sábado, 29 de agosto de 2015

La sacra enjuta

¿Por qué el Homo sapiens es tan propenso a las creencias religiosas? El científico cognitivo Steve Pinker (Montreal, 1954) sostiene que para dar respuesta a esta interrogante desde el punto de vista de la biología, de entrada es necesario saber diferenciar, de entre todos los rasgos de una especie —en este caso, nosotros—, las adaptaciones, esto es, las características que son producto de la selección natural, y los rasgos que son sólo enjutas. ¿Enjutas?

Stephen Jay Gould (1941-2002), paleontólogo experto en procesos evolutivos, y Richard Lewontin (1929), genetista, ambos norteamericanos, publicaron hace casi cuarenta años una ponencia —The Spandrels of San Marco and the Panglossian Paradigm: A Critique of the Adaptationist Programme— en la que acuñaron el término enjuta, para referirse a determinadas características de los organismos. La palabra no la inventaron ellos: enjuta —spandrel en inglés—, es un término tomado de la arquitectura. Enseguida, traduzco la explicación que ellos mismos ofrecen:

En sus mosaicos, el gran domo central de la Basílica de San Marcos de Venecia presenta una detallada iconografía de los pilares de la fe cristiana. Tres círculos de figuras irradian desde la imagen central de Cristo: los ángeles, los discípulos y las virtudes. Cada círculo está dividido en cuadrantes. Cada cuadrante empata con una de las cuatro enjutas que están en los arcos bajo el domo. Las enjutas  son los espacios triangulares estrechos que  se forman por la intersección de dos arcos de medio punto en los ángulos rectos; son un subproducto arquitectónico necesario, resultado del montaje de la cúpula sobre arcos. Cada enjuta contiene un diseño admirablemente ajustado a su forma estrecha. Los diseños son tan elaborados, armónicos y adecuados, que uno se siente inclinado a tomarlos como el punto de arranque de cualquier análisis, como el origen de toda la obra arquitectónica. Sin embargo, proceder así invertiría la dirección apropiada del análisis. En realidad, el sistema comienza en una restricción arquitectónica: la necesidad de cuatro enjutas y sus formas triangulares estrechas. Ellas proveen el espacio en el que el artista que realizó los diseños trabajó… Toda vez que dichos espacios deben existir, son utilizados para generar un efecto ornamental ingenioso.
Las enjutas son pues subproductos, efectos secundarios: en cierto sentido son ‘adaptaciones’, pero las restricciones estructurales son los rasgos primordiales. Jay Gould y Lewontin complementan su explicación del término con otro ejemplo, ahora tomado de la etnografía histórica:
… el antropólogo Michael Harner ha propuesto que los sacrificios humanos que organizaba la teocracia imperial azteca surgieron como una solución al problema crónico de carencia de carne que sufría aquel pueblo. Wilson ha utilizado esta explicación como prueba principal de la predisposición genética de los seres humanos a la dieta carnívora. Dicho autor nos pide entender todo un sistema social y un complejo conjunto de justificaciones explícitas que involucran mitología, símbolos y la tradición como meros epifenómenos generados por los aztecas como una racionalización inconsciente para enmascarar la causa ‘real’ para todo: necesidad de proteínas. En cambio, Sahlins argumenta que los sacrificios humanos representan sólo una parte de un tejido cultural que, en su conjunto, no sólo representó la expresión material de la cosmología azteca, sino que también involucró funciones utilitarias en el mantenimiento de la jerarquización social y el sistema de tributación.
Los autores sostienen, claro, que el canibalismo azteca era, como las enjutas de la Basílica de San Marcos, no la causa de todo el sistema, sino un mero epifenómeno, un uso secundario con las piezas disponibles. Ambos científicos sostienen que ocurre que muchos rasgos de los organismos son así, subproductos de las adaptaciones biológicas con las que las especies evolucionan, y para referirse a ese tipo de características toman prestada la palabra enjuta.

