lunes, 26 de diciembre de 2022

La caja: jacal • Epitafios 2022


El tiempo fue mi mejor maestro, y me reprobó.

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No ahorres tiempo, te va a sobrar.


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Ya nada me cae pesado.


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En el fondo, soy buena onda.


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Lo peor y lo mejor ya pasó.


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Ya sin secuelas.


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Ahora sí, no te discuto nada.


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Muerte de principiante.


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Ahora sí, no más relaciones fallidas.


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Ahora sí, todo tiempo pasado fue mejor.


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Se acabaron los gastos de reparación y mantenimiento.


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Ahora sí, por fin, esto es definitivo.


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Yo antes nunca.


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En el fondo, perdí las formas.


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Fuera de catálogo.


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Me sentaron los años.


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Totalmente desestresado.


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Avísenle a mi alter ego que aquí lo espero.


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En el fondo, soy yo.


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Por fin, inmortal.


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Solo sólo en lo profundo.


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Totalmente adaptado.


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Fin de un amor… propio.


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Ya nada es superficial.


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Sin señal.


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En mis tiempos las cosas me pintaban mejor.


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Adiós ansiedad.


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Aquí sí tengo cavidad.


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Aquí, aprendiendo una lengua muerta.


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¿Aquí ya?


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#EstaMuerteNoSeToca


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Ahora sí uno de los tapados.


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Totalmente asintomático.


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Aquí la muerte chiquita es el mundo.


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Aquí, dizque trascendiendo…


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El tamaño sí importa: la muerte grandota.


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Modelo fuera de circulación.


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Aquí sigo.


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Tengo un mal postsentimiento.


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TokTok.


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¿Me leen?


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lunes, 19 de diciembre de 2022

Humanismo mexicano, glosa urgente

  

Hombre soy, y nada de lo humano me es ajeno.

Publio Terencio Africano, El enemigo de sí mismo (165 a.C.).

 

 

 

 

1

 

Caminó sumergido en una mar de gente, miles y miles que querían aproximarse a él, saludarlo, tocarlo, tomarle una foto… En todo momento, lo escoltaron el estruendo, la algazara, el jolgorio… Paso a pasito, después de seis horas de andar, de estrechar manos, de abrazar, de recibir papeles, logró completar la travesía desde el Ángel de la Independencia hasta el Zócalo de la Ciudad de México. Concluida la celebración itinerante, siguió el mitin.

 


Ya instalado en la tarima, frente a más de ciento veinte mil almas, como pez en el agua, lo presentaron y él, sorpresivamente enjundioso, tomó la palabra:

 

— Son las tres en punto –informó–. Bueno, me da mucho gusto estar con ustedes. Ya saben, lo que decía Martí: amor con amor se paga.

 

Después de la ovación contenida durante tanto tiempo, siguió el mensaje alusivo al cuarto año del primer gobierno de la Cuarta Transformación. Hora y media después, pasó a otro asunto, el teórico… ¿Teoría en el espacio público? Pues sí, ni más ni menos, teoría en el ágora nacional por excelencia, la plaza de la Constitución.

 

— Amigas y amigos, la política es entre otras cosas pensamiento y acción, y aun cuando lo fundamental son los hechos, no deja de importar cómo definir en el terreno teórico el modelo de gobierno que estamos aplicando. Mi propuesta sería llamarle humanismo mexicano.

 

Andrés Manuel refirió enseguida lo que llamó “los principios políticos, económicos y sociales del humanismo mexicano”. Resumo, parafraseo:

 

  • Libertad. “El pueblo que quiere ser libre, lo será”: Miguel Hidalgo. 
  • Democracia en favor de los intereses de la mayoría.
  • El progreso sin justicia es retroceso. No basta el crecimiento económico, es indispensable la justicia.
  • Otros datos en vez de la obsesión tecnocrática de medirlo todo en función de indicadores de crecimiento macroeconómico que no necesariamente reflejan las realidades sociales.
  • Lo fundamental no es cuantitativo, sino cualitativo: la distribución equitativa de la riqueza.
  • Por el bien de todos, primero los pobres.
  • El fin último de un Estado es crear las condiciones para que la gente pueda vivir feliz y libre de miserias y temores.
  • Hay que desterrar la corrupción y los privilegios, y destinar todo lo obtenido en beneficio de las mayorías, específicamente, de los más pobres.
  • Estrategia central de política social: respetar, atender y escuchar a todas y a todos, pero otorgar preferencia a los pobres y humillados.
  • Por el bien de todos, primero los pobres: sinónimo de humanismo.
  • El poder sólo es virtuoso cuando se pone al servicio de los demás.
  • “Sólo el pueblo puede salvar al pueblo”: Ricardo Flores Magón.
  • “Con el pueblo, todo; sin el pueblo, nada”: Juárez.
  • Nada se logra sin amor al pueblo.
  • La política es un noble oficio.
  • La auténtica política es profundamente humanista, en su esencia, y, sobre todo, cuando se práctica en bien de los demás, y, en especial, de los pobres.

