lunes, 19 de diciembre de 2022

Humanismo mexicano, glosa urgente

  

Hombre soy, y nada de lo humano me es ajeno.

Publio Terencio Africano, El enemigo de sí mismo (165 a.C.).

 

 

 

 

1

 

Caminó sumergido en una mar de gente, miles y miles que querían aproximarse a él, saludarlo, tocarlo, tomarle una foto… En todo momento, lo escoltaron el estruendo, la algazara, el jolgorio… Paso a pasito, después de seis horas de andar, de estrechar manos, de abrazar, de recibir papeles, logró completar la travesía desde el Ángel de la Independencia hasta el Zócalo de la Ciudad de México. Concluida la celebración itinerante, siguió el mitin.

 


Ya instalado en la tarima, frente a más de ciento veinte mil almas, como pez en el agua, lo presentaron y él, sorpresivamente enjundioso, tomó la palabra:

 

— Son las tres en punto –informó–. Bueno, me da mucho gusto estar con ustedes. Ya saben, lo que decía Martí: amor con amor se paga.

 

Después de la ovación contenida durante tanto tiempo, siguió el mensaje alusivo al cuarto año del primer gobierno de la Cuarta Transformación. Hora y media después, pasó a otro asunto, el teórico… ¿Teoría en el espacio público? Pues sí, ni más ni menos, teoría en el ágora nacional por excelencia, la plaza de la Constitución.

 

— Amigas y amigos, la política es entre otras cosas pensamiento y acción, y aun cuando lo fundamental son los hechos, no deja de importar cómo definir en el terreno teórico el modelo de gobierno que estamos aplicando. Mi propuesta sería llamarle humanismo mexicano.

 

Andrés Manuel refirió enseguida lo que llamó “los principios políticos, económicos y sociales del humanismo mexicano”. Resumo, parafraseo:

 

  • Libertad. “El pueblo que quiere ser libre, lo será”: Miguel Hidalgo. 
  • Democracia en favor de los intereses de la mayoría.
  • El progreso sin justicia es retroceso. No basta el crecimiento económico, es indispensable la justicia.
  • Otros datos en vez de la obsesión tecnocrática de medirlo todo en función de indicadores de crecimiento macroeconómico que no necesariamente reflejan las realidades sociales.
  • Lo fundamental no es cuantitativo, sino cualitativo: la distribución equitativa de la riqueza.
  • Por el bien de todos, primero los pobres.
  • El fin último de un Estado es crear las condiciones para que la gente pueda vivir feliz y libre de miserias y temores.
  • Hay que desterrar la corrupción y los privilegios, y destinar todo lo obtenido en beneficio de las mayorías, específicamente, de los más pobres.
  • Estrategia central de política social: respetar, atender y escuchar a todas y a todos, pero otorgar preferencia a los pobres y humillados.
  • Por el bien de todos, primero los pobres: sinónimo de humanismo.
  • El poder sólo es virtuoso cuando se pone al servicio de los demás.
  • “Sólo el pueblo puede salvar al pueblo”: Ricardo Flores Magón.
  • “Con el pueblo, todo; sin el pueblo, nada”: Juárez.
  • Nada se logra sin amor al pueblo.
  • La política es un noble oficio.
  • La auténtica política es profundamente humanista, en su esencia, y, sobre todo, cuando se práctica en bien de los demás, y, en especial, de los pobres.

El presidente cerró su discurso con lo que podría parecer una arenga política, pero en realidad es una sustanciosa síntesis de todo el andamiaje teórico de la 4T:

 

— Sigamos haciendo historia, continuemos impulsando el cambio de mentalidad, la revolución de las consciencias. 

 


Efectivamente, en el núcleo de cualquier humanismo se halla la libertad, orientada en última instancia a incidir en el curso de la historia. La consigna “juntos haremos historia” es, pues, profundamente humanista.

 

 

2

 

Hace dos años, el 15 de septiembre de 2020, el Zócalo lucía muy distinto: desolado, fantasmal. Transitábamos por tiempos de pandemia y encierro. Quienes quisimos ver y escuchar el Grito de la Independencia de aquel año tuvimos que conformarnos con hacerlo por la televisión. Entonces, relataba que el vacío en la plaza de la Constitución lucía escandaloso, descomunal incluso en las pantallas más chiquitas.

 

Quizá lo recuerden: el presidente lanzó las vivas que había adelantado. Además de la consabida retahíla de heroínas y héroes decimonónicos, AMLO agregó vivas a las comunidades indígenas y a la grandeza cultural de México, y casi al final de la proclama nacionalista gritó: “¡Viva el amor al prójimo!” ¿Viva el amor al prójimo en vez de mueran los gachupines? Y para rematar: “¡Viva la esperanza en el porvenir!” El humanismo necesariamente tiene que ser optimista.

