viernes, 29 de enero de 2021

Estupidez artificial



Adultos en uso pleno de sus facultades mentales que no creen en las cifras oficiales, o creen que “criminalmente” se está ocultando una catástrofe apocalíptica, o que se está armando amañadamente un escándalo por un virus que inventaron los chinos, y que, además, se cura fácil con tecitos de hojas de guayaba. Personas inteligentes e instruidas que se envenenan ingiriendo un desinfectante. Gente educada que no quiere ponerse la vacuna contra la covid porque teme que míster Bill Gates le ingerte un microchip. Bípedos racionales asistiendo a “pequeñas reuniones” sin miedo al contagio porque “van a ir puros conocidos”. Sapiens perfectamente normales convencidos de que la pandemia le hubiera pegado menos feo a todo México si tan sólo el presidente anduviera siempre de los siempres con cubrebocas… La semana pasada arguía aquí mismo que no es requisito ser un idiota redomado para creer idioteces, y a partir de ahí, en consecuencia, actuar estúpidamente. ¿Por qué cada vez somos más propensos a la superstición, al pensamiento mágico y a la simple y llana estupidez? No, no es por falta de entendederas. Ocurre que nuestra cosmovisión cada vez depende menos de nuestra propia percepción directa de la realidad, y cada vez más de las herramientas de pensamiento culturales, y cada vez entendemos más el mundo —y a nosotros mismos— a partir de las narrativas compartidas por la sociedad en la que vivimos. No se trata de una condición novedosa, es una megatendencia que puede observarse a lo largo de toda la historia de la humanidad: a mayor complejidad social, la comprensión que tienen los individuos de sí mismos y de la realidad en su conjunto dependen más y más de las narrativas compartidas. La evolución de la humanidad bien puede entenderse como un tránsito hacia un macro organismo, desarrollo que ha sido acompañado de una progresión de la inteligencia de la inteligencia individual a la inteligencia colectiva. Sin máquinas mediante, la inteligencia de los sapiens es cada día más artificial, menos natural y más cultural.

 

Constanza vive en Alemania desde hace casi dos años. Está por terminar una maestría en Políticas Públicas en la Hertie School de Berlín, una universidad privada sin fines de lucro, acreditada por el Consejo de Ciencias de la República Federal de Alemania. La Hertie School se especializa en estudios internacionales de posgrado en materia de gobernanza.

 

Individual & Collective Intelligence: Insights from Biology & Technology fue una de las materias que Constanza cursó el segundo semestre de 2020. Su profesora, Joanna Bryson, estudió psicología e inteligencia artificial (IA) en la Universidad de Chicago (BA), en la Universidad de Edimburgo (maestría) y en el Instituto de Tecnología de Massachusetts (PhD).  Antes de dar clases en la Hertie, la doctora Bryson ha sido docente en las universidades de Bath (Computación), Harvard (Psicología), Oxford (Antropología) y Mannheim, e investigadora en el Centro de Princeton para Políticas de Tecnologías de la Información. Su trabajo de investigación se centra en el impacto de la tecnología y la IA en la cooperación humana y la gobernanza.

 

En colaboración con dos compañeras, una brasileña y otra norteamericana —Beatriz Almeida Saab y Heather Dannyelle Thompson, respectivamente— Constanza desarrolló una investigación para acreditar dicha materia. El objetivo fue ponderar los factores que determinan que las personas crean o no en una teoría conspiracionista, esto es, en una determinada narrativa, cuando ella se propaga a través de las redes sociales (Twitter, Facebook, YouTube). Partieron de que tales narrativas no surgen espontáneamente en la mediósfera, sino que son creadas e impulsadas con la intención de difundir desinformación masiva para obtener beneficios políticos, crear temas semilla para los periodistas y afectar así la vida pública y la gobernanza. La investigación consistió en aplicar un modelo de comportamiento en una población determinada, con la intención de comprender qué variables pueden influir en la difusión de una teoría conspiracionista, en particular en un contexto intensamente polarizado y con mucha comunicación, el de las elecciones presidenciales estadounidenses de 2020. El ejercicio se ejecutó en una población de quinientos individuos. Claro, no experimentaron con gente de carne y hueso, sino que lo hicieron con un conjunto de bites que, gracias a un conglomerado de algoritmos, simularon el actuar de medio millar de seres humanos —machine learning; en concreto emplearon NetLogo—. El modelo se basó en una población aleatoriamente expuesta a un número variable de agentes o fuentes (patches) —periódicos, canales de televisión, cuentas de redes sociales—. Los parámetros que definieron como determinantes del comportamiento fueron educación, frustración, sentimiento personal de descontrol, credulidad y nivel de comunicación. Cuando una persona se entera de la teoría conspiracionista puede no creerla —y se hace resiliente— o creerla, en cuyo caso se convierte también en un agente propagador de la misma. Si bien estudios previos apuntan que es mucho más fácil que caigan de nuevo quienes ya han mordido antes un anzuelo —“la creencia previa en una teoría de la conspiración es el mayor factor de la propensión de un individuo a creer en una conspiración posterior” (Bensley, et al., 2019). The generality of belief in unsubstantiated claims)—, con todo, resultó que el principal acicate para que la gente se trague un cuento es que se sienta frustrada y sin control: “por supuesto, la educación es un método probado para combatir las teorías de la conspiración, pero lo que es más interesante es reducir los parámetros de falta de control y frustración…” Dicho de otro modo, a la hora de creerse o no un cuento, siempre tiene más peso el componente social que el individual. Al igual que la inteligencia, la estupidez tiene una determinante social decisiva.

