viernes, 30 de septiembre de 2016

La tercera edad es la vencida

Naces, mueres
Y el resto es pasar el tiempo.
James Joyce.


Tengo el propósito de seguir vivo para el 2050. Por supuesto, no hay prisa, que ya habrá tiempo para la ansiedad crónica —“la vejez y la impaciencia… siempre van de la mano”—. Total, no falta mucho, apenas 34 añitos. Si lo consigo, llegaré con 85 a cuestas, y ésos sí que ya serán muchos años, demasiados seguramente:  “… me crujen todas la junturas del cuerpo. No hay forma de parar el declive. Como mucho de vez en cuando tienes días en que te molesta menos esto o lo otro, pero lo de encontrarte bien del todo se acabó. Ya no volverá a crecerte más el pelo de pronto. Al menos no en la cabeza, aunque te salga por la nariz y las orejas. Las venas no se desatascarán. No desaparecerá ni una sola roncha y el grifo de abajo no dejará de gotear. Una carretera de sentido único que te lleva derecho al ataúd: eso es lo que es. Ya no volverás a ser joven, ni un solo día, ni una sola hora, ni un solo minuto”.

Pues sí, envejecer no tiene nada de grato, pero es la única estrategia efectiva que se conoce para no morir joven. Así que, ¡bueno!, supongamos que para entonces siga habiendo Tierra y supongamos que la libro: en 2050 seré parte de un ejército de ancianos. Expertos del Fondo de Población de Naciones Unidas estiman que, a medio siglo, 21.2% de los habitantes del mundo tendrá 60 años y más. Aquí en suelo mexicano —conjeturando también que de eso quede algo en 2050—, adultos mayores seremos poco más de uno de cada cinco (21.5%) personas. Traducción: se nos viene encima un tsunami de decrepitud y achaques, del cual, con un poco de suerte, uno mismo formará parte.

Acabo de leer una extraordinaria novela sobre la vejez. Si en esas andas o para allá enfilas, es un libro indispensable: Intentos de sacarle algo a la vida. El diario de Hendrik Groen de 83 años y cuarto. Así nada más, porque el autor es anónimo: no se sabe si quien narra es efectivamente un anciano o bien un portentoso escritor neerlandés. Los apuntes iniciales de esta obra fueron publicados por una revista literaria en línea, torpedomagazine.nl, antes de que, en junio de 2014, saliera a la venta la primera edición del libro en holandés (editorial Meulenhoff). Fue un campanazo; hasta ahora se han vendido más de 60 mil ejemplares en Países Bajos, y ya hay traducciones en todas las lenguas principales de Europa. Un bestseller internacional. En marzo de este año comenzó a circular en España la traducción a nuestro idioma (Martha Arguilé Bernal), y desde junio se puede conseguir la edición mexicana (Rocaeditorial). 

La novela se hilvana en las entradas del diario de un octogenario residente en una casa de la tercera edad. Ninguno de los hombres y mujeres que ahí van aproximándose al fin de sus días tiene que vérselas con la pobreza, tampoco con un cuadro clínico particularmente delicado —“Para celebrar que no tengo cáncer de pulmón he encendido otro purito”—… Por el contrario: avanzan sin distractor alguno hacia la muerte o, quizá peor, a la disolución paulatina de la identidad, el Alzhéimer —“pensar que lenta pero inexorablemente irás perdiendo la noción de la realidad; a diferencia de la rana que van cociendo despacio sin que se dé ni cuenta, eres penosamente consciente de tu propia degradación”—. Acompañados por sus pares, el espejo colectivo es omnipresente. Hendrik tiene la capacidad de observación, la honestidad y la inteligencia que permiten una autocrítica iluminadora: “Cuanto mayor se hace uno, más miedoso se vuelve. ¿No sería más lógico que a nuestra edad no le tuviéramos miedo a nada porque ya no tenemos nada que perder?” Se trata de una mirada penetrante y certera; hay que leerlo para que luego uno no pueda decir que no se lo advirtieron: “A diferencia de lo que cabría esperar, con el paso de los años la mezquindad aumenta mientras que la tolerancia se va haciendo más pequeña. Viejo y sabio es más una excepción que la regla”.  Duros, directos, agudos, pero casi siempre envueltos en un sentido del humor inteligente, los juicios de Hendrik Groen iluminan: “Nos queda poco tiempo, pero tenemos todo el tiempo. Deberíamos darnos prisa, pero ya no hay casi nada por lo que valga la pena apresurarse”.

Durante el año que documenta el provecto narrador —del 1º de enero al 31 de diciembre de 2013— basta y sobra para mostrar que ninguna arruga es garantía ni de sabiduría ni de estupidez, que al final de la vida los únicos atenuantes verdaderos al calvario son los mismos que en las primeras etapas y en la vida adulta, la amistad y el amor, y que nada ni nadie es suficiente para librarse de uno mismo: “A veces la soledad es mucho peor en compañía”. Cada quien sacará sus propias conclusiones y enseñanzas; por mi parte, subrayé una, que pretendo labrar en la memoria: “no quedarse solo cuesta un montón de esfuerzo, a veces infructuoso”.

El éxito de Intentos de sacarle algo a la vida ha sido tanto que la secuela ya tiene título — As Long as there is Life. The Second Secret Diary of Hendrik Groen, 85 Years— y está programado que salga a la venta en Holanda a principios de 2018. 

lunes, 26 de septiembre de 2016

El primer soplo de vida

A finales de julio de 2012, en buena parte del norte de la India ocurrió un apagón: durante un par de días, cerca del 10% de la población que el mundo cargaba entonces perdió el suministro de energía eléctrica. Hasta ahora es el blackout más vasto de la historia. Los más de 620 millones de personas que se quedaron a oscuras, entre otras cosas, no pudieron ver las competencias deportivas que por aquellos días se celebraban en Londres, por cierto, capital del imperio que mantuvo a la India bajo control colonialista durante un siglo (1845-1947). Si las motivaciones de indios e indias para ver la tele eran nacionalistas, no se habrán perdido de mucho: en los Juegos Olímpicos de Londres 2012, su país quedó en el lugar 55, con apenas seis medallas —dos de plata y cuatro de bronce—. Comparación odiosa: Dinamarca logró colocarse en el escaño 29 del medallero, con nueve metales: dos de oro, cuatro de plata y tres de bronce; nada mal, considerando que entonces su población total era de unos cinco millones de habitantes, mientras que la India aquel año era residencia de más de 1.2 mil millones de seres humanos. Expresado de otra manera: en Londres 2012 la India obtuvo una medalla por cada 200 millones de habitantes, mientras que los atletas daneses lograron una medalla por cada 555 mil conciudadanos. La India es el segundo país más poblado del orbe, y en cuanto a territorio, con 3.2 millones de kilómetros cuadrados, resulta incomparable a Dinamarca, que apenas tiene una superficie de 43 mil kilómetros cuadrados; en efecto, en la India cabe unas 75 veces el territorio europeo danés … Preciso “europeo” porque si consideramos también la soberanía que Dinamarca detenta sobre Groenlandia la cosa cambia: sus poco más de dos millones de kilómetros cuadrados alcanzan para trepar al lugar 12 en la tabla de países por superficie territorial.

El 84% de la Tierra Verde —Grønland en danés, Greenland en inglés— es blanca: cientos y cientos de miles de kilómetros cuadrados cubiertos de hielo. Si no regateamos a Australia la categoría de continente, Groenlandia es la isla más extensa del mundo. También a finales de julio de 2012, mientras en Londres comenzaban las competencias en las que 10,768 deportistas se desvivían por conseguir preseas, un equipo de científicos australianos comandado por Allen Nutman, geólogo de la Universidad de Wollongong, descubrió los rastros fósiles de vida más antiguos del planeta Tierra. El hallazgo no sería reportado sino hasta hace unos días, cuando la revista científica Nature publicó el artículo Rapid emergence of life shown by discovery of 3,700-million-year-old microbial structures, con el cual, para decirlo rápido, se echó para atrás más de 200 millones de años (Ma) el surgimiento de la vida terrícola.

