domingo, 31 de marzo de 2024

Loco vuelto loco

  

 

… entiende con todos tus cinco sentidos

que todo cuanto yo he hecho, hago e hiciere,

va muy puesto en razón…

Don Quijote de la Mancha.

 

Miguel de Cervantes, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha

 

 

 

 

Cuerdos que se comportan como si estuvieran rematadamente locos, locos que se desplazan por la vida como si fueran del todo cuerdos… Proliferan los impostores de esa ralea, de los que se montan el disfraz de su opuesto: locos por cuerdos, cuerdos por locos… Uno se topa con ellos a lo largo del día a día, aunque trate de evitarlos. En cambio, insólito caso, don Miguel tuvo la genial ocurrencia de contarnos la historia de un hombre cuerdo que se volvió loco y luego, ya bien chiflado, se halló en una situación en la cual le pareció bastante razonable fingir, no que había recuperado la cordura, ¡sino que se había vuelto loco! Un loco que se hace pasar por loco.


Recordemos: Cervantes lo narra en el capítulo XXV de la primera parte de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. Junto con su escudero, andaba el valiente caballero de la Mancha dando tumbos por la Sierra Morena —de hecho, persiguiendo a Cardenio, otro loco—, cuando convino que aquel era el momento pertinente para imitar al Amadís de Gaula, particularmente en un proceder. 

Amadís fue el norte, el lucero, el sol de los valientes y enamorados caballeros, a quien debemos de imitar todos aquellos que debajo de la bandera de amor y de la caballería militamos…

 


Refiere don Quijote a Sancho que el Amadís —a quien considera “el solo, el primero, el único, el señor de todos” los caballeros andantes, y, por tanto, su arquetipo— “se retiró, desdeñado de la señora Oriana, a hacer penitencia en la Peña Pobre”, en donde no sólo se cambió de nombre —por el de Beltenebros— sino que además, se deschavetó… o más bien, hizo como que se deschavetaba: “haciendo aquí del desesperado, del sandio y del furioso”. Y relata el manchego que Amadís a su vez procedió así emulando a alguien más, en este caso a don Roldán, quien, como es sabido, cuando halló señales de que su amada Angélica la Bella lo había engañado, de pura pesadumbre “se volvió loco, y arrancó los árboles, enturbió las aguas de las claras fuentes, mató pastores, destruyó ganados, abrasó chozas, derribó casas, arrastró yeguas, y hizo otras cien mil insolencias, dignas de eterno nombre y escritura”. Ahora, don Quijote no estaba para tales debacles descomunales, así que en vez de tomar de modelo a Roldán el Furioso optó por quedarse con el de Amadís:

… puesto que yo no pienso imitar a Roldán…, parte por parte, en todas las locuras que hizo, dijo y pensó, haré el bosquejo, como mejor pudiere, en las que me pareciere ser más esenciales. Y podrá ser que viniese a contentarme con sola la imitación de Amadís, que, sin hacer locuras de daño, sino de lloros y sentimientos, alcanzó tanta fama como el que más.


Locuras esenciales, locuras de lloros y sentimientos. Locuras para alcanzar la fama. Entonces Sancho Panza reprocha a su señor porque encuentra al menos una falla de lógica en su planteamiento. Estima que los caballeros que hicieron todas esas locuras y penitencias tenían sus motivos, mientras que no ve por lado alguno que don Quijote tenga razón alguna para volverse loco: “¿Qué dama le ha desdeñado, o qué señales ha hallado que le den a entender que la señora Dulcinea del Toboso ha hecho alguna niñería con moro o cristiano?” Claro, este argumento no hace mella en el Caballero de la Triste Figura; antes bien, atiza sus empeños, porque si es capaz de volverse loco sin ningún móvil, qué no haría teniendo en verdad alguno: “el toque está desatinar sin ocasión y dar a entender a mi dama que si en seco hago esto, ¿qué hiciera en mojado?” Así que nada quedaba por alegar: comisionado estaba Sancho Panza para ir con un mensaje en busca de la amada de su amo: “Loco soy, loco he de ser hasta tanto que tú vuelvas con la respuesta de una carta que contigo pienso enviar a mi señora Dulcinea”. Y no sólo: además advierte que, aunque esté a punto de hacerse el loco, loco quedará realmente si no se sale con la suya: “y si fuere tal cual a mi fe se le debe [la respuesta de la dama], acabarse ha mi sandez y mi penitencia; y si fuere al contrario, seré loco de veras”. Y, efectivamente, don Quijote enseguida echará voces “como si estuviera sin juicio”, y además anunciará que habrá de rasgarse las vestiduras, tirar sus armas… “y darme de calabazadas por estas peñas”… Sancho, quien ha tratado de seguir los desquiciados razonamientos del caballero, le sugiere entonces que, puesto que “todo esto es fingido y cosa contrahecha y de burla”, mejor se dé de macetazos “en el agua, o en alguna cosa blanda, como algodón”, que aun así él irá a decirle a Dulcinea que don Quijote “se las daba en una punta de peña, más dura que la de un diamante”. 

— Yo agradezco tu buena intención, amigo Sancho –respondió don Quijote–; mas quiérote hacer sabidor de que todas estas cosas que hago no son de burlas, sino muy de veras… Ansí que mis calabazadas han de ser verdaderas, firmes y valederas, sin que lleven nada del sofístico ni del fantástico.

¿Está tan cuerdo o está tan loco el Quijote que sabe que las locuras no pueden ser fingidas, ni sofísticas ni fantásticas? Comportarse como loco es locura, sea neta o impostación…, se me hace.

No hay comentarios:

Publicar un comentario