miércoles, 27 de enero de 2021

El chicharronismo de Pepillo

El concepto de chicharronismo se lo debo a una lectura que no debería confesar. En alguno de los voluminosos tomos de Mis tiempos (1988), quizá en el primero, José López Portillo y Pacheco (1920-2004), presidente de este país de 1976 a 1982, sostiene que una de las características esenciales de El mexicano —ya saben, ese personaje mitológico que la pseudosociología literaria se ha encargado de mantener vivo con buena prosa— es el chicharronismo. El político, litigante y novelista —ahí están para quienes lo duden Quetzalcóatl (1965) y Don Q (1969)— explica que el chicharronismo es una afección que sistemáticamente lesiona el tejido social de este país. Sin mucha teoría social de la cual echar mano, él mismo ilustra el chicharronismo trayendo a cuento al tipo desconsiderado que cuando llega a un banco a la mala se brinca a las diez o quince personas que están haciendo fila ordenadamente. ¿Y por qué lo hace? López Portillo le da voz al hipotético abusón: Porque aquí sólo mis chcicharrones truenan. De ahí el mote: chicharronismo. Según JOLOPO, El mexicano es en este sentido un chicharronero, un gandalla. Podrá haber sido un gran orador, un buen deportista, incluso un diestro abogado…, pero como sociólogo, el expresidente nomás no estaba capacitado. Su teoría no soporta ni siquiera una revisión desde la trinchera de la lógica formal, ¡qué digo de la lógica formal!, ni un simple análisis aritmético: en el ejemplo que presenta, el mexicano pasado de lanza, el chicharronero, es uno, mientras que el resto de los aludidos son el montón que conforman los que estaban en la fila civilizadamente, a quienes, si no hicieron algo para impedir que se violentara el orden, podríamos etiquetar de dejados, pero no de chicharroneros. Así que en cualquier caso el episodio de marras podría servir para tratar de apuntalar el bien difundido prejuicio de que los mexicanos somos una bola de indolentes, pero no unos gandallas. Más bien, hipotetizo, López Portillo era efectivamente un señor acostumbradísimo a que sólo sus chicharrones tronaran, y su curiosa alocución pseudosociológica en última instancia no era más que una coartada: Es que así somos los mexicanos.

 

