— Pronto ya no habrá tiempo para la felicidad.
— Cuándo lo hubo, tú?
— Qué dijiste? En México nos va mal.
— Eso es una tautología. México es para que nos vaya
mal.
Carlos
Fuentes, Cristóbal Nonato.
Pero al fin canta un pájaro agorero…
Alejandro
Aura, Cómo salirse de la noche.
Ya es demasiado, quizá muy próximo a lo
peor, el ir quedándonos sin ánimos de aventurar augurios. Al parecer, ahora se
propaga la certeza, redonda y sin matices, de que las cosas cada vez se pondrán
más feas. Nos va a seguir yendo mal y punto. El consabido “nunca pasa nada” no
es más que una forma mezquina de expresar “no va a pasar nada que cambie nuestro
rumbo funesto”. Los detalles salen sobrando, así que la gente le ha ido
perdiendo el gusto al ejercicio de la predicción. Desde la desesperanza, lo
mejor que uno puede esperar del futuro es que tarde en llegar. ¿Qué interés
puede tener el porvenir si no es nada más allá que más y más de lo mismo? Si se
ratificará o no el TLC es una disyuntiva que en realidad a nadie mantiene con
mucho apuro en este país, porque, quede como quede la dichosa transacción, con
los gringos siempre hemos salido perdiendo y vamos a seguir perdiendo. De la
perspectiva de la economía, las enormes complejidades macroeconómicas pueden
reducirse en que las tarifas del gas y la luz y el precio de las gasolinas van
a seguir incinerando nuestros bolsillos, y cada vez te va a alcanzar para menos
el dinero. El gigantesco monstruo al que llamamos corrupción continuará creciendo,
tragando porciones desproporcionadas, incluso para él, de impunidad y miseria,
y no, no va a reventar de podredumbre. La inseguridad y la violencia continuarán
cerrando el cerco, apretándote el cogote, dejando día a día menos espacio en
donde sea posible llevar una vida normal… Ya ni siquiera el tapadismo alienta la especulación
futurista; si destapan al que todo mundo cree que van a destapar, mal…, y si es
otro, también: sea cual sea el que salga del mazo tricolor, el naipe va a
resultar nefasto. ¡Oye, pero el PRI está hasta el sótano en todas las
encuestas! No importa: como quiera van a apañarse las elecciones… ¡Bueno, ahora
incluso cunde la idea fija de que un mega terremoto está ya programado para arrasar
buena parte de la Ciudad de México… ¿Totalmente, para siempre? ¡No, cómo crees…
México, la ciudad, igual que el país, tiene que perdurar para seguir
sufriéndola…
Hace
unos días, exteriorizaba yo que ya me urge que de una vez por todas termine
este infausto año, terriblemente aciago para todo el país y particularmente
calamitoso para la ciudad en la que habito. Claro, de inmediato fui
interpelado: ¿Para qué? ¡Estás loco ¿A poco crees que el próximo año nos va a
ir mejor? Eso mismo dijimos en 2016 y ya ves cómo nos fue en 2017… Total, constato
que últimamente el pesimismo anda pisándole los talones al malinchismo.
Sin
embargo, en el fundamento mismo de la fe en que todo va a seguir poniéndose
peor subsiste un reducto de ingenuo optimismo, ingenuo pero perverso: se asume
que el camino hacia lo malo es infinito, que todo puede seguir fastidiándose
indefinidamente sin que jamás lleguemos a un cambio sustantivo, por caso, el
acabose. El truene, el desenlace, la consumación nunca llega. Como no se ha
cansado de salir a los medios a declarar muy orondo el médico Narro Robles —así
lo dijo en febrero de 2010, siendo aún rector de la UNAM, y luego en enero
pasado, ya como secretario de Salud—, “México va a salir adelante”… ¡Por
supuesto!, y es que… ¿cómo sería no salir
adelante? México salió adelante después
de la masacre del 2 de octubre de 1968, salió
adelante después de que Estados Unidos nos birló la mitad del territorio
nacional…, incluso después de varios años de Revolución armada…, así que según
la lógica (¿retórica?) de Narro, México saldrá
adelante a pesar del tsunami de violencia feminicida, de Ayotzinapa y del
desfallecimiento de la gobernabilidad de frontera a frontera y de océano a
océano, de la devaluación de más de 50% del peso, de Tlatlaya y de la mancha de
la Casa Blanca, de Nochistlán y de la duda externa desbocada, de la crisis de
pensiones y de nuestro segundo lugar mundial en obesidad, del espurio asesinato
de la gallina de los huevos de oro y del aumento bestial en el precio de todos
los combustibles, de los miles y miles de hombres y mujeres desaparecidos, del
tren fantasma que sigue sin llegar a Querétaro y de tantos y tantos socavones
más en la vida nacional… Ya podrá hacer erupción don Goyo u obligarnos a pagar
su muro el megalómano y mega-anómalo de Donald Trump…, que este país aguanta
cualquier desgracia y no se raja: aguanta cualquier cosa y sale adelante; aquí
no pasa nada y a seguir padeciendo…
Y
si con lo escrito hasta aquí no ha quedado suficientemente expresado, digámoslo
con todas sus letras: todo pesimismo es fundamentalmente conservador,
retardatario… —la postura opuesta, evidentemente, es el optimista que desea que
el futuro llegue cuanto antes—. Además, el pesimismo aisla. Ya escribía Cioran:
“El horror al futuro sólo se cura en estas islas donde el tiempo se ha
detenido, donde sólo existe el presente, si es que siquiera existe”.
En
este punto soy pesimista: no creo que nuestro pesimismo nos traiga nada bueno.
Por eso, contra toda lógica, más nos valdría al menos animarnos a vislumbrar
mejores tiempos.
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