domingo, 30 de julio de 2023

ENIGHmas y respuestas

  

¿Enigma? Quien tenga la duda podría deshacerse de ella acudiendo a un diccionario. Un enigma es “un enunciado de sentido artificiosamente encubierto para que sea difícil de entender o interpretar”. En segunda acepción, la palabra se refiere a una “realidad, suceso o comportamiento que no se alcanzan a comprender, o que difícilmente pueden entenderse o interpretarse”. Algunos podrían pensar que lo que se requiere para resolver un enigma es información, pero ni siempre es así ni tiene que ser así necesariamente. En cambio, sin información no hay enigma posible. Es más, bien pensado, en la medida en la que disponemos de más información, más enigmas se despliegan en nuestro horizonte. Esto parece probar lo anterior: explore usted en Google Books Ngram Viewer el uso que ha tenido el vocablo “enigma” de 1800 a 2019 en los libros publicados en español, y observará una presencia más o menos sostenida a lo largo del siglo XIX, pero de 1900 para acá se aprecia en la gráfica un aumento sostenido, en una pendiente de unos 35 grados. Más información, más enigmas. En francés ocurre igual, énigme aparece cada vez más en los libros, sobre todo a partir de 1920, y con una crecida inclusive más pronunciada que en español. Debo decir que quien tenga la curiosidad de saber si este mismo comportamiento tuvo la palabra en el corpus en inglés (enigma) encontrará que no: después de un par de sube y bajas, más bien su uso presenta un franco declive desde 1989. Pero, cuidado, no vaya usted a suponer que esto último contradice la afirmación de que, sin información no hay enigma… ¡Al contrario! Se ratifica que con la nueva información se abre un nuevo enigma: ¿por qué el comportamiento en español y en francés de la misma palabra es tan diferente en inglés?

 

Así las cosas, no resulta extraño que la semana pasada que el INEGI divulgó los resultados de la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos en los Hogares (ENIGH) 2022 un tropel de enigmas se abalanzara a la plaza pública. Tiene sentido: tal inmensidad de información permite responder un montón de preguntas, pero no sólo: abre otras interrogantes, y a mucha gente de plano la deja varada frente a tremendos enigmas.

 

En cuanto a las preguntas a las que la ENIGH 2022 viene a dar respuesta, hay una que quisiera destacar. En este caso no sería atinado decir que es una pregunta que flota en el aire, porque más bien llevaba mucho tiempo brincando de mesa en mesa, planteándose en redes y circulando en miles de grupos de WhatsApp, porque, digamos, había llegado a instalarse como una constante en el ágora nacional: ¿las políticas públicas del gobierno de Andrés Manuel López Obrador realmente están beneficiando a los más pobres? No es necesario descargar los tabulados, en los documentos de divulgación puede encontrarse la respuesta:

 

  • El ingreso corriente promedio fue de 21,231.66 pesos mensuales por hogar, lo cual significó un incremento de 4.6% respecto a 2018. Durante el mismo período, el aumento en el decil de los hogares más pobres fue mucho más pronunciado, del 19.9% —de 3,727.67 a 4,470.33 pesos mensuales—.
  • Entre julio de 2018 y julio de 2022, el ingreso por trabajo de los hogares más pobres aumentó en promedio 29% en términos reales.
  • En 2022, los hogares con más ingresos percibieron 15 veces más que los hogares con menos ingresos, lo cual muestra una espantosa desigualdad. Pero, la brecha se estrechó considerablemente en muy poco tiempo: en 2016 la diferencia era de 21 a 1.

 

La riqueza se está distribuyendo ahora de manera menos injusta. Los resultados de la ENIGH 2022 testimonian un cambio de tendencia —el empobrecimiento de los más pobres— y un avance en otra dirección —los pobres ganan 20.4% más que en 2016—.

 

 Por supuesto, también se difundieron datos que confirman lo que ya sabíamos y posibilitan detallar saberes. Por ejemplo, podemos corroborar que los hogares están empequeñeciendo y que la población envejece. El promedio de integrantes de los hogares en México es cada vez menor: pasó de 3.66 en 2016 a 3.60 en 2018, dos años después bajó a 3.55 y en 2022 fue de 3.43 miembros. En cuanto a la estructura por edad, los hogares cada vez se integran por menos personas menores de 15 años y más de 65 años y más: el promedio del primer grupo disminuyó de 1.00 en 2016 a 0.81 en 2022, y el segundo aumentó en el mismo lapso de 0.29 a 0.34 integrantes.

 

En cuanto a los ENIGHmas, sólo voy a mencionar uno. En julio de 2022 el ingreso corriente promedio para los hogares ubicados en el decil X, el más rico, ascendió a 66,898.67 mensuales. Mucho dinero, sobre todo si se compara con los 4,470.33 pesos mensuales que recibía un hogar del decil más pobre…, aunque el monto ya no parece tanto si se considera que en este decil están todos los hogares más acaudalados del país. Piénselo: en ese grupo se halla el hogar de Slim, el de Germán Larrea y el de Salinas Pliego, pero también el hogar de un matrimonio integrado, supongamos, por un médico que gane en promedio 40,000 pesos al mes y una licenciada que trabaje en la administración pública y perciba 30,000 pesos mensuales. Claro, en el mismo decil está el presidente, con su ingreso bruto ordinario de 175,511 pesos mensuales, y también los ministros de la Suprema Corte de Justicia —en 2023 cada uno se embolsa 578,270 pesos mensuales—, los boxeadores y futbolistas famosos, los actores y cantantes mejor pagados, en fin… ¿Cuál será la magnitud de la desigualdad entre los hogares agrupados en el decil X? ENIGHma.