El presidente cerró su discurso con lo que podría parecer una arenga política, pero en realidad es una sustanciosa síntesis de todo el andamiaje teórico de la 4T:

 

— Sigamos haciendo historia, continuemos impulsando el cambio de mentalidad, la revolución de las consciencias. 

 


Efectivamente, en el núcleo de cualquier humanismo se halla la libertad, orientada en última instancia a incidir en el curso de la historia. La consigna “juntos haremos historia” es, pues, profundamente humanista.

 

 

2

 

Hace dos años, el 15 de septiembre de 2020, el Zócalo lucía muy distinto: desolado, fantasmal. Transitábamos por tiempos de pandemia y encierro. Quienes quisimos ver y escuchar el Grito de la Independencia de aquel año tuvimos que conformarnos con hacerlo por la televisión. Entonces, relataba que el vacío en la plaza de la Constitución lucía escandaloso, descomunal incluso en las pantallas más chiquitas.

 

Quizá lo recuerden: el presidente lanzó las vivas que había adelantado. Además de la consabida retahíla de heroínas y héroes decimonónicos, AMLO agregó vivas a las comunidades indígenas y a la grandeza cultural de México, y casi al final de la proclama nacionalista gritó: “¡Viva el amor al prójimo!” ¿Viva el amor al prójimo en vez de mueran los gachupines? Y para rematar: “¡Viva la esperanza en el porvenir!” El humanismo necesariamente tiene que ser optimista.

 

Dos días después, AMLO se refirió al tema. “El amor al prójimo es un principio que se busca aplicar desde antes del cristianismo, les podría decir que es como el acta de nacimiento del humanismo.” Luego recomendó el libro que estaba parafraseando: “Recomiendo uno que habla de este tema, que se llama El amor líquido, les va a gustar, además, creo que está editado por el Fondo de Cultura Económica. Es de un escritor polaco muy bueno…” Por supuesto, hablaba de Zygmunt Bauman (1925-2017). 


Bauman explica que el amor al prójimo es un principio fundacional de la humanidad en tanto especie no sólo natural sino también cultural. Cumplir el precepto de amar al prójimo, sostiene el sociólogo y filósofo, implica necesariamente “un salto decisivo, por el cual un ser humano se despoja de la coraza de los impulsos y predilecciones ‘naturales’, adopta una postura alejada y opuesta a su naturaleza y se convierte en un ser ‘no-natural’ que, a diferencia de las bestias, es lo que distingue al ser humano”. El amor al prójimo no es natural, es un arte. Por eso amar al prójimo es el acta de nacimiento de la humanidad. En la antípoda, el individualismo, que es totalmente natural, bestial. “El amor a sí mismo es pura supervivencia, y la supervivencia no necesita mandatos, ya que las otras criaturas vivas (no humanas) se las arreglan perfectamente sin ellos. Amar al prójimo como a uno mismo hace que la supervivencia humana sea distinta a la supervivencia de todas las otras criaturas vivas”.

 

Si uno busca la palabra humanidad en el diccionario de la RAE encontrará, primero, lo que en estricto sentido es un oxímoron: naturaleza humana. Las dos acepciones siguientes —género humano, conjunto de personas— no ofrecen problema ni representan sorpresa alguna; las tres que continúan sí que son esclarecedoras respecto a la relación intrínseca que hay entre el amor al prójimo y la humanidad, y en esa misma medida, respecto al amor al prójimo como ingrediente esencial del humanismo: fragilidad o flaqueza propia del humano; sensibilidad, compasión de las desgracias de otras personas, y benignidad, afabilidad. Subrayo: humanidad significa compasión y benignidad, esto es, benevolencia, buena voluntad hacia la gente.

 

Para la oposición, la mención del amor al prójimo resultó odiosa. Esa misma noche, el columnista Salvador García Soto tuiteó: “Viva el amor al prójimo? Sin duda que viva, pero un precepto religioso no puede ser parte del grito que unifica a todos los mexicanos. ¿Y el estado laico @lopezobrador?” Seguramente el señor no tiene idea del tamaño de la sandez que escribió. El amor al prójimo es, efectivamente, un precepto que impulsan todas religiones, pero en sí mismo no es religioso o bien, según Tolstói, es “la verdadera religión”. Bauman narra: “Cuando un converso… le pidió al sabio talmúdico… que le explicara la enseñanza de Dios en el tiempo que fuera capaz de permanecer parado sobre un solo pie, el sabio replicó que ‘ama a tu prójimo como a ti mismo’ era la única respuesta completa…” El amor al prójimo es un principio tanto del judaísmo (Proverbios 17:17) y del cristianismo (Marcos 12:33) como del islam —“El mejor de los hombres es el que ama a todos… sin excepción”, dice Mahoma—. No sólo es esencial para las religiones abrahámicas, según un estudio de las universidades de Pennsylvania y Michigan, al revisar las más importantes tradiciones filosóficas y religiosas chinas, confucianismo y taoísmo, del sur de Asia, budismo e hinduismo, y de Occidente, filosofía clásica, judaísmo, cristianismo e islam (Katherine Dahlsgaard, Martin Seligman y Christopher Peterson; Shared Virtue: The Convergence of Valued Human Strengths Across Culture and History), resultó que lo que denominaron “humanismo” —en el que englobaron “amor y bondad, y las fortalezas para atender y hacer amistad con los demás”— es una de las seis virtudes requeridas por todas esas tradiciones.

