lunes, 13 de julio de 2015

Historia que te incumbe

Hará poco más de unos 200 mil años que irrumpió en este planeta una especie que a la postre daría mucho de qué hablar, los Homo sapiens. La eventualidad aconteció en África oriental. Ahora que decir que irrumpió es eso, sólo un decir, porque dicho animalejo, nosotros, no surgió repentinamente o por generación espontánea, sino paulatinamente, por evolución. De hecho, los ejemplares más primitivos de nuestro género comenzaron a aparecer, también en África, hace aproximadamente dos millones de años. El caso es que después de haber sobrevivido en África durante la mayor parte de su existencia (70%), hace unos 70 mil años algunos sapiens se aventuraron a salir de aquella región. Poco más de 50 mil años después, hace 16 mil, los Homo sapiens colonizamos la gran extensión territorial que desde hace 0.5 mil años venimos llamando América. De hecho, no fue sino hasta que se le puso ese nombre que hubo humanos que tuvieron información suficiente para comprender que esta proporción de tierra no era parte de Eurasia y en cambio sí un continente, un territorio mucho más grande que una isla. De estos lares no se tenía noticia del otro lado del gran océano, ni aquí de allá, en tanto que la población nativa se hallaba dispersa por más de 43 millones de kilómetros cuadrados, sin que ningún grupo hubiera logrado abstraer la magnitud y ubicación en el mundo del sitio que habitaba. En 1507, en un libro (Cosmographiae Introductio) se publicó un planisferio (Universalis Cosmographia), realizado por el alemán Martin Waldseemüller (1470-1520), en el que por ocasión primera se denominó América a lo que erróneamente muchos europeos se referían como Las Indias. 494 años después, es decir, en los albores del siglo XXI, al norte de América, en Vancouver, una población ubicada en la costa occidental del continente, entre el estrecho de Georgia y las Montañas Costeras, algunos Homo sapiens se organizaron para formar el Centre for the Study of Historical Consciousness (CSHC).



El CSHC es parte de la Universidad canadiense de British Columbia, y para esclarecer cuál es su propósito ofrece una sucinta exposición respecto a lo que ahí se entiende por estudio de la conciencia histórica. El término conciencia histórica —explican— es relativamente desconocido en América del Norte, aunque el campo está bien establecido en Europa. El estudio de la conciencia histórica es diferente tanto la investigación histórica como de la investigación historiográfica. La distinción puede entenderse de la siguiente manera: cuando estudiamos la historia, estamos buscando en el pasado. Cuando estudiamos la conciencia histórica, estamos estudiando cómo es que la gente mira al pasado. El estudio de la conciencia histórica difiere, además, de la historiografía; esta última examina cómo los historiadores miran el pasado, mientras que la conciencia histórica se refiere a los entendimientos individuales y colectivas del pasado, los factores cognitivos y culturales que dan forma a tales entendimientos, así como las relaciones de comprensión históricas entre el presente y el futuro.

En su extraordinario libro El problema de la conciencia histórica (Madrid; Tecnos, 1993), el filósofo alemán Hans George Gadamer (1900-2002) se adentra a las profundidades del concepto; entre otras cosas, deja bien establecido que la idea es muy reciente —quizá apenas se pueda remontar a Hegel y Dilthey—. No podía ser de otra manera, porque, como establece Agustín Domingo Moratalla en el texto introductorio a la obra, el concepto se refiere a una condición hasta hace muy poco tiempo imposible: “La conciencia histórica que caracteriza al hombre contemporáneo es un privilegio, quizás incluso una carga que, como tal, no ha sido impuesta a ninguna otra de las generaciones anteriores”. Cierto, y ejemplos podríamos citar muchos, puesto que una visión más o menos panorámica de la historia pudo ser factible hasta hace muy pocos años.

La conciencia histórica se desarrolla al menos tres planos mentales. En principio, en tanto autoconciencia, es decir, como parte de los conocimientos que me permiten saber quién soy y de dónde vengo. En segundo término, como marco indispensable para poder tramar un sentido histórico, esto es, un conjunto de abstracciones que permitan entender la dirección que tienen los acontecimientos, al menos en calidad de hipótesis. Y finalmente, la conciencia histórica está en todo aquello que permite un conocimiento histórico. Y como cualquier tipo de conocimiento, la conciencia histórica puede tener diferentes alcances. Por citar los obvios, con la enseñanza de la historia nacional se pretende formar ciudadanos conscientes del paso de su país a través del tiempo y de la dirección en que se pretende encaminar —el llamado destino nacional—. Lo propio podría decirse de la llamada historia universal pero también de la de una familia, una ciudad o un equipo deportivo. En este orden de ideas, resulta que un nivel de conciencia histórica puede ser el genérico, quiero decir, el que nos corresponde en tanto especie, en tanto Homo sapiens. Justamente hacia ello se dirige el libro de Yuval Noah Harari, De animales a dioses (Debate. México, 2014. Primera edición en inglés, 2013). Esta Breve historia de la humanidad abre la lente a los macroprocesos, y trama una narración que pretende explicar cómo una especie que hace 70 mil años “era todavía un animal insignificante y que se ocupaba de sus propias cosas en un rincón de África… en los siguientes milenios se transformó en el amo de todo el planeta y en el terror del ecosistema, y hoy en día está a punto de convertirse en un dios…” Se trata de un relato que te incumbe.

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