Recordé esto por culpa de un señor de la farándula que se hace llamar Pepillo. El pasado 23 de enero, el individuo, Juan José Origel, alardeó desde su cuenta de Twitter —perdonarán el desaseo ortotipográfico que viene:—: “Ya vacunado!! Gracias #usa que tristeza que mi país no me brindó esa seguridad!!!” Y enseguida cerró su tuit con el emoji de Hombre encogiendo los hombros, copiado y pegado once veces. Lo que seguramente intentó ser una crítica al plan de vacunación del gobierno de México, fue una descarada confesión de chicharronismo trasfronterizo. Lo que hizo el señor @Pepillo_Origel fue ir a hacer trampa en Estados Unidos, presumirlo y, además, quejarse de que en México no había podido saltarse las trancas. Con todo, y como era de esperarse, el dichoso tuit se viralizó. La noche del miércoles 27 tenía casi cinco mil me gusta y un poco más de respuestas. La mayoría de las respuestas no fueron muy amables: el chicharronismo del señor Pepillo causó enojo, en algunas personas furia incluso. Hubo también quienes pusieron en duda que realmente hubiera conseguido que lo vacunaran del otro lado, y tampoco faltaron los que trataron de usar el chisme que se armó: Sergio Sarmiento publicó en Reforma un texto titulado “Vacunaciones”, cuyo primer párrafo es de principio a fin un embeleco: “En estos momentos es muy fácil para cualquier mexicano de más de 65 años vacunarse contra el covid. Lo único que tiene que hacer es viajas a Estados Unidos, donde se puede vacunar en cualquier centro de salud o incluso en una farmacia”. Sarmiento miente, como se lo harían ver miles de lectores y lo evidenciaría en las siguientes horas la misma historia del señor Pepillo, “columnista de los periódicos Sol de MexicoLa Prensa y Esto y lanzando Vino Origel, y ahora conductor de Con Permiso” —así se presenta en Twitter—, quien no podrá salirse con la suya. Quizá no contaba con que su tuit no iba a ser leído nada más de este lado del río Bravo. No faltaron los ciudadanos norteamericanos que se quejaron del agandalle del conductor mexicano, y cuatro días después de haberse brincado la fila, el señor Origel ya era tema de algunas notas periodísticas. El New York Post informa el chanchullo perpetrado por Origel, y termina: “`Está absolutamente prohibido que alguien entre a Florida por un día para recibir la vacuna y se vaya al siguiente´, dijo al periódico Jason Mahon, portavoz del departamento de salud. ‘Pedimos que todos los incidentes sospechosos se informen al departamento de salud del condado correspondiente de inmediato’". Algunos medios ya mencionan que Pepillo no recibirá la segunda dosis de la vacuna, que será multado y que podrían retirarle la visa. Y aquí, para terminar, imagine usted que dejo el emoji Hombre llevándose la palma de la mano a la cara, tres veces.

sábado, 23 de enero de 2021

Pandémica estulticia

  

… nada convence más que una historia apropiada.

Martín Caparrós, Sinfín.

 

 

Desde que comenzó la pandemia he ido cayendo cada vez más y más en la cuenta de que la superstición, la ignorancia, el pensamiento mágico y la simple y llana estupidez están mucho más dispersos de lo que yo suponía. Abundan. Desplegada en un pletórico abanico de colores, la tontera rebosa, es plaga que cunde. Y que nadie se ofenda, por favor, no me estoy refiriendo a alguien en particular: no estoy señalando un problema de inteligencia individual, sino una condición de inteligencia social y de confianza. Hablo de una situación.

 

¿Todos los sapiens que han creído y creen bobadas son bobos? No, nadie necesita ser especialmente ingenuo para tragarse un cuento. Sucede que no es requisito ser un idiota redomado para creer idioteces, y a partir de ahí, en consecuencia, actuar estúpidamente. ¿O usted piensa que toda la gente que ha creído y cree plenamente en cualquiera de los grandes embustes y falsedades que la historia documenta eran o son un atajo de imbéciles? Uno que otro habrá, seguramente, ¿pero todos? ¡Por supuesto que no! O desde la perspectiva opuesta, considerando que actualmente desarrollamos tanta ciencia y tecnología, que millones y millones de hombres y mujeres común y corrientes saben usar aparatos tan complejos como una computadora, ¿de verdad usted cree que los humanos de hoy en día somos mucho más inteligentes que los de antes? Y no estoy pensando en modelitos tan recientes como nuestros bisabuelos o tatarabuelos, sino que pienso en la gente que estuvo por estos lares y para bien nuestro consiguió sobrevivir hace varias decenas de miles de años. ¿Considera usted que nosotros, armados con nuestros smartphones y nuestras tablets, cobijados por una constelación de satélites creados por nosotros mismos, patronos de todos los rincones del orbe, caciques planetarios, somos más inteligentes que ellos, aquellos modestos ancestros nuestros que apenas y a duras penas lograron sobrevivir andando a salto de mata? Piénselo… Si usted eso supone, que somos ahora más inteligentes que, por ejemplo, nuestros congéneres cazadores-recolectores, con toda la pena voy a compartirle un dato: “Durante los últimos diez mil años [es decir, más o menos el período que va de la revolución agrícola hasta nuestros días], el cerebro del homo sapiens ha disminuido de tamaño alrededor de un 10 por ciento, o entre un 3 y un 4 por ciento en relación con el tamaño de nuestro cuerpo.” (Gaia Vince, Transcendence). Así que si en nuestros días, por ejemplo, mucha gente se lava las manos antes de comer y después de ir al baño para evitar una infección gastrointestinal, mientras que hace apenas unos mil años casi nadie lo hacía, no es porque ahora seamos más inteligentes. Tampoco se puede explicar por alguna atrofia del intelecto que, durante la mayor parte de la existencia de la humanidad, cuando a las personas les tocaba en (mala) suerte presenciar un eclipse total de sol experimentaran un terror existencial atroz. Sin duda, antes se sabía menos, mucho menos, se entendían menos los procesos, pero eso no significa que la gente fuera más pazguata que ahora. Y tampoco es que ahora seamos mucho más brutos que todos ellos, los pretéritos; no es por falta de entendederas que hoy seamos tan propensos a caer fácilmente presas de la estulticia. ¿Entonces?

