domingo, 24 de marzo de 2024

Loco / cuerdo

 … pero vuestra merced, ¿qué causa tiene para volverse loco?

(Sancho Panza a don Quijote)

Cervantes, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha.

 

 

En el arranque de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, Miguel de Cervantes Saavedra no se tienta el corazón y llama loco al protagonista de su novela. En el quinto párrafo del capítulo primero —“Que trata de la condición y ejercicio del famoso hidalgo D. Quijote de la Mancha”— sentencia:

En efecto, rematado ya su juicio, vino a dar en el más extraño pensamiento que jamás dio loco en el mundo, y fue que le pareció convenible y necesario, así para el aumento de su honra como para el servicio de su república, hacerse caballero andante…

Poco después, en el capítulo tercero es ahora un personaje quien adjetiva así a don Quijote: “El ventero daba voces que le dejasen, porque ya les había dicho como era loco, y que por loco se libraría, aunque los matase a todos.” Luego, en el capítulo V, don Miguel narra que un labrador “de oír tanta máquina de necedades…, conoció que su vecino estaba loco”. Cinco capítulos más adelante, toca en turno a Sancho Panza emplear el vocablo para calificar de “loco viejo” no a su amo, sino al marqués de Mantua. En fin, muchas veces usará Cervantes la palabra loco a lo largo de su obra: 118 ocasiones en total, 45 en la primera parte de la novela y las 73 restantes en la segunda parte. Una lectura atenta permite inducir que hace casi 420 años el significado del vocablo ya era el mismo que hoy le damos: un loco es alguien que no está cuerdo. Así, en el capítulo XV el Caballero de la Triste Figura divide al mundo entre locos y cuerdos —“Contra cuerdos y contra locos está obligado cualquier caballero andante a volver por la honra de las mujeres…”— y desde su aceptada locura, en el XXV, picotea a su fiel escudero:

— A fe, Sancho –dijo don Quijote–, que, a lo que parece, que no estas tú más cuerdo que yo.

— No estoy tan loco –respondió Sancho–; mas estoy más colérico.

Roberto Arce, Don Quijote.

En 1611, seis años después de la publicación príncipe de El Quijote, Sebastián de Covarrubias Orozco publica su Tesoro de la lengua castellana o española, el primer diccionario monolingüe de nuestro idioma. La palabra loco es consignada, por supuesto. No se trata de su debut en un diccionario: ya en 1495 Elio Antonio de Nebrija la había incluido en su Vocabulario español-latino, en usos lexicográficos como loco de atarloco atrevidoloco como quiera… Covarrubias, por su parte, define loco de manera concisa: “el hombre que ha perdido su juicio”, y enseguida deja la siguiente nota: “La etimología de este vocablo tornará loco a cualquier hombre cuerdo, porque no se halla cosa que hincha su vacío”. Efectivamente, con certeza, nadie sabe de dónde viene loco. Ahora, hipótesis hay.


Loco quizá provenga de locus, loci, 'lugar', ya que cualquier loco tiene la cabeza fuera de lugar —“al loco solemos llamar vacío”, aduce Covarrubias—. En segundo término, el toledano aventura un origen vasco: “En vizcaíno loco vale tanto como no firme, y tal es el que no está en su juicio”. O tal vez el vocablo venga de Luco, una población vasca en la cual, según la tradición, ciertos demonios guardianes de los bosques cercanos volvían “locos y agitados de las furias” a quienes osaban entrar en sus dominios. Otra más: es posible que su origen esté en lucus à luce per contrarium sensum, “por habérsele ofuscado y entenebrecido el entendimiento”. Finalmente, Covarrubias apunta que pudiera ser que loco venga de loquendo, “porque los tales suelen con la sequedad del cerebro hablar mucho, y dar muchas voces”. En la actualidad, la RAE no apuesta por ninguna de las rutas etimológicas que ofreció Covarrubias hace más de cuatro siglos; en cambio, sin meter las manos al fuego por la idea, informa: “Quizá del árabe hispánico láwqa, y este del árabe clásico lawqā', femenino de alwaq 'estúpido'”. En cuanto a su definición, la RAE también es escueta y en nada se aleja del significado con el que Cervantes y Covarrubias ya usaban la palabra: “que ha perdido la razón”, y en segunda acepción “de poco juicio, disparatado e imprudente”. El loco es pues quien no está cuerdo, quien no está en su juicio.

La genialidad moderna de Cervantes atruena en el capítulo XVII de la segunda parte de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, cuando, don Diego de Miranda, después de observar durante un buen rato “los hechos y palabras de don Quijote”, concluye que tiene frente a sí a “un cuerdo loco y un loco que tiraba a cuerdo… [ ], ya le tenía por cuerdo, y ya por loco, porque lo que hablaba era concertado, elegante y bien dicho, y lo que hacía, disparatado, temerario y tonto”.

En otro espacio cuestionaba yo hace poco si tiene algún sentido intentar averiguar si especímenes como Pedro Ferriz de Con —quien hace unos días pidió a los mexicanos que amen a México que prendieran una veladora en sus casas, para oponerse “con la luz y la fe al brujo de Palacio”—, están locos o se hacen los locos, es decir, si son cuerdos que, en el colmo de la hipocresía reaccionaria, se hacen pasar por locos. Si la respuesta es que sólo aparentan su falta de cordura, no tendría mucho mérito puesto que lo estarían haciendo por interés, y eso no tiene mérito. Recordemos cómo el gran loco explica la cuestión a Sancho:

— Ahí está el punto -respondió don Quijote-, y ésa es la fineza de mi negocio; que volverse loco un caballero andante con causa, ni grado ni gracias: el toque está desatinar sin ocasión y dar a entender a mi dama que, si en seco hago esto, ¿qué hiciera en mojado?

O puesto en palabras más de nuestros días: volverse loco con motivos no tiene mérito ni gracia, lo admirable es perder la razón sin motivo alguno. De esos abundan ahora: vueltos locos por pura conveniencia.

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