Abatido a punta de desencantos diarios,
batallando por no caer en la tentación de dejarse ir por el deslizadero de la
indolencia, de capa caída, pues, a principios de semana —¡caraja semana!— te fuiste
enterando: la nota de El país
prometía “un reguero de fogonazos” en el cielo. Trazos luminosos en la bóveda
celeste. El causante iba a ser un pajarraco cósmico, “un cometa exhausto”, un
asteroide híbrido de unos cinco kilómetros de diámetro, al que, cuando lo
descubrieron hace apenas 34 años, le pusieron nombre: (3200) Faetón. El miércoles, casi a media noche, azorado, decidiste
darte un respiro y dejar de acechar al mundo por la ventana inconmensurable de
tu computadora —Salma denuncia que también fue víctima del monstruoso
Weinstein; la Organización para la Cooperación Islámica, que agrupa 57 países
con población mayoritariamente musulmana, encara al gringo megalómano y declara
a Jerusalén oriental como capital del Estado palestino; la ONU, las comisiones
Nacional e Interamericana de Derechos Humanos, los rectores de la UNAM, la U de
G y la Ibero piden al Senado de la República no aprobar la Ley de Seguridad
Interior; México importará la mitad de los pavos que se consumirán en las
próximas cenas navideñas…—. Tímidamente esperanzado, te pones la chamarra más
gruesa que encuentras en el clóset y subes a la azotea del edificio… Ojalá te
toque alguna salpicadura de la lluvia de estrellas. El frío cala, la noche
abraza… Hoy sabemos que Faetón es el responsable de las Gemínidas, la lluvia de
meteoros que a mediados de diciembre parece
provenir de la constelación de Géminis. En realidad, el fenómeno lo produce una
nube de escombros del asteroide. Escombros sobre escombros, piensas.
Ovidio
cuenta en Las metamorfosis que Faetón,
hijo de la oceánide Clímene y de Helios, personificación divina del Sol, fue un
junior con fuertes problemas de autoestima, quien para probar entre sus cuates
su alcurnia consiguió que su padre le prometiera un regalo, el que fuera…
Desgraciadamente, pidió que Helios le permitiera manejar su carruaje —el astro
rey—. Helios trató de disuadir a su vástago de que eso era una locura, sin lograrlo,
y como ya lo había prometido… Previsible: Faetón fue incapaz de controlar a los
caballos blancos que tiraban el carro ígneo y aquello resultó una hecatombe… El
sol sale de su camino y se aleja tanto que nuestro mundo sufre heladas
espantosas, y luego, tratando de corregir el rumbo, Faetón se acerca tanto que
tatema buena parte del planeta —convierte grandes comarcas de África en
desierto y quema la piel de sus pobladores hasta hacerla negra—. Tanto caos
provocó que el mismo Zeus tuviera que intervenir: un certero golpe de rayo en
el carro desbocado bastó para pararlo y de paso segar la vida de Faetón… El
miércoles, en la Ciudad de México, fue como si Faetón siguiera muerto… Si bien
el cielo estaba totalmente despejado, las luces de la megalópolis impedían
cualquier vista —el nivel de contaminación lumínica que se registra en la capital
del país, 16 magnitudes por segundo de arco al cuadrado, es el mismo que
presenta Hong Kong, la urbe lumínicamente más contaminada de todo el orbe—, así
que te quedas sin lluvia de estrellas.
Al día siguiente, jueves, la ignominia que se veía venir desde hacía ya varios
días fue tomando forma. Para colmo, millones y millones de hombres y mujeres
tuvimos que recordar que vivimos en una cazuela: la contaminación del aire en
la Ciudad de México volvió a alcanzar niveles de injuria. Las dos estaciones de
monitoreo localizadas en el municipio mexiquense de Ecatepec, Xalostoc y San
Agustín, la segunda a unos cinco kilómetros del sitio en el cual están
construyendo el nuevo aeropuerto, comenzaron a reportar niveles preocupantes
desde el medio día, y para las cuatro de la tarde, con más de 160 puntos
imecas, se declaró la contingencia ambiental.
Y
el viernes despiertas y el noticiero confirma el oprobio: el país amaneció
peor, con una instrumento legal listo para ser promulgado por el Ejecutivo… Muy
temprano, luego de la última votación, los diputados de la aplanadora prianista
y sus aliados aplauden, ríen, festejan… Están felices de haber actuado en
contra del sentido común, de la opinión de los expertos, de los organismos
internacionales, de las ONG, de la sociedad organizada, de la academia… La Ley
de Seguridad Interior fue aprobada por ambas cámaras, y con ello dieron paso
legal a la militarización de la vida pública de México. Afuera, en la calle,
todo parece normal, casi como un día cualquiera.
El parisino George
Perec (1936-1982) escribió que “lo que más nos atrae siempre es el suceso, lo
insólito, lo extraordinario: escrito a ocho columnas y con grandes titulares.
Los trenes sólo comienzan a existir cuando se descarrilan, y entre más muertos
halla más importantes se vuelven… Es necesario que detrás de los
acontecimientos haya un escándalo, una fisura, un peligro, como si la vida sólo
pudiera revelarse atrás de lo espectacular, como si lo convincente, lo
significativo, fuera siempre lo anormal: cataclismos históricas o revoluciones
históricas, conflictos sociales o escándalos políticos…” (Lo infraordinario. Verdehalago, 2008). Tiene razón… pero en este
país no aplica porque aquí lo cotidiano, lo trivial e incluso lo ordinario es precisamente
lo que debería resultarnos escandaloso. Como los acontecimientos que tendrían que
haber cimbrado la realidad pasan uno tras otro sin motivar cambios, la
aspiradora de la rutina los absorbe y ya mañana será otro día…, aunque no pase
nada.
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