 

 

3

 

El precepto del amor al prójimo es imprescindible en cualquier humanismo. ¿Cualquier humanismo? Sí, porque no hay uno solo: humanismo no es un concepto unívoco.

 

Por ejemplo, humanismo se refiere a las disciplinas humanas: el pensamiento y el arte de la Antigüedad grecolatina, el trívium medieval —gramática, dialéctica y retórica— y luego las llamadas humanidades —en oposición a las ciencias—.

 

El humanismo renacentista surge como bisagra entre la Edad Media y la Moderna. En tanto cosmovisión, primero se opuso al pensamiento religioso y después se diferenció del cientificismo. Frente a la escolástica, fue

 

  • un giro hacia el estudio del lenguaje, más que de la realidad misma
  • la justipreciación de la experiencia, de la literatura y el diálogo
  • la aceptación del carácter histórico, transitorio, del saber, frente a las pretensiones de verdades universales
  • la ponderación de la racionalidad práctica
  • la innovación por encima de los modelos canónicos

 

Y muy importante: un afán por recuperar la capacidad creadora, la libertad y la dignidad humanas. Los renacentistas sostenían que la gente podía hacer historia. Giovanni Pico della Mirandola (1463-1494) logró condensar el humanismo del Renacimiento italiano en su Discurso sobre la dignidad del hombre.

 

El humanismo apela al rescate de la sabiduría tradicional, al poder asertivo de las palabras, a la prudencia y al criterio de verdad efectiva. Desde el siglo XVII, la concepción renacentista sufrió los embates de la racionalidad moderna —Descartes en las ciencias y Hobbes en la teoría política—. Después, durante el Siglo de las Luces y más en el XIX se consolidó el logos científico y la obcecación tecnológica, la fijación métrica, el cálculo capitalista y la tiranía cuantitativa, lo cual depreció el humanismo. 

 

Isaiah Berlin (1909-1997) afirmó alguna vez que el XX había sido “el siglo más terrible de la historia occidental”. No exageraba; no es gratuito el desencanto generalizado después de las II Guerra Mundial. Entonces el humanismo resurgió en movimientos filosóficos como el existencialismo, que defendieron la idea de que no estamos sojuzgados por el destino ni predeterminados por la historia ni sometidos a las leyes del mercado… Por el contrario, Sartre aducía que el hombre está condenado a ser libre.

 

 

4

 

En España, el Renacimiento tuvo dos vertientes, la erasmista y la salamantina. La primera, cercana a los intereses de Carlos V; en cambio, pensadores como Francisco de Vitoria (1483-1546) y Domingo de Soto (1494-1560) criticaron abiertamente la legitimidad de la conquista española del Nuevo Mundo y salieron en defensa de los pueblos originarios. A esta escuela se debe Alonso de la Veracruz (1507-1584), fundador de la Universidad de México y del humanismo iberoamericano, en el cual justo es contar a Bartolomé de Las casas (c. 1480-1566), fray Juan de Zumárraga —primer obispo de México— (1468-1548) y Vasco de Quiroga (1470-1565), quienes argumentaron que la soberanía de los dominios novohispanos en realidad residía en sus pueblos originarios. De ellos deviene la idea primigenia de una nación mexicana y también el humanismo criollo, corriente de pensamiento en la que se gesta la idea de que la Nueva España debería pertenecer a los nacidos de este lado del Atlántico —criollos, indígenas y mestizos—. Remarquemos esto: en el humanismo salamantino se encuentra el origen del patriotismo criollo y, por ende, del nacionalismo mexicano.


En el siglo XVII fueron relevantes humanistas novohispanos como Juan Zapata y Sandoval (1545-1630), autor de Sobre Justicia Distributiva (1609) y Juan de Torquemada (1557-1624), a cuya pluma debemos Monarquía Indiana (1615). Posteriormente se destaca la obra de Carlos Sigüenza y Góngora (1645-1700), quien se esforzó por mostrar la sobrada capacidad de autogobierno de los pueblos prehispánicos, y de la cumbre del humanismo criollo, Sor Juana Inés de la Cruz (1648-1695).

 

Correspondería a los humanistas jesuitas del siglo XVIII, de manera notoria a Francisco Javier Clavigero, apuntalar la noción moderna de México y los mexicanos: exiliado, en 1780 publica Historia Antigua de México. En el texto con que da inicio el primero de tres volúmenes, una presentación dirigida a la Real y Pontificia Universidad de México, el padre Clavigero, criollo veracruzano, establece de lo que se trata su libro y se presenta: “Una historia de México escrita por un mexicano…” Va más allá: critica “el descuido de nuestros antepasados con respecto a la Historia de nuestra patria.” 

 

Vendría una nueva generación de humanistas con la primera oleada insurgente, pero por ahora quede aquí el recuento para recalcar dos cosas. Primera, si bien el humanismo es milenario, el mexicano tiene tanta historia como la concepción germinal del estado Nación que hoy es México. Y segunda, el modelo que sustenta teóricamente al gobierno de la 4T implica, ciertamente, un nuevo renacimiento humanista.

