jueves, 27 de agosto de 2009

La novela de dios

Seguramente gracias a un espíritu heroico, aún quedan algunos que no sucumben ante los embates de la peste de pesimismo delirante que cunde por estas tierras. Se trata de personajes dignos de admiración porque, a pesar de todo, siguen siendo capaces de encontrarle el lado positivo a las cosas. Por ejemplo, ¿quién, al menos durante los últimos días, se ha dedicado a tratar de convencer a todo aquel que quiera escucharlo de que son positivos los resultados del más reciente examen de colocación que presentaron los aspirantes a ocupar una plaza de profesor en las escuelas públicas del país? Nada menos que el titular de la Secretaría de Educación Pública, Alonso Lujambio, quien ha argumentado que resulta irrelevante que únicamente una cuarta parte del total de los que presentaron la prueba haya logrado obtener la calificación de “aceptable”; según el novel funcionario, lo verdaderamente importante es que el Examen Nacional de Conocimientos y Habilidades Docentes permitió seleccionar a los mejores. Desde su perspectiva, pues, es lo de menos que, de un universo de 123 mil 856 examinados, el 71% requiera “nivelación” y el 4% se quede en “no aceptable”. Desafortunadamente, uno que no tiene la fuerza del héroe sí se preocupa por minucias, como por ejemplo de que entre los 5 mil 29 candidatos “no aceptados”, haya 3 mil 552 que han dado clases durante los últimos 10 años.

Cuestionado por la periodista Carmen Aristegui sobre la postura que asumiría la dependencia a su cargo frente a la andanada de críticas que los libros de texto gratuito de primaria han motivado, Lujambio se dijo abierto e incluso interesado en escuchar las opiniones negativas. Porque nunca faltan los criticones; Olac Fuentes Olinar, especialista en materia de educación pública, en el mismo espacio radiofónico había externado una serie de reclamos en torno a la forma en la que, al inicio del presente ciclo escolar, se ha concretado la llamada Reforma Integral de la Educación Básica. Por ejemplo, señaló la gravedad de que los niños y niñas de primero y sexto grado no hubieran sido dotados de los correspondientes libros de Matemáticas, ya que las autoridades optaron por sólo entregarles los cuadernos de trabajo, dada la considerable cantidad de “errores básicos” que tenían aquéllos. En contra parte, y en algo que terminó más bien en franco pitorreo, Olac Fuentes y Aristegui subrayaron el absurdo de que se repartieran libros de texto de Educación Física, una materia para la cual los chamacos disponen de sólo una hora a la semana, y en la que los legos como uno supondrían que con echar brincos y pelotazos la asignatura estaría aceptablemente cubierta. Pero muy probablemente los libros de texto que más han llamado la atención de los que parecen disfrutar encontrándole la cara oscura a la realidad, maldicientes consuetudinarios, son los de Historia. Y es que abundan los que gozan pegando gritos al cielo por pequeños detalles; un botoncito de muestra, que la Conquista y la Colonia hayan sido excluidas de los libros de historia de México. Al respecto, y ya en una demostración de magnánima tolerancia, el secretario de Educación Pública respondió a la Aristegui que en un momento dado estaría dispuesto a enmendar los dichosos contenidos que tanto alboroto y bulla han causado, e incluso a repartir adendas entre el alumnado… Después de todo, dijo, cualquier libro es perfectible: “Ninguno está escrito con sangre ni por dios: somos los hombres los que discutimos el modo en que nos vamos a educar”.


La primera figura, y espero que eso sea, ésa de escribir libros de texto con sangre, escapa mi limitada capacidad de decodificar la acrisolada poética que quizá hoy sea moneda corriente en la alta burocracia nacional; apenas atisbo un referente en aquella sabia consigna pedagógica de que la letra con sangre entra, pero quién sabe. En cabio la otra, la posibilidad de un libro de texto escrito por dios, ésa sí que me resulta sinceramente perturbadora. Y por favor, no me prejuzgues, hipotético lector, no voy a proferir aquí anacrónicos llamados al carácter laico de la educación pública en México. No, más bien, y considerando el punto más álgido de la crítica, los libros de historia, me azora imaginar la perspectiva de un discurso historiográfico redactado directamente por dios.