 

En principio, conviene recordar que además de ser seres creadores, somos seres creyentes. Hemos evolucionado para crear y creer en ficciones que nos permiten integrarnos en comunidades. Sin un mito fundacional funcional no hay pueblo integrado. Ninguna sociedad es viable sin la argamasa de las ficciones compartidas por sus miembros. Hacemos mundo, mundos, imaginando historias. “Hombres, somos hombres: especialistas en creer. O en creer que creemos”, escribe Martín Caparrós en su más reciente novela, Sinfín (2020).

 

Además, somos proclives a creer en estupideces, grandes y pequeñas, precisamente porque nuestra inteligencia es ya más que nada un artilugio social. Toda la cultura, todo el desarrollo civilizatorio, se basa en la nuestra capacidad de copiar: By copying, we made our world, sintetiza Gaia Vince. Copiamos las soluciones que otros han dado ya a los retos que enfrentamos, de tal manera que para estas alturas de la historia ya son muy muy pocos los problemas que un ser humano tiene que resolver por sí mismo en su día a día. Por eso, la inteligencia de los sapiens es cada vez es más social, cultural. Nuestra conciencia misma es impensable sin los demás. Valga traer a cuento a Roger Bartra, quien, al igual que Gregory Bateson (1904-1980), el antropólogo que acuñó el concepto ecología de la mente, piensa que la conciencia únicamente puede entenderse como parte de un gran sistema en el que interactúan tanto el contexto físico como el sistema de relaciones sociales en los que vivimos. Más incluso, tajante, sostiene que “la conciencia es la articulación entre el cerebro y la sociedad” (Cerebro y libertad, 2013). Uno no (saque qué) es sin los demás.

 

Agregue usted que ese cada vez más exótico sitio al que nos referimos como “la realidad” es una construcción social. Cualquier entorno humano es por definición, una creación, una creación colectiva. El mundo es un artificio.

 

Finalmente está la confianza, ese gran prejuicio sin el que ninguna sociedad podría funcionar. La gente da por ciertos en una serie de asertos que jamás intenta comprobar y en la mayoría de los casos no podría hacerlo.

 

En suma, resulta que en la medida en la que una sociedad es más compleja y sus integrantes soportan su entendimiento de las cosas en herramientas sociales de pensamiento y sus relaciones dependen mayormente de redes de confianza, la noción de la realidad se vuelve más vulnerable. Las narrativas que pueden dar tranquilidad no necesitan expresar verdades ni estar apuntaladas en hechos; es suficiente que sean más o menos verosímiles, compartidas y, sobre todo, ayuden a mantener, aunque sea un poquito más de tiempo, un mundo que está cambiando, el nuestro.

sábado, 16 de enero de 2021

Población 2020

A la socióloga María de la Paz López Barajas.

  

Ladillas y estrellas

 

¿Qué es más complejo, el Sol o una ladilla? El primero, con un volumen de 1,409,272,569,059,860,000 km3, aunque concentra el 99.9% de toda la masa del sistema solar, se compone casi por completo de dos elementos químicos, hidrógeno y helio. Por su modesta y molesta parte, una ladilla (Pthirus pubis), a pesar de que no sobrepasa tres milímetros de longitud, posee una composición físicoquímica tan compleja que se encuentra ya en el ámbito de lo biológico, de los seres vivos. El Sol no es más que una estrella, una cosa inanimada, un montón de plasma que, dicho en corto, no se dedica más que a consumirse a sí mismo. La ladilla es un insecto anopluro capaz de establecer una relación de simbiosis, parasitaria específicamente, con humanos; se mueve, come, se reproduce, muere… Ahora, ¿cuál comportamiento es más fácil de predecir, el del regio Sol o el de una ladilla?