 

martes, 13 de diciembre de 2022

Arqueología de nosotros*

 

Esta ciudad que yo creí mi pasado

es mi porvenir, mi presente…

Jorge Luis Borges, Arrabal.

 

These fragments I have shored against my ruins

T.S. Eliot, The Waste Land and Other Poems.

 

 


¿Qué nos pasa?


¡El mundo era tan otro hace 35 años! En la casa de mi abuela su consola Telefunken funcionaba de maravilla: AM, FM, onda corta y tocadiscos. En diciembre de 1987 en la televisión se anunciaba como “el regalo que todos podemos dar” el nuevo LP de Julio Iglesias, Un hombre solo, que se podía adquirir en disco o en caset. En la radio, entre comerciales de champús y cervezas, pasaban uno de Diez años de historia, “un libro documental objetivo, sin ataduras…”, que uno podía comprar llamando a un teléfono y pidiendo las extensiones 190 ó 191. Semanalmente, Héctor Suárez moralizaba al país entero desde su programa ¿Qué nos pasa?; tenía tanto éxito en el arte de mofarse de nosotros mismos que cerró el año con un especial en el teatro, transmitido también, ¡faltaba más!, por el Canal de las Estrellas:

 

— Un espectáculo para tiempos difíciles. ¿Para qué? Para hablar del mexicano que nos daña, nos ha dañado y seguirá dañando —y apuntando al público con dedo flamígero:—. De ése hay que hablar hasta aniquilarlo…, tanto que pierda esa energía, ese dizque ingenio mal canalizados que sólo utiliza para fastidiar al prójimo, y que cada día hunde más y más a este país, matando sus esperanzas y trayendo las lamentables consecuencias que vivimos a diario: corrupción, endeudamiento y una muy lamentable y vergonzosa devaluación. Y veamos, qué hacemos nosotros mientras.

 

Ahí tienen: la culpa no la tenía el presidente ni el gobierno ni el PRI ni determinados funcionarios ni ciertas políticas públicas ni la caída de los precios del petróleo…, no, la culpa era de El mexicano.

 


 

Bulldog Blues

 

Desde hacía nueve meses —segunda quincena de marzo de 1987— yo trabajaba en el INEGI. Formalmente, tenía que cumplir un horario de ocho y media de la mañana a cuatro y media de la tarde, pero era muy rara la jornada que no tuviera que permanecer en la oficina al menos una hora más. Así que usualmente salía corriendo de Insurgentes 795, en la Nápoles, porque por aquellos días, de lunes a jueves, de seis de la tarde a diez de la noche, debía atender de nuevo algunas clases en CU. Por lo regular llegaba a la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales dispuesto a medio paliar el hambre con un par de hamburguesas de la Güera. Apenas unas semanas antes, el 17 de febrero, el CEU había decidido levantar la huelga que, desde el 29 de enero anterior, mantenía cerradas todas las escuelas de la UNAM. La huelga se había levantado no sólo porque se habían conseguido compromisos por parte de Rectoría, también porque las posibilidades de que se desatara la represión eran reales.

 

En marzo de 1987, apenas habían pasado 18 años de la matanza de Tlatelolco y 15 del Jueves de Corpus. Faltaban seis años para que México formara parte del TLCAN y sólo habían pasado siete meses de que habíamos ingresado al GATT. Seis meses después, en septiembre del 87, Michael Jackson iniciaría en Tokio su Bad World Tour. Patrocinado por Pepsi, el cantante afroamericano visitó quince países, incluido Australia, pero a México, claro, no llegó. En el Distrito Federal no se permitían los conciertos masivos, así que no venía nadie. El concierto multitudinario de rock que en enero había organizado en el CEU en la explanada de la Rectoría fue un desafío a las autoridades, a las universitarias y también a las capitalinas y federales. Entre otros grupos, participaron Arpía y Cecilia Toussaint —Martí Batres, hoy secretario de Gobierno de la Ciudad de México, entonces alumno de la Prepa 7, recuerda que la Toussaint “se convirtió́ en un símbolo del movimiento” (CEU, crónica de una victoria)—. En Bulldog Blues, una de las rolas que más le aplaudíamos, composición del máster Jaime López, primero ironizaba con el pasado: Rastreando a mi cuate / La tira ladró / Cuando era estudiante / Fue aquel apañón / Mi amigo enemigo / De la corrupción / De puro coraje / Ahora es Senador / Y en 68 / Todos saben bien / Sólo hubo Olimpiadas / Recuérdenlo bien… Y versos más adelante advertía sobre lo que se nos avecinaba pronto: Y en 88 / Sexenios después / Saltando a la cancha / Va el PRI otra vez / Se elije y elije / Que aún hay votación / También granaderos / Sólo es precaución

 

 

Rosa salvaje

 

