lunes, 3 de julio de 2023

Coincidencias

 

19:00

 


Entramos a la Gare du Nord de París a las siete en punto. Abarrotado, el enorme recinto alojaba una profusa floresta de seres humanos: un gentiario —permítanme el vocablo— en el que la diversidad genética se desplegaba en una plétora de rasgos, colores, complexiones, alzadas… Simultáneamente, indumentarias, gadgets, modas, marcas… —la dichosa globalidad cultural—, aparentemente, sólo en apariencia, homogeneizaban la multiplicidad de trazas… Babélica, la vocinglería en francés se embarullaba con árabe, inglés, español, turco, italiano, alemán, holandés, ruso…

 

— Bien, puntuales –celebré.

 

— Ajá –me respondió Inés–…, media hora antes.

 

— Bueno, muy puntuales.

 

— Demasiado…, y no se puede ser demasiado puntual.

 

En nuestros e-Ticket se precisaba el número de tren, el 9381; la hora de salida, 19:25; la clase, segunda; el coche, el 16, y los números de asiento.

 

— Escucha, lo que dice aquí: For safety reasons and to ensure the timely departure of trains, travelers must be on the platform and ready to board their train no later than two minutes before the scheduled departure time. Dos minutos.

 

— Bueno, mejor andar holgados.

 

Localizamos una pantalla que mostraba la marabunta de convoyes que estaba por salir. Apareció el nuestro: el 9381 de Thayls con destino en Ámsterdam.

 

— Uy, retrasado.

 

— No dice cuánto tiempo –dije y justo coincidió con que, desde las bocinas de la estación advirtieron que nuestro tren saldría cuando menos 30 minutos tarde.

 

— Vamos a llegar a medianoche. A ver si todavía hay camiones.

 

 

Coincidencia astronómica

 

Cualquiera sabe que el Sol es mucho más grande que la Luna, pero qué tanto. La proporción es igual a la que existe entre un balón y el largo de una cancha promedio de futbol (24 centímetros de diámetro y 96 metros, respectivamente). ¿Por qué entonces, desde aquí y a simple vista, los vemos más o menos del mismo tamaño? Claro, la respuesta está en las distancias…, más precisamente, en las proporciones entre ambos tamaños y entre ambas distancias.

 

La distancia media desde la Tierra hasta el Sol es de casi 150 millones de kilómetros. La Luna está mucho más cerca, a 384.4 mil kilómetros. El caso es que la proporción que existe entre ambas distancias, 390 a 1, es muy próxima a la que hay entre los diámetros de ambos cuerpos celestes, 400 a 1. Gracias a esta coincidencia astronómica es que en la Tierra podemos observar eclipses totales de Sol.

 

 

23:23

 

Además del retraso inicial —partimos de París a las ocho de la noche—, por un accidente entre Bruselas y Amberes, el tren tuvo que aminorar su marcha. Así que apenas habíamos salido de Rotterdam cuando eran casi a las once y media.

 

— Ya le avisé a la del Airbnb que llegaremos a medianoche.

 

— ¿Y qué dijo?

 

Inés me muestra su teléfono y leo: que lamentaba el retraso del tren pero ella ya se iba a dormir, que si ya no encontrábamos autobuses pidiéramos un Uber para que al menos nos acercara, y que nos dejaría la llave bajo el tapete de la entrada.

 

— ¿Cómo que al menos nos acerque?

 

— Recuerda –me recuerda Inés-: la cabaña está a la orilla de un embarcadero.

 


Good night. You're going to Amsterdam, right? –bien trajeado, amable, un empleado de Thayls se acerca a preguntarnos. Le respondo que sí. Nos pregunta si tenemos auto o si pasará alguien por nosotros a la estación.

 

No. We will take a bus.

 

Corrobora entonces que cuando lleguemos probablemente ya no habrá camiones operando: — What area of Amsterdam are you going to?

 

Inés le muestra el domicilio del Airbnb: Veenderijgouw 27, Broek in Waterland, Noord-Holland 1151, Netherlands. El hombre dictamina que nuestro destino está fuera de Ámsterdam, aunque también al norte, como la estación central… Llegar nos tomará al menos una hora, estima.

 

Anyway, bus or Uber, it seems to me that you'll have to walk some distance.