 

“El Sol no ha cambiado drásticamente desde hace más de cuatro mil millones de años, y seguirá siendo bastante estable durante otros cinco mil millones de años más” —Wikipedia dixit.

 

 

Población 2020

 

En pocos días el INEGI dará a conocer los resultados del Censo de Población y Vivienda 2020. ¿Cuántos seremos? Más precisamente, ¿cuántos éramos al final del primer trimestre del año pasado?

 

En 2000, 97.5 millones de personas residíamos en México. Entonces ocupábamos el undécimo sitio en el ranking de los países más poblados, atrás de Nigeria y Japón. La población mundial ascendía a 6,063 millones, y nuestra participación relativa era de 1.6 por ciento. 

 

Para 2010 se habían sumado 11.5 millones de personas —más que las radican hoy en la Ciudad de México—: en la República Mexicana vivíamos 112.3 millones de habitantes. La Tierra cargaba a cuestas 6,843 millones de sapiens, y aunque nuestro país seguía ocupando el lugar 11 entre los más poblados, el orden había sufrido cambios: Nigeria, por ejemplo, con sus 152 millones, había escalado al séptimo escaño, en tanto que Rusia había caído del sexto al noveno lugar. La participación relativa de quienes habitábamos en territorio mexicano no había variado: 1.6% de la población mundial.

 

Cinco años después, el planeta albergaba ya a más de siete mil millones de humanos (7,379), y nuestro país se mantenía como el undécimo más poblado: pululábamos México 119,938,473 personas (Encuesta Intercensal 2015; INEGI).

 

Ahora, supongamos que un estudiante quiere saber cuánta gente vive hoy en el país… Seguramente no consultará a alguno de sus maestros ni a sus padres, mucho menos intentará averiguar el dato en un libro; lo más probable es que googlee población total de México. La respuesta será 126.2 millones, con un 2018 entre paréntesis —el monto es una estimación referida a tal año—. También es posible que el estudiante acuda a la fuente de fuentes, Wikipedia, but of course; en su entrada “México” se encontrará con otro dato: 128,649,565, una estimación al 2020 tomada de una fuente estrambótica, por decirlo suave: North America: Mexico, The World Factbook; Central Intelligence Agency. Entonces eso dice la CIA, ¿será? El dato más reciente que hallará por ahora quien consulte el sitio del INEGI será el de la Intercensal 2015. Ahora, según la institución responsable de realizar las proyecciones poblacionales oficiales de este país, CONAPO, en 2020 éramos 127.8 millones de habitantes. Por su parte, la ONU estimaba que para entonces México tenía 128.9 millones de residentes. La diferencia no es mucha; en cualquier caso, es un hecho que desde el año pasado México, desplazando a Japón, se ubicó como el décimo país más poblado del mundo, un mundo que cerró el año con 7.8 mil millones de bípedos sorprendidos.

 

 

¡Pa’tsunami!

 

El sábado (9/I/2021), a las 17:00 horas, 7,837,931,408 seres humanos plagábamos el mundo (worldometer, con estimaciones de la ONU). Se escribe fácil, pero recordemos que a lo largo de más de doscientos mil años los sapiens no tuvimos una presencia notoria en el planeta —durante mucho tiempo, ni siquiera hegemónica entre los homínidos—. Con el advenimiento de la era moderna, se desató el tsunami humano. En 1804, hace apenas 217 años, llegamos a los primeros mil millones. En 1930, ya éramos el doble, dos mil millones, y en 1974 la población mundial se había duplicado otra vez: cuatro mil millones. Menos de medio siglo después, ya ven, estamos a punto de multiplicarnos por dos de nuevo. Y el artilugio no se detiene: nada más en 2020 el crecimiento de la población mundial fue de unos 80 millones, equivalentes a la población de Australia, Bolivia, Cuba, Portugal, Israel, Paraguay, Mongolia y Puerto Rico…, ¡en conjunto! En menos de diez días, a la media noche del sábado, se estima que en lo que va de 2021 ya habían nacido 3.4 millones de niños y niñas, al tiempo que habían fallecido 1.45 millones de congéneres, con todo y pandemia, así que en apenas nueve jornadas la cantidad de hombres y mujeres en la Tierra se ha incrementado en dos millones.