El viernes 3 de julio de 1987, la Corriente Democrática del PRI, organización formada desde agosto del año previo al interior del tricolor, postuló formalmente a Cuauhtémoc Cárdenas como precandidato presidencial de ese partido. El hecho era una aberración política y el movimiento no inmutó al presidente De la Madrid. En junio, en Aguascalientes, Jorge de la Vega Domínguez, presidente del CEN del PRI, declara que ni siquiera van a tomarse la molestia de expulsar del partido a Cárdenas y Muñoz Ledo, porque no les van a dar una importancia que no merecen. Así las cosas, después de una estrambótica pasarela de supuestos precandidatos —la farsarela—, a la que, por supuesto, no se invitó a Cárdenas Solórzano, el 4 de octubre de 1987 habría de escenificarse el ritual del destape, concreción del deseado dedazo: el joven de 39 años Carlos Salinas de Gortari, poderoso secretario de Programación y Presupuesto, fue ungido como el candidato del Revolucionario Institucional a la Presidencia de la República. Diez días después, Cárdenas es nombrado candidato por el PARM, al cual luego se sumarían otras organizaciones y partidos políticos para integrar el Frente Democrático Nacional. Por parte de la derecha, el PAN nominó en noviembre al culichi Manuel de Jesús Clouthier del Rincón, alias Maquío, para quedar así dispuesta la primera contienda presidencial realmente competida del México post revolucionario.

 

El lunes 6 de julio de 1987, justo un año antes de los comicios, en punto de las nueve y media de la noche, el canal 2 había transmitido el capítulo inicial de Rosa Salvaje, la telenovela que vendría a atraer la atención del gran público luego de que, el mes previo, había finalizado la popular Cuna de Lobos. En la escena inaugural de la producción —que se prologaría a lo largo de 198 episodios, hasta abril del siguiente año—, se muestra en un paneo la desigualdad socioeconómica del país: de las grandes casonas de los adinerados la cámara pasa a un grupo de casuchas con techos de lámina de asbesto. Basura, llantas, palos, cubetas de pintura hechas macetas… De fondo, el tráfico vehicular, claxonazos, ladridos, el ruido de la ciudad… La pobreza urbana romantizada. En el llano, mugrosa, de rodillas, Rosa (Verónica Castro), pantalón de mezclilla, sudadera azul y gorra, tenis blancos, juega canicas con un chamaco gordinflón. Ella tira y poncha a su contrincante.

— ¡Ratera!

 

— ¿A quién le dijiste ratera, hijo? —y comienzan los trancazos y jaloneos con los que Rosa haría honor a su apodo… 

 

En la siguiente escena, la teleaudiencia conocería a la antagonista de la comedia: a bordo de un lujoso auto conducido por un chofer uniformado llegan a su mansión las hermanas Linares, Dulcinea (Laura Zapata) y Cándida (Liliana Abud). Gracias al típico dialogo informativo, nos enteramos de que las señoritas Linares quieren que su hermanastro Ricardo (Guillermo Capetillo) se case con Leonela (Edith González):

 

— Pero cuándo aprenderá que la mujer que le conviene es Leonela Villarreal, guapa, culta, educada, con muchísimo dinero… —dice la villana.

 

¡Polarización en horario estelar!, y nadie se quejaba…



 

 

MCMLXXXVIII

 

Ningún año del siglo XX tuvo tantas letras: MCMLXXXVIII. Desde enero, de capa roja, Salma Hayek aparecía en las pantallas chicas anunciando una cadena de restaurantes: conduciendo un auto descapotable, acompañada de una abuela y un tipo bien trajeado disfrazado de lobo, llega al establecimiento de hamburguesas; afuera, bailando, un trío de chicas los recibe… Después del comercial de Burguer Boy, un spot del gobierno:

 

— Salud es vida —se ve una familia mirando al Sol—. Tener salud está en nuestras manos. Por la salud hay que cuidar nuestra casa y a nosotros mismos, evitar humedad y fugas de agua, mantener a los animales en lugares adecuados, aprovechar nuestro tiempo libre, practicar un deporte, disfrutar y conocer nuestra cultura —un grupo camina ya por el Templo Mayor—. Juntos podemos fomentar la salud. Lo que es salud para ti es bienestar para los tuyos zoom out a una panorámica con un montón de gente; no veo a nadie con sobrepeso—. Por la salud, manos a la obra —y firmaban los logos de SEDUE, IMSS y el Congreso del Trabajo.

 

Hace 35 la alimentación no era un problema de salud pública.

 

Bisiesto, 1988 comenzó un viernes. Margaret Hilda Roberts —usando el apellido de su marido, el empresario Denis Thatcher— dirigía los destinos del Reino Unido y el actor Ronald Regan despachaba en la Casa Blanca. En el incipiente mercado global de la música señoreaba Faith, de George Michael. En la URSS, que aún existía, el 1º de enero inició formalmente la perestroika. Aquí en México las cosas seguían color de hormiga. Tres días después, el lunes 4 de enero, fueron publicadas en el Diario Oficial de la Federación varias disposiciones para recortar más el gasto público; en los considerandos, el presidente De la Madrid se justificaba: “se han producido fenómenos inflacionarios y especulativos que han acentuado la escasez de recursos para apoyar el desarrollo nacional, y evitado el logro de los propósitos de disminución del déficit público”. 1987 había cerrado con una inflación anual media de 129% y el Índice Nacional de Precios al Consumidor había alcanzado una tasa anual de 159% respecto a diciembre de 1986. Desde los primeros meses de 88, el Instituto Nacional del Consumidor divulgaba en la televisión los precios oficiales de algunos artículos de la canasta básica: $665 el kilo de harina de maíz, $775 el kilo de harina de trigo, $1,145 el kilo de arroz… Entre las medidas del nuevo Acuerdo de Austeridad, se decretaba la eliminación de un montón de puestos de trabajo. El recorte, afortunadamente, no habría de llegar a la oficina del INEGI en la cual yo me encontraba trabajando desde unos meses antes.

 

En enero de 1988, la Presidencia del INEGI se encontraba todavía a cargo de Rogelio Montemayor Seguy, y la Dirección General de Estadística de Humberto Molina Medina. Los dos son economistas, el primero graduado en el ITSM, el segundo en el ITAM, y ambos doctores en Economía egresados de universidades norteamericanas: Pensilvania y Chicago, respectivamente. En marzo Montemayor se fue de campaña —sería, junto con Roque Villanueva y Enrique Martínez y Martínez, uno de los siete diputados de mayoría relativa electos por el estado de Coahuila, todos del PRI, que integrarían la LIV Legislatura—, y fue sustituido por Molina Medina, quien así se convertiría en el tercer presidente del Instituto, el más efímero hasta ahora, por cierto —se mantuvo en el cargo de marzo a noviembre de 1988—. Quien había fungido como primer presidente del INEGI, Pedro Aspe Armella —economista también del ITAM e igualmente doctor en Economía, en su caso por el Instituto Tecnológico de Massachusetts—, se hallaba al frente de la Secretaría de Programación y Presupuesto, puesto al que había llegado unos meses atrás en relevo de Salinas de Gortari.

 

Durante todo su sexenio, Miguel de la Madrid Hurtado tuvo como director general de Comunicación Social a Manuel Alonso Muñoz. Desde los primeros meses de 1988, es decir, en la antesala de las elecciones federales de julio, en la televisión el gobierno transmitía un curioso spot. Uniformado para ir a la escuela, un niño de unos nueve años entra al baño. Su madre lo alcanza y frente al espejo lo ayuda a peinarse. Siguiente escena: el mismo infante, ya peinado, está desayunando en la cocina. Se amarra los zapatos, se pone el suéter, sale de casa con una pelota en la mano, su madre lo alcanza con la mochila, una mochila de baqueta. Afuera lo esperan otros niños y se van juntos, pateando la pelota… La voz en off advierte:

— Valorar lo que hoy disfrutamos es entender lo que necesitamos conservar para mañana —los tres niños entran a la escuela—. Ellos también merecen crecer con libertad.

 

Firmaba, claro, “Gobierno de la República”.

 

 

* INEGI: casi 40 años (IX)

miércoles, 30 de noviembre de 2022

Arqueología de uno mismo*

 

Considere la más dilatada definición de arqueología; a saber: ciencia que estudia, describe e interpreta una sociedad pasada. Y apostillo: una sociedad pasada aquí significa que ya pasó. Ahora, por favor piénselo, y desde este mirador seguramente coincidirá usted conmigo en que una de las inauditas exigencias que nos depara la vida contemporánea es la de, a la hora de querer comprender medianamente la propia biografía, verse obligado a hacer arqueología de uno mismo. En unos cuantos años, realmente no demasiados, nos volvemos viajeros del tiempo, turistas procedentes de otra era: hoy no es necesario disponer de un DMC DeLorean 1981 adaptado como máquina del tiempo para ser un Marty McFly, basta alcanzar la cuarentena. Todas las personas que nacimos antes de los primeros años de la década de los ochenta del siglo pasado venimos de otro mundo. A lo insólito de dicha condición hay que agregar que muy pocos tienen la fortuna de poder darse cuenta de que la están viviendo. Y no por una cuestión de inteligencia, ni mucho menos, sino de circunstancia: la velocidad del cambio no sólo muta la realidad rotundamente, sino que confina a un puñado de instantes las posibilidades de apunte y recuerdo. Apenas si tenemos ocasión para adaptarnos a lo que es, a lo que está siendo, a lo que viene, así que casi nadie se da oportunidad de registrar lo que va ocurriendo, de guardar testimonios del pasado reciente que pronto se esfuma, de acordarse de qué diferente era todo hace tan poco tiempo.

 

No encarezco el cambio: ya no somos los que éramos, ya no actuamos como actuábamos hace 35 años. Ahora que hay coyuntura de evocar y compartir recuerdos con viejas amistades, debo concluir que los usos y costumbres que en 1987 teníamos en justicia deben ser calificados como arcaicos. Incluso en el INEGI, un organismo que, si bien contaba ya con una tradición centenaria, tenía menos de cinco años de haber sido creado y concretaba varios de los ideales de las nuevas formas de trabajo burocrático que, desde la Secretaría de Programación y Presupuesto, impulsaba en el gobierno federal una joven generación de políticos y funcionarios públicos, la hoy llamada tecnocracia; incluso ahí, en las oficinas de la Coordinación General del Censo de Población y Vivienda de la Dirección General de Estadística del Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática nuestros modos de trabajo resultan hoy a todas luces arcaicos. En 1987, en el cuarto piso de Insurgentes Sur 795 nadie tenía una computadora personal en su escritorio, todos usábamos reloj de pulsera y más de la mitad de los que ahí laborábamos fumábamos todo el santo día como chacuacos, y por supuesto, lo hacíamos adentro. Que alguien dijera “voy a salir a echarme un cigarrito” era impensable o ridículo o un pésimo pretexto para cubrir vaya usted a saber qué vergonzantes menesteres. Los jefes fumaban MarlboroViceroyKent…, y entre la tropa circulaban los Fiesta, los Baronet, los Montana… Yo, mucho más raspa, casi siempre traía Del prado… Nadie tampoco salía nunca por un café; no sólo porque no había ni Starbucks ni Oxxos, también porque a ningún local entraba la gente a pedir un café para llevar. Que los locales tuvieran vasos desechables era una extravagancia. Uno no iba por un café, en dado caso uno iba a tomarse un café, lo cual naturalmente significaba sentarse, por ejemplo, en el Vips que estaba a dos cuadras, en Alabama e Insurgentes, a dejar pasar el rato platicando, sin celular en mano, con otra persona de carne y hueso. Un café y una orden de molletes daban para quedarse ahí media tarde, porque, claro, después de los molletes seguía el desfile de cigarros. En la oficina, los que no teníamos secretaria no sólo nos servíamos sino que además teníamos que prepararnos el café. Eran rarísimas las cafeteras automáticas, más bien había mesitas en las que estaban las teteras eléctricas de las que uno podía tomar el agua para prepararse un café soluble tras otro. Sobre los escritorios, además de ceniceros, abundaban los cascos de refrescos. No se vendían botellitas de agua y los ideáticos que preferían tomarla se paraban a servirse en los lavamanos.

 

Para integrar un informe metodológico que en su momento nadie se había preocupado en escribir, entre mis primeras encomiendas en el INEGI se hallaba entrevistar al señor Chavira, quien había participado en la planeación del censo de 1980. A lo largo de la jornada, el hombre, una especie de reliquia institucional, varias veces se preparaba un brebaje con dos bolsitas de té negro, tres cucharadas de café Oro y dos de azúcar. 

 

En mi caso, como en el de otros colegas que igual tenían por chamba elaborar documentos, la dinámica de trabajo consistía en consultar información en otros documentos y publicaciones, y escribir a mano lo que algunas veces luego habría de revisar otro técnico para que, después, anotado y corregido, el texto —a veces garabateado en hojas sueltas, a veces en un cuaderno— pasara a manos de alguna de las secretarias. La legibilidad caligráfica era una habilidad harto valorada entre ellas, quienes, con más o menos dificultades en la lectura de nuestro manuscrito, procedían a pasarlo a máquina.


Dicha alquimia consistía en que la compañera —no había secretarios— tecleara el documento en una máquina de escribir eléctrica, así que en el ambiente de la oficina siempre imperaba la barahúnda de las esferas de las máquinas girando incansables y golpeteando las hojas de papel. Pasado a máquina, el documento regresaba a nuestra cancha y había que revisarlo —la buena ortografía de las secretarias valía oro—, cuidando de señalar con lápiz aquello que podría ser remendado sin necesidad de teclear de nuevo toda la hoja o, en el peor de los casos, tachando y agregando los faltantes ahí mismo o en otras hojas —los post it fueron inventados en 1968, pero no recuerdo que entonces los usara nadie—. Que se tuviera que corregir una hoja —agregar o quitar un acento, una coma, cambiar una letra, en fin—, era lo de menos, lo malo era —y casi siempre era así— cuando de plano había que convertir el documento mecanografiado en un legajo más de trabajo y teclear de nuevo todo. Por supuesto, todo esto implicaba que aquellas oficinas rebosaran de papel, montañas de papeles sobre los escritorios y mesas, en archiveros, cajones, gavetas, credenzas…

 

¿Ven? Arqueología pura…, y falta…


 

* INEGI: casi 40 años (VIII)

jueves, 24 de noviembre de 2022

Insurgentes Sur 795*

 

A Manolo del Castillo Negrete Serredi,

por el pitazo.

 


En 1987 yo tenía un carrazo: un Barracuda 1968, rojo, impecable y ronroneante. Eso sí, casi nunca tenía dinero para ponerle las ciclópeas cantidades de gasolina que consumía el desgraciado. Así que me movía más en metro y trolebús, a pie y en bicicleta. Mis trayectos normalmente iban y venían entre la entrañable colonia Justo Sierra —localizada a unas cuadras del límite entre las delegaciones Benito Juárez e Iztapalapa, flanqueada al norte por los campos deportivos de Tetepilco, al este por la Sinatel, al sur por la Prados Churubusco y al oeste por la Banjidal—, el centro de Coyoacán —por nada me permitía faltar al taller de cuento que Rafa Ramírez Heredia, implacable y generoso, impartía semana a semana en la casa de la cultura Jesús Reyes Heroles, en la plaza de La Conchita—, la Cineteca Nacional, CU —para entonces la FCPyS ya no se hallaba en las peceras, entre Economía y Odontología, sino en sus nuevas instalaciones, más cerca del metro Universidad que de la estación Copilco— y Culhuacán, muy cerca del metro Tasqueña.