 

Dos días después, AMLO se refirió al tema. “El amor al prójimo es un principio que se busca aplicar desde antes del cristianismo, les podría decir que es como el acta de nacimiento del humanismo.” Luego recomendó el libro que estaba parafraseando: “Recomiendo uno que habla de este tema, que se llama El amor líquido, les va a gustar, además, creo que está editado por el Fondo de Cultura Económica. Es de un escritor polaco muy bueno…” Por supuesto, hablaba de Zygmunt Bauman (1925-2017). 


Bauman explica que el amor al prójimo es un principio fundacional de la humanidad en tanto especie no sólo natural sino también cultural. Cumplir el precepto de amar al prójimo, sostiene el sociólogo y filósofo, implica necesariamente “un salto decisivo, por el cual un ser humano se despoja de la coraza de los impulsos y predilecciones ‘naturales’, adopta una postura alejada y opuesta a su naturaleza y se convierte en un ser ‘no-natural’ que, a diferencia de las bestias, es lo que distingue al ser humano”. El amor al prójimo no es natural, es un arte. Por eso amar al prójimo es el acta de nacimiento de la humanidad. En la antípoda, el individualismo, que es totalmente natural, bestial. “El amor a sí mismo es pura supervivencia, y la supervivencia no necesita mandatos, ya que las otras criaturas vivas (no humanas) se las arreglan perfectamente sin ellos. Amar al prójimo como a uno mismo hace que la supervivencia humana sea distinta a la supervivencia de todas las otras criaturas vivas”.

 

Si uno busca la palabra humanidad en el diccionario de la RAE encontrará, primero, lo que en estricto sentido es un oxímoron: naturaleza humana. Las dos acepciones siguientes —género humano, conjunto de personas— no ofrecen problema ni representan sorpresa alguna; las tres que continúan sí que son esclarecedoras respecto a la relación intrínseca que hay entre el amor al prójimo y la humanidad, y en esa misma medida, respecto al amor al prójimo como ingrediente esencial del humanismo: fragilidad o flaqueza propia del humano; sensibilidad, compasión de las desgracias de otras personas, y benignidad, afabilidad. Subrayo: humanidad significa compasión y benignidad, esto es, benevolencia, buena voluntad hacia la gente.

 

Para la oposición, la mención del amor al prójimo resultó odiosa. Esa misma noche, el columnista Salvador García Soto tuiteó: “Viva el amor al prójimo? Sin duda que viva, pero un precepto religioso no puede ser parte del grito que unifica a todos los mexicanos. ¿Y el estado laico @lopezobrador?” Seguramente el señor no tiene idea del tamaño de la sandez que escribió. El amor al prójimo es, efectivamente, un precepto que impulsan todas religiones, pero en sí mismo no es religioso o bien, según Tolstói, es “la verdadera religión”. Bauman narra: “Cuando un converso… le pidió al sabio talmúdico… que le explicara la enseñanza de Dios en el tiempo que fuera capaz de permanecer parado sobre un solo pie, el sabio replicó que ‘ama a tu prójimo como a ti mismo’ era la única respuesta completa…” El amor al prójimo es un principio tanto del judaísmo (Proverbios 17:17) y del cristianismo (Marcos 12:33) como del islam —“El mejor de los hombres es el que ama a todos… sin excepción”, dice Mahoma—. No sólo es esencial para las religiones abrahámicas, según un estudio de las universidades de Pennsylvania y Michigan, al revisar las más importantes tradiciones filosóficas y religiosas chinas, confucianismo y taoísmo, del sur de Asia, budismo e hinduismo, y de Occidente, filosofía clásica, judaísmo, cristianismo e islam (Katherine Dahlsgaard, Martin Seligman y Christopher Peterson; Shared Virtue: The Convergence of Valued Human Strengths Across Culture and History), resultó que lo que denominaron “humanismo” —en el que englobaron “amor y bondad, y las fortalezas para atender y hacer amistad con los demás”— es una de las seis virtudes requeridas por todas esas tradiciones.

 

 

3

 

El precepto del amor al prójimo es imprescindible en cualquier humanismo. ¿Cualquier humanismo? Sí, porque no hay uno solo: humanismo no es un concepto unívoco.

 

Por ejemplo, humanismo se refiere a las disciplinas humanas: el pensamiento y el arte de la Antigüedad grecolatina, el trívium medieval —gramática, dialéctica y retórica— y luego las llamadas humanidades —en oposición a las ciencias—.