 

 

Incertidumbre

 

¿Y qué sigue? ¿Qué prevé la demografía? La proyección más aceptada señala que en 2050 serán/¿seremos? 9,700 millones de personas. “‘No hay grandes diferencias en las proyecciones de población para los próximos 30 años’, dice John Wilmoth, jefe de la División de Población de la ONU. ‘Pero comienzan a divergir en la segunda mitad del siglo y, sinceramente, para después nadie lo sabe con certeza.’” (Richard Webb, “The great population debate”. New Scientist, November 2020). ¿Por qué? Más allá del azar, los accidentes, las calamidades previstas o sorpresivas, las estimaciones se basan en la tasa de fecundidad mundial promedio —el número de nacimientos por mujer—, y si esa tasa se aumenta en medio niño, a finales de siglo llegaríamos a 16 mil millones. Pero lo opuesto puede suceder: hay quienes insisten en que la demografía no ha dado el peso adecuado al órgano de reproducción que hoy resulta decisivo para los humanos, el cerebro, y especialmente el cerebro de las mujeres (v.g.: Darrell Bricker, Empty Planet: The Shock of Global Population Decline).

 

Por lo demás, la incertidumbre no debería extrañarnos: conforme la Humanidad se va haciendo más y más compleja, su devenir se hace cada vez menos predecible. Ladillas del planeta, cada vez nos alejamos más del Sol.

sábado, 9 de enero de 2021

I ching 2021


El rigor ha tejido la madeja.

No te arredres. La ergástula es oscura,

la firme trama es de incesante hierro,

pero en algún recodo de tu encierro

puede haber una luz, una hendidura.

El camino es fatal como la flecha.

Pero en las grietas está Dios, que acecha.

Jorge Luis Borges, Para una versión del “I King”.

 

 

Me pregunto si resulta pertinente preguntarle al libro algo así como…:

 

— Estimado, ¿qué buen consejo puedes darnos a mí y a los lectores y las lectoras de esta columna semanal?

 

Claro, subyace a la duda otra pregunta: ¿tiene sentido interrogar sobre cualquier asunto de este modo a un libro, es decir, a un objeto inanimado? Sí, indudablemente, al menos en el particularísimo caso de este libro, el I ching o Yijing o I King o Libro de los Cambios, o Libro de las Mutaciones. Uno de los grandes estudiosos contemporáneos del I ching, también uno de sus usuarios más asiduos e inteligentes, el psiquiatra suizo Carl Gustav Jung (1875-1961), realizó la misma operación comunicacional cuando escribió su célebre texto introductorio a una de las mejores ediciones del libro, la realizada a partir de la traducción del sinólogo alemán Richard Wilhelm (1873-1930): “… realicé un experimento acorde con la concepción china: en cierto modo personifiqué al libro, solicitando su criterio sobre su situación actual, o sea sobre mi intención de presentarlo a la mentalidad de Occidente”. Porque en efecto, estamos frente a un libro sapiencial/oracular chino, un texto antañón, de no menos de tres mil años de antigüedad, uno de los cinco clásicos de la tradición confuciana —y “como toda gran obra filosófica es también necesariamente, siendo creación verbal, una precipitación poética, materialmente poética”, nos recuerda D. J. Vogelmann—.

 

Así que, si Jung lo hizo, ¡adelante!, procedo…, pero antes, afino la pregunta, y explicito cuándo la planteo y con qué intención y objetivo: Este segundo día del 2021, ¿qué buen consejo puedes darnos a mí y a los lectores y las lectoras de esta columna, para transitar el año de la manera más sabia posible? La formulación es pertinente; incluso podría replantearse de forma más concreta: ¿qué hexagrama convendría que leyéramos ahora yo y los lectores de esta columna a fin de encontrar una guía para transitar de la manera más sabia posible el año 2021? Porque si alguno de ustedes conoce el I ching sabe que se integra a partir de la combinación de ocho triagramas (cada uno conformado por tres líneas), mismos que simbolizan sendos elementos: Cielo, Trueno, Agua, Montaña, Tierra, Viento, Fuego y Lago. Con la combinación de tales triagramas se construyen 64 posibles hexagramas, las células del saber del Libro de las Mutaciones.

 

Ahora, como no tengo un caparazón de tortuga especial para llevar a cabo la consulta ni tampoco 49 tallos de milenrama —Achillea millefolium, milenrama, perejil bravío o flor de la pluma—, entonces emplearé el método de las tres monedas. Voy a usar las más pequeñitas que tengo a la mano, apenas de 17 milímetros de diámetro: tres moneditas mexicanas de 50 centavos, todas acuñadas en una aleación de acero inoxidable en un año de transición para nuestro país, 2018. La cara del águila será el Yang y la cara opuesta —la del Sol, según el anacronismo— será el Ying, así que sus valores serán 3 y 2, respectivamente. 

