Statistics cannot be any
smarter than the people who use them.
And in some cases, they
can make smart people do dumb things.
Charles Wheelan, Naked
Statistics: Stripping the Dread from the Data.
Those who believe that
what you cannot quantify does not exist
also believe that what
you can quantify, does.
Aaron Haspel
Ni modo, sólo por amazon podía conseguirse
rápido. Hay versión kindle, pero opté
por el impreso en pasta dura, así que luego de los clics necesarios (5), fue
cosa de esperar unos días (3). El volumen (1) llegó magníficamente empaquetado:
The Tyranny of Metrics, editado por
la Princeton University Press (2018): 16 capítulos, 220 páginas. Se trata del libro
en el cual doctor Jerry Z. Muller (1954) acuña y desarrolla el concepto metric
fixation, que, como decía yo aquí
la semana pasada, bien podemos traducir directamente como fijación métrica, o bien como obsesión métrica o cuantitativa.
En el texto introductorio, Muller, profesor
de historia en la Universidad Católica de América de Washington, bosqueja el
tema que aborda a lo largo de su ensayo: “Vivimos en la era de las
responsabilidades medidas (measured
accountability), de la recompensa por el desempeño evaluado y de la
creencia en los beneficios de publicar esas métricas a través de los mecanismos
de la llamada 'transparencia'”. Y antes de seguir adelante conviene reflexionar
un poco en torno al término measured accountability.
Accountability es un sustantivo que el diccionario Webster define como la
cualidad o el estado de ser accountable, y
accountable es un adjetivo que
significa explicable, más
precisamente, “capaz de ser explicado”, pero también responsable: sujeto a rendir cuentas. Así que la afirmación We live in the age of measured
accountability también podríamos traducirla como “Vivimos en la era de la
rendición de cuentas”, y el aserto entonces se vuelve ambiguo: “Rendir cuentas
debe entenderse como ser responsable de las propias acciones. Pero por una
especie de juego de manos lingüístico, la responsabilidad ha llegado a
significar demostrar el buen desempeño por medio de mediciones, como si sólo lo
que se puede contar realmente contara.” Como si rendir cuentas se tuviera
que limitar a cuentas, a números, a métricas… Esto tiene, claro, fuertes
consecuencias ideológicas: “Cuando los defensores de las métricas abogan en
favor de la accountability, combinan tácitamente dos significados
de la palabra. Por un lado, significa ser responsable. Pero también puede
significar ser mesurable. Los defensores de la accountability, de la rendición de cuentas, generalmente asumen que sólo contando pueden
las instituciones ser verdaderamente responsables”.
El autor se cura en salud desde las primeras páginas de su libro: sostiene
que su intención no es alertar sobre los males de la cuantificación o
despotricar en contra de la estadística, sino señalar “las consecuencias negativas no intencionadas de intentar sustituir el
juicio personal basado en la experiencia por la medición estandarizada del
desempeño. El problema no es la medición, no son las métricas, sino la fijación
métrica.”
Suele escucharse con frecuencia a gente
bien educada e inteligente afirmar muy oronda que los números no mienten. Imposible desmentir tal proclama, tan bien
valorada en nuestros días: efectivamente, los números no mienten…, bueno, pero tampoco
dicen la verdad, de hecho no dicen nada porque los números sencillamente no
hablan. Por lo demás, no es cierto que toda la realidad pueda ser expresada
numéricamente. “Hay cosas que se pueden medir. Hay cosas que vale la pena
medir. Pero lo que se puede medir, lo mesurable, puede o no tener relación con
lo que queremos saber. Las cosas que se miden pueden alejar el esfuerzo de las
cosas que realmente nos importan. Y la medición puede proporcionarnos un
conocimiento distorsionado, un conocimiento que parece sólido pero que en
realidad resulta engañoso”.
Hace unos días, el jefe de logística de un
importante centro de recepción y redistribución de publicaciones me contaba que,
al revisar una entrega proveniente de una gran imprenta, su equipo, mediante los
estrictos protocolos de control de calidad que ha implantado, había logrado
detectar y medir el faltante o el sobrante de una a cinco publicaciones en
varias cajas —cada caja debía contener exactamente
350 ejemplares—:
— Prácticamente en una de cada cinco cajas
encontramos diferencias —me dijo, y luego, revisando el detalle en una hoja de
Excel, orgulloso soltó la cifra exacta:—. Hay un error del 17% en toda la
entrega.
— No, más bien hay algún error mínimo en
17% de las cajas.
— Bueno…
— Y en total, ¿llegaron más o menos
publicaciones?
— Se compensaron faltantes con sobrantes:
al final nos mandaron unas veinte unidades de más.
— Veinte ejemplares de más en un tiraje de
350 mil…
La fijación métrica tiene todos los
elementos de un culto, y si bien “aspira a ser científica, muy frecuentemente
se convierte en una fe”.
Por supuesto, la postura de Jerry Z.
Muller no es evitar todas las prácticas de medición, sino más bien dejar de
creer que tiene poderes sapienciales. “Utilizada juiciosamente, la medición de
lo no medido antes puede proporcionar beneficios reales. El intento de medir el
rendimiento es intrínsecamente deseable. Si lo que realmente se mide es un aliado
(proxy) razonable de lo que se
pretende medir, y si se combina con juicio, la medida puede ayudar a quienes la
practican a evaluar su propio desempeño, tanto a los individuos como las
organizaciones”.
La fijación métrica es actualmente un
patrón hegemónico, un meme cultural, un episteme según el cual medición y
mejora necesariamente van de la mano: lo que no puede ser medido no puede ser
mejorado, reza el mantra. Sin embargo, conviene atender de vez en cuando al
viejo sentido común y observar que ni todo lo que puede ser contado cuenta ni
todo lo que contamos realmente cuenta. No olvidemos que no todo lo importante
puede ser mesurado, y en cambio mucho de lo que sí podemos contar no es
importante. ¿O cuánto se siente hoy
usted, hipotético lector?
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