Las ciudades, como los sueños,
están construidas de deseos y de miedos…
Italo Calvino, Ciudades invisibles.
Basta echar la mirada hacia el porvenir, y no demasiado, apenas unas cuantas décadas más allá de nuestro atribulado presente. El escenario indeseable que racionalmente podamos prospectar para las ciudades es sencillamente catastrófico, de miedo. No lo digo yo, así lo establece muy formalmente el World Cities Report 2022 de la ONU… Ahora, ¿qué tendríamos que hacer para llegar a ese escenario? La respuesta es escandalosamente simple: Business as usual will result in a pessimistic scenario, es decir, seguir haciendo las cosas como hasta ahora nos llevará inexcusablemente a la desgracia. Un destino inexcusable, pues, en ambos sentidos: inexcusable por ineludible e inexcusable porque no tendrá disculpa. Otra forma de decirlo: vamos perfectamente encaminados hacia el peor futuro. Otra forma de decirlo: si no cambiamos nuestro modelo de vida, fatalmente nos va a llevar el carajo.
En el texto introductorio de la publicación, la directora ejecutiva del Programa de Naciones Unidas para los Asentamientos Humanos (UN-Habitat), Maimunah Mohd Sharif, recuerda cómo la pandemia de COVID-19 provocó que muchos habitantes urbanos de todo el mundo, especialmente de las megalópolis y grandes ciudades, huyeran al campo y a pequeños poblados. “En el pico de la pandemia, las que alguna vez fueron ciudades bulliciosas se convirtieron en sitios desolados cuando sus residentes desaparecieron de los espacios públicos durante el encierro”. A lo largo de aquellos meses, desde aquel distópico e insólito episodio global, el futuro de las ciudades se apreciaba incierto, por decir lo menos. Hoy, a mediados de 2022 la situación es bien distinta: la mayoría de las ciudades del orbe ha comenzado a parecerse a lo que era antes de la pandemia, recuperando todas las maneras en las que se operaba antes. Mucha gente ha querido que el ideático mantra Volver a la normalidad no signifique otra cosa que hacer como si nada hubiera sucedido, actuar como si antes de que apareciera el malvado coronavirus hubiéramos vivido en el mejor de los mundos posibles. Así las cosas, ahora se mantiene “un amplio consenso en el sentido de que la urbanización seguirá siendo una poderosa megatendencia a lo largo del siglo XXI”. El proceso de urbanización no se ha detenido y continuará acelerándose, de tal suerte que cada vez más y más personas radicaremos en ciudades. Se acentuará pues un proceso que, contextualizado en el horizonte de la existencia de nuestra especie —poco más de 200 mil años—, comenzó hace solo un suspiro —no más de cinco mil años—, y en realidad no tuvo mayor relevancia sino hasta hace un par de centurias.
Se estima que en el año 1500 apenas un 4% de la población total del planeta vivía en entornos urbanos. Un cuarto de milenio más tarde, en los albores de la Revolución Industrial, la proporción apenas había rebasado el 5%, pero el impulso había arrancado: en 1800 uno de cada diez seres humanos vivía ya en áreas urbanas. Apenas cien años después, en 1900, ya era más del 16%, y en 1950, tres de cada diez. Hoy día poco más del 56% la gente vive en ciudades, y se proyecta que, en 2050, es decir, dentro de solamente 28 años, serán —con suerte, seremos— prácticamente siete de cada diez.
Pero aumentar, crecer, no es necesariamente estar mejor. La funcionaria de Naciones Unidas no le da muchas vueltas al asunto para decir que seguir adelante, trepados en la tendencia, como si nada hubiera sucedido no es opción: “Debemos comenzar reconociendo que el statu quo previo a 2020 es, en muchos sentidos, un modelo de desarrollo urbano insostenible.”
¿Y si cambiamos? ¿Y si de pronto, para variar, nos portamos bien? ¿Y si metemos el freno a fondo y detenemos la loca carrera al abismo? El escenario optimista vislumbra futuros urbanos en los que la desigualdad y la pobreza sean abatidos, se fomenten economías productivas e inclusivas, las energías limpias y la protección de los ecosistemas sean la norma, y se priorice la salud pública.
El mañana no está escrito. No estamos condenados a la ciudad del porvenir que podemos vislumbrar claramente desde ahora y aterra, no se trata de un destino trágico. Y lo que nos separa de la ciudad deseable y posible no es una cuestión de poder, sino de querer. El espacio, los recursos naturales y la tecnología para hacerlo existen. Incluso el tiempo. Hay un demonial de cosas por hacer, pero todas las acciones que hay que echar a andar para resolver el lío en el que está metido el género humano pasan necesariamente por desplazar el afán de lucro de unos cuantos por el bienestar de la mayoría. El capitalismo ha gentrificado al mundo, y hay que detener ese proceso. Decirlo así es fácil y puede incluso decirse más concretamente: urge cambiar el modelo civilizatorio. “Las ciudades no existen aisladas de los desafíos globales. El surgimiento de la urbanización como megatendencia global está entrelazado con los desafíos existenciales que el mundo ha enfrentado en los últimos cincuenta años, incluido el cambio climático, el aumento de la desigualdad y el aumento de los virus zoonóticos, siendo el último la nueva pandemia de coronavirus, que desencadenó la peor crisis de salud pública en un siglo y la peor recesión económica desde la Gran Depresión”. No vamos a sobrevivir el Antropoceno si seguimos fieles al pensamiento mágico que establece que tumbar el capitalismo es imposible.
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