            

lunes, 24 de julio de 2023

Falacias y paralogismos narrativos

  

Falacias y paralogismos

 

En el siglo IV a. C., Aristóteles inauguró el análisis de las falacias o argumentos sofísticos, artefactos mentales a los que en un momento dado también denominó paralogismôn, o “razonamientos desviados”. La palabra griega pasó primero al latín (paralogismus) y luego al castellano —la primera ocasión que paralogismo apareció en un diccionario de nuestra lengua fue en el Tesoro de la lengua castellana o española, de Sebastián de Covarrubias (1611)—. Actualmente la RAE define paralogismo con un sustantivo y un adjetivo: razonamiento falso.

 

Veintitantos siglos después de Aristóteles podemos y nos conviene diferenciar entre falacias y paralogismos. Quien esgrime una falacia quiere timar, tomar el pelo. Quien maquina un paralogismo yerra y de ese modo se embauca a sí mismo —y, por supuesto, a partir de ahí podría hacer errar el tiro a otros—. El primero intenta victimar, el segundo es víctima de sí mismo. La definición de falacia no deja lugar a dudas: engaño, fraude o mentira. Una falacia es, pues, una argucia, esto es, una sutileza, un sofisma, un argumento falso presentado con cierta agudeza, con el propósito de engañar. En cambio, un paralogismo es una chapuza mental, un error de razonamiento que, una vez cometido, puede acarrear al autoengaño.

 


El montevideano Carlos Vaz Ferreira (1872-1958) se adentró al estudio de los paralogismos no tanto como errores discursivos, sino como confusiones o meteduras de pata mentales y cognitivas. Por eso no los trata como una clase determinada de falacias, sino como una manera de caer en ellas. En el Prólogo a su libro Lógica viva explicaba que lo que le interesaba era reflexionar y entender “la manera como los hombres piensan, discuten, aciertan o se equivocan —sobre todo, las maneras como se equivocan—…: un análisis de las confusiones más comunes, de los paralogismos más frecuentes en la práctica… No una Lógica, entonces, sino una Psico-Lógica...” En otro texto brillante (Un paralogismo de actualidad), profundo y sencillo, Vaz explica: “El paralogismo consiste en atribuir a la realidad las contradicciones en que a menudo se incurre, y muchas veces es forzoso incurrir, en la expresión de la realidad; en transportar la contradicción, de las palabras a las cosas; en hacer de un hecho verbal o conceptual, un hecho ontológico”. ¿Por qué verbal? Porque no hay de otra: para pensar necesitamos el lenguaje.

 

En breve: una falacia, un sofisma, es un ardid doloso. Un paralogismo se elabora sin querer: nadie en sus cabales pretende y muchos menos podría engañarse conscientemente. Ahora, si se diferencian en el ámbito de la voluntad, falacias y paralogismos se asemejan en el terreno de las apariencias: ambos son argumentos falaces, es decir, que parecen válidos, pero no lo son.

 

 

Argumentos y argumentos


¿Qué es un argumento falaz? Según la RAE, es un argumento embustero, falso. Y la segunda acepción de falaz que provee su diccionario es más claridosa: que halaga y atrae con falsas apariencias. Y, se sabe, si deleita, una mentira es mucho más poderosa que una verdad que disgusta. Diderot lo expresó mejor: “Nos tragamos a grandes sorbos la mentira que nos halaga y bebemos gota a gota una verdad que nos es amarga (El sobrino de Rameau).


Ahora, ¿y qué es un argumento? El vocablo viene del latín argumentum, formado por el verbo arguere y el sufijo mentum: el primero significa argüir, aducir, dejar en claro, mientras que el segundo denota instrumento, medio o resultado. El verbo latino arguere surgió del griego ἄργυρος (argyros), plata, y éste a su vez de la raíz indoeuropea arg, que significa brillar, aclarar, blanco. Un argumento es algo que aclara, que despeja, que echa luz sobre algo. ¿Con qué? Respondo echando mando de una frase que incorporaba la definición de filosofía que me enseñaron los padres maristas, muy cartesianos ellos: con la luz natural de la razón. Cobra así sentido la primera acepción que la RAE provee del vocablo: un argumento es un razonamiento para probar o demostrar una proposición, o para convencer de lo que se afirma o se niega.

 

Pero un argumento es también otra cosa. Por ejemplo, qué significa la palabra en oraciones como esta: “El argumento de la última película de Indiana Jones es totalmente predecible”. O en esta otra: “El argumento de La Odisea se reduce al viaje de vuelta a casa de Ulises después de la Guerra de Troya”. Por supuesto, en este caso argumento no significa razonamiento, sino, tal y como podemos leer en la segunda acepción del diccionario, sucesión de hechos, episodios, situaciones, etcétera.

 

Un argumento es, en suma, un razonamiento lógico, pero también la trama de una narración. 

 

 

Pensamiento pragmático y pensamiento narrativo

 

Jerome Seymour Bruner (Nueva York, 1915-2016) sostiene que existen dos formas de pensamiento, una paradigmática y otra narrativa. El modo paradigmático trasciende las experiencias particulares por medio de la abstracción de categorías, con las cuales sistematiza su haber. Por su parte, el modo de pensamiento narrativo es diacrónico, secuencial, orientado a la acción y atento a los detalles específicos de la experiencia. Agrego: con el pensamiento pragmático fraguamos argumentos (razonamientos lógicos) y con el pensamiento narrativo tramamos argumentos (líneas argumentales, narrativas).

 

Si a uno le preguntan cuánto tardará en llegar un tren desde la estación X a la estación Y, considerando que va a 130 kilómetros por hora en promedio y que la distancia entre ambos puntos es de 260 kilómetros, usaremos nuestro pensamiento pragmático para dividir la distancia entre la velocidad y dar con la respuesta. Si vas a bordo de un tren y a medio trayecto, entre Ámsterdam y Berlín, a lo largo de interminables minutos observas transitar en una vía paralela otro tren transportando un caudal de tanques de guerra, entonces será tu pensamiento narrativo el que entrará en acción para tramar una historia que te permita explicar lo que estás viendo.

 

Los seres humanos “organizamos nuestra experiencia y memoria acerca de nuestro acontecer principalmente en forma narrativa: historias, excusas, mitos, motivos para hacer o no hacer, en fin…” Todo el tiempo estamos procesando lo que nos sucede, lo que percibimos consciente e inconscientemente, y no lo hacemos echando mano de teorías de la Física ni aplicando fórmulas matemáticas, ni siquiera formulando silogismos, lo hacemos más bien tramando narrativas. Bruner denominó a este proceso incesante la construcción narrativa de la realidad

 

 

Falacias y paralogismos narrativos

Sirva lo escrito hasta aquí para fundamentar la pertinencia que tiene acuñar un par de conceptos: falacia narrativa y paralogismo narrativo. A partir de todo lo anterior, ambos términos pueden ser explicados fácilmente.

 

Valiéndonos del marco conceptual de Bruner, ahora podemos enunciar que, si por medio de las falacias y paralogismos paradigmáticos los humanos producimos argumentos falaces, esto es, razonamientos que parecen válidos y no lo son, por medio de las falacias y paralogismo narrativos tramamos historias falaces, es decir, narrativas que parecen válidas pero no lo son, en el sentido de que hilan hechos que en realidad no están relacionados o no lo están de la manera en la que se traman.

 

Las falacias narrativas abundan y es fácil detectarlas en el anchísimo espectro de las relaciones humanas, en cualquier grado de complejidad. Existen en los ámbitos más reducidos a nivel interpersonal, como las relaciones de pareja y las intrafamiliares, hasta las más complejas, como las geopolíticas en las que intervienen los gobiernos de varios países. Van desde las narrativas confeccionadas a lo largo de años de vida marital, con las cuales el marido o la esposa ha logrado convencer a su esposa o su marido de que sin él o ella su vida sería imposible. Incluyen las antañonas narrativas empleadas como parte de los procesos de colonización —no fue conquista ni genocidio, fue proceso civilizatorio; no fue imposición de creencias, fue benévola evangelización, etcétera—, y, por supuesto, las narrativas que entran en guerra siempre aparejadas a las confrontaciones bélicas. En la actualidad, en el batallar por el poder político, más que los argumentos paradigmáticos, las que resultan decisivas son las narrativas. Ejemplar, perniciosa y perversa pero ejemplar, fue en 2006 la falacia narrativa “AMLO es un peligro para México”. No son sólo mentiras llanas, sino historias verosímiles tramadas mañosamente a partir de algunos hechos reales con el propósito de engañar.

 

Por su parte, los paralogismos narrativos, como sus pares paradigmáticos, son chapuzas cognitivas tramadas incorrectamente por las personas, errores involuntarios del pensamiento narrativo que terminan por causar confusión o al menos una lectura desatinada de los hechos involucrados en la historia. Los paralogismos narrativos entonces suelen ser fuertes pilares de los delirios —un delirio es una creencia que se vive con una profunda convicción sin soporte en evidencias concretas o incluso a pesar de que las evidencias demuestran lo contrario—. Por ejemplo, cuando son injustificados, algunos celos pueden entenderse como una especie de delirio, extremadamente irracional y persistente. Ahora, como ocurre siempre con el pensamiento narrativo, tramamos historias a partir de una definitoria influencia cultural, al punto que entendemos la vida a partir de estructuras narrativas arquetípicas. Y he ahí la peligrosidad de los paralogismos narrativos: por un lado, echamos mano de cuentos arquetípicos para abstraer, contarnos y entender lo que nos sucede, y por el otro, actuamos siguiendo las estructuras narrativas de tales relatos. Peor, los relatos a partir de los cuales construimos la realidad, si bien cuenta cada uno casos particulares, todas las historias se traman ajustadas a tipos generales de formas de narración, esto es, a géneros. Así que, si usted ha entendido su vida como una tragedia o como un drama, no tenga ninguna duda, así le seguirá yendo, sencillamente porque así estará leyendo su propia historia y estará actuando como un personaje trágico o dramático. Después de todo, los seres humanos estamos programados para creer historias, porque, como advierte Jerome Bruner, “… al escuchar una narración suspendemos la incredulidad…”

domingo, 23 de julio de 2023

Polvo y piedras, líneas y flechas


En el prólogo a El arco y la lira (1956), Octavio Paz escribió: “Nos rodea el silencio anterior a la palabra. O la otra cara del silencio: el murmullo insensato e intraducible…” No sólo el silencio anterior a la palabra, también el silencio de todo lo que el humano no ha alcanzado con las palabras. Porque el lenguaje nunca alcanza a abarcar toda la realidad. Aristóteles lo advierte así: “como no es posible discutir trayendo a presencia los objetos mismos, empleamos los nombres en lugar de los objetos mismos…, [pero] los nombres y la cantidad de enunciados son limitados, mientras que los objetos son numéricamente infinitos” (Sobre las refutaciones sofísticas; 165a). 

 

El filósofo montevideano Carlos Vaz Ferreira (1872-1958), en un extraordinario ensayo que escribió a principios de siglo XX, Un paralogismo de actualidad (1908), se refiere a esta misma cuestión, y lo hace por medio de un par de metáforas, una mineral y otra cartográfica. Enseguida los extractos, que son un agasajo:

 

Polvo y miedras

Comprendamos bien, desde luego: cuando se dice que un modo de expresarse más particular es menos esquematizante que uno más general, no hacemos sino una diferencia de grado: se me ocurre que, para explicar esto, Bergson emplearía la siguiente metáfora: entre un lenguaje de términos muy poco generales y otro de términos muy generales, hay la diferencia que entre un montón de polvo y un montón de piedras: el tamaño de las "concreciones", nada más; el primero será más a propósito para hacernos imaginar lo fluido, lo continuo; pero, en realidad, tan discontinuo es uno como otro; y, del mismo modo, aunque el lenguaje poco general sea representación menos empobrecida de lo mental, sería siempre una expresión inadecuada.

 

Flechas y líneas

… nuestro discurso representa el "stream of thought" como esas líneas y flechas de las cartas marinas representan las corrientes de agua; y, en una carta detallada, donde se usen muchas flechas y muchas rayas para indicar en cada lugar la dirección, la velocidad y otros datos, claro es que se da una representación menos inadecuada que cuando se representa la corriente por unas pocas líneas; pero la diferencia es de grado, y esa representación esquemática es en uno y otro caso inadecuada por naturaleza.


Louis Charles Desnos - Mappe-Monde ou Carte Generale De La Terre Divisee En Deux Hemispheres (1772)
 

lunes, 10 de julio de 2023

La otra cara del silencio

 


Nada más natural que lo sobrenatural encarne

en los hombres y hable su lenguaje.

Octavio Paz, El arco y la lira.

 

 

En 1967, el embajador de México en India reiteraba una pregunta. El razonamiento mediante el cual había determinado la necesidad de hacerlo es maravilloso, mejor, marravillante: “La inmovilidad es una ilusión, un espejismo del movimiento; pero el movimiento, por su parte, es otra ilusión, la proyección de Lo Mismo que se reitera en cada uno de sus cambios y que, así, sin cesar nos reitera su cambiante pregunta —siempre la misma.” Octavio Paz había formulado la susodicha interrogante poco más de diez años atrás, en la advertencia de la edición príncipe de El arco y la lira (1956): “¿no sería mejor transformar la vida en poesía que hacer poesía con la vida?; y la poesía ¿no puede tener como objeto propio, más que la creación de poemas, la de instantes poéticos? ¿Será posible una comunión universal en la poesía?”

 


A lo largo de su ensayo, Paz reflexiona sobre la relación de la poesía con el mundo, y más ampliamente, sobre la relación del lenguaje con la realidad. “El lenguaje es simbólico porque trata de poner en relación dos realidades heterogéneas: el hombre y las cosas que nombra. La relación es doblemente imperfecta porque el lenguaje es un sistema de símbolos que reduce, por una parte, a equivalencias la heterogeneidad de cada cosa concreta y, por la otra, constriñe al hombre individual a servirse de símbolos generales”. Con el lenguaje nombramos al mundo y lo creamos: “al crear con palabras, creamos eso mismo que nombramos y que antes no existía sino como amenaza, vacío y caos.”

 

Pero el lenguaje, creación humana, nunca alcanza a abarcar toda la realidad. Hace más de dos mil años, Aristóteles lo advertía: “como no es posible discutir trayendo a presencia los objetos mismos, empleamos los nombres en lugar de los objetos mismos…, [pero] los nombres y la cantidad de enunciados son limitados, mientras que los objetos son numéricamente infinitos” (Sobre las refutaciones sofísticas; 165a). Basta reflexionar durante unos segundos lo anterior para comprender la profundidad de la atinada afirmación de Paz: “Nos rodea el silencio anterior a la palabra. O la otra cara del silencio: el murmullo insensato e intraducible…”

 

El murmullo de lo insensato e intraducible es atronador cuando ocurren las coincidencias, y parte de la escandalosa confusión que suscitan se debe a la debilidad de nuestro lenguaje para ponerlas en su lugar. Sin un arsenal suficiente de palabras, cuando experimentamos una coincidencia, nuestro pensamiento mágico, fundamentalmente narrativo, se activa para tramar una explicación y ponerle nombre a lo desconocido. Entonces la coincidencia que presenciamos o vivimos se transforma en obra del destino, en un milagro o en una fatalidad; entonces las cosas pasan por algo o porque Dios quiere o porque un duende nos puso el pie o un angelito nos protegió o intervino cualquier otra agencia o agente sobrenatural.

 

Asignamos una misma palabra, coincidencia, a fenómenos disímiles: es una coincidencia que en la actualidad el Sol sea 400 veces más grande que la Luna, y se localice casi 400 veces más lejos de la Tierra que aquella; fue una coincidencia que en 1985, 2017 y 2022 haya temblado en la Ciudad de México el mismo día del año, el 19 de septiembre; fue una coincidencia que la octogenaria Christine hubiera llegado a Ámsterdam el mismo día que nosotros, y a la misma hora, para guiarnos a Broek in Waterland; fue coincidencia que Mark Twain haya nacido en 1835, cuando el Halley pasaba por nuestro planeta, y muerto 75 años después, cuando el cometa volvió a visitarnos…

 

— ¡Qué coincidencia!: ayer, en el momento en que colocaba los audífonos al celular para llamarle a mi hija, vibró el aparato… ¡Era ella!

 

Hemos tratado de poner algún orden en la otra cara del silencio mediante la creación de algunas palabras con las que se pretende discernir lo uno de lo otro en el vasto abanico de fenómenos de las coincidencias. A propósito de un antojo fílmico y de un libro de Auster, hace cuatro años traía a cuento aquí mismo el concepto formulado por Carl Jung: sincronicidad: “una coincidencia temporal de dos o más sucesos relacionados entre sí de una manera no causal, cuyo contenido significativo es igual o similar…” Paul Kammerer propuso serialidad para referirse a la recurrencia de cosas o eventos en el tiempo y el espacio. Klaus Conrad acuñó el término apofenia, una condición cercana a la esquizotipia —“una dimensión de la personalidad caracterizada por experiencias que de alguna manera hacen eco, en forma apagada, de los síntomas de la psicosis, incluidas las ideas mágicas y las creencias paranormales”, explica Paul Broks—. Más próximo a la explicación por negación, Arnold Zwicky, estableció el concepto ilusión de frecuencia, “un capricho de la percepción por el cual un fenómeno al que uno está alerta de repente parece omnipresente”.

 


Hace siglos, justo con Aristóteles, comenzó el análisis de las falacias o argumentos sofísticos o “razonamientos desviados” (paralogismôn). Se estudian tradicionalmente como artimañas para engañar o convencer a otros, pero bien pueden ser aparejos de autoengaño. Porque, cuidado, así como el lenguaje nombra al mundo también puede crear mundos… imaginarios.



lunes, 3 de julio de 2023

Coincidencias

 

19:00

 


Entramos a la Gare du Nord de París a las siete en punto. Abarrotado, el enorme recinto alojaba una profusa floresta de seres humanos: un gentiario —permítanme el vocablo— en el que la diversidad genética se desplegaba en una plétora de rasgos, colores, complexiones, alzadas… Simultáneamente, indumentarias, gadgets, modas, marcas… —la dichosa globalidad cultural—, aparentemente, sólo en apariencia, homogeneizaban la multiplicidad de trazas… Babélica, la vocinglería en francés se embarullaba con árabe, inglés, español, turco, italiano, alemán, holandés, ruso…

 

— Bien, puntuales –celebré.

 

— Ajá –me respondió Inés–…, media hora antes.

 

— Bueno, muy puntuales.

 

— Demasiado…, y no se puede ser demasiado puntual.

 

En nuestros e-Ticket se precisaba el número de tren, el 9381; la hora de salida, 19:25; la clase, segunda; el coche, el 16, y los números de asiento.

 

— Escucha, lo que dice aquí: For safety reasons and to ensure the timely departure of trains, travelers must be on the platform and ready to board their train no later than two minutes before the scheduled departure time. Dos minutos.

 

— Bueno, mejor andar holgados.

 

Localizamos una pantalla que mostraba la marabunta de convoyes que estaba por salir. Apareció el nuestro: el 9381 de Thayls con destino en Ámsterdam.

 

— Uy, retrasado.

 

— No dice cuánto tiempo –dije y justo coincidió con que, desde las bocinas de la estación advirtieron que nuestro tren saldría cuando menos 30 minutos tarde.

 

— Vamos a llegar a medianoche. A ver si todavía hay camiones.

 

 

Coincidencia astronómica

 

Cualquiera sabe que el Sol es mucho más grande que la Luna, pero qué tanto. La proporción es igual a la que existe entre un balón y el largo de una cancha promedio de futbol (24 centímetros de diámetro y 96 metros, respectivamente). ¿Por qué entonces, desde aquí y a simple vista, los vemos más o menos del mismo tamaño? Claro, la respuesta está en las distancias…, más precisamente, en las proporciones entre ambos tamaños y entre ambas distancias.

 

La distancia media desde la Tierra hasta el Sol es de casi 150 millones de kilómetros. La Luna está mucho más cerca, a 384.4 mil kilómetros. El caso es que la proporción que existe entre ambas distancias, 390 a 1, es muy próxima a la que hay entre los diámetros de ambos cuerpos celestes, 400 a 1. Gracias a esta coincidencia astronómica es que en la Tierra podemos observar eclipses totales de Sol.

 

 

23:23

 

Además del retraso inicial —partimos de París a las ocho de la noche—, por un accidente entre Bruselas y Amberes, el tren tuvo que aminorar su marcha. Así que apenas habíamos salido de Rotterdam cuando eran casi a las once y media.

 

— Ya le avisé a la del Airbnb que llegaremos a medianoche.

 

— ¿Y qué dijo?

 

Inés me muestra su teléfono y leo: que lamentaba el retraso del tren pero ella ya se iba a dormir, que si ya no encontrábamos autobuses pidiéramos un Uber para que al menos nos acercara, y que nos dejaría la llave bajo el tapete de la entrada.

 

— ¿Cómo que al menos nos acerque?

 

— Recuerda –me recuerda Inés-: la cabaña está a la orilla de un embarcadero.

 


Good night. You're going to Amsterdam, right? –bien trajeado, amable, un empleado de Thayls se acerca a preguntarnos. Le respondo que sí. Nos pregunta si tenemos auto o si pasará alguien por nosotros a la estación.

 

No. We will take a bus.

 

Corrobora entonces que cuando lleguemos probablemente ya no habrá camiones operando: — What area of Amsterdam are you going to?

 

Inés le muestra el domicilio del Airbnb: Veenderijgouw 27, Broek in Waterland, Noord-Holland 1151, Netherlands. El hombre dictamina que nuestro destino está fuera de Ámsterdam, aunque también al norte, como la estación central… Llegar nos tomará al menos una hora, estima.

 

Anyway, bus or Uber, it seems to me that you'll have to walk some distance.

 

Caminar cierta distancia…, a medianoche y con maletas. El señor nos informa que, dado el retraso, si tenemos que pedir un Uber, su compañía resarciría el importe, y sigue atendiendo al resto de los pasajeros.

 

 

Eclipse

 

Cierta ocasión en Anatolia, cuenta Heródoto (c. 484 – 425 a. C.), las fuerzas del fiero Ciáxares se hallaban en la batalla más atroz de la invasión a Lidia, cuando “de improviso el día se tornó en noche”. El prodigio aterró a medos y lidios, así que decidieron acordar la paz (Historia; I, 74).

 

También por Heródoto sabemos que Tales de Mileto (c. 624 – 546 a. C.), “había predicho esta pérdida de luz diurna, fijándola dentro del año en el que efectivamente ocurrió.” La ciencia confirma que el 28 de mayo de 585 a. C. aconteció un eclipse solar total; sin embargo, una constelación de astrónomos contemporáneos ha debatido durante décadas si Tales pudo o no haber predicho el fenómeno, toda vez que no hay evidencia de que los helenos tuvieran los conocimientos suficientes para hacerlo —no conocían los llamados ciclos de saros—. Algunos piensan que Heródoto se refería a un eclipse lunar, que debió haber resultado también impresionante. En dado caso, la batalla habría sucedido el 4 de julio de 587 a. C. También, por supuesto, pudo ser que la predicción errónea de Tales —errónea porque no tenía elementos para haberla realizado correctamente—, haya coincidido con el hecho: coincidido por pura coincidencia.

 

 

00:02


El convoy hizo alto total. Los pasajeros ya estábamos de pie, equipaje en mano. Primera vez que estábamos en Ámsterdam. Bajamos del vagón y lo primero fue seguir a la mayoría, pero tan pronto del andén ingresamos a la estación la gente comenzó a dispersarse. Toda la señalética estaba en holandés. Siguiendo al grupo más nutrido llegamos a unos torniquetes. Para continuar, ¿salir?, las personas presentaban sus celulares a los aparatos.

 

— ¿Serán los boletos de los camiones?

 

— ¿Dónde los compararían? No vi que pasáramos por ninguna taquilla.

 

Desandamos nuestros pasos en busca de otra salida, de una taquilla, de orientación, pero en un santiamén todo estaba desierto, todo cerrado, ni un alma y ningún letrero nos hacía el menor sentido… Justo en ese instante de atasco, de falta de decisión sobre qué hacer, apareció atrás de una escalera, solo y a paso veloz, el empleado de Thayls que hacía un rato nos había explicado en el tren que podíamos pedir una devolución en caso de que tomáramos un Uber. Casi corrí hacia él.

 

 

Coincidencia cósmica

 

El Sol es 400 veces más grande que la Luna, y se localiza casi 400 veces más lejos de la Tierra que aquella. Gracias a esa coincidencia, decíamos, podemos ver eclipses totales de Sol. Gracias a esas proporciones espaciales, y además gracias a otra coincidencia temporal: nos tocó el período durante el cual tal combinación de relaciones ocurre. Ni siempre ha sido así ni siempre será así, porque ni las dimensiones de los tres cuerpos ni las distancias entre ellos se mantienen fijas.

 

Hace unos 4,650 millones de años se formó la estrella enana amarilla que llamamos Sol; cien millones de años después, la Tierra, y tuvieron que pasar otros 50 millones de años para que apareciera la Luna. En este amplio espectro de tiempo, únicamente a lo largo de 100 millones de años se dan las circunstancias para que, desde nuestro planeta, se pueda observar que el disco lunar oculte casi a medida al Sol. Si el tiempo que han coexistido el Sol, la Tierra y la Luna lo dimensionamos como las últimas 24 horas, el lapso durante el cual pueden apreciarse eclipses solares totales comenzó hace apenas 16 minutos y durará otros tantos.

 

Para no repetir, en lugar de “coincidencia astronómica”, titulo este apartado “coincidencia cósmica”. Pero nada más termino de teclear, me trabuco. En principio, cosmos es lo opuesto a caos, y el caos se refiere, precisamente, al estado amorfo e indefinido que se supone anterior a la ordenación del cosmos. Caos es desorden, desbarajuste, desconcierto, y cosmos es orden, armonía, concierto. Entonces, ¿puede haber coincidencias cósmicas? La frase es tautológica: en el cosmos, todo coincide con todo, necesariamente.

 

 

00:04

 

Que sí, para salir de la estación había que pasar por los torniquetes. Preguntamos al amigo de Thayls en dónde debíamos comprar los boletos de autobús o de lo que fueran para pasar por ahí. Tardó un poco en entender nuestra confusión, que le causó cierta gracia: lo que teníamos que presentar eran los pasajes del tren, con los que habíamos viajado de París a Ámsterdam.

    But you are right, I don't think that is mentioned anywhere.

Una vez franqueados los torniquetes, explicó, había que subir a los paraderos de los autobuses, que ahí veríamos unas escaleras, some stairs… Pero no había unas escaleras, sino varias, cinco, seis, hacia distintas direcciones. Y otra vez: nadie en el sitio, todo en holandés y los minutos corriendo…

 

— Pues subamos por cualquiera, con suerte le atinamos.

 

Optamos por las primeras a la izquierda, y justo por ahí venía bajando una jovencita, la única persona a la vista en medio de aquello que para nosotros ya era un laberinto de ratones.

 

Good night. Speak English?

 

Hablaba, y preguntó si podía ayudarnos. Le expliqué que necesitábamos tomar un autobús hacia Broek in Waterland: — Is it this way?

 

No, no era: — Follow me –bajamos de nuevo las escaleras y nos encaminó hacia otras, en el otro extremo:– You have to take the bus 24, Edam-Hoorn. Good luck!

 

 

Coincidencia sísmica

 

Septiembre 7, 2017; 23:49 con 18 segundos. 58 kilómetros bajo tierra, en un sitio localizado 133 kilómetros al suroeste de Pijijiapan, Chiapas, surgió una fuerza telúrica que de inmediato se propagó… Minutos después llegó a la Ciudad de México. Gracias a la alerta sísmica, mucha gente, entre atemorizada y escéptica, la mayoría empijamada, la esperábamos en la calle. Unos ni despertaron o siguieron en lo suyo, algunos concentrados en algo importante o absortos en la tele o en un libro o en un cuerpo ajeno… Pero una buena parte de los habitantes de la Cuenca de México, más de veinte millones, vivimos algo más que un sustito. A muchos, el sismo —8.2 grados y tres eternos minutos con prolongadísimos 40 segundos— nos hizo recordar el 19 de septiembre de 1985…

 

— ¡Chale!, otra vez septiemble.

 

Doce días después, otro evento haría que este se volviera una nimiedad.

 

El terremoto del 19 de septiembre de 2017 me agarró comiendo tlacoyos en un tianguis. A las 13:14 el banquito de plástico en el que estaba sentado pegó un brinco… La fuerza del primer fustazo provocó un instante de silencio y una quietud contrastante: ¡encantados! Miradas fijas en el limitadísimo horizonte urbano, alientos contenidos, Jesúses en la boca… ¿Está temblando? ¿Hoy? ¡No, no puede ser!

 

— ¡Síestátemblando!

 

Desde entonces, cada 19 de septiembre tememos otro, lo cual es totalmente irracional… Pues cinco años después, justo el 19 de septiembre de 2022, a las 13:05 ocurrió un sismo. El epicentro fue en las costas michoacanas. Se sintió horrible en la Ciudad de México, no tanto por sus 7.7 grados, sino porque dejo la sensación de que alguien o algo estaba jugando con nosotros.

 

 

00:06

 

Salimos a una noche fría. Tres muchachos aguardaban ahí. Ningún autobús. Junto al carril, en una pantalla se indicaba que en unos minutos saldrían el 314 y el 116…, del 14, nada. Seguíamos mirando el monitor, sin decir nada…

 

Do you need help? –una voz queda a nuestras espaldas. Volteamos para hallarnos con una viejita– Where are you going? -muy delgada, bajita, vestida con un pantalón y una chamarra, llevaba nada más una maleta de rueditas. Nos sonreía.

 

— To Broek in Waterland.

 

— Oh, me too! –respondió alegre. Quizá tenía unos ochenta años.

 

¿También? ¡Qué extraño! Le dije que tendríamos que pedir un Uber, porque al parecer ya no saldría ningún 14…

 

— No, we can take the 314. I’ll show you.

 

— Are you sure?

 

Feliz contestó que sí, que estaba segura, que ella vivía allí y que el 314 nos llevaría a Broek in Waterland. Luego quiso saber si alguien pasaría a recogernos a la parada. Le contestamos que no, que caminaríamos desde ahí…

 

—The address, let me see –pidió, y después de leer el domicilio al que teníamos que llegar concluyó tajante: se van a perder:– But don´t worry. I’ll show you.

 

Inés le dio las gracias y le preguntó su nombre. Christine, así se llamaba.

 

 

Pensamiento mágico

 

“La coincidencia, o más bien, la experiencia de la coincidencia, desencadena pensamientos mágicos profundamente arraigados”, afirma el neuropsicólogo inglés Paul Broks (“Are coincidences real?”, Aeon, June 2023). A mí me parece que lo que realmente nos trastorna, más que las coincidencias en sí mismas, es no saber por qué ocurren…, mejor: lo que nos desconcierta es pensar que necesariamente suceden por alguna razón y no conocerla, mucho menos entenderla. Para aliviar esa confusión, el pensamiento mágico entra al quite.

 

 

00:12

 

Abordamos el 314. Christine subió primero, presentó su identificación de adulto mayor y no tuvo que pagar. Unos minutos antes nos había dicho que no sabía si nosotros podíamos pagar los boletos a bordo. Cuando subimos, el conductor nos dijo algo en holandés, saqué un billete de 20 euros y él lo rechazó. Christine intervino y el operador, con una sonrisa enorme, ahora en inglés, nos dijo que pasáramos. Tampoco pagamos nada.

 

El autobús venía casi vacío. Ya sentados, Christine nos contó que venía de vuelta de Francia, que allá vivía su único hijo y había estado con él algunos meses. Era una coincidencia enorme que hoy precisamente hubiera regresado a casa.

 

Unos cuarenta minutos después, Christine se levantó, y tecleó algo en una pantalla. Adelante, el autobús se detuvo en medio de la nada. Ella dijo que ahí era.

 

 

Apofenia

 

 

En 1959, el neurólogo y psiquiatra alemán Klaus Conrad (1905–1961) acuñó la palabra apofenia, para mentar la percepción espontánea de conexiones y significados de fenómenos no relacionados entre sí. La cuestión va más allá: el científico alemán sostiene que durante las primeras etapas de la esquizofrenia se experimentan episodios de apofenia.

 

 

00:58

 

Caminamos más de 20 minutos en la oscuridad. Cruzamos un par de canales a través de sendos puentes de madera. Molestos, supongo, algunos gansos nos graznaron. Jamás vimos a nadie en la calle, solamente hermosas casas con las luces apagadas. Varias veces le pedí a Christine que ella se encaminara a su casa, que con el Google maps podríamos hallar la forma de llegar. Ella replicaba que nos íbamos a perder, que prefería acompañarnos. Tenía razón, sin su guía, seguramente nos hubiéramos extraviado. Un par de calles antes de llegar al embarcadero aceptó, nos deseó buenas noches, se dio la media vuelta y se perdió en la noche.

 

 

Coda

 

¿Las coincidencias tienen un significado? Una cosa es preguntarse la causa de los sucesos y otra muy distinta es preguntarse qué significan, y muchas ocasiones confundirlo enciende el pensamiento mágico de las personas. Porque, piénselo, queriendo hacerlo, le podemos endilgar un significado a todo.

 

Después de un par de días de estancia, desocupamos el Airbnb en Broek in Waterland. Cuando nos despedimos de la dueña del lugar, le conté la forma cómo habíamos llegado y le pregunté si conocía a Christine, para pedirle que le agradeciera su ayuda. Para tramar un cuento, podría narrar que la señora se puso lívida y que, balbuceando, nos dijo que Christine era una vecina del lugar que había fallecido hacía más de diez años. Pero no fue así: nos contestó que conocía a Christine, que era una dama encantadora y que sí, efectivamente, habíamos tenido mucha suerte en haber coincidido con ella.