 

Caminar cierta distancia…, a medianoche y con maletas. El señor nos informa que, dado el retraso, si tenemos que pedir un Uber, su compañía resarciría el importe, y sigue atendiendo al resto de los pasajeros.

 

 

Eclipse

 

Cierta ocasión en Anatolia, cuenta Heródoto (c. 484 – 425 a. C.), las fuerzas del fiero Ciáxares se hallaban en la batalla más atroz de la invasión a Lidia, cuando “de improviso el día se tornó en noche”. El prodigio aterró a medos y lidios, así que decidieron acordar la paz (Historia; I, 74).

 

También por Heródoto sabemos que Tales de Mileto (c. 624 – 546 a. C.), “había predicho esta pérdida de luz diurna, fijándola dentro del año en el que efectivamente ocurrió.” La ciencia confirma que el 28 de mayo de 585 a. C. aconteció un eclipse solar total; sin embargo, una constelación de astrónomos contemporáneos ha debatido durante décadas si Tales pudo o no haber predicho el fenómeno, toda vez que no hay evidencia de que los helenos tuvieran los conocimientos suficientes para hacerlo —no conocían los llamados ciclos de saros—. Algunos piensan que Heródoto se refería a un eclipse lunar, que debió haber resultado también impresionante. En dado caso, la batalla habría sucedido el 4 de julio de 587 a. C. También, por supuesto, pudo ser que la predicción errónea de Tales —errónea porque no tenía elementos para haberla realizado correctamente—, haya coincidido con el hecho: coincidido por pura coincidencia.

 

 

00:02


El convoy hizo alto total. Los pasajeros ya estábamos de pie, equipaje en mano. Primera vez que estábamos en Ámsterdam. Bajamos del vagón y lo primero fue seguir a la mayoría, pero tan pronto del andén ingresamos a la estación la gente comenzó a dispersarse. Toda la señalética estaba en holandés. Siguiendo al grupo más nutrido llegamos a unos torniquetes. Para continuar, ¿salir?, las personas presentaban sus celulares a los aparatos.

 

— ¿Serán los boletos de los camiones?

 

— ¿Dónde los compararían? No vi que pasáramos por ninguna taquilla.

 

Desandamos nuestros pasos en busca de otra salida, de una taquilla, de orientación, pero en un santiamén todo estaba desierto, todo cerrado, ni un alma y ningún letrero nos hacía el menor sentido… Justo en ese instante de atasco, de falta de decisión sobre qué hacer, apareció atrás de una escalera, solo y a paso veloz, el empleado de Thayls que hacía un rato nos había explicado en el tren que podíamos pedir una devolución en caso de que tomáramos un Uber. Casi corrí hacia él.

 

 

Coincidencia cósmica

 

El Sol es 400 veces más grande que la Luna, y se localiza casi 400 veces más lejos de la Tierra que aquella. Gracias a esa coincidencia, decíamos, podemos ver eclipses totales de Sol. Gracias a esas proporciones espaciales, y además gracias a otra coincidencia temporal: nos tocó el período durante el cual tal combinación de relaciones ocurre. Ni siempre ha sido así ni siempre será así, porque ni las dimensiones de los tres cuerpos ni las distancias entre ellos se mantienen fijas.

 

Hace unos 4,650 millones de años se formó la estrella enana amarilla que llamamos Sol; cien millones de años después, la Tierra, y tuvieron que pasar otros 50 millones de años para que apareciera la Luna. En este amplio espectro de tiempo, únicamente a lo largo de 100 millones de años se dan las circunstancias para que, desde nuestro planeta, se pueda observar que el disco lunar oculte casi a medida al Sol. Si el tiempo que han coexistido el Sol, la Tierra y la Luna lo dimensionamos como las últimas 24 horas, el lapso durante el cual pueden apreciarse eclipses solares totales comenzó hace apenas 16 minutos y durará otros tantos.

 

Para no repetir, en lugar de “coincidencia astronómica”, titulo este apartado “coincidencia cósmica”. Pero nada más termino de teclear, me trabuco. En principio, cosmos es lo opuesto a caos, y el caos se refiere, precisamente, al estado amorfo e indefinido que se supone anterior a la ordenación del cosmos. Caos es desorden, desbarajuste, desconcierto, y cosmos es orden, armonía, concierto. Entonces, ¿puede haber coincidencias cósmicas? La frase es tautológica: en el cosmos, todo coincide con todo, necesariamente.

 

 

00:04

 

Que sí, para salir de la estación había que pasar por los torniquetes. Preguntamos al amigo de Thayls en dónde debíamos comprar los boletos de autobús o de lo que fueran para pasar por ahí. Tardó un poco en entender nuestra confusión, que le causó cierta gracia: lo que teníamos que presentar eran los pasajes del tren, con los que habíamos viajado de París a Ámsterdam.

    But you are right, I don't think that is mentioned anywhere.

Una vez franqueados los torniquetes, explicó, había que subir a los paraderos de los autobuses, que ahí veríamos unas escaleras, some stairs… Pero no había unas escaleras, sino varias, cinco, seis, hacia distintas direcciones. Y otra vez: nadie en el sitio, todo en holandés y los minutos corriendo…

 

— Pues subamos por cualquiera, con suerte le atinamos.

 

Optamos por las primeras a la izquierda, y justo por ahí venía bajando una jovencita, la única persona a la vista en medio de aquello que para nosotros ya era un laberinto de ratones.

 

Good night. Speak English?

 

Hablaba, y preguntó si podía ayudarnos. Le expliqué que necesitábamos tomar un autobús hacia Broek in Waterland: — Is it this way?

 

No, no era: — Follow me –bajamos de nuevo las escaleras y nos encaminó hacia otras, en el otro extremo:– You have to take the bus 24, Edam-Hoorn. Good luck!

 

 

Coincidencia sísmica

 

Septiembre 7, 2017; 23:49 con 18 segundos. 58 kilómetros bajo tierra, en un sitio localizado 133 kilómetros al suroeste de Pijijiapan, Chiapas, surgió una fuerza telúrica que de inmediato se propagó… Minutos después llegó a la Ciudad de México. Gracias a la alerta sísmica, mucha gente, entre atemorizada y escéptica, la mayoría empijamada, la esperábamos en la calle. Unos ni despertaron o siguieron en lo suyo, algunos concentrados en algo importante o absortos en la tele o en un libro o en un cuerpo ajeno… Pero una buena parte de los habitantes de la Cuenca de México, más de veinte millones, vivimos algo más que un sustito. A muchos, el sismo —8.2 grados y tres eternos minutos con prolongadísimos 40 segundos— nos hizo recordar el 19 de septiembre de 1985…

 

— ¡Chale!, otra vez septiemble.

 

Doce días después, otro evento haría que este se volviera una nimiedad.

 

El terremoto del 19 de septiembre de 2017 me agarró comiendo tlacoyos en un tianguis. A las 13:14 el banquito de plástico en el que estaba sentado pegó un brinco… La fuerza del primer fustazo provocó un instante de silencio y una quietud contrastante: ¡encantados! Miradas fijas en el limitadísimo horizonte urbano, alientos contenidos, Jesúses en la boca… ¿Está temblando? ¿Hoy? ¡No, no puede ser!

 

— ¡Síestátemblando!

 

Desde entonces, cada 19 de septiembre tememos otro, lo cual es totalmente irracional… Pues cinco años después, justo el 19 de septiembre de 2022, a las 13:05 ocurrió un sismo. El epicentro fue en las costas michoacanas. Se sintió horrible en la Ciudad de México, no tanto por sus 7.7 grados, sino porque dejo la sensación de que alguien o algo estaba jugando con nosotros.

 

 

00:06

 

Salimos a una noche fría. Tres muchachos aguardaban ahí. Ningún autobús. Junto al carril, en una pantalla se indicaba que en unos minutos saldrían el 314 y el 116…, del 14, nada. Seguíamos mirando el monitor, sin decir nada…

 

Do you need help? –una voz queda a nuestras espaldas. Volteamos para hallarnos con una viejita– Where are you going? -muy delgada, bajita, vestida con un pantalón y una chamarra, llevaba nada más una maleta de rueditas. Nos sonreía.

 

— To Broek in Waterland.

 

— Oh, me too! –respondió alegre. Quizá tenía unos ochenta años.

 

¿También? ¡Qué extraño! Le dije que tendríamos que pedir un Uber, porque al parecer ya no saldría ningún 14…

 

— No, we can take the 314. I’ll show you.

 

— Are you sure?

 

Feliz contestó que sí, que estaba segura, que ella vivía allí y que el 314 nos llevaría a Broek in Waterland. Luego quiso saber si alguien pasaría a recogernos a la parada. Le contestamos que no, que caminaríamos desde ahí…

 

—The address, let me see –pidió, y después de leer el domicilio al que teníamos que llegar concluyó tajante: se van a perder:– But don´t worry. I’ll show you.

 

Inés le dio las gracias y le preguntó su nombre. Christine, así se llamaba.

 

 

Pensamiento mágico

 

“La coincidencia, o más bien, la experiencia de la coincidencia, desencadena pensamientos mágicos profundamente arraigados”, afirma el neuropsicólogo inglés Paul Broks (“Are coincidences real?”, Aeon, June 2023). A mí me parece que lo que realmente nos trastorna, más que las coincidencias en sí mismas, es no saber por qué ocurren…, mejor: lo que nos desconcierta es pensar que necesariamente suceden por alguna razón y no conocerla, mucho menos entenderla. Para aliviar esa confusión, el pensamiento mágico entra al quite.

 

 

00:12

 

Abordamos el 314. Christine subió primero, presentó su identificación de adulto mayor y no tuvo que pagar. Unos minutos antes nos había dicho que no sabía si nosotros podíamos pagar los boletos a bordo. Cuando subimos, el conductor nos dijo algo en holandés, saqué un billete de 20 euros y él lo rechazó. Christine intervino y el operador, con una sonrisa enorme, ahora en inglés, nos dijo que pasáramos. Tampoco pagamos nada.

 

El autobús venía casi vacío. Ya sentados, Christine nos contó que venía de vuelta de Francia, que allá vivía su único hijo y había estado con él algunos meses. Era una coincidencia enorme que hoy precisamente hubiera regresado a casa.

 

Unos cuarenta minutos después, Christine se levantó, y tecleó algo en una pantalla. Adelante, el autobús se detuvo en medio de la nada. Ella dijo que ahí era.

 

 

Apofenia

 

 

En 1959, el neurólogo y psiquiatra alemán Klaus Conrad (1905–1961) acuñó la palabra apofenia, para mentar la percepción espontánea de conexiones y significados de fenómenos no relacionados entre sí. La cuestión va más allá: el científico alemán sostiene que durante las primeras etapas de la esquizofrenia se experimentan episodios de apofenia.

 

 

00:58

 

Caminamos más de 20 minutos en la oscuridad. Cruzamos un par de canales a través de sendos puentes de madera. Molestos, supongo, algunos gansos nos graznaron. Jamás vimos a nadie en la calle, solamente hermosas casas con las luces apagadas. Varias veces le pedí a Christine que ella se encaminara a su casa, que con el Google maps podríamos hallar la forma de llegar. Ella replicaba que nos íbamos a perder, que prefería acompañarnos. Tenía razón, sin su guía, seguramente nos hubiéramos extraviado. Un par de calles antes de llegar al embarcadero aceptó, nos deseó buenas noches, se dio la media vuelta y se perdió en la noche.

 

 

Coda

 

¿Las coincidencias tienen un significado? Una cosa es preguntarse la causa de los sucesos y otra muy distinta es preguntarse qué significan, y muchas ocasiones confundirlo enciende el pensamiento mágico de las personas. Porque, piénselo, queriendo hacerlo, le podemos endilgar un significado a todo.

 

Después de un par de días de estancia, desocupamos el Airbnb en Broek in Waterland. Cuando nos despedimos de la dueña del lugar, le conté la forma cómo habíamos llegado y le pregunté si conocía a Christine, para pedirle que le agradeciera su ayuda. Para tramar un cuento, podría narrar que la señora se puso lívida y que, balbuceando, nos dijo que Christine era una vecina del lugar que había fallecido hacía más de diez años. Pero no fue así: nos contestó que conocía a Christine, que era una dama encantadora y que sí, efectivamente, habíamos tenido mucha suerte en haber coincidido con ella.

 



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