viernes, 24 de diciembre de 2021

Las mañaneras y la res publica

  

A la doctora Graciela Márquez Colín,

próxima presidenta del INEGI. Felicidades.

 

 

Hace unos días me invitaron a participar en una mesa de análisis en la 4TV. El tema que tratamos fue las conferencias matutinas del presidente, así, en general. No es un asunto menor: a mitad del sexenio, ya quedó sobradamente claro, y todos, incluidos los adversarios declarados de Andrés Manuel López Obrador y hasta sus más enconados enemigos y malquerientes, por no hablar de la mayoría de la gente que lo apoya, todos entendemos las mañaneras como parte sustantiva de la vida pública de nuestro país. A estas alturas, ni tiros ni troyanos pueden obviarlas.

 

En la inédita situación de plenitud democrática que estamos disfrutando en México, las mañaneras se han convertido en nuestra ágora, en el sitio y la puntual ocasión en la que se ventilan los asuntos públicos —la definición de ágora que aporta doña María Moliner en su Diccionario de uso del español es bastante puntual: “plaza en donde se reunían las asambleas públicas en las ciudades de la antigua Grecia”—. Todos los días, de lunes a viernes —y desde hace poco también los sábados— nos encontramos al primer mandatario a tiro de piedra, atendiendo personalmente a la prensa, sin que antes se hayan acordado las preguntas, sin mayor aparato de producción. Ni los medios de comunicación ni la burocracia ni la ciudadanía en este país estábamos habituados a un ejercicio de esta naturaleza. En buena medida porque nuestra relación con los presidentes era igual a la que se tienen que ajustar los espectadores con actores, comediantes y demás histriones. No teníamos a seres humanos despachando en la Presidencia de la República, sino a unos señores que eran intérpretes de spots, figurantes de eventos en los que cada detalle se pensaba para hacerlos lucir fuertes, inteligentes, buenos, justos, superdotados, infalibles…; personajes que no eran personas de carne y hueso, sino productos de una producción. Las escasas veces que se decidían a salir a la palestra todo se tenía bajo control, incluso muchas veces ensayado. Era absolutamente impensable que alguien tratara de hacer algo fuera de lo programado, ya no digamos que intentara poner en aprietos al presidente… Recuérdenlo, así era hasta hace poco… Por eso, el desconcierto no ha sido menor cuando, de buenas a primeras, tienes diariamente en la mañana a un señor que, sin más, llega y dice buenos días y se pone a disposición de los periodistas que se animaron ese día a madrugar… Por supuesto, el hombre es como cualquiera, extraordinariamente ordinario, normal quiero decir, así que a veces llega de buenas y a veces no tanto o incluso de malas, y eso resulta evidente, se le nota, igual que algunas veces se puede apreciar —no hay actuación— que amaneció indispuesto o ronco o de plano enfermo… Entre quienes desprecian a AMLO abundan los que lo llaman a él “tlatoani” y a las conferencias “su púlpito”, y lo que estamos presenciando es precisamente lo contrario: la desmitificación del presidente de la República. Las mañaneras son todos los días, no son eventuales, son cotidianas, no pueden ser especialmente cuidadas, al menos no en lo que respecta a la presencia del presidente López Obrador; no es extraño que de vez en cuando salga a cuadro con la corbata mal puesta, por ejemplo. Antes era imposible que el primer mandatario en turno apareciera en la televisión con mácula alguna, simple y sencillamente porque lo que veíamos era, repito, una producción, una realidad montada, el trabajo de un montón de personas que implicaba horas y horas y al que se le invertían un demonial de recursos. Así que el doblez del pantalón o lo bien o mal boleado de los zapatos no podían ser sucesos y no eran tema. Además, no olvidemos que todo lo que aquellos políticos salían a declarar había sido escrito antes, seguramente por otra persona y no pocas veces por una tropilla de estresados funcionarios. Unos mejor que otros, pero todos, desde hace varias administraciones solían usar teleprompter —no era raro que resultara evidente que lo que leían lo leían por primera vez—. El cambio es drástico y ha pivoteado fenómenos muy simpáticos; por muestra, que tengamos celebérrimos columnistas publicando sesudas parrafadas alusivas a las condiciones del brillo o ausencia de brillo del calzado presidencial, o profundas elucubraciones en torno a lo que quiso decir o no quiso decir cuando en medio de una respuesta hizo una pausa demasiado larga…, demasiado larga incluso para su consabido ritmo pausado.

 

Por lo demás, si antes de diciembre de 2018 no era extraño que López Obrador impusiera la agenda nacional, es decir, desde la oposición y con todos los medios de comunicación en contra, ahora, desde la Presidencia, prácticamente no la suelta nunca. Además, durante toda la semana, desde muy temprano, establece los tiempos y jerarquiza los temas de interés público. Esta situación no sólo se debe a la destreza política de AMLO, interviene también una oposición contestataria…, perdón, sólo contestataria, que se limita a contestar, a replicar, pues. El acontecer del día comienza con las novedades que se difunden desde las mañaneras, así que desde hace tres años los periódicos casi se volvieron inútiles. Ante esto, la prensa tradicional ha intentado hacerle un vacío al gobierno: muchos han optado por no enviar a sus reporteros para volver irrelevante la conferencia, y, claro, quienes se volvieron irrelevantes fueron esos medios.

 

Termino subrayando que uno de los grandes beneficios que han traído las mañaneras es la vuelta al terreno de los asuntos de interés público de la cosa pública. No es un juego de palabras: venimos de un período durante el cual el público chismeaba sólo de cosas privadas, mientras que de la cosa pública, de la política, mejor no se hablaba…, eso era privado. Afortunadamente, ya no.

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