 

El humanismo renacentista surge como bisagra entre la Edad Media y la Moderna. En tanto cosmovisión, primero se opuso al pensamiento religioso y después se diferenció del cientificismo. Frente a la escolástica, fue

 

  • un giro hacia el estudio del lenguaje, más que de la realidad misma
  • la justipreciación de la experiencia, de la literatura y el diálogo
  • la aceptación del carácter histórico, transitorio, del saber, frente a las pretensiones de verdades universales
  • la ponderación de la racionalidad práctica
  • la innovación por encima de los modelos canónicos

 

Y muy importante: un afán por recuperar la capacidad creadora, la libertad y la dignidad humanas. Los renacentistas sostenían que la gente podía hacer historia. Giovanni Pico della Mirandola (1463-1494) logró condensar el humanismo del Renacimiento italiano en su Discurso sobre la dignidad del hombre.

 

El humanismo apela al rescate de la sabiduría tradicional, al poder asertivo de las palabras, a la prudencia y al criterio de verdad efectiva. Desde el siglo XVII, la concepción renacentista sufrió los embates de la racionalidad moderna —Descartes en las ciencias y Hobbes en la teoría política—. Después, durante el Siglo de las Luces y más en el XIX se consolidó el logos científico y la obcecación tecnológica, la fijación métrica, el cálculo capitalista y la tiranía cuantitativa, lo cual depreció el humanismo. 

 

Isaiah Berlin (1909-1997) afirmó alguna vez que el XX había sido “el siglo más terrible de la historia occidental”. No exageraba; no es gratuito el desencanto generalizado después de las II Guerra Mundial. Entonces el humanismo resurgió en movimientos filosóficos como el existencialismo, que defendieron la idea de que no estamos sojuzgados por el destino ni predeterminados por la historia ni sometidos a las leyes del mercado… Por el contrario, Sartre aducía que el hombre está condenado a ser libre.

 

 

4

 

En España, el Renacimiento tuvo dos vertientes, la erasmista y la salamantina. La primera, cercana a los intereses de Carlos V; en cambio, pensadores como Francisco de Vitoria (1483-1546) y Domingo de Soto (1494-1560) criticaron abiertamente la legitimidad de la conquista española del Nuevo Mundo y salieron en defensa de los pueblos originarios. A esta escuela se debe Alonso de la Veracruz (1507-1584), fundador de la Universidad de México y del humanismo iberoamericano, en el cual justo es contar a Bartolomé de Las casas (c. 1480-1566), fray Juan de Zumárraga —primer obispo de México— (1468-1548) y Vasco de Quiroga (1470-1565), quienes argumentaron que la soberanía de los dominios novohispanos en realidad residía en sus pueblos originarios. De ellos deviene la idea primigenia de una nación mexicana y también el humanismo criollo, corriente de pensamiento en la que se gesta la idea de que la Nueva España debería pertenecer a los nacidos de este lado del Atlántico —criollos, indígenas y mestizos—. Remarquemos esto: en el humanismo salamantino se encuentra el origen del patriotismo criollo y, por ende, del nacionalismo mexicano.


En el siglo XVII fueron relevantes humanistas novohispanos como Juan Zapata y Sandoval (1545-1630), autor de Sobre Justicia Distributiva (1609) y Juan de Torquemada (1557-1624), a cuya pluma debemos Monarquía Indiana (1615). Posteriormente se destaca la obra de Carlos Sigüenza y Góngora (1645-1700), quien se esforzó por mostrar la sobrada capacidad de autogobierno de los pueblos prehispánicos, y de la cumbre del humanismo criollo, Sor Juana Inés de la Cruz (1648-1695).

 

Correspondería a los humanistas jesuitas del siglo XVIII, de manera notoria a Francisco Javier Clavigero, apuntalar la noción moderna de México y los mexicanos: exiliado, en 1780 publica Historia Antigua de México. En el texto con que da inicio el primero de tres volúmenes, una presentación dirigida a la Real y Pontificia Universidad de México, el padre Clavigero, criollo veracruzano, establece de lo que se trata su libro y se presenta: “Una historia de México escrita por un mexicano…” Va más allá: critica “el descuido de nuestros antepasados con respecto a la Historia de nuestra patria.” 

 

Vendría una nueva generación de humanistas con la primera oleada insurgente, pero por ahora quede aquí el recuento para recalcar dos cosas. Primera, si bien el humanismo es milenario, el mexicano tiene tanta historia como la concepción germinal del estado Nación que hoy es México. Y segunda, el modelo que sustenta teóricamente al gobierno de la 4T implica, ciertamente, un nuevo renacimiento humanista.

 

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