 

Primer tiro: Yang, Yang, Ying, o sea, 3+3+2=8, Ying  - - 

Segundo tiro: 2+2+3=8,  - -

Tercer tiro: 2+2+2=6, —

Cuarto tiro: 2+2+3=8,  - -

Quinto tiro: 2+2+3=8,  - -

Sexto tiro: 2+3+3=8,  - -

 

Ahora, el hexagrama se arma de abajo hacia arriba, esto es, el primer tiro corresponde al piso del triagrama inferior, el segundo a su segundo nivel y así sucesivamente, hasta el sexto tiro, que indica el tope del triagrama superior. El resultado es el hexagrama 15.

 

El hexagrma 15, Ch’ienLa Modestia, se forma abajo por el triagrama Ken, El Aquietamiento, la Montaña, y arriba por el triagrama K’un, Lo Receptivo, la Tierra. El dictamen para este hexagrama señala: “La Modestia va creando el éxito. El noble lleva a buen término.” ¿Requiere algún esfuerzo de interpretación? Supongo que no mucho, quizá nada más subrayar que la modestia es la antípoda de la vanidad, de la hybris griega, esto es, lo opuesto a la soberbia desmesura, a la falta de control que conduce a desestimar lo que a uno le toca en el mundo (moira), el exceso de confianza en sí mismo que necesariamente empuja a la debacle. El falto de modestia es el arrogante, el abusador, quien se agandalla, quien pretende proyectarse más allá de su propio espacio y del potencial que por esencia le corresponde… La modestia es una actitud mental posible tanto para los poderosos como para los débiles: “Si el hombre está en elevada posición y se muestra modesto, resplandece con la luz de la sabiduría. Cuando está en baja posición y se muestra modesto, no puede ser pasado por alto”. La imagen que brinda el I ching para el hexagrama 15 es la siguiente: 

 

En medio de la tierra hay una montaña:

la imagen de La Modestia.

Así disminuye el noble lo que está de más y aumenta lo que está de menos.

Sopesa las cosas y las iguala.

 

El noble, el sabio, equilibra. En los dictámenes anexos se insiste: la modestia permite controlar el carácter, impone orden en las costumbres.

 

Me parece que la respuesta que el azar —cualquier cosa que eso sea— nos dio a través del I ching no tiene mucha vuelta de hoja: este 2021, tal vez convenga bajarle dos rayitas.

 

C. G. Jung subrayaba que el I ching no ofrece predicciones, no anticipa hechos ni da poder, sin embargo, “para los amantes del autoconocimiento, de la sabiduría, parece ser el libro indicado”. 

sábado, 2 de enero de 2021

Otros datos

  

… even if we act to erase material poverty,

there is another greater task:

it is to confront the poverty of satisfaction

—purpose and dignity— that afflicts us all.

Bobby Kennedy, 18/III/1968.

 

 

 

Ochenta días antes de morir, Bobby F. Kennedy vistió la Universidad de Kansas. Rebosaba esperanza; apenas dos días antes, el joven senador por el estado de Nueva York había anunciado que pelearía por la candidatura del partido demócrata por la Presidencia de Estados Unidos. Cinco años atrás, Robert Francis Kennedy, originario de Brookline, Massachusetts, despachaba como Procurador General de su país cuando el presidente en turno, su hermano mayor, John F. Kennedy, fue asesinado en Dallas, Texas (22/XI/1963).

 

Aquel 18 de marzo cayó en lunes; despuntaba el arrebatado año de 1968. El fin de semana anterior, en My Lai, tropas norteamericanas habían masacrado a centenares de civiles vietnamitas, muchos de ellos niños y ancianos. A la mañana siguiente, el martes, un montón de alumnos de la Universidad de Howard, en Washington, D. C., armó algo nunca antes visto en suelo estadounidense: una protesta estudiantil, en esta ocasión inaugural en contra de la guerra de Vietnam —en la que ya peleaban cerca de medio millón de ciudadanos estadunidenses—, y de la segregación racial en su propio país… By the way, menos un mes después, el 4 de abril, en Memphis, Tennesee, sería ultimado Martin Luther King. En Checoslovaquia, el movimiento civil que pasaría a la historia como la Primavera de Praga se hallaba en pleno apogeo. El mes previo, el 20 de febrero, en Roma y Venecia los carabinieri habían disuelto con gases lacrimógenos manifestaciones de universitarios italianos. El 8 de marzo estalla la Aliyá de Polonia, una cadena de protestas de estudiantes e intelectuales contra el gobierno comunista. El viernes de la misma semana en que RFK estuvo en Kansas, un grupo de estudiantes franceses tomó las instalaciones de la Universidad pública de Nanterre, hecho que preludiaría el Mayo de París. Aquí en México todavía nadie se imaginaba la eclosión juvenil que estaba a punto de ocurrir, pero la contracultura se respiraba ya por todos lados… Editorial Diógenes publica Pasto verde de Parménides García Saldaña, a principios de abril se estrena Planet of the Apes, una película que predice el colapso de la civilización, y en mayo John Lennon termina de escribir Revolution… “Los movimientos de 1968 plantearon un desafío a las cuatro tiranías [que conforman la Megamaquinaria]: la tiranía del mercado; la violencia física del Estado; el poder ideológico de los medios de comunicación, las escuelas y las universidades, y la tiranía del pensamiento lineal, la tecnocracia y la idea del dominio total sobre la naturaleza —explica Fabian Scheidler en su libro The End of the Megamachine: A Brief History of a Failing Civilization (2020)—.

 

Kennedy fue recibido con ovaciones por los estudiantes de la Universidad de Kansas. Las expectativas eran enormes y con su discurso las rebasó sobradamente. Hoy día, más de medio siglo después, buena parte de lo que dijo aquella ocasión sigue siendo vigente…, más ahora después del prolapso del neoliberalismo… El joven político entró al meollo del asunto hablando de la pobreza imperante en los guetos afroamericanos —entonces se decía the black ghetto—, y en general del problema de la desigualdad económica… “Si estamos unidos por una preocupación común por los demás, tenemos ante nosotros una prioridad nacional urgente. Debemos comenzar a poner fin a la desgracia de esta otra América”. La desgracia de los desposeídos. Sin embargo, y aquí viene el punto central de su argumentación, señaló que el asunto no se reduce a la dimensión económica: “… incluso si actuamos para borrar la pobreza material, hay otra tarea mayor: enfrentar la pobreza de la satisfacción, la pobreza de propósitos y de dignidad que nos aflige a todos. Parece que demasiado y por demasiado tiempo hemos entregado la excelencia personal y los valores comunitarios a la mera acumulación de cosas materiales”. Y enseguida el senador se fue duro al dato duro, al dato macroeconómico, para hacerlo trizas: “Nuestro Producto Nacional Bruto —Gross National Product— cuenta la contaminación del aire, la publicidad de cigarrillos y las ambulancias para limpiar nuestras carreteras de la carnicería. Cuenta las cerraduras especiales para nuestras puertas y las cárceles para las personas que las violan. Cuenta la destrucción de los árboles y la pérdida de nuestra maravillosa Naturaleza por la expansión caótica. Cuenta el napalm y las ojivas nucleares y los carros blindados para que la policía luche contra los disturbios en nuestras ciudades. Cuenta el rifle de Whitman…” —se refiere a Charles Joseph Whitman, un ex marine que en 1966 mató a 15 personas e hirió a 32 más en la Universidad de Texas, luego haber asesinado a su esposa y a su madre— “… el cuchillo de Speck…” —Richard Speck, quien secuestró, violó y asesinó a ocho estudiantes de enfermería en Chicago— “… y los programas de televisión que glorifican la violencia para vender juguetes a nuestros hijos. Sin embargo, el Producto Nacional Bruto no mide la salud de nuestros hijos, la calidad de su educación o su alegría cuando juegan. No incluye la belleza de nuestra poesía o la solidez de nuestros matrimonios, la inteligencia de nuestro debate público o la integridad de nuestros funcionarios públicos. No mide nuestro ingenio ni nuestro coraje, tampoco nuestra sabiduría ni nuestro aprendizaje y compasión… En resumen, mide todo, excepto lo que hace que la vida tenga sentido.”

 

A pocos días de que termine el 2020, todo el mundo sabe que la pandemia provocó una caída estrepitosa del PIB de México, y sin embargo nos urge producir otros datos: los datos que nos permitan dar cuenta de la fortaleza social que en medio de la adversidad hemos reconstruido durante los últimos meses, datos que muestren el avance en la redistribución de la riqueza y, sobre todo, datos que alusivos al ánimo que necesariamente hemos tenido que tonificar en el infortunio.