jueves, 25 de agosto de 2022

Densidad y gente

  

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¿Densidad? La cualidad de denso. ¿Denso? Sí, denso: compacto, apretado, espeso, que contiene mucha masa con respecto a su volumen. El diccionario aporta un par de acepciones directas más: denso también quiere decir de demasiado contenido o profundidad en poco espacio, y en consecuencia oscuro, confuso. El adjetivo denso proviene del latín densus, compactado, apretado, compacto; se trata de la misma raíz de vocablos como condensado. Usted puede encontrar la palabra denso, por ejemplo, en palabras como cotoperís —fruto comestible del árbol polígamo, globoso, denso y tomentoso—, wolframio —elemento químico metálico, de color gris acerado, muy duro y denso—, estafisagria —hierba venenosa, con tallo erguido, velloso y de 80 a 120 cm, hojas grandes divididas en lóbulos enteros o trífidos, flores azules, en espiga terminal poco densa— y caliginoso —denso, oscuro, nebuloso—. Y densidad aparece en vocablos como lobreguez —densidad muy sombría de un bosque—, exósmosis —difusión de dentro a fuera cuando dos líquidos de distinta densidad están separados por una membrana semipermeable—, ralear —dicho de una cosa: hacerse rala, perdiendo la densidad, opacidad o solidez que tenía—… Una novela o una película densas no son de fácil comprensión. El Diccionario del español de México del Colmex incluye la siguiente definición para denso: “Que resulta pesado o agobiante; que es lento, aburrido, complicado o difícil de entender”. En general, la densidad no es pues una cualidad que asociemos con algo positivo.

 

 

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La densidad de población es un indicador, también conocido como población relativa, que pretende dar cuenta de cómo está distribuida la gente en determinado territorio. La densidad de población alude a las personas en tanto a residentes habituales, esto es, la referencia espacial son las viviendas de la gente. Así, el indicador se obtiene dividiendo el número de habitantes por kilómetro cuadrado de un territorio determinado.

 

Descartando al puñado de astronautas que han vivido durante varios meses en estaciones espaciales, hasta donde sabemos, los seres humanos hasta ahora solamente hemos sido residentes habituales del planeta Tierra. La superficie terrestre mide 510 millones de kilómetros cuadrados (km2), de los cuales 361 millones están cubiertos por agua y sólo 149 millones son tierras emergidas. Pero si descontamos también los escudos de hielo del Ártico y la Antártida, 30 millones de km2 en conjunto, quedan 119 millones de km2, 23% de la superficie terrestre. Según estimaciones de la FAO y el Banco Mundial, hace apenas 60 años, en 1962, la densidad de población del mundo ascendía a 24 habitantes por kilómetro cuadrado (habs./km2). Treinta años después, en 1982, ya éramos 35 habs./km2. Llegamos al año 2000 con una población relativa de 47 habs./km2, y hoy, considerando no los ocho mil millones que seremos en noviembre, sino los 7,968 millones que se calcula que somos a la fecha, la población relativa del planeta es de 67 habs./km2. Por supuesto, como casi todo, la distribución no es pareja: menos de un tercio de la tierra emergida del planeta es asiático y allá vive el 60% de la población mundial, con una densidad de 150 habs./km2.


World Population Density (people/km2)

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Vivimos en México 128.3 millones de habitantes —128’271,478 al primer trimestre de este año, según la estimación del INEGI (ENOE Nueva edición)—, así que la densidad de población es de 64 habs./km2. La nuestra es una población relativa muy cercana a la del promedio mundial (67) y muy distante, en un extremo, a países como Mónaco (19,500 habs./km2) y Singapur (7,727 habs./km2), y en el otro a naciones como Mongolia, Australia, Canadá y Rusia (2, 3, 4 y 9 habs./km2, respectivamente).

 

Decía la semana pasada que la entidad federativa llamada ahora Ciudad de México (CDMX), esto es, antes Distrito Federal, tiene una extensión de prácticamente 1,500 kilómetros cuadrados, y en ella habitan 9’209,944 personas (Censo 2020), de tal manera que la densidad de población asciende a 6,163 habs./km2. Sin embargo, dado que la mancha urbana sólo ocupa la mitad del territorio de la entidad, la población relativa es de poco más de tres mil habs./km2. En cuanto a la Zona Metropolitana del Valle de México (ZMVM), su mancha urbana presenta una densidad de población es de unos 8,400 habs./km2.

 

 

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Recordaba también que un año antes de que fuera aniquilada por Cortés y el ingente ejército de aliados indígenas que lo secundaron, México-Tenochtitlan era la ciudad más grande del mundo. Enrique Semo la describe en su libro 500 años de la batalla por México-Tenochtitlan (UNAM, 2021): “Una maravilla del ingenio humano: una ciudad de 300 mil habitantes…, anfibia como Venecia… En los 15.3 kilómetros cuadrados de su superficie…” De ambos datos se obtiene la población relativa de la capital del imperio mexica: más de 19,500 habs./km2.  ¡Tanto! Es una densidad mucho mayor que la que tienen en la actualidad las manchas urbanas de la CDMX y de la ZMVM, incluso supera la del municipio o demarcación territorial más densamente poblada del país, Iztacalco (17,523 habs./km2), también en la CDMX. ¿Cómo explicarlo? No sólo en México-Tenochtitlan no había viviendas de varios pisos, además contaba con terrenos para el cultivo de alimentos. Otra vez Semo: “… la percepción del espacio difiere profundamente de la que seguían los europeos en sus ciudades feudales: México-Tenochtitlan es una combinación de lo urbano y lo campestre, un altépetl que incluye los dos elementos en una abigarrada unidad en la que los jardines y los cultivos se combinan con los barrios apretados y las construcciones monumentales para crear un espectáculo original de una gran belleza…” Entonces, ¿cómo pudo dar espacio a tanta gente?



Me parece que la respuesta se encuentra fácilmente observando qué no había… Concretamente un solo elemento: automóviles y por tanto vialidades para vehículos y lugar para estacionarlos. Y en esa respuesta, obvio, está parte de la solución al problemón en el que se encuentran nuestras ciudades.

miércoles, 17 de agosto de 2022

Habitantes

  

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Habitar no es sinónimo de vivir. Habitar significa vivir y algo más: habitar es vivir y ocupar un espacio con asiduidad. Habitar, informa el diccionario de la RAE, es vivir y morar, y morar es residir habitualmente en un lugar. Así que sólo es posible habitar si se hace habitualmente. Habitar es vivir habituados a un sitio.

 

Los cazadores-recolectores eran transeúntes, nómadas: no tenían el hábito de la ocupación prolongada de un determinado espacio.  Así que, mientras anduvimos a salto de mata, correteando la chuleta, es decir, durante la mayor parte de nuestra existencia genérica, los humanos no fuimos habitantes: la residencia habitual es un invento muy novedoso. Vivir es natural, habitar es cultural.

 

Para habitar hay que asentarse. Los sapiens tenemos menos de diez mil años cultivando el hábito de la permanencia en una parcela, en una parcialidad específica del territorio. Incluso antes de que aprendiéramos a construir moradas fijas, ideamos la manera de crear refugios portátiles. Antes de quedarnos aquí o allá, antes de parar el tránsito, coqueteamos con el sedentarismo en cuevas y otros refugios naturales, luego comenzamos a crear un hábitat humano. Hábitat y habitar, claro, comparten la misma raíz etimológica, el frecuentativo del latín habere, tener, es decir, tener reiteradamente, tener un lugar reiteradamente.

 

 

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A lo largo del prolongadísimo tramo durante el cual los sapiens vivieron desplazándose, sin habitar ninguna parte, transitaban en grupos muy reducidos. Si bien estas tropillas eventualmente interactuaban entre sí, durante aquel dilatado estadio el intercambio de ideas, mitos, descubrimientos, inventos y soluciones fue esporádico y la evolución cultural avanzó lentamente. La implosión cultural que solemos llamar el surgimiento de la civilización sucedió hace apenas unos cinco mil años. Tuvo lugar en nuevos espacios, hábitats plenamente humanizados: las ciudades primigenias, en las que la humanidad inventó la escritura y artilugios para ubicarse en el espacio —la cartografía— y en el tiempo —el calendario—. Nunca tanta gente había radicado junta en el mismo sitio. La ciudad inauguró la cercanía cotidiana entre muchísimas personas.

 

Según Aristóteles, el hombre es un animal político. Se trata de una de esas tesis demasiado difundidas. Digo demasiadoporque se cita excesivamente y mal, sobre todo porque generalmente quienes la traen a cuento no han leído al filósofo de Estagira. Aristóteles no afirma que el humano sea por naturaleza un ser volcado en los asuntos de gobierno o del poder ni mucho menos en la polaca o la grilla. La expresión hombre político se refiere al hombre de la polis, al hombre que vive en la ciudad. Ser humano es habitar entre humanos: “… el idioma de los romanos, quizá el pueblo más político que hemos conocido, empleaba las expresiones ‘vivir’ y ‘estar entre los hombres’ (inter homines esse) o ‘morir’ y ‘cesar de estar entre los hombres’ (inter homines esse desinere) como sinónimos” (Hannah Arendt, La condición humana).

 

Somos sociales de manera tan definitoria que la dichosa individualidad no es más que una poderosa ilusión colectiva. Ningún humano recién nacido es capaz de sobrevivir sin el auxilio de sus congéneres, y si lo hiciera sería una aberración. Un espécimen de sapiens al natural no es humano: cada persona humana es una creación cultural. La cercanía con la demás gente nos humaniza. ¿Pero qué tan adyacentes los unos a los otros nos conviene vivir? Actualmente el 56% de los casi ocho millardos de humanos que vivimos en el planeta habitamos en alguna ciudad. El proceso de urbanización no va a detenerse: se estima que en 2050 siete de cada diez personas vivirán en alguna ciudad. ¿Somos ya demasiados habitantes urbanos? ¿La densidad de población en las ciudades es ya es un problema? Veamos un caso.

 

 

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La enorme Ciudad de México (CDMX) —me refiero a la entidad federativa, antes Distrito Federal— tiene una extensión de casi 1,500 kilómetros cuadrados, y en ella habitan 9’209,944 personas (Censo 2020), de tal manera que la densidad de población asciende a 6,163 habitantes por kilómetro cuadrado. Sin embargo, consideremos que la mancha urbana sólo ocupa la mitad del territorio de la entidad, así que la población relativa es de poco más de tres mil habitantes por kilómetro cuadrado. En cuanto a la Zona Metropolitana del Valle de México, su mancha urbana ocupa casi dos mil quinientos kilómetros cuadrados, y en ella residen más de 21 millones de hombres y mujeres, de tal suerte que su densidad de población es de unos 8,400 habitantes por kilómetro cuadrado.


 

El primer asentamiento urbano de la cuenca de México, Cuicuilco, comenzó a crecer desde el siglo VII a. C., y no dejaría de existir sino hasta que la erupción del Xitle obligó a sus pobladores a abandonar el sitio, alrededor del siglo III de nuestra era. El apogeo de Cuicuilco ocurrió hace dos mil trescientos años. Veinte mil personas llegaron a poblarla, con una densidad de cinco mil habitantes por kilómetro cuadrado, es decir, superior a la que hoy reporta la mancha urbana de la CDMX.



En 1520, la ciudad más grande del mundo era México-Tenochtitlan: 300 mil personas llegaron a convivir en un entorno anfibio de 15.5 kilómetros cuadrados. Así, en la capital mexica vivían más de 19,500 habitantes por kilómetro cuadrado. Recordemos que hoy en la mancha urbana de la CDMX la densidad es de poco más de tres mil habitantes por kilómetro cuadrados. Ni siquiera en el espacio en el que se hallaba la gran Tenochtitlan, en donde hoy se halla hoy el centro histórico de la CDMX, la densidad de población es mayor (16,500 habitantes por kilómetro cuadrado). En conclusión, hemos vivido mucho más apretujados que ahora. Y por superficie tampoco deberíamos preocuparnos: en la actualidad, todas las ciudades del mundo ocupan menos del 3% de la superficie terrestre. Al menos habitación… queda.

jueves, 11 de agosto de 2022

Future cities

 

Cities, like dreams, are made of desires and fear

Italo Calvino, Invisible Cities 

 

We only need to look into the future, and not too far into the future, just a few decades beyond our troubled present. The undesirable scenario that we can rationally forecast for cities is simply catastrophic, frightening. I'm not the one who says it, the UN's World Cities Report 2022 states it quite formally... So, what would we have to do to reach such a scenario? The answer is frighteningly simple: Business as usual will result in a pessimistic scenario, that is, continuing to do things as usual will inevitably lead us to misfortune. An inexcusable fate, then, in both senses: inexcusable because it is unavoidable and inexcusable because it will be unforgiving. Another way of saying it: we are heading towards the worst possible future. Another way of saying it: if we do not change our lifestyle, we will inevitably go straight to hell. 

In the introductory text of the publication, the executive director of the United Nations Human Settlements Programme (UN-Habitat), Maimunah Mohd Sharif, recalls how the COVID-19 pandemic caused many urban people around the world, especially in major cities and metropolises, to flee to the countryside and small towns. " At the peak of the pandemic, what were once bustling cities became desolate as residents disappeared from public spaces during enforced lockdowns. Today, in 2022, many cities have begun to resemble their old selves, cautiously returning to the way they operated previously." 

A lot of people have taken the ideological mantra Back to Normal as meaning simply to act as if nothing had happened, to act as if before the malicious coronavirus appeared we were living in the best of all possible worlds. “There is a broad consensus that urbanization remains a powerful twenty-first century mega-trend ”. The urbanization process has not stopped and will continue to accelerate, so that more and more of us will be living in urban areas. This will intensify a process that, contextualized in the horizon of the existence of our species -a little more than 200 thousand years-, began not so long ago -no more than five thousand years-, and did not really become that relevant until a couple of centuries ago. 

It is believed that in the year 1500 only 4% of the planet's total population lived in urban environments. A quarter of a millennium later, at the dawn of the Industrial Revolution, the proportion had only exceeded 5%, but the upswing had begun: in 1800, one out of every ten human beings was already living in urban areas. Just a hundred years later, in 1900, it was already more than 16%, and in 1950, three out of ten. Today, a little more than 56% of the population lives in cities, and it is expected that in 2050, that is, in only 28 years' time, it - hopefully, we - will be practically seven out of ten. 

But to increase, to grow, is not necessarily to be better off. Maimunah Mohd Sharif says that continuing on this trend, as if nothing had ever happened, is not an option: " We must start by acknowledging that the status quo leading up to 2020 was in many ways an unsustainable model of urban development." 

What if we change? What if we suddenly behave for a change? What if we put on the brakes and stop the mad race to the precipice? The optimistic scenario foresees urban futures where inequality and poverty are overcome, productive and inclusive economies are encouraged, clean energy and ecosystem conservation are the norm, and public health is prioritized. 

The tomorrow is not set in stone. We are not sentenced to these future cities that we can now foresee and that terrify us; it is not a tragic destiny. And what separates us from the desirable and possible city is not a matter of capacity, but of will. The space, the natural resources and the technology to do so are available. Even the time. There is a whole lot of things to be done, but all the things that we must do to solve the mess the human race is caught up in necessarily require the prioritization of the welfare of the majority instead of the profit of a few. Capitalism has gentrified the world, and this must be stopped. To say it simply it can even be said more concretely: it is urgent to change the civilizational model. " Cities do not exist in isolation from global challenges. The emergence of urbanization as a global mega- trend is intertwined with the existential challenges that the world has faced in the last 50 years, including climate change, rising inequality and the rise in zoonotic viruses with the latest being the novel coronavirus pandemic, which triggered the worst public health crisis in a century and the worst economic recession since the Great Depression. We will not survive the Anthropocene if we remain faithful to the idea that overthrowing capitalism is impossible. 

 

miércoles, 10 de agosto de 2022

Ciudad Porvenir

 

Las ciudades, como los sueños,

están construidas de deseos y de miedos…

Italo Calvino, Ciudades invisibles.

 

 

 

Basta echar la mirada hacia el porvenir, y no demasiado, apenas unas cuantas décadas más allá de nuestro atribulado presente. El escenario indeseable que racionalmente podamos prospectar para las ciudades es sencillamente catastrófico, de miedo. No lo digo yo, así lo establece muy formalmente el World Cities Report 2022 de la ONU… Ahora, ¿qué tendríamos que hacer para llegar a ese escenario? La respuesta es escandalosamente simple: Business as usual will result in a pessimistic scenario, es decir, seguir haciendo las cosas como hasta ahora nos llevará inexcusablemente a la desgracia. Un destino inexcusable, pues, en ambos sentidos: inexcusable por ineludible e inexcusable porque no tendrá disculpa. Otra forma de decirlo: vamos perfectamente encaminados hacia el peor futuro. Otra forma de decirlo: si no cambiamos nuestro modelo de vida, fatalmente nos va a llevar el carajo.



En el texto introductorio de la publicación, la directora ejecutiva del Programa de Naciones Unidas para los Asentamientos Humanos (UN-Habitat), Maimunah Mohd Sharif, recuerda cómo la pandemia de COVID-19 provocó que muchos habitantes urbanos de todo el mundo, especialmente de las megalópolis y grandes ciudades, huyeran al campo y a pequeños poblados. “En el pico de la pandemia, las que alguna vez fueron ciudades bulliciosas se convirtieron en sitios desolados cuando sus residentes desaparecieron de los espacios públicos durante el encierro”. A lo largo de aquellos meses, desde aquel distópico e insólito episodio global, el futuro de las ciudades se apreciaba incierto, por decir lo menos. Hoy, a mediados de 2022 la situación es bien distinta: la mayoría de las ciudades del orbe ha comenzado a parecerse a lo que era antes de la pandemia, recuperando todas las maneras en las que se operaba antes. Mucha gente ha querido que el ideático mantra Volver a la normalidad no signifique otra cosa que hacer como si nada hubiera sucedido, actuar como si antes de que apareciera el malvado coronavirus hubiéramos vivido en el mejor de los mundos posibles. Así las cosas, ahora se mantiene “un amplio consenso en el sentido de que la urbanización seguirá siendo una poderosa megatendencia a lo largo del siglo XXI”. El proceso de urbanización no se ha detenido y continuará acelerándose, de tal suerte que cada vez más y más personas radicaremos en ciudades. Se acentuará pues un proceso que, contextualizado en el horizonte de la existencia de nuestra especie —poco más de 200 mil años—, comenzó hace solo un suspiro —no más de cinco mil años—, y en realidad no tuvo mayor relevancia sino hasta hace un par de centurias.

 

Se estima que en el año 1500 apenas un 4% de la población total del planeta vivía en entornos urbanos. Un cuarto de milenio más tarde, en los albores de la Revolución Industrial, la proporción apenas había rebasado el 5%, pero el impulso había arrancado: en 1800 uno de cada diez seres humanos vivía ya en áreas urbanas. Apenas cien años después, en 1900, ya era más del 16%, y en 1950, tres de cada diez. Hoy día poco más del 56% la gente vive en ciudades, y se proyecta que, en 2050, es decir, dentro de solamente 28 años, serán —con suerte, seremos— prácticamente siete de cada diez.

 

Pero aumentar, crecer, no es necesariamente estar mejor. La funcionaria de Naciones Unidas no le da muchas vueltas al asunto para decir que seguir adelante, trepados en la tendencia, como si nada hubiera sucedido no es opción: “Debemos comenzar reconociendo que el statu quo previo a 2020 es, en muchos sentidos, un modelo de desarrollo urbano insostenible.”

 

¿Y si cambiamos? ¿Y si de pronto, para variar, nos portamos bien? ¿Y si metemos el freno a fondo y detenemos la loca carrera al abismo? El escenario optimista vislumbra futuros urbanos en los que la desigualdad y la pobreza sean abatidos, se fomenten economías productivas e inclusivas, las energías limpias y la protección de los ecosistemas sean la norma, y se priorice la salud pública.

 

El mañana no está escrito. No estamos condenados a la ciudad del porvenir que podemos vislumbrar claramente desde ahora y aterra, no se trata de un destino trágico. Y lo que nos separa de la ciudad deseable y posible no es una cuestión de poder, sino de querer. El espacio, los recursos naturales y la tecnología para hacerlo existen. Incluso el tiempo. Hay un demonial de cosas por hacer, pero todas las acciones que hay que echar a andar para resolver el lío en el que está metido el género humano pasan necesariamente por desplazar el afán de lucro de unos cuantos por el bienestar de la mayoría. El capitalismo ha gentrificado al mundo, y hay que detener ese proceso. Decirlo así es fácil y puede incluso decirse más concretamente: urge cambiar el modelo civilizatorio. “Las ciudades no existen aisladas de los desafíos globales. El surgimiento de la urbanización como megatendencia global está entrelazado con los desafíos existenciales que el mundo ha enfrentado en los últimos cincuenta años, incluido el cambio climático, el aumento de la desigualdad y el aumento de los virus zoonóticos, siendo el último la nueva pandemia de coronavirus, que desencadenó la peor crisis de salud pública en un siglo y la peor recesión económica desde la Gran Depresión”. No vamos a sobrevivir el Antropoceno si seguimos fieles al pensamiento mágico que establece que tumbar el capitalismo es imposible.

 

miércoles, 3 de agosto de 2022

Mundo: lo mejor ya pasó

  

Since 1945 the world has been the best it has ever been.

The best it will ever be. Which is a poetic way of saying

this era, this world—our world—is doomed.

Peter Zeihan, The End of the World is Just the Beginning.

 

 

 

 

2050 

“¿Cómo cree usted que será el mundo en 2050?” Tal fue la pregunta que en 2014 la ONU planteó a 202 científicos de todo el orbe. Contestaron y sus respuestas fueron sintetizadas y clasificadas en 95 puntos, los cuales, después, fueron sometidos a votación entre ellos mismos. ¿Qué es lo que la mayoría vislumbró que estará sucediendo en poco menos de treinta años? ¿Un mundo mejor? En primer lugar, con 90 votos, quedó un riesgo del que poco se habla: “abatimiento total de la pesca en todos los océanos”. En segundo sitio, con 89 votos, un fenómeno que de 2014 a 2022 dejó ser una posibilidad para convertirse en una realidad que causa montones de muertes: “cambio climático acelerado”. En tercera posición, con 86 votos, empataron otros dos presagios funestos —“creciente inequidad, tensión y lucha social”, y “persistencia de la pobreza y el hambre”— y, por fin, una luz esperanzadora: “la sociedad global creará una vida mejor para la mayoría, pero no para todos, principalmente a través del crecimiento económico sostenido”… Ajá, una promesa acotada desde entonces —“no para todos”—, y que hoy se encuentra prácticamente desechada: la globalidad se ponchó, y además, desde hace mucho, hay que ser muy necio para no ver que el crecimiento económico no necesariamente se traduce en desarrollo humano y, en cambio, sí ha provocado polarización de la riqueza, degradación social y desastre ambiental.

 

1945 – 2019

En junio comenzó a circular el nuevo libro de Peter Zeihan, The End of the World Is Just the Beginning: Mapping the Collapse of Globalization (Harper). Su tesis principal es que lo mejor ya pasó…

 

El siglo XX fue un relámpago de progreso. Todo se volvió más barato, más rápido y asequible. El mundo mejoró. El avance tecnológico ha sido vertiginoso durante los últimos años: “La computadora portátil en la que estoy tecleando tiene más memoria que el total combinado de todas las computadoras que había en el planeta a fines de la década de 1960”. Nuestra esperanza de vida ha aumentado drásticamente. Desde mediados del siglo pasado hemos disfrutado de un largo período de paz y enriquecimiento. “Hemos vivido un momento perfecto”.

 

Zeihan afirma que después de la II Guerra Mundial, Estados Unidos se agenció el puesto de policía planetario, fomentando un entorno de “seguridad global” en el que cualquiera podía participar en cualquier cadena de suministro, sin necesidad de una escolta militar propia. ¿Qué pedían los norteamericanos a cambio? La aceptación de que el hegemón mundial eran ellos y no los soviéticos. Según esta versión de la historia contemporánea, los estadounidenses crearon y dieron viabilidd al libre comercio global, con el que se propagó el desarrollo tecnológico, la industrialización y la sociedad de consumo: la globalización, pues. La esperanza de vida aumentó. La urbanización se aceleró. “Durante décadas, eso significó más y más trabajadores y consumidores… Un resultado fue el crecimiento económico más rápido que la humanidad ha experimentado jamás”. La globalización ha impactado todos los niveles: regionales, nacionales, locales… “El transporte y las finanzas, los alimentos y la energía siempre presentes, las mejoras interminables y la velocidad alucinante”.

 

En abril de 2020 decía yo aquí que “el SARS-CoV-2, desató y propagó la catástrofe de nuestro mundo”. En su nuevo libro, Zeihan sostiene que nuestra era terminó en 2019, y afirma que el fin es inevitable.

 

 

2022 – …

Si Richard D. Wolff explica la situación actual con la palabra split —disolución, ruptura, escisión…—, Peter Zeihan sostiene que el mundo se está desmoronando is breaking apart—. Su análisis tiene dos componentes, el geopolítico y el demográfico. 

 

Zeihan piensa que, desde el fin de la Guerra Fría, Estados Unidos desatendió su rol de policía del mundo, de tal manera que ahora nadie tiene la capacidad militar de mantener la seguridad mundial, sobre todo en los mares. Por otro lado, advierte un hecho demográfico: la base global de trabajadores y consumidores está envejeciendo. ¿Por qué? En un entrevista con Sam Harris, Zehian traza el fenómeno: antes de la II Guerra Mundial, los niños eran la fuente de trabajo gratuito en el campo y la gente tenía todos los que podía, “pero cuando ocurrió la globalización y todos pasamos a empleos en la industria y en lo servicios en las ciudades, y cuando la gente se mudó a departamentos, los niños dejaron de ser trabajo gratuito y ya sólo fueron dolores de cabeza animados… Y los adultos no son tontos, así que prefirieron tener cada vez menos niños”.

 

La fragmentación de la economía mundial y el cambio de la dinámica poblacional marcan el fin de la era. El punto de no retorno ya quedó atrás. “La década de 2020 verá un colapso del consumo, la producción, la inversión y el comercio en casi todas partes. La globalización se romperá en pedazos. Algunos regionales. Algunos nacionales. Algunos más pequeños. Será costoso. La vida será más lenta. Y sobre todo, peor. Ningún sistema económico imaginado aún puede funcionar en el tipo de futuro que enfrentamos”. El caos geopolítico y el colapso demográfico caducarán a varios países y provocarán el surgimiento de otros, pero no hay ningún orden global sustitiuto. Para decirlo rápido, lo mejor de nuestra vida ya pasó, quedó atrás y el porvenir será progresivamente peor… Claro, eso proyecta Peter Zeihan desde Estados Unidos.