Who are you going to
believe,
me or your own eyes?
Groucho Marx
Me resulta
despampanante el ansia que mucha gente tiene de ser engañada por los mismos, y con
el mismo cuento de siempre. Que conste, no hablo de personas que yo considere
destacadamente tontas o ignorantes; de hecho, mi fascinación se acrecienta al
observar la descomunal gana que perdura en muchos hombres y muchas mujeres
inteligentes, e incluso bien informados, de que les sigan tomando el pelo.
Enfilados fatalmente hacia el
próximo proceso electoral organizado para renovar la Presidencia de la
República, se nos ha dejado ya venir encima el alud de mensajes con el cual,
más que convencer al electorado, se pretende apabullarlo. Y no tengo en mente a
todos los emisores; me refiero particularmente a quienes pretenden persuadirnos
de que solamente hay un camino correcto, el del continuismo. Por ejemplo,
escuché a Vicente Fox hacer precoz campaña en favor de quien será candidato del
PRI, el señor Meade —ya a nadie sorprende el proselitismo priísta del
expresidente que había jurado sacar a las víboras y tepocatas de Los Pinos—. En
un video —para Milenio, but of course—, el expanista alega lo de
siempre: que un cambio drástico sería para México, más que peligroso, de plano apocalíptico,
y que en cambio hay que cuidar a toda costa el status quo, en el que estamos a todo dar: “traemos trayectoria,
traemos rumbo, sabemos a dónde vamos como país… La economía está más fuerte que
nunca, las variables fundamentales de la economía están sólidas”. Es decir, ya
saben, que la dichosa macroeconomía está bien bonita, sanota, pita y pita y
caminando… ¿Y por qué? Ah, pues porque los tecnócratas sí son funcionarios que
están muy bien preparados y son honestos —la coda—. Lamentabilísimamente, los datos
duros no muestran eso, más bien lo opuesto: la inflación, estampida de búfalos
despavoridos, repunta como no lo había hecho en 16 años; durante este año, el
monto de las reservas internacionales decreció; con todo y la Reforma
Energética, México es el país de la OCDE en donde cuesta más caro el gas, la
gasolina y la electricidad; Pemex no producía tan poco desde 1990 y alcanzó una
proporción histórica de combustibles importados (más de 76% en octubre); la
deuda externa se disparó a la mitad del PIB; el peso ha sufrido una fuerte
depreciación frente al dólar; los salarios han perdido y siguen perdiendo poder
adquisitivo, y siete de cada diez hogares no ahorran; el dinero es mucho más
caro, y la economía crece a un mediocre 2% anual, muy lejos del 5% prometido…
En fin, ni tiene caso abundar ni es mi propósito ahora echarle sal a las
heridas. La cuestión aquí es tratar de responder la siguiente duda: ¿cómo es
que siendo evidente que las cosas no están como se dice hegemónicamente que
están tanta gente siga creyendo en tal
discurso, incluso a pesar de lo que su percepción cotidiana y directa les
señala?
La respuesta que más me cuadra se la
debo a un gran pensador austriaco-estadounidense, Paul Watzlawick (1921-2007). Pilar
de la Teoría de la Comunicación Humana —desarrollada a partir de la Teoría de
la Información iniciada por Claude Shannon (1916-2001), la antropología de
Gregory Bateson (1904-1980) y la epistemología constructivista—, Watzlawick
sostiene y demuestra que la realidad no
es la existencia per se, sino un
producto: “lo que llamamos realidad es resultado de la comunicación”.
El
planteamiento es constructivista. En el ámbito de la Sociología, el constructivismo tiene su
expresión clásica en la teoría desarrollada por Peter L. Berger (1929-2017) y Thomas
Luckmann (1927-2016) —en La construcción
social de la realidad (1966) establecen que la realidad es un constructo
social—.
Paul Watzlawick, apuntalado tanto en años de trabajo como psicoterapeuta
como en la filología, explica que la comunicación no es la forma que tenemos de
referir la realidad, de describirla y de informar a los otros acerca de ella,
sino el proceso por medio del cual, interactuando, construimos la realidad. Los
procesos de comunicación, obviamente, son colectivos, sociales, de tal suerte
que la realidad es necesariamente resultado de un proceso social. Su primer
axioma de la comunicación humana establece que, puesto que todo comportamiento
es una forma de comunicación, “es imposible no comunicarse”, de tal suerte que constantemente
estamos construyendo la realidad. Dicho de otra manera, en todo momento estamos
metiéndole mano al constructo social que asumimos como lo real, de ahí que en
la medida en la que la comunicación sea más intensa el constructo pierde
solidez y los individuos certidumbre, seguridad. Por eso, “el desvencijado
andamiaje de nuestras cotidianas percepciones de la realidad es, propiamente
hablando, ilusorio, y… no hacemos sino repararlo y apuntalarlo de continuo… [y
aquí viene lo importante] …, incluso al alto precio de tener que distorsionar
los hechos para que no contradigan nuestro concepto de realidad, en vez de
hacer lo contrario, es decir, en vez de acomodar nuestra concepción del mundo a
los hechos incontrovertibles” (Paul Watzlawick, ¿Es real la realidad? Heder, 1979).
Más allá de indicadores y estadísticas,
diariamente percibimos hechos
incontrovertibles que desmienten el discurso hegemónico propagado por los
medios; sin embargo, mucha gente no alcanza a remodelar a partir de ellos su
concepción de la realidad, prefiere deformarlos, amoldarlos o incluso
soslayarlos con tal de no romper los débiles hilos del tejido social con los
que todavía la comunidad se sostiene. La gana de ser engañados responde al
terror de quedarse solo, aislado. De ahí la importancia de los medios alternativos,
sobre todo los que se transmiten vía web,
toda vez que están posibilitando la construcción social de una realidad
distinta.
@gcastroibarra
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