lunes, 20 de julio de 2015

Selfies primigenios

Masks beneath masks
until suddenly
the bare bloodless skull. 
Salman Rushdie, The Satanic Verses.


Quizá la identidad de cualquier persona sea necesariamente una máscara. El latín personare se refiere a la máscara usada por un histrión en una tragedia para representar a un personaje. Y la palabra latina persona proviene del etrusco phersu, el cual a su vez tiene su origen en el griego prospara, que significa ¡máscara!: pros = delante, opos = cara, es decir, ‘delante de la cara’.

El vocablo español máscara —que aparece ya desde el Vocabulario de Antonio de Nebrija de 1495— proviene del italiano maschera, y este del árabe masẖarah, objeto de risa. En su libro Masks, Faces of Culture (Harry N. Abrams Publishers / The Saint Louis Art Museum. 2000), John W. Nunley informa que la palabra maskhara, falsificar, transformar, debió de llegar al árabe como msr, que significa ‘usar una máscara como lo hacían los egipcios’. Y es que en el antiguo Egipto el vocablo mask se usaba para referirse a ‘una segunda piel’.  

En todos los grupos conocidos de Homo sapiens se puede documentar el uso de máscaras. Quizá no sean tan antiguas como las hachas y las flechas, pero seguramente hemos confeccionado estos objetos desde que desarrollamos capacidades simbólicas. Incluso es probable que otros humanos arcaicos ya las manufacturaran. Henry de Lumley, director del Instituto de Paleontología Humana de París, cree que algunos restos de pieles de leopardo encontrados en el sitio de la cueva de Hortus en Francia corresponden a máscaras. Si fuera así, habría que aceptar que hace unos 40 mil años algunos Homo neanderthalensis se enmascaraban para parecer grandes felinos y, tal vez, encarnar su fuerza y fiereza. En cuanto a nosotros, los sapiens, seguramente desde los albores de nuestra especie usamos máscaras zoomórficas, echando mano de pieles, madera, hojas, paja y otros materiales perecederos, sin embargo hasta ahora de ello no hemos encontrado vestigios y probablemente nunca lo hagamos. Con todo, muchas pinturas rupestres así como las esculturas de roca talladas por los Cromañón en las que se aprecian cuerpos antropomórficos con rostros de animales —como el célebre Hombre-león de la cueva de Stadel—, bien podrían testimoniar el empleo de máscaras. 

Hasta hace poco, yo creía que la máscara antropomórfica más antigua que conservamos era la llamada Dama de Warka, también conocida como la Dama de Uruk o La Mona Lisa Sumeria, una hermosa pieza realizada en piedra caliza metamórfica y mármol con complementos de lapislázuli y láminas de oro. Resulta que no, que se han rescatado del olvido máscaras bastante más vetustas. Se estima que la Dama de Warka fue elaborada hace aproximadamente 5,300 años. Hace unos meses, el Museo de Israel en Jerusalén organizó la exhibición Face to Face, The Oldest Mask in The World, en la que se mostró al público 15 máscaras antropomórficas que fueron facturadas hace casi diez mil años. 

Las máscaras, todas descubiertas a lo largo de la segunda mitad del siglo XX, fueron elaboradas durante el Neolítico, en distintos asentamientos localizados en las colinas y el desierto de Judea. La arqueóloga Debby Hershman, curadora de la exposición y jefa del departamento de Culturas Prehistóricas del Museo de Israel, se refiere a dichas creaciones, inicialmente conocidas como stone faces, como “las obras de arte más antiguas hechas a nuestra imagen y semejanza”. Incluso sin tener del todo consciente lo anterior, mirar y dejarse ver por estos selfies primigenios de la humanidad resulta pasmoso: “Las máscaras comparten características visuales comunes…: la forma de las cuencas de los ojos, narices truncadas y bocas abiertas, que proyectan una expresión atónita o amenazante, con reminiscencias de cráneos humanos”. Las personas que mutaron su identidad plantándose estos objetos ya eran sapiens sapiens, humanos modernos, gente como usted o como yo, que formaron parte de las sociedades que protagonizaron la revolución agrícola. Considerando las similitudes que pueden observarse entre los rostros de piedra tallada y los cráneos conservados para el culto de los antepasados que se encontraron en los sitios arqueológicos del mismo período, el equipo interdisciplinario que ha estudiado las piezas conjetura que con estas máscaras se pretendía representar a los espíritus de los muertos, y que fueron utilizadas en ceremonias religiosas y sociales, en ritos de sanación y magia. “La recreación de imágenes humanas con fines de culto se convirtió en una tendencia dominante en el mundo simbólico del Neolítico; de esta manera los miembros de las sociedades agrícolas tempranas expresaron su creciente capacidad de dominio sobre la naturaleza, y, por primera vez en la historia, figuraron los poderes sobrenaturales en su propia imagen”. El surgimiento de máscaras con rostros y expresiones humanas atestigua una transformación profunda y de enorme trascendencia en la cosmovisión de nuestra especie, “un cambio dramático en el sistema de creencias y el mundo simbólico que se produjo durante la época de la revolución agrícola”: las representaciones de animales salvajes prácticamente desaparecieron, el bestiario fantástico dejó de ocupar el sitio estelar en el proscenio mental del hombre, para ser reemplazado por una diversidad de imágenes humanas. Los dioses dejaron de parecer animales.



La exposición Face to Face, The Oldest Mask pudo ser apreciada en el Museo de Israel desde marzo de 2014, y la retiraron en septiembre pasado. En cambio, el Museo presenta ahora A Brief History of Humankind, la magna exhibición con la cual celebra su 50 aniversario. Se trata de una muestra tan ambiciosa como la narrativa que la inspira: el libro de Yuval Noah Harari del que hemos venido hablando, De animales a dioses.

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