Pienso que Roland Barthes acertó al afirmar que, al menos en Occidente, escribir historia es un “proceso de significación” por medio del cual se “intenta siempre ‘llenar’ el sentido de la Historia”. En otras palabras, que la historia propiamente dicha no existe sino hasta que se escribe…, a menos, claro, a menos que el historiador sea dios mismo, omnisapiente por definición. En ese caso, entonces el discurso histórico no se conjugaría en pasado, sería un texto imposible e infinito monopolizado por el gerundio; en ese caso, Isaac Bashevis Singer tendría razón: Life is God's novel. Let him write it.

viernes, 21 de agosto de 2009

El arcángel terapeuta

Exordio
Con todo, aún quedan algunos valientes en este país. Por ejemplo, Mario Rodarte tuvo la audacia de pedirme que participará en la presentación de su primer libro de cuentos, La rebelión del arcángel, publicado hace un par de meses por Grupo Editorial Porrúa. El jolgorio ocurrió apenas la semana pasada, en la librería Rosario Castellanos del Fondo de Cultura Económica, un sitio maravilloso localizado en uno de los muchos lugares que todavía mantienen en calidad de redimible a la Ciudad de México, la colonia Hipódromo Condesa. La librería forma parte del Centro Cultural Bella Época, espacio remodelado, con harta inteligencia y sobrada emoción, en el inmueble del antiguo cine Lido por el arquitecto Teodoro González de León. Frente a unas setenta personas, algunas llegadas especialmente para la ocasión desde el altiplano hidrocálido, nos tocó hablar al editor y librero Miguel Ángel Porrúa, al poeta Arturo Córdova Just y a mí. Luego, el vino de honor y la chorcha.


Humor is just
another defense against the universe.
Mel Brooks

Las buenas maneras importan, y el protocolo no escrito de estos amenos rituales, la presentación de un libro, prescribe a las claras: dirás maravillas del recién nacido, no pecarás de tacañería a la hora de elogiar al autor y, sobre todo, guardarás tu sentido crítico para otras ocasiones. De corazón os digo que con las dos primeras sentencias no tengo lío alguno: el libro me gustó y Rodarte es mi cuate. Sin embargo, hoy me considero suficientemente autorizado para infringir la tercera norma, toda vez que yo amenacé a tiempo:

Señores y señoras, el título de este libro… está mal.

La rebelión del arcángel podría ser un buen título, de acuerdo, pero para un tratado de teología, incluso para un manual de guerrilleros místicos o de místicos guerrilleros, que bien mirado no han de batallar en pos de los mismas ambiciones, o casi…


La rebelión del arcángel, título que la antología toma de uno de los cuentos, está bien para un boceto de Francis Bacon, el pintor irlandés no el filósofo londinense…, incluso, ahora que lo pienso, resulta un nombre más completo para la escultura de Miguel Peraza que ilustra la portada del libro de Mario… Pero, señoras y señoras, este libro, sin duda, debió llamarse El PIB y la señora Puig. ¿Por qué? Bueno, no sólo por el misterio que encierra, como todo lo que tenga que ver con una dama y con el arte oculto de la macroeconomía, también por su redondez y eufonía, pero más que nada porque la sexta es una narración bastante representativa de los veintiséis cuentos que integra el libro… Y me reservo para el final en qué sustento lo que acabo de afirmar…

Antes, permítanme unas cuantas palabras acerca del cuentista… ¿Para qué inventar el hilo negro? El lugar común aquí sí aplica: Mario tiene un poco, más bien un mucho, de músico, poeta y loco…, bueno, más precisamente de músico, poeta y economista, que en las condiciones actuales del mal llamado modelo en que vivimos es decir lo mismo.

Y si bien la bohemia y el rock le otorgan sobradas cartas credenciales de músico, permítanme recomponer la trinidad: terapeuta, poeta y loco, y un solo pensante verdadero.


No tanto en sus artículos y comentarios periodísticos sobre las vicisitudes de las variables que invariablemente nos deportan al valle de lágrimas de las crisis económicas, sino más en su trabajo literario es que sus personas de terapeuta y poeta hacen acto de epifanía: en La rebelión del arcángel, libro que por cierto debió llamarse El PIB y la señora Puig, Mario regala al lector veintiséis buenos ejemplos de que, ante el caos insuperable de la realidad cotidiana, los placebos más humanos y eficientes, es decir que sirven aunque y porque no sirven, son la imaginación y el sentido del humor.


