Un blog apasionado, incondicional y sobre todo inútil sobre esos objetos planos, inanimados, caros, arcaicos, sin sonido estereofónico, sin efectos especiales, y sin embargo maravillosos llamados libros.

domingo, 2 de febrero de 2020

Tiranía cuantitativa


Statistics cannot be any smarter than the people who use them.
And in some cases, they can make smart people do dumb things.
Charles Wheelan, Naked Statistics: Stripping the Dread from the Data.

Those who believe that what you cannot quantify does not exist
also believe that what you can quantify, does.
Aaron Haspel







Ni modo, sólo por amazon podía conseguirse rápido. Hay versión kindle, pero opté por el impreso en pasta dura, así que luego de los clics necesarios (5), fue cosa de esperar unos días (3). El volumen (1) llegó magníficamente empaquetado: The Tyranny of Metrics, editado por la Princeton University Press (2018): 16 capítulos, 220 páginas. Se trata del libro en el cual doctor Jerry Z. Muller (1954) acuña y desarrolla el concepto metric fixation, que, como decía yo aquí la semana pasada, bien podemos traducir directamente como fijación métrica, o bien como obsesión métrica o cuantitativa.



En el texto introductorio, Muller, profesor de historia en la Universidad Católica de América de Washington, bosqueja el tema que aborda a lo largo de su ensayo: “Vivimos en la era de las responsabilidades medidas (measured accountability), de la recompensa por el desempeño evaluado y de la creencia en los beneficios de publicar esas métricas a través de los mecanismos de la llamada 'transparencia'”. Y antes de seguir adelante conviene reflexionar un poco en torno al término measured accountability.



Accountability es un sustantivo que el diccionario Webster define como la cualidad o el estado de ser accountable, y accountable es un adjetivo que significa explicable, más precisamente, “capaz de ser explicado”, pero también responsable: sujeto a rendir cuentas. Así que la afirmación We live in the age of measured accountability también podríamos traducirla como “Vivimos en la era de la rendición de cuentas”, y el aserto entonces se vuelve ambiguo: “Rendir cuentas debe entenderse como ser responsable de las propias acciones. Pero por una especie de juego de manos lingüístico, la responsabilidad ha llegado a significar demostrar el buen desempeño por medio de mediciones, como si sólo lo que se puede contar realmente contara.” Como si rendir cuentas se tuviera que limitar a cuentas, a números, a métricas… Esto tiene, claro, fuertes consecuencias ideológicas: “Cuando los defensores de las métricas abogan en favor de la accountability, combinan tácitamente dos significados de la palabra. Por un lado, significa ser responsable. Pero también puede significar ser mesurable. Los defensores de la accountability,  de la rendición de cuentas, generalmente asumen que sólo contando pueden las instituciones ser verdaderamente responsables”.



El autor se cura en salud desde las primeras páginas de su libro: sostiene que su intención no es alertar sobre los males de la cuantificación o despotricar en contra de la estadística, sino señalar “las consecuencias negativas no intencionadas de intentar sustituir el juicio personal basado en la experiencia por la medición estandarizada del desempeño. El problema no es la medición, no son las métricas, sino la fijación métrica.”



Suele escucharse con frecuencia a gente bien educada e inteligente afirmar muy oronda que los números no mienten. Imposible desmentir tal proclama, tan bien valorada en nuestros días: efectivamente, los números no mienten…, bueno, pero tampoco dicen la verdad, de hecho no dicen nada porque los números sencillamente no hablan. Por lo demás, no es cierto que toda la realidad pueda ser expresada numéricamente. “Hay cosas que se pueden medir. Hay cosas que vale la pena medir. Pero lo que se puede medir, lo mesurable, puede o no tener relación con lo que queremos saber. Las cosas que se miden pueden alejar el esfuerzo de las cosas que realmente nos importan. Y la medición puede proporcionarnos un conocimiento distorsionado, un conocimiento que parece sólido pero que en realidad resulta engañoso”.



Hace unos días, el jefe de logística de un importante centro de recepción y redistribución de publicaciones me contaba que, al revisar una entrega proveniente de una gran imprenta, su equipo, mediante los estrictos protocolos de control de calidad que ha implantado, había logrado detectar y medir el faltante o el sobrante de una a cinco publicaciones en varias cajas  —cada caja debía contener exactamente 350 ejemplares—:



— Prácticamente en una de cada cinco cajas encontramos diferencias —me dijo, y luego, revisando el detalle en una hoja de Excel, orgulloso soltó la cifra exacta:—. Hay un error del 17% en toda la entrega.



— No, más bien hay algún error mínimo en 17% de las cajas.



— Bueno…



— Y en total, ¿llegaron más o menos publicaciones?



— Se compensaron faltantes con sobrantes: al final nos mandaron unas veinte unidades de más.



— Veinte ejemplares de más en un tiraje de 350 mil…



La fijación métrica tiene todos los elementos de un culto, y si bien “aspira a ser científica, muy frecuentemente se convierte en una fe”.



Por supuesto, la postura de Jerry Z. Muller no es evitar todas las prácticas de medición, sino más bien dejar de creer que tiene poderes sapienciales. “Utilizada juiciosamente, la medición de lo no medido antes puede proporcionar beneficios reales. El intento de medir el rendimiento es intrínsecamente deseable. Si lo que realmente se mide es un aliado (proxy) razonable de lo que se pretende medir, y si se combina con juicio, la medida puede ayudar a quienes la practican a evaluar su propio desempeño, tanto a los individuos como las organizaciones”.



La fijación métrica es actualmente un patrón hegemónico, un meme cultural, un episteme según el cual medición y mejora necesariamente van de la mano: lo que no puede ser medido no puede ser mejorado, reza el mantra. Sin embargo, conviene atender de vez en cuando al viejo sentido común y observar que ni todo lo que puede ser contado cuenta ni todo lo que contamos realmente cuenta. No olvidemos que no todo lo importante puede ser mesurado, y en cambio mucho de lo que sí podemos contar no es importante. ¿O cuánto se siente hoy usted, hipotético lector?

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