sábado, 8 de junio de 2019

Ecbatana: la ciudad y el orden

Sobre un mapa, dibuje usted una línea recta desde Bagdad hasta Teherán… Estará representando unos 700 kilómetros. A medio trazo, cruzará Hamadán, una ciudad habitada actualmente por medio millón y pico de personas. Ahí se encontraba Ecbatana, la más antigua urbe iraní, y, al menos durante un abrir y cerrar de ojos, una de las capitales de un imperio que llegó a ser, también efímeramente, el más grande del orbe.
          
Ecbatana se erigió en medio de la franja de tierra que en Occidente llamamos Medio Oriente: 320 kilómetros al sur del mar Caspio, 540 al norte del Golfo pérsico, mil al oriente del Mediterráneo, y otros tantos al suroeste del mar Negro. Entre el 1400 y el 100 a. C., la región, bien llamada Media, fue poblándose por tribus arias. Salmanasar III, rey de Asiria entre 858 a. C. y 824 a. C., dejó testimonio escrito de la existencia de los medos, inscribiéndolos así en la historia, como un pueblo más o menos sometido. Digo más o menos porque en realidad no había mucho que someter: gente que aún no se había tomado la molestia de fundar urbe alguna, pobre, dispersa y seminómada. Con todo, alrededor del 650 a. C., los montaraces medos se rebelaron y expulsaron a los sofisticados asirios. A la emancipación siguió la anarquía, y ahí surgió Deyoces, un aldeano a quien sus vecinos, cuando tenían problemas, acudían en busca de arbitraje. Según Heródoto (c. 484 a. C. – 425 a. C.), el personaje, quien ya gozaba de cierta reputación, “se afanó en la práctica de la justicia… Entonces… los de su aldea, al ver su modo de proceder, lo eligieron su juez…” Cuando entre las demás tribus se propagó la voz de que el Deyoces “juzgaba con rectitud…, también acudían gustosos… para dirimir sus pleitos, hasta que acabaron por no apelar a otra persona…” Cuando Deyoces observó que “todo dependía de
él…, se negó a seguir actuando como juez”, aduciendo que “no le resultaba rentable descuidar sus asuntos, por ocuparse todo el día en impartir justicia...” La rapiña y el desorden volvieron. Los medos se reunieron entonces a deliberar… Uno propuso: “‘Como en las circunstancias actuales no podemos habitar este país…, nombremos rey a uno de nosotros; así el país tendrá… orden y nosotros podremos dedicarnos a nuestros asuntos…” Como era previsible, Deyoces fue electo rey. Algunas de sus primeras decisiones fueron decretar cierto ceremonial —prohibió “reír y escupir en su presencia”, por ejemplo— y mandar construir una ciudad capital. “Los medos… edificaron una fortaleza amplia y poderosa, esa que hoy día se llama Ecbatana…” (Historia; I, 95-98).

Después de medio siglo en el poder, Deyoces falleció (665 a. C.) y heredó el reino a un hijo, Fraortes, quien comenzó la expansión meda: guerreó a este y oeste, a persas y a asirios. A los persas los incorporó a su naciente imperio, pero contra los asirios no pudo: luego de más de veinte años de reinado, moriría en batalla contra el ejército del rey Asurbanipal (633 a. C.). Seguiría Ciáxares, vástago de Fraortes, quien resultó estar extraordinariamente bien dotado para los trancazos: al oriente guió a los medos hasta el río Kabul, en lo que hoy es Afganistán, y hacia occidente, después de poner en jaque a los escitas hasta que tuvieron que pactar con él, conquistó Asur, y en 612 a. C., aliado con Babilonia, comandó el asalto y destrucción total de la capital asiria, Nínive. El imperio medo se quedó con todas las tierras al este y norte del Tigris, y Babilonia con las posesiones asirias en Mesopotamia. Los afanes belicosos de Ciáxares no pararon ahí; enseguida dirigió sus huestes a Asia Menor. Logró a adueñarse de Armenia y de buena parte de la península de Anatolia, en donde fue a chocar con el imperio lidio (590 a. C.). Medos y lidios se enfrentaron incansablemente, hasta que un día se apagó el Sol: “… llevaban la guerra con suerte equilibrada, cuando, en su quinto año, ocurrió en el curso del combate que, en plena batalla, de improviso el día se tornó en noche. Entonces lidios y medos, al ver que la noche tomaba el lugar del día, pusieron fin a la batalla, y tanto unos como otros se apresuraron… a concretar la paz” (Historia; I, 74). El propio Heródoto cuenta que el eclipse total que aterró a ambos contrincantes había sido predicho por un tal Tales, oriundo de Mileto (c. 624 – 546 a. C.) —la ciencia moderna confirma que el evento astronómico efectivamente ocurrió el 28 de mayo de 585 a. C.—. Los imperios lidio y medo establecieron como frontera entre ambos el río Halis, hoy Kizilirmak, y agregaron un ingrediente más al pacto de paz: Arienis, hija del rey lidio Aliates II, y Astiages, hijo del rey medo, se casaron. Meses después moriría Ciáxares, y su lugar lo ocuparía Astiages, a quien, destino funesto, le tocaría ser el último de la dinastía meda. En efecto, en 550 a. C. sería destronado por un persa, Ciro, para colmo su propio nieto… En 549 a. C., Ciro el Grande (c. 600/575 a. C. – 530 a. C.), después de tomarla, decidiría no destruir Ecbatana e integrarla a su imperio, ya no medo como el de su abuelo, sino persa, aqueménida, y además mantenerla por un tiempo como su propia residencia. Desde ahí emprendería la conquista de su mundo…

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