Paso pues a hablar del recién nacido, y ya con esto me despido...

En todos los cuentos de Mario Rodarte uno encuentra, aunque no lo esté buscando, uno de los insustituibles beneficios del arte en general, un don que en movimiento pendular se halla entre la cura y el consuelo. Me refiero, claro, al poder terapéutico de la literatura. Sus ingredientes activos: la imaginación y el sentido del humor.


A Francis Bacon, ahora sí el filósofo londinense no el pintor irlandés, le debemos un gran aforismo, certero y bien fraseado: Al hombre se le dotó de imaginación para compensarlo por lo que no es, y de sentido del humor para consolarlo por lo que sí es.

Señoras, señores…, pues nada, que hay opciones. Entre el 2 a 1 que el TRI le recetó a los gringos y el peor shock financiero de los últimos 30 años, entre el éxtasis y el horror, quedan huecos. La literatura es uno maravilloso.

Mario, gracias, por ejercer de terapeuta, poeta y loco.

sábado, 15 de agosto de 2009

Un cuento relatado por un idiota

Kuisma Korhonen. ¿A qué te suena? ¿Una bacteria atroz capaz de matar a un adulto en menos de una hora? ¿El componente activo de una nueva droga sintética desarrollada en un meganarcolaboratorio en Durango? ¿Un DJ austriaco-japonés encumbrado en los antros de Bahía? Pues no, resulta que se trata de algo mucho más exótico: Kuisma Korhonen es un profesor de literatura comparada en la Universidad de Oulu. ¿Y dónde queda eso? ¿En algún archipiélago del Pacífico Sur? Ni de cerca: Oulu es la ciudad más grande del norte de Finlandia, lo cual no debería impresionar a nadie: con menos de 150 mil habitantes, alcanza una densidad de población de 97 seres humanos por kilómetro cuadrado, una realidad solitaria y difícil de imaginar para mí que escribo en la capital de la República Mexicana, en donde guerreamos a diario más de 5.8 mil personas por kilómetro cuadrado. Oulu es pequeña, pues, pero rica (de los 128 mil empleados que Nokia tiene en todo el planeta, casi cinco mil trabajan ahí), culta (otros cinco mil ouluenses laboran en el sector académico) y con sus rarezas posmodernas (año con año, ahí se celebra desde 1996 el Air Guitar World Championship, un certamen de baile en el que gana quien mejor finja tocar solos de guitarra eléctrica; neta).
Kuisma Korhonen, quien también se da tiempo para dar clases en la Universidad de Helsinki, encabeza el proyecto Encounters in Art and Philosophy, financiado por la Academia Finlandesa de Ciencias, y es un experto en la obra de Hayden White. ¿White, lo recuerdas? El pensador norteamericano a quien, después de haber publicado Metahistoria (1973), muchos han acusado de darle en toda la torre a la certidumbre científica de la historia. En palabras del finlandés: “Para muchos historiadores, White fue un traidor que introdujo subrepticiamente la teoría literaria en la historiografía, socavando así la naturaleza científica de la investigación histórica y convirtiéndola en pura literatura”.

Al profesor Kuisma Korhonen debemos agradecer la edición de Tropes for the Past: Hayden White and the History / Literature Debate (Amsterdam. Rodopi, 2006). El libro integra nueve ensayos, organizados en tres apartados: la textualidad de la Historia, Narratividad, e Historia como literatura. En el texto introductorio inicial, el propio doctor Korhonen aboga en favor de Hayden White, al subrayar que aunque ha sido frecuentemente acusado de decretar a rajatabla que todo es ficción, el norteamericano realmente siempre ha postulado una diferenciación clara entre los eventos históricos y los ficticios: “Los historiadores atienden los eventos que pueden ser referidos a ubicaciones espacio-temporales específicas, eventos que son o fueron en principio observables, perceptibles, mientras que los escritores de ficción –poetas, novelistas, dramaturgos- se ocupan tanto de aquél tipo de eventos como de los imaginados, los hipotéticos, los inventados” (H. White, Tropics of Discourse. Essays in Cultural Criticism. London, John Hopkins UP, 1978.).