Picker por su parte explica que una manera de distinguir una enjuta de una adaptación es preguntarse si la característica en cuestión es innata o no. Ejemplifica: la lectura es una enjuta, pues un infante no aprenderá a leer si alguien no lo enseña a hacerlo; en cambio, el lenguaje hablado es una adaptación, ya que emerge espontáneamente en todos los niños normales en cualquier sociedad —en su espléndido ensayo “Hermes o de la Comunicación Humana”, don Alfonso Reyes apuntó la misma idea hace muchos años: “La escritura, accidente del lenguaje, pudo o no haber sido: el lenguaje existe sin ella”—. Existe una segunda forma de indagar si un rasgo es en efecto una adaptación o sólo una enjuta: los efectos causales del rasgo serían, en promedio, mejoras en la supervivencia o la capacidad de reproducción de la especie portadora de ese rasgo. Veamos el gusto que todos los humanos experimentamos por los sabores dulces: “actualmente no es tremendamente benéfico, pero el azúcar está lleno de calorías, y por lo tanto su consumo podría haber evitado la inanición durante una época en la cual las fuentes de alimentos eran inseguras”. En contraste, no es muy claro que la música o el sentido del humor tengan una función en términos de adaptación de la especie. En el mismo baúl mete Pincker a la religión: en principio, en promedio y a la larga, no es útil ni para la sobrevivencia ni para la reproducción. Por tanto, la religión es seguramente una enjuta. ¿Entonces? “Un corolario crucial de la teoría de la evolución de las especies es que el conflicto de intereses entre organismos, ya sean de diferentes o de la misma especie, impele al equivalente biológico de una guerra armamentista”. Y la bendita explicación va por ahí…

domingo, 23 de agosto de 2015

Homo credulus

Tertulianas

Credible quia ineptum:
certum est quia impossibile est.
Tertuliano (c. 160 – c. 220)

En el cielo, hay lugar para 144 mil almas, ni una más ni una menos; de eso están convencidos los Testigos de Jehová, y al igual que el resto de la cristiandad ellos también creen que cielo sólo hay uno. En cambio, la umma —todos los pueblos que creen en el Islam— tienen la certeza de que Allāh —Dios— creó todo lo que hay en la Tierra y además no uno sino siete cielos. Los más de 15 millones de seguidores de la doctrina de los Santos de los Últimos Días —comúnmente conocidos como mormones— creen que en 1820, en un pueblito cercano a Nueva York, su fundador, Joseph Smith, fue contactado nada menos que por Dios y Jesucristo —sabrá Dios, y quizá también Jesús, por qué no iría el Espíritu Santo—, quienes se manifestaron nada más para decirle que todas las iglesias existentes hasta entonces aquel eran puras mentiras. El Papa Francisco I, máximo jerarca de la Iglesia Católica, reveló hace poco la razón por la cual la violencia cunde en nuestro país: sucede que “el diablo no le perdona a México” que la Virgen de Guadalupe se haya aparecido en el cerro del Tepeyac. Y aquí, en suelo mexica, de acuerdo a una encuesta realizada en 2009 por Consulta Mitofsky, la mayoría de la gente (57%) cree que el diablo existe efectivamente. Conforme  los resultados del mismo instrumento, tres de cada cuatro personas residentes en el país creen en la existencia de los santos, y ocho de cada diez en los milagros.

En un claridoso artículo  publicado en la Smart Set (diciembre de 1920), Henry Louis Mencken (1880-1956) explicaba: “En resumen: 1) El cosmos es una gigantesca rueda girando a diez mil revoluciones por minuto. 2) El hombre es un patético ser dando un loco paseo en ella. 3) La religión es la teoría que sostiene que la rueda fue diseñada y puesta a girar para darle un paseo al hombre”. 


Darwiniana

¿Qué es el hombre? El hombre es
un bacilo apestoso que Nuestro Padre Celestial creó
porque estaba decepcionado del mono.
Mark Twain

Steve Pinker (Montreal, 1954), en su discurso de aceptación del Emperor Has No Clothes Award, reconocimiento otorgado por la Freedom from Religion Foundation, también trajo a cuento algunas palabras de Mencken: “la más común de todas las estupideces es creer apasionadamente en lo que palmariamente no es verdad”, y sin embargo tal “es la principal ocupación de la humanidad”. En efecto, la religión es un fenómeno presente en todas las culturas, a lo largo y ancho de todo el orbe y al menos hasta donde la corta mirada de los registros nos alcanza. La pregunta que Pinker pretendió contestar durante la ceremonia en la que fue premiado se halla en el ámbito no de la historia sino en el de la biología: cómo fue que evolucionó en los seres humanos el poderoso gusto por las creencias aparentemente irracionales. 

¿A qué obedece la creencia generalizada de que existen seres divinos? Existe una posible explicación en términos evolutivos. Hemos desarrollado la visión con profundidad de campo porque en verdad el mundo es tridimensional. Hemos desarrollado una fobia innata a las serpientes porque ciertamente proliferan esos bichos y muchos de ellos son venenosos. Igual, quizá, efectivamente existe un ser eterno, omnipresente, omnipotente, invisible, dispensador de castigos y milagros, y para mantenernos en una adecuada relación simbiótica con Él hemos desarrollado una especie de módulo divino que nos impele a creer en su existencia y a actuar en consecuencia, por encima y a pesar de cualquier evidencia en contra. Si se asume el anterior planteamiento como una hipótesis, se desprende, argumenta Pinker, que los milagros deberían ser observables, el éxito en la vida proporcional a la virtud como el sufrimiento al pecado. Tal vez nadie tenga a mano una batería de estadísticas que lo prueben, pero resulta tentador sostener que sobran pruebas de que el mundo no funciona así.

El psicólogo canadiense deja ver tres tentativas más de explicación de la religión en tanto adaptación evolutiva. Primera: la religión ofrece cierto confort frente al sin sentido de la vida. En efecto, pero aceptarlo no evidencia el por qué, es decir, ¿por qué, en el caso del pensamiento religioso, creer en falsedades brinda confort o consuelo? Segunda: la religión provee fuertes lazos comunitarios entre los humanos. Incuestionablemente hay verdad en tal aseveración, pero, de nuevo, ¿por qué sería esa la mejor respuesta evolutiva? ¿Por qué sería necesario creer en dioses? ¿Por qué no urdir tejido social únicamente con la fuerza de la amistad y la solidaridad? Tercera: hay quienes seriamente defienden la idea de que la religión es la fuente de los anhelos éticos más nobles del género humano. Cruzadas y guerras santas, quema de mujeres acusadas de brujería, procesos inquisitoriales, jihadas, bombarderos suicidas, raptos colectivos de niñas, en fin, abundan los sucesos que tiran por suelo tal explicación. Por lo demás, apunta Pinker, la psicología ha mostrado que los valores morales se encuentran lógicamente enraizados en la empatía, en la capacidad de ponerse en el lugar de los otros. 

¿Entonces? Para responder desde una perspectiva evolucionista a la pregunta ¿por qué el Homo sapiens es tan propensos a las creencias religiosas?, es necesario distinguir entre los rasgos que son realmente adaptaciones, es decir, los productos de la selección natural de las especies, y los que son sólo subproductos de ciertas adaptaciones, también llamados enjutas. Veremos…

viernes, 14 de agosto de 2015

El rey desnudo

Creo en la explicación más simple:
dios no existe. Nadie creó el universo
y nadie dirige nuestro destino.
Stephen Hawking


Un esperpento en oro macizo: más allá de la hoja de parra que le cubre exiguamente los genitales, el panzón anda desnudo. El poder en una mano y en la otra la vanidad: el cetro y un espejo. La pequeña escultura, facturada por la R.S. Owens & Company de Chicago, la misma empresa que produce la estatuilla de los Óscares, se entrega a quienes año con año son honrados con el Emperor Has No Clothes Award, un reconocimiento con el que la Freedom from Religion Foundation (FFRF) pretende celebrar a las figuras públicas que se atreven a hablar abiertamente de los prejuicios que acarrea a la humanidad el pensamiento religioso. El nombre del premio se refiere, claro, al celebérrimo cuento de Hans Christian Andersen (1805-1875). Publicado originalmente en 1837 —Kejserens nye Klæder, en danés—, El traje nuevo del emperador, como usualmente ha sido traducido al español, relata cómo un par de pícaros, Guido y Luigi Farabutto, le toman el pelo a un jerarca imbécil, convenciéndolo no sólo de que les compre un traje hecho con una tela mágica que únicamente pueden ver las personas inteligentes, sino también de que desfile por las calles de su ciudad luciendo aquel ropaje nuevo. El timo se propaga porque nadie entre el público quiere aceptar que no ve la tela mágica, hasta que por fin un niño se atreve a señalar lo evidente: “¡Pero si va desnudo!” De acuerdo a la FFRF, “la religión tiene una base imaginaria similar”.

El cuento de Anderson es una variación de un texto medieval, “Lo que sucedió a un rey con los pícaros que hicieron el paño”. Se trata del ejemplo XXXII de El conde Lucanor (1330-1335), la antología de historias recuperadas y escritas por el infante don Juan Manuel, Príncipe de Villena (1282-1348).
En este cuento, Petronio refiere al conde cómo tres rufianes engañaron a cierto rey oriental diciéndole que eran capaces de confeccionar “un paño que sólo podían ver aquellos que eran hijos de quienes todos creían su padre, pero que dicha tela nunca podría ser vista por quienes no fueran hijos de quien pasaba por padre suyo”.
Tres siglos después, y más doscientos años antes que Anderson, Miguel de Cervantes (1547-1616) también escribiría una variación de este relato. En El retablo de las maravillas (1615), la materia del  embuste curiosamente está ligada con la cuestión religiosa: Chanfalla y la Chirinos, una pareja de saltimbanquis dedicada al negocio del espectáculo de marionetas, sueltan la filfa de que en su retablo “ninguno puede ver las cosas que en él se muestran, que tenga alguna raza de confeso, o no sea habido y procreado de sus padres de legítimo matrimonio”. Es decir, venden su representación como un eficaz artilugio para filtrar a los cristianos viejos y legítimos del resto de la gente.


Fue en 1999 que se entregó por vez primera el Emperor Has No Clothes Award. En aquella ocasión, el galardonado fue el doctor Steven Weinberg (1933), destacado científico estadounidense y Premio Nobel de Física (1979). Meses antes de haber recibido la estatuilla del rey encuerado, Weinberg había asegurado durante una conferencia en Washington: “La religión es un insulto a la dignidad humana. Con o sin religión siempre habrá buena gente haciendo cosas buenas y mala gente haciendo cosas malas. Pero para que la buena gente haga cosas malas hace falta la religión”. Unos años después, el también profesor de astronomía en la Universidad de Texas en Austin, publicó la ponencia A Designer Universe?, en la que recordaba que el escritor Mark Twain “describía a su madre como una persona genuinamente buena, con un gran corazón, capaz de sentir compasión incluso por el mismo Satanás, pero que no tenía ninguna duda sobre la legitimidad de la esclavitud, porque durante todos los años que vivió en Missouri antes de la guerra nunca había escuchado ningún sermón contrario a la esclavitud, más bien al contrario, innumerables sermones predicando que la esclavitud era la voluntad de Dios”.

En 2004, la Freedom from Religion Foundation otorgó su premio a un canadiense, el doctor Steven Arthur Pinker (Montreal, 1954). Estudió psicología en la universidad pública de McGill, en su ciudad natal, y luego se doctoró en la Universidad de Harvard (psicología experimental). Durante varios años, trabajó en el Departamento de Cerebro y Ciencias Cognitivas del MIT, institución en la que también dirigió el Centro de Neurociencia Cognitiva. A partir de 2003 se incorporó al cuerpo docente de la Universidad de Harvard. Pinker se ha especializado en el estudio de la cognición y el lenguaje, así como en psicología evolutiva, grandes campos sobre los que ha publicado varios libros de divulgación científica, muchos de ellos best sellers internaciones —The Language Instinct (1994), How the Mind Works (1998), Words & Rules: The Ingredients of Language (1999), The Blank Slate: The Modern Denial of Human Nature (2002) y The Better Angels of Our Nature (2011), por citar sólo algunos—. El día que la FFRF le entregó la escultura del ridículo emperador en pelotas, Steven Pinker ofreció una conferencia magistral, The Evolutionary Psychology of Religion, en la cual, entendiendo las creencias religiosas como un fenómeno presente en todas las culturas, intenta explicarlas en tanto una respuesta biológica… ¿Será que no admitir que el rey anda desnudo tiene una función en tanto mecanismo de adaptación? 

sábado, 8 de agosto de 2015

Cosmo(a)gonías

Ya quedan muy pocos. Hace cinco años, en todo nuestro país sobrevivían apenas diez personas que entendían y podían expresarse en solteco, cuatro que hablaban ayapaneco, solamente dos hablantes —uno sexagenario— de chinanteco de Sochiapan, y otros dos de papabuco. Cuando muere un lenguaje se esfuma no una manera de nombrar al mundo, sino un mundo entero. Los resultados definitivos del Censo de Población más reciente muestran que en México hay cosmovisiones que están por desaparecer o quizá hoy ya lo hicieron: en 2010 quedaba un hablante de cada una de las siguientes lenguas: chinanteco de Lalana, popoluca de Oluta, popoluca de Texistepec y zapoteco del Rincón.

Entre los 6.9 millones de hablantes de alguna lengua indígena que residen en México, quienes pueden comunicarse en náhuatl conforman el grupo mayoritario: ascienden a casi 1.6 millones y representan el 23% del total. Según creo, ningún presidente constitucional de los Estados Unidos Mexicanos, estando en funciones, ha intentado aprender la lengua indígena con mayor presencia demográfica entre sus gobernados. En cambio, sé que hace unos 150 años un vienés, quien por entonces se las daba de emperador de México, quiso aprender náhuatl. En efecto, Ferdinand Maximilian Joseph Marie von Habsburg-Lorraine, archiduque de Austria, tomó varias lecciones. Su profesor fue un vecino de Tláhuac, el señor Faustino Galicia Chimalpopoca (1805-1877), gente de razón, no sólo nahuatlaco, también historiador y erudito. Más allá de haber intentado enseñarle a hablar náhuatl al fallido emperador importado, a don Faustino debemos agradecerle un par de libros útiles para aprender dicha lengua (Silabario de idioma mexicano, de 1849, y Epítome o modo fácil de aprender el idioma náhuatl o lengua mexicana, de 1869), pero sobre todo la primera traducción al español de una serie de textos fundamentales acerca del pasado prehispánico de México. De hecho, hoy conocemos tal antología como el Códice Chimalpopoca, en honor al tlahuaquense.

El Códice Chimalpopoca se integra por tres documentos —hasta donde se sabe, rescatados del olvido gracias a la copia que alrededor de 1630 realizó de unos originales el texcocano Fernando de Alva Ixtlilxóchitl (c. 1568-1648)—. El primer texto, conocido como los Anales de Cuauhtitlán, relata sucesos de carácter histórico y además, en una apretada síntesis, el mito de los cinco soles, mismo asunto que luego se desarrolla en el tercer documento. En su Cosmogonía mesoamericana (Siglo XXI, 2004), al contrastar las versiones de la misma leyenda según se refieren en la Historia de Tlaxcala (1591) de Diego Muñoz Camargo (1529-1599) y en los Anales de Cuauhtitlán, Laurette Séjourné sentencia que esta última “es árida y definitiva como un informe judicial”…, y tiene razón:
El primer sol que al principio hubo… se llama Atonatiuh (sol de agua). En este sucedió que todo se lo llevó el agua; todo desapareció; y la gente se volvieron [sic] peces.El segundo sol… se llama Ocelotonatiuh (sol de jaguar). En el sucedió que se hundió el cielo; entonces el sol no caminaba de donde es mediodía y luego se oscurecía; y cuando se oscureció las gentes eran comidas…El tercer sol que hubo… se dice Quiauhtonatiuh (sol de lluvia). En el sucedió que llovió fuego sobre los moradores, que por eso ardieron.El cuarto sol… es Ecatonatiuh (sol de viento). En éste todo se lo llevó el viento; todos se volvieron monos…
De acuerdo a esta cosmogonía, hoy vivivimos en la era del quinto sol, el del movimiento, Olintonatiuh, y “en éste habrá terremotos y hambres en general, con que hemos de perecer”.

Como en el mito de los cinco soles, por el Popol Vuh —poema cosmogónico maya-quiché escrito en la segunda mitad del siglo XVI—, nos enteramos que aquella portentosa civilización también creía que la humanidad actual no era la primera. Al principio era sólo el mar y el cielo, “no había nada dotado de existencia”. Pero sucede que Tepeu y Gocumatz conferenciaron y decidieron ponerle remedio a aquello: “¡Que se llene el vacío!” Y como va…, pero aventarse a crear el mundo no es poca cosa: sucederán cuatro creaciones y cuatro destrucciones masivas previas de sendos recomienzos. La narración sigue una trama evolutiva: primero se crea la tierra, las montañas y los bosques, y sólo entonces los animales, todas esos seres que pronto defraudarán a sus Progenitores por no ser capaces de venerarlos con la palabra: “No ha sido posible que digan nuestro nombre… Seréis cambiados porque no se ha conseguido que habléis…” Continuó la creación de los primeros humanos, hechos de barro, y si bien lograron que hablaran, el experimento resultó infructuoso porque aquellos seres eran aguados, no se podían sostener erguidos y carecían de entendimiento. Las divinidades entonces deshicieron su obra. El siguiente empeño divino se concretó con los muñecos de madera:
… los hombres se produjeron, los hombres hablaron; existió la humanidad en la superficie de la tierra. Vivieron, engendraron, hicieron hijas, hicieron hijos… [Pero] no tenían ningún ingenio ni sabiduría, ningún recuerdo de sus Constructores…; andaban y caminaban sin objeto… Solamente un ensayo, solamente una tentativa de humanidad.
Por supuesto, lo que se decidió fue su aniquilamiento: “vino la inundación, vino del cielo una abundante resina”; no paró ahí, continuó todo un proceso de devastación de aquella humanidad, tan efectiva, que “dicen que la descendencia de aquéllos son los monos que existen ahora en los bosques”. Continuará la creación de otra raza humana, la de los hombres de maíz, nosotros.

Los mitos son verdades simbólicas. Actualmente la ciencia, con toda certeza, nos da cuenta de que nosotros, los Homo sapiens no hemos sido la única tentativa de humanidad. Más aún, fortalece la hipótesis de que por muchos que hoy seamos y por poderosos que creamos ser, habremos de ser suplantados por un modelo mejorado… 

sábado, 1 de agosto de 2015

Homo caducus

 

Extinction is the rule.

Survival is the exception.

Carl Sagan


 

 

Hace medio millón de años aparecieron los primeros ejemplares de una especie humana portentosa, los neandertales. A lo largo de más de 400 mil años no sólo lograron sobrevivir, se extendieron por la mayor parte de Europa y el Oriente Próximo, e incluso desarrollaron un complejo de soluciones tecnológicas que, quizá por puro prejuicio, aún no nos animamos a denominar cultura, el Musteriense (125,000 –30,000 A.P.). Como otros homínidos incluso más arcaicos, los neandertales no sólo sabían fabricar puntas de piedra y organizarse entre sí para cazar grandes presas, además, usaban el fuego cotidianamente, algunos enterraban a sus muertos y fueron capaces de realizar dibujos que representaban ciertas abstracciones mentales —en junio de 2012, se localizó en el sitio arqueológico de Gorham's Cave, en el peñón de Gibraltar, una serie de líneas entrecruzadas labradas intencionalmente en piedra—.



Hoy, de aquellos humanos no queda vivo ni uno solo: como los leones y las hienas cavernarios (Panthera leo spelaea y Crocuta crocuta spelaea), el rinoceronte lanudo de Merck (Dihoplus kirchbergensis), el mamut de la tundra (Mammuthus primigenius), los hipopótamos enanos de Creta (Hippopotamus creutzburgi) o las ratas gigantes de las Canarias (Canariomys), por citar sólo algunos de los animales que convivieron con ellos, se extinguieron.


 

La desaparición de Homo neanderthalensis no ocurrió hace mucho… Todavía hace 50 mil años, el occidente de Euroasia era suyo, un territorio apenas pringado por alguna que otra tropilla de tímidos sapiens. Los humanos de esa otra especie eran inmigrantes; muy poco tiempo antes habían llegado provenientes de África, y eran notoriamente menos fuertes y tenían menos cerebro: la capacidad craneal del neandertal era de 1,600 centímetros cúbicos, 200 más que la nuestra. Y sin embargo, únicamente tuvieron que transcurrir unos diez mil años para que todos ellos desaparecieran, y los sapiens comenzaran a apropiarse de todo el planeta.

 

La revista Nature publicó en 2014 los resultados a los que llegó un grupo extenso de investigadores de varias partes del mundo, en su intento de datar con mayor certeza la extinción de los neandertales (Tom Higham et al., The timing and spatiotemporal patterning of Neanderthal disappearance). Usando la técnica de espectrometría de masas aceleradas desarrollada en el laboratorio de investigaciones arqueológicas de la Universidad de Oxford, elaboraron cronologías robustas para 40 sitios arqueológicos musterienses clave, dispersos por toda Europa, desde Rusia hasta España, a partir de lo cual lograron determinar con un 95.4% de probabilidad que todas esas comunidades estaban ya muertas entre 41,030 y 39,260 años antes del presente. Lo anterior no quiere decir que hace 40 mil años todos los miembros de aquella especie humana que vivió en Euroasia durante más de 400 mil años hayan muerto; significa más bien que a partir de entonces fueron perdiendo la hegemonía frente a los sapiens, para dejar de existir hace unos 30 mil años. Del mismo estudio se decanta que nuestra coexistencia con los neandertales se prolongó durante un período que va de 2,600 a 5,400 años. ¿Poco tiempo? Bueno, toda la era cristiana tiene 2021 años, y la revolución agrícola llegó al antiguo Egipto en el 5,500 antes de Cristo. Desde la perspectiva que ofrecen comparaciones como las anteriores, resulta obligado cuestionarse por las implicaciones que pudo tener la convivencia entre ambas especies. “Un mosaico de poblaciones en Europa durante la transición al Paleolítico Superior Medio sugiere que hubo tiempo suficiente para la transmisión de comportamientos culturales y simbólicos, así como los posibles intercambios genéticos, entre ambos grupos”.

 

Lo que les sucedió a nuestros hermanos neandertales no le pasó solamente a ellos. El sapiens apareció hace 200 mil años, y durante la mitad de su existencia compartió la Tierra con al menos otras seis especies distintas de humanos. En su libro De animales a dioses, Yuval Noah Harari resume: “Tengan de ello la culpa los sapiens o no, tan pronto como llegaban a una nueva localidad, la población nativa se extinguía. Los últimos restos de Homo solensis datan de hace unos 50 mil años. Homo denisova desapareció poco después. Los neandertales hicieron lo propio hace unos 30 mil años. Los últimos humanos enanos desaparecieron de la isla de Flores hace aproximadamente 12 mil años. Dejaron algunos huesos, utensilios líticos, unos pocos genes en nuestro ADN y un montón de preguntas sin respuesta. También nos dejaron a nosotros, Homo sapiens, la última especie humana”.

 

El juego de selección natural de las especies se gana reproduciéndose con el objetivo de perpetuarse. En cuanto a la reproducción, el éxito de los sapiens es incuestionable: para demostrarlo, andamos por el mundo casi 8 mil millones —en octubre de 2021, con todo y pandemia, alcanzamos 7.9 mil millones— de ejemplares. Pero en lo que se refiere a la perduración, los 200 mil años que llevamos por estos lares son aún muy poca cosa, sobre todo si los comparamos con la amplísima existencia que lograron otros homínidos. El Homo erectus es un modelito de ser humano que se mantuvo vigente a lo largo de casi dos millones de años — vivió entre 1.9 millones y 70 mil años antes del presente—. “Es improbable que este récord sea batido incluso por nuestra propia especie. Es dudoso que Homo sapiens esté aquí todavía dentro de mil años, de manera que dos millones de años quedan realmente fuera de nuestras posibilidades”, escribe Yuval Noah Harari. Al terminar de leer su fascinante libro uno entiende que su parecer no tiene nada de pesimista; de hecho, apunta exactamente en el sentido opuesto…