891-1976) —fugaz cónyuge de la Carrington—, La couple (1923). Se exhiben varias obras de Salvador Dalí (1904-1989) —no sólo pinturas, también esculturas y un mueble besucón— y de Paul Delvaux (1897-1994), algunos cuadros de Remedios Varo (1908-1963) y de la francesa avecindada en nuestro país Alice Rahon (1904-1987). Me cautivó Clarividencia (1950), un extraordinario óleo en gran formato de un pintor cubano que no conocía, Wilfredo Lam (1902-1982). La curaduría decidió incorporar también una serie de objetos significativos para el surrealismo, como un ejemplar de la edición en francés de La interpretación de los sueños (Gallimard, 1925), de Freud; el catálogo de la exposición “Mixique”, organizada en 1939 en París por Breton; diversos trabajos de Marcel Duchamp (1887-1968); un grabado del hidrocálido Posada (1952-1913), e incluso algunas piezas prehispánicas.


Max Ernst, La couple (1923).

 

La exposición “Sólo lo maravilloso es bello. Surrealismo en diálogo” incorpora obra de la inglesa de nacimiento y nacionalizada mexicana Leonora Carrington (1917-2011). El visitante puede contemplar, por ejemplo, su Nuevamente las Géminis están en el huerto (1947) —inspirado en El Jardín de las Delicias, de Jerónimo Bosch—.

 

 

 

A la pirámide más grande de Teotihuacan le decimos la Pirámide del Sol. ¿Por qué? Porque así la llamaron los mexicas. Pero realmente no sabemos con certeza si fue erigida, como propuso el arqueólogo René Millon, en honor del dios de las tormentas —quien luego sería Tláloc para los mexicas— o en ella se veneraba a una Gran diosa femenina o al dios viejo del fuego… Bueno, ni siquiera podemos asegurar que fue construida para venerar a una deidad.

 

 

 

Frente a otra de las pinturas de la Carrignton, un óleo sobre tela titulado Orplied (1956), me ocurrió algo revelador. En un lienzo de regulares dimensiones —90 x 131 cm— en el que el ocre se impone, doña Leonora pintó un paraje quimérico plagado de árboles y seres fantásticos. La descripción que ofrece la página de Facebook de la pintora señala: “La escena principal trata del sacrificio de una mujer ofrecida a una bestia con rasgos de león y dragón. Barcas en el mar de tempestad que refieren al más allá. Una figura del antiguo Egipto con columnas de capiteles de papiro tiene una inscripción aludiendo a los dioses Horus y Hathor.” Sin embargo, la ficha museográfica se limita a mencionar la técnica y el propietario de la pieza —ojo: es parte de la colección Banamex—. El título tampoco es muy explícito: Orplied, lo cual quizá nada más encierre un juego de palabras o tal vez sea una referencia literaria: el país fantástico inventado por el escritor alemán Eduard Mörike (1804-1875), “una esfera propia de poesía”.

 

Mientras yo veía el cuadro se acercó una familia. El papá de inmediato determinó: “Ahí llevan a un difunto”. Guardó silencio un instante y, como nadie más de su tribu dijo nada, remató: “Es la ultratumba”. Un hijo inmensamente adolescente intervino entonces: “Y ahí está el Chupacabras”. Entonces la señora madre habló: “Y allá arriba va un ángel”. Zanjado el misterio, se encaminaron a ver la siguiente pieza.


Leonora Carrington, Orplied (1956)

 

 

 

Según el propio André Breton, el surrealismo persigue sobrepasar lo real. La ignorancia suele hacerlo, sin problemas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario