martes, 5 de marzo de 2024

La bomba P que se cebó

  

 

Al ingeniero químico Daniel Castaño

y al filatelista Raúl Sánchez Basurto.

 

I

Hace unos días me topé con una nota muy curiosa. Elías Rescala, diputado local mexiquense, consideró oportuno meter su cuchara en el problema hídrico que enfrenta la Zona Metropolitana del Valle de México: ante la escasez, se pronunció por reconsiderar el convenio de distribución de agua proveniente del Sistema Cutzamala entre el Estado de México y la Ciudad de México (Plana mayor, 20/II/2024). La tentativa de politizar el asunto de los recursos hídricos que comparten la capital del país y el Edomex no es nueva.  De cada diez litros de agua que se consumen en la CDMX, poco menos de tres se deben al Cutzamala; de cada diez litros que distribuye el Sistema, cuatro se quedan en territorio mexiquense y seis llegan a la Ciudad de México. Tampoco fue que el político priísta haya propuesto algo concreto. La nota me llamó la atención porque el abogado Rescala intentó justificar su postura echando mano de una idea trasnochada y prácticamente en desuso. Sin corregir la desaliñada redacción de la nota, cito:

El legislador mexiquense pidió reconsiderar como autoridades un tema muy importante que es la explosión demográfica… Cada día, es cierto que también hay falta de agua, pero también cada día somos más personas las que requerimos agua y si nosotros no ponemos un freno al crecimiento de nuestro estado, cada día vamos a padecer y se va a hacer un estado inviable y una CDMX también inviable…

Causa extrañeza la tesis porque desde hace mucho la explosión demográfica ya no espanta a nadie. Los pavores apocalípticos actuales se han desplazado, y van desde la inminencia de una pandemia provocada por algún virus letal diseñado en algún laboratorio financiado por un multimillonario desquiciado o un grupo de fanáticos religiosos, hasta eventos que no sólo son perfectamente posibles sino altamente probables como el estallido de una conflagración mundial en la que más temprano que tarde alguna de las potencias involucradas se decida a apretar el botón que dispare la primera arma atómica… Vivimos en un mundo bien aprovisionado de hecatombes bastante factibles. No es necesario pensar en invasiones extraterrestres, temer cambios drásticos de la gravitación terrestre o imaginarse que nos injertaron microchips en las vacunas masivas para convertirnos en zombis… El cambio climático no es ya un escenario a futuro sino una crisis cotidiana. No faltan analistas que sostengan que la III Guerra Mundial no sólo puede ocurrir, sino que ya comenzó. No exagero: el 7 de febrero pasado el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, declaró ante la Asamblea General del organismo que “el mundo ha entrado en una era de caos”.

En este desbarajustado contexto, además del diputado Rescala, ¿quién piensa hoy en la explosión demográfica?

 

II

En 1900 pululaban en este planeta 1.6 mil millones (millardos) de sapiens, de los cuales en territorio mexicano radicaban apenas 13.6 millones —menos del 1%—. De todos ellos ya no queda ni uno. El censo de 1910 contó en todo México a 15 millones de habitantes y el de 1921 a 14 millones, así que la Revolución nos costó por lo menos un millón de vidas. Frente a esta realidad, los gobiernos postrevolucionarios continuaron impulsando, como se había hecho durante el porfiriato, una política pronatalista: la iglesia y el Estado estaban de acuerdo: ¡a procrearse! La misma tendencia campeaba en el resto del orbe, sobre todo después de la I Guerra Mundial: la producción de riqueza requería fuerza de trabajo. Los primeros dos millardos se alcanzaron en 1927. En 1940 el mundo cargaba a cuestas 2.2 millardos de habitantes, y México tenía una población de 20 millones.

Poco tiempo después de finalizada la II Guerra Mundial comenzó a propagarse una preocupación: ¿no estamos reproduciéndonos demasiado rápido? En 1950 la población mundial ya era de 2.5 millardos. En 1951, el sociólogo estadounidense Kingsley Davis (1908–1997) acuñó el concepto “explosión demográfica” (The Population of India and Iraq, Princeton University Press). Más allá del fenómeno que nominaba, la imagen fue la punta de lanza de una campaña mundial que propagó miedo y motivó cambios drásticos en las políticas poblacionales de muchos países, incluido el nuestro. 

El censo de población de México de 1960 se levantó el 8 de junio. A la mañana siguiente, El Universal publicaba a ocho columnas: “Creciente Potencialidad de México va Revelando el Censo”. La “potencialidad” aludida era el montonal de gente. La población aún no se entendía como un problema, todavía era una promesa. La explosión demográfica no era un tema aquí. En 1960 la consigna seguía siendo ¡entre más seamos, mejor! Poblar era hacer patria. El mundo llegaba a los tres mil millardos, de los cuales México aportaba poco más del 1.1%, 35 millones de habitantes, más del doble de lo que tenía en 1921. 

En 1968, Paul R. Ehrlich publicó The Population Bomb: “la batalla para alimentar a toda la humanidad ha terminado. En los 70 y los 80, cientos de millones de personas morirán de hambre a pesar de cualquier programa de choque que pueda emprenderse ahora”. El libro causó revuelo internacional… Si uno revisa la frecuencia de aparición de la frase demographic explosión en el corpus de libros en inglés, se aprecia su aparición en 1951 y un inmediato aumento en una pendiente de unos setenta grados para alcanzar su cúspide en 1972, un comportamiento muy similar al de explosión demográfica en los libros en español, aunque en nuestro idioma desde 2012 prácticamente ya no aparece.

Para 1970, la población mundial había llegado a 6.9 millardos y la de este país a más de 50 millones. ¿Resultado de la política poblacionista? Seguramente no; Benítez Zenteno sostiene que “el aumento de las tasas de crecimiento de población hasta 1974 se debió en su totalidad a la disminución de las tasas de mortalidad”. Cierto: la esperanza de vida de los mexicanos se incrementó espectacularmente, de 41 años en 1940 a 62 en 1970. Fue entonces que el gobierno federal dio el golpe de timón y pasó de una postura poblacionista —¡haz Patria! significaba tener hijos, entre más, mejor—, al control de la natalidad, del optimismo exultante a un pesimismo que no pocas veces ha rayado en lo apocalíptico. Giro draconiano: en diciembre de 1973, el mismo año que se estrenó la película Cuando el destino nos alcance (Soylent Green), se promulgó la nueva Ley de Población. Recuerdo bien que, cuando cursaba el tercero o cuarto de primaria llegó una brigada de vacunación de la Secretaría de Salud, algo que ocurría cada año y que para nada resultaba imprevisto. Entonces una turbamulta de mamás enfurecidas se apersonó en las puertas de mi escuela a media mañana. ¡Exigían a gritos que les entregaran a sus vástagos e hijas antes de que nos esterilizaran! Todavía a principios de la siguiente década quedaban fuertes resabios del miedo a la explosión demográfica y a las medidas que los gobiernos podían llegar a tomar sin advertírselo a la gente. Según el censo de 1980, nuestro país daba residencia a 67.5 millones de personas. Ese año yo estudiaba el primero de preparatoria. Una de las materias era Geografía y recuerdo que los dos libros de texto obligatorios eran de la autoría de nuestro profesor, el doctor Raúl Sánchez Basurto, el Pappy Boyington. En uno de ellos, apuesto que en el de Geografía Humana, tenía en su última página un recuadro y abajo una leyenda que alertaba algo así: Este es un decímetro cuadrado, de no frenarse la explosión demográfica antes del 2050 una persona va a tener que vivir en este espacio.

 

III

Kingsley Davis había predicho en 1957 que la población total del planeta habría de alcanzar los seis millardos de seres humanos en el año 2000. Casi le atina: según la ONU, llegamos a ese monto en octubre de 1999. Acá en México, de acuerdo con el censo del año 2000 estuvimos cerca de llegar a los 100 millones: 97.8 millones de habitantes, casi 1.6% de la humanidad. Para sosiego del diputado Rescala, convendría recordar que aquel año la Ciudad de México, entonces Distrito Federal, tenía una población de 8.6 millones de habitantes, una cifra muy cercana a los 9.2 millones que reportó el censo de 2020. En comparación, el país aumentó de los 97.8 millones de habitantes del 2000 a 126 millones en 2020. ¿Es que no se está incrementando la población de la CDMX? Sí, pero muy poco. Ojo: eso no quiere decir que no esté creciendo la Zona Metropolitana del Valle de México —Zona Metropolitana de la Ciudad de México, conforme a la más reciente publicación de SEDATU, INEGI y CONAPO—, la cual en 2020 se integra por las 16 demarcaciones territoriales de la CDMX, dos municipios de Hidalgo y 45 más del Estado de México, y en la cual radicamos 21.4 millones de personas en 2020, 3.3 millones más que en el año 2000.

Como quizá recordará el lector, a mediados de noviembre de 2022 se lograron acumular ocho mil millones de especímenes vivos de sapiens en la Tierra. Al inicio de marzo de 2024 se estima que ya somos 8,095 millones. La población humana sigue proliferándose, pero ya nadie habla de la explosión demográfica… ¿Por qué?  Porque la población mundial sigue creciendo, pero el ritmo de crecimiento se está desacelerando. ¿Qué tanto? La ONU estima que en 2020 la tasa de crecimiento de la población mundial cayó por debajo del 1 por ciento anual por primera vez desde 1950, y sus últimas proyecciones apuntan a que la población mundial podría crecer hasta unos 9.7 millardos en 2050, para alcanzar un máximo de alrededor de 10.4 millardos en torno al 2080 y que permanezca así hasta 2100, para luego comenzar a descender… Todo indica pues que la bomba P se cebó…, otras más peligrosas siguen activas.

 

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