 

En febrero renuncié al Poli, dejé de ser profesor de redacción en la vocacional 5, Culhuacán. Desde marzo mi lugar de trabajo pasó a la colonia Nápoles: Insurgentes Sur 795, justo en la equina con Georgia, en un edificio que ahora ocupa la Procuraduría Fiscal de la Federación. Ahí, frente a un negocio —me parece que en aquellos ayeres no se les decían antros— de infaustas memorias que atinadamente se llamaba Los Infiernos, se encontraban las oficinas principales del Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI).


 

Entré a trabajar al INEGI gracias a la combinación de un montón de factores, entre los cuales debe destacarse una cena en la que se sirvieron enchiladas potosinas, y a la cual no fui invitado. Tampoco lo fue mi amigo Manuel del Castillo Negrete Serredi, pero a inicios del 87 él transitaba por un tórrido noviazgo con una fémina, llamémosla Ailil, muy amiga de una hermana de quien ofrecía aquel convite, la socióloga Alma Rosa Jiménez. Así que la fortuna metió mano para que aquella noche Manolo conversara un rato con la anfitriona. Ella supo que él estaba cursando los últimos semestres de la licenciatura y que pronto podrían darse trato de colegas. Alma Rosa le dijo que el INEGI estaba contratando sociólogos para embarnecer el equipo que se encontraba planeando el próximo censo de población. Manolo y yo disfrutábamos juntos el Seminario de Sociología de la Cultura que, agudo a rabiar, impartía Julián Meza —tres días a la semana, comenzaba a las seis de la tarde y podía terminar decentemente a las diez de la noche en un aula de la facultad o a gritos en la madrugada del día siguiente en el departamento de las Águilas del académico y escritor o en alguna cantina—. Una tarde Manolo me pasó el pitazo. La noticia resultó para mí un shock: ¿¡alguien en este país contrataba sociólogos!? Él ha de haber entrado en febrero. 

 

El proceso de selección no fue fácil. Recuerdo que todo aquel viacrucis era organizado meticulosamente por Luis Reza Maqueo, y comprendía un arduo examen de conocimientos e intrincadas pruebas psicológicas… Resultó que sabía al menos lo suficiente y que no estaba tan deschavetado como para que no me contrataran. Me ofrecieron un nivel 14, Analista, y rechacé la oferta. Ya me iba cuando me dijeron que la coordinadora quería hablar conmigo. Ese día conocí a la socióloga Paz López Barajas, la jefa más inteligente que he tenido. Por supuesto, no había pedido que subiera a su oficina para tratar de convencerme, sino para amonestarme: ¿cómo era posible que fuera tan inconsciente para no aceptar una oportunidad de trabajo en la benemérita Dirección General de Estadística, si ni siquiera había terminado la carrera? Mi respuesta no fue muy elaborada, pero sí rotunda:

 

— Pues es que gano más ahorita.

 

— ¿Dando una o dos clases en una prepa?

 

— No, bueno, es que también hago corrección de estilo.

 

Ahí, creo, sin darme cuenta, se decidió mi futuro profesional. Paz me dio un oficio y unas cuantas páginas mecanografiadas de un documento: — A ver, corrígelo.

 

Terminado el encargo, me ofreció un nivel 18, Técnico Especializado, y comencé a laborar en el INEGI en marzo de 1987. 

 

Entonces Miguel de la Madrid despachaba en Los Pinos, Salinas de Gortari era el secretario de Programación y Presupuesto —sería destapado siete meses después como candidato del PRI a la Presidencia de la República—, Rogelio Montemayor presidía el INEGI y Humberto Molina Medina era el director General de Estadística —un mes antes había reemplazado en el cargo a Edmundo Berumen Torres—. El XI Censo de Población y Vivienda habría de levantarse justo tres años después y su planeación se realizaba en el cuarto piso de Insurgentes 795. Me tocó pasar por todos los exámenes y pruebas en un grupo en el que también estaba mi amigo Helio Pareja —hoy, experimentado Coordinador Estatal del Instituto en Querétaro—; él se incorporó al departamento de Capacitación, encabezado por Carolina Lugo, y yo al de Operaciones de Campo, a cargo de Alma Rosa Jiménez. Atilia Ramírez estaba al frente del departamento de Comunicación, en el que trabajaban Elizabeth Cabanillas y Elizabeth Pontones. Eduardo Ríos era el jefe de departamento de Tratamiento de la Información y Marcela Eternod comandaba al equipo pesado de Diseño Conceptual —Elizabeth Gutiérrez, Eunice Bañuelos y Luis Rubén Rodríguez, el Chocho—.  Han pasado prácticamente 36 años de aquello y describir cómo trabajábamos entonces es casi un esfuerzo arqueológico. Queda para la próxima semana…


* INEGI: casi 40 años (VII)