Lector, si no tienes presente la profundidad del tiempo planetario, te recuerdo: la Tierra se formó hace aproximadamente 4,560 Ma. Nature reporta que los australianos encontraron en la cinta supracortical Isua, ubicada en el suroeste de Groenlandia, un afloramiento recién expuesto por el calentamiento global. Ahí hallaron la evidencia fósil más antigua: firmas isotópicas estables en rocas metacarbonadas que contienen estromatolitos de 1 a 4 centímetros de alto. Los dichosos estromatolitos, según la definición del Instituto de Geología de la UNAM, son “estructuras organo-sedimentarias laminadas que crecen adheridas al sustrato y emergen verticalmente del mismo, produciendo estructuras de gran variedad morfológica, volumétrica y biogeográfica”, cuya “formación y desarrollo a lo largo del tiempo se debe a la actividad de poblaciones microbianas”. Ocurre que los estromatolitos hallados en Groenlandia son anteriores por 220 Ma a la evidencia de vida más antigua que hasta ahora era aceptada: los vestigios descubiertos en Pilbara Craton, Australia, de 3,480 Ma de antigüedad. “La presencia de los estromatolitos de Isua demuestra el establecimiento de la producción de carbonato en aguas marinas poco profundas, gracias a la fijación de CO2 biótico hace 3,700 Ma… Una sofisticación biológica como esta permite colocar el origen de la vida, de acuerdo con los estudios del reloj genético molecular, en el eón Hádico”. ¿Eón Hádico? Sí, la era geológica inicial del planeta, de los 4.5 mil Ma a los 4 mil Ma.

El primer Eón de la Tierra se llama Hádico en referencia a Hades, la deidad griega del inframundo, espacio mítico que de alguna manera corresponde a la noción cristiana del infierno. En su Diccionario de símbolos, Cirlot explica que, “al margen de la existencia ‘real’ del infierno o de un infierno, esta idea posee un valor mítico y constante, activo en la cultura humana, primera mente concebido como una forma de ‘subvida…” Charles Darwin, por su parte, en 1871, en una carta a su amigo el naturalista Joseph Hooker, escribió sobre la subvida y especuló en torno al origen de todo ser orgánico: “Pero qué tal si (y, ¡oh!, ¡qué gran si!) pudiéramos concebir que en alguna pequeña charca cálida, con todo tipo de amoníaco y sales fosfóricas, luz, calor, electricidad, etcétera, un compuesto de proteína se haya formado químicamente…” Y líneas después: “Probablemente todos los organismos que han vivido en la Tierra descienden de alguna forma primordial…”, y lo que sigue no me animo a traducirlo: “…into which life was first breathed…” Haciendo a un lado las creencias, los actos de fe, no es posible saber si el soplo de vida fue inbuido a la materia, lo que sí sabemos con certeza es que todos los seres vivos estamos aquí gracias a la oxigenación provocada por las cianobacterias…, el aliento primigenio.

viernes, 16 de septiembre de 2016

Palabras perro bravo

I know nothing in the world that has as much power as a word.
Sometimes I write one, and I look at it, until it begins to shine. 
Emily Dickinson



El error metodológico

Una pinche mosca está a punto de colmarte el plato. Lleva una eternidad revoloteando sobre tu escritorio. Díptero asqueroso. Más allá de la probabilidad de que porte alguna enfermedad infecto-contagiosa —digamos, que te deje sembrada una tifoidea o una salmonelosis en la taza de café—, son tus nervios los que ya no la toleran un minuto más. Para colmo, el negruzco insecto se posa ahora sobre el monitor de tu lap, casi al centro, y parsimonioso recorre unas cuantas letras, justo sobre el renglón en el cual estabas a punto de redactar el meollo del reporte que tu jefe te está pidiendo con urgencia desde temprano. Lo que vas a informarle lo va a sacar de quicio… Te hará responsable del error, y no habrá manera de echarle la culpa a alguien más. Tus días en la empresa están contados. La mosca levanta el vuelo otra vez y se pierde en al aire. En el escritorio de enfrente, Hana sigue pintándose las uñas. La mosca pasa zumbando muy cerca de tus ojos. Manoteas desesperado, el teléfono timbra… La llamada proviene de la extensión de tu jefe. ¿Contestas o terminas de escribir la última línea de tu sentencia? La duda es atajada por la minúscula bestia que se para ahora en el teléfono. No piensas más: sacas del portafolio la Astra calibre 22 con la que, según te prometiste a ti mismo, jamás permitirías que volvieran a asaltarte en la calle… Quieres creer que el balazo también mató a la mosca. El cadáver de Hana quedó con todas las uñas bien pintadas. Te acusarán de homicidio y tú alegarás que fue una equivocación. ¡No fue un asesinato, fue un error de método!