¿Entonces? ¿Para qué tanto brinco estando el suelo tan parejo? Explica el finlandés: si bien en el nivel más elemental existe una diferencia precisa entre eventos factuales y ficticios, una diferencia que White casi no se preocupa siquiera en mencionar porque la da por sentada, la pura enunciación de hechos, “una labor comparable con la de un detective o de un periodista”, se trata de algo que aún está muy lejos del discurso historiográfico propiamente dicho… Para White, los textos de historia son, por definición, una interpretación de tales compendios de eventos ocurridos en el pasado, interpretación que se hace por medio de la narración. Y es precisamente aquí, a la hora de tramar, de hilar historias, en donde las técnicas de la literatura y de la historiografía se traslapan entre sí. Toda narración es una interpretación de hechos, reales o imaginarios. Como tú y como yo, historiadores y novelistas tienen que echar mano de estructuras profundas de significación para narrar un determinado orden de la realidad. Los escritores de ficción se refieren a eventos que no necesariamente se puede verificar o desmentir; los historiadores se refieren a eventos que se puede verificar o desmentir por medio de testimonios. Sin embargo, desde cierta perspectiva, las obras de ambos son ficción en tanto que comunican una visión arquetípica que no se puede verificar o desmentir, sencillamente porque es algo que se agrega al mundo tal cual es, esto es, ficción. Para White, el mundo en sí mismo no es inherentemente trágico, cómico, romántico o irónico, simplemente es, pero cuando la gente trata de darle sentido a su pasado por medio de discursos, ya sea historiográficos o literarios, depende de visiones arquetípicas. Así, la vida misma se conforma por la ocurrencia de sucesos que por sí misma carece de una estructura narrativa propia; la historia y los cuentos se traman después. ¿Sencillo? Creo que sí, como todas las grandes ideas. Dicen que dijo Shakespeare que la vida es como un cuento relatado por un idiota, que no tiene ningún sentido.


viernes, 7 de agosto de 2009

¿Historia…, neta?

Toda historia no es otra cosa que una infinita catástrofe
de la cual intentamos salir lo mejor posible.
Italo Calvino

Ya lo dijo un belga, el dramaturgo Maurice Maeterlinck (1862-1949): el pasado siempre está presente. Si no fuera así, toda posibilidad de identidad quedaría definitivamente cancelada. Ciertamente, en la memoria, esa facultad que según Shakespeare es el centinela del cerebro, reside el asidero para que el tú que hoy eres, tan distinto del que fuiste hace unos años, mantenga cierta continuidad a través del tiempo y seas el mismo. Por eso, quien sufra amnesia podrá experimentar el horror de la indefinición: perder la memoria es perderse a sí mismo. Olvidar es perderse.

Contra el olvido tenemos historia e historias, history and story. La polisemia en castellano descara el problema. La Real Academia de la Lengua Española establece diez acepciones para la palabra historia; ojo con la primera y séptima: “Narración y exposición de los acontecimientos pasados y dignos de memoria” y “Narración inventada”, respectivamente. Esto es, historia y ficción.


En la edición de marzo pasado de la revista Nexos, el doctor Enrique Florescano Mayet (1937) presenta una panorámica del estado del arte de la relación entre ficción e historia, es decir, entre el discurso literario y el discurso historiográfico. Para muchos podría parecer un asunto sencillo de resolver: por un lado, digamos, Dos crímenes de Ibargüengoitia, del otro el libro de texto gratuito Historia para cuarto de primaria; aquí los diez tomos de México a través de los siglos, allá Pedro Páramo de Rulfo. Sin embargo, historia y ficción son géneros que se han traslapado y nutrido mutuamente; explica Florescano que la más reciente crisis de su diferenciación data de 1967, cuando Roland Barthes (1915-1980) publica De la science à la littérature y Le discours de la histoire, y afirma que el relato histórico y el relato de ficción “pertenecen a una sola y misma clase, la de las ficciones verbales”. Desde entonces, los libros de historia comenzaron a ser leídos por mucha gente como una forma más de la retórica. La idea anterior fue llevada a su punto extremo por el estadounidense Hayden White (1928), primero en El texto histórico como artefacto literario y luego en Metahistoria. En este último libro, cuya primera edición data de 1973, White parte de que todo discurso historiográfico no es otra cosa que “una estructura verbal en forma de discurso en prosa narrativa”, a la cual subyace una estructura profunda, una poética literaria. Si bien el pensamiento del profesor emérito de la Universidad de California ha dado pie a grandes avances en el análisis de la historiografía, también provocó la llamada crisis de la historia, un período durante el cual la relación entre historia y verdad fue no sólo cuestionada sino de plano declarada espuria.

Si bien la tesis de White mereció refutaciones inmediatas, no es sino hasta la publicación de Tiempo y narración (1983-1985) del francés Paul Ricoeur (1913-2005) que se consigue un avance; de hecho, el propio Hayden White escribió que dicha obra debía ser considerada como “la síntesis más importante de teoría literaria y de teoría de la historia producida en nuestro siglo”. En su ensayo, Ricoeur abreva en las ideas posmodernistas de White, actualiza conceptos y pone las cosas en su sitio. Para Ricoeur, tanto el relato histórico como el de ficción, juntos, conforman lo que actualmente en Occidente es lo narrativo, es decir, producciones lingüísticas que ofrecen soluciones poéticas al irresoluble carácter caótico de la realidad. Narrando historias (history & stories) es que el hombre otorga sentido al devenir de los hechos. Incluso más, Paul Ricoeur piensa que “el tiempo se hace tiempo humano en la medida en que se articula en un modo narrativo”. ¿Entonces? ¿No hay diferencia entre historia y ficción? Al igual que Louis O. Mink (1921-1983), Ricoeur sostiene que la disimilitud entre el relato de ficción y el de historia estriba en la pretensión de verdad del segundo, ausente en el primero. Una pretensión explícita, conocida de antemano por el lector; así, explicaría en un libro posterior (La memoria, la historia, el olvido; FCE), la diferencia principal entre ficción e historia se halla en el “impacto implícito habido entre el escritor y su lector”: en el primer caso, el lector comienza el relato dispuesto a entrar en un “universo irreal”, mientras que con el relato historiográfico el lector espera entrar a “un mundo de acontecimientos que sucedieron realmente”. El acuerdo es tácito: abro el libro de historia con la expectativa de que me cuenten lo que realmente pasó…, incluso aunque resulte inverosímil.

Parroquial
El próximo jueves 13 de agosto, en punto de las 19:00 hrs., Mario Rodarte presentará su libro de cuentos La rebelión del arcángel, publicado por la editorial Miguel Ángel Porrúa. La cita, en la librería Rosario Castellanos del Centro Cultural Bella Época del Fondo de Cultura Económica, en La Condesa (Tamaulipas 202), allá en la Ciudad de México.

lunes, 3 de agosto de 2009

Una aproximación a la obra de Paul Ricoeur

La producción textual del pasado: Paul Ricoeur y su teoría de la historia anterior a La memoria, la historia, el olvido. Hay que leerlo: una buena entrada a la obra de Paul Ricoeur. Se trata del primer tomo de una obra que tiene por origen la tesis doctoral (Universidad Iberoamericana) de su autor, Luis Vergara Anderson.

sábado, 1 de agosto de 2009

300 / mesa de novedades

Termina la reunión. Sorprendida de no haber estallado ante tanta sandez condensada en tan pocas personas, Concepción Toro se despide de sus clientes: detesta trabajar para abogados, pero bueno, la economía nacional para darse el lujo de perder un contrato, por más resbalosos y brutos que sean los licenciaditos de este despacho… Oiga, señorita Toro, ¿por qué no me acepta ahora sí la invitación, y nos vamos a tomar un vinito? Le prometo una botella tocayita de usted. Concepción piensa ¡guácalas!, pero pone cara de no entender para darle oportunidad al jabalí de corbata que cierre su ocurrencia… ¡Un Concha y Toro, ingeniera! Condescendiente, Concepción finge una risita, batea de nuevo al encimoso y se encamina hacia el elevador. Seis pisos abajo, sale del edificio y levanta la vista: las nubes se fueron a amoratar otros cielos, el viento se llevó el smog. La tarde tienta: ¡al diablo las obligaciones!

La ingeniera Toro, consultora en informática, trepa a su tsuru, arranca y enfila hacia Anaxágoras. Por la calle del presocrático llega a Eugenia. Se suma al caudaloso río de autos que circulan por el Eje 5 Sur, a esa hora, la mayoría rumbo al segundo piso del Periférico. Ella no: en División del Norte da vuelta a la derecha, y entonces se sabe con rumbo fijo: cruzando Insurgentes, División del Norte cambiará de nombre a Nuevo León, avenida sobre la cual, ya en La Condesa, en su entronque con Saltillo y Ozuluama, se ubica la librería. El tráfico aletarga a toda la ciudad, así que Concepción aprovecha el tiempo: antes de cruzar la joroba del Viaducto, ya enlistó mentalmente sus deberes y haberes, y calculó cuánto podrá gastar… 300 pesos, ni un quinto más. No es gran cosa, suspira, pero espera que sea suficiente para comprar un buen libro que la acompañe el fin de semana lluvioso que se anuncia…

Llega a la librería. Tan pronto los viene viene se llevan su coche, Concepción entra y se dirige a la mesa de novedades. El primero que llama su atención, todo un hallazgo, una guía para sobrevivir la época que nos tocó vivir, aunque haya sido escrita hace más de dos mil trescientos años: Obras de Epicuro. Pero ¡cuidado!, la editorial es española, Tecnos… Una importación, claro, así que aunque tenga apenas 101 páginas, el librito cuesta 321 pesos… Descartado.

El siguiente, uno que Concepción Toro esperaba con ansiedad: ¡por fin llegó! Todo fluye, lo último que alcanzó a escribir Vasili Grossman, el mismo ruso que con Vida y destino, una obra cumbre de la novelística del siglo XX, la llevó a las trincheras de la batalla definitoria de la II Guerra Mundial, Stalingrado... Pero ¡nada!, también un libro español, de Galaxia Gutenberg, y en la etiqueta un monto prohibitivo: 519 pesos. Descartado.

¡Qué qué! ¿Walter Benjamin también escribió narrativa? En la portada está su nombre: Historias y relatos de Walter Benjamin. ¿O será un homónimo? Revisas la contra del pequeño volumen y sí, efectivamente, se trata del mismo, el filósofo judeo-alemán que, aunque jamás perteneció a ella, enriqueció con su pensamiento a la Escuela de Frankfurt. Desafortunadamente, la editorial también resulta una sorpresa, El Alepy…, catalana, ¡caray! Así que más le vale olvidarlo: el librito se pasa de su presupuesto. Descartado.

Con la Historia de la fealdad mejor ni ilusionarse… El ensayo ilustrado de Umberto Eco, comercializado por Lumen, cuesta más de 600 pesos…, que si los tuviera, la ingeniera Toro no dudaría... Pero por ahora, descartado.

Y pasará lo mismo con el siguiente que atrapa su vista, y ella lo sabe: gran formato y el logotipo de editorial Siruela, así que seguramente estará fuera de su alcance. Como sea, lo toma, lo acaricia: en la portada el rostro de la brasileña, aunque nacida en Ucrania, Clarice Lispector. Cuentos reunidos, una antología de sus relatos más destacados… Hermosa edición, papel que se toca placenteramente, diseño tipográfico de primera…, precio: 608 pesos. Descartado.

La ingeniera está punto de caer en franca depresión, cuando una luz se deja ver: no es una novedad, pero llevaba años agotada la única novela de Murakami que no ha leído: La caza del carnero salvaje. Y sí, ahí hay algunos ejemplares (Anagrama)… Descartado, ¡caray!: 348 pesos.

Entonces una idea traicionera atraviesa la mente de Concepción: de plano, no me dejan más remedio que delinquir: me lanzo por unas diez películas piratas, con lo que sobre compro botanas y me regalo una encerrona de fin de semana cinéfilo… Ya cuando se aproxima hacia la salida de la librería, atisba un tomo…: El paraíso perdido, el poemón de John Milton. ¡Guau! Barato no va a estar, pero nada se pierde por ver… Edición bilingüe de López Castellón, Abada editores, 954 páginas…

Diez minutos después, Concepción encenderá su automóvil, feliz de haber caído en la tentación del tarjetazo: total, por 1,472 pesos no se hará más pobre.