La Lechuga

En 2018, La Lechuza cumplirá 40 años. Ahí sirven los mejores tacos de rajas con crema de toda la Ciudad de México. El negocio está sobre Miguel Ángel de Quevedo, a unos pasos de Insurgentes Sur. Anoche que llegamos a cenar ahí no encontramos sito en la calle, así que enfilé hacia el estacionamiento que está a unos cuantos locales.

— ¿Van a La Lechuga? –nos preguntó el vigilante que controla el acceso. 

— ¿La Lechuga? La Lechuza, querrá usted decir.

— Yo así le digo: La Lechuga.

— Ok… Sí, sí vamos a La Lechuza.

Estacionamos el auto y mientras salíamos del estacionamiento presenciamos la llegada de otro vehículo.

— ¿Van a La Lechuga?

— No.

— Sólo es para clientes, señorita.

Bufando, la mujer metió reversa. Unos veinte minutos después la reconocí cuando entró a La Lechuza…, ¡pobre!, quién sabe hasta dónde encontraría estacionamiento.

El plagio

El alma mater del presidente de la República emitió un comunicado en el cual sentenció que, en su tesis de licenciatura, el joven Enrique Peña Nieto incluyó “reproducciones textuales de fragmentos sin cita a pie de página ni en el apartado de la bibliografía”. Días después, el mandatario declaró: “Yo hice mi tesis…, nadie me puede decir que plagié mi tesis. ¿Que pude haber mal citado o no bien citado alguno de los autores que consulté? Es probable que sí. Tendría que aceptar un error metodológico…”

Las palabras

“¿Qué son entonces las palabras? ¿Existen siquiera?”, cuestiona Daniel Dennett (Boston, 1942), filósofo y experto en ciencias cognitivas y biología evolucionista. “Podría parecer una pregunta filosófica ociosa…, pero es, de hecho, tan seria y motivo de polémica como la que pueden formularse respecto a si los genes existen o no realmente” (Dennett, The Cultural Evolution of Words and Other Thinking Tools. Tufts University, 2009). El surgimiento del lenguaje y la cultura de los homo sapiens es una de las más importantes transiciones de la evolución biológica, tanto como la transición de los organismos procariotas a los eucariotas o la aparición de la reproducción sexual (Maynard Smith J, Szathmary E. The major transitions in evolution. Freeman, 1995). Gracias a las palabras es que “únicamente en una especie, la nuestra, haya despegado la transmisión de información por medio de su reproducción no genética. En nuestro caso, la cultura se acumula de forma recursiva, explosiva, saltando a lo largo de miles de miles de siglos en pasos individuales”. Dennett sostiene que hasta hace muy poco todas las palabras habían evolucionado de acuerdo a las reglas del juego de la selección natural, no de un diseño inteligente. Pero el proceso se ha modificado…

Palabras rata, palabras gallina

Según Darwin (La variación de los animales y las plantas bajo domesticación, 1868) 
se logra domesticar una especie cuando se controla su reproducción. Vacas, cerdos, gallinas son especies domesticadas. Las especies sinantrópicas, en cambio, “han evolucionado para prosperar en compañía de los humanos, pero nadie las posee y nadie es responsable de su bienestar”; tal es el caso de chinches, ratas, palomas, cucarachas… Dennet sostiene que la enorme mayoría de las palabras son sinantrópicas, no domesticadas. ¿Quién inventó palabras como casa, árbol, tierra, duelo…? Nadie, todos, la evolución cultural. No puede decirse lo mismo de una palabra como cibernética, la cual, como se sabe, fue acuñada por el matemático norteamericano Norbert Wiener (Cybernetics: Or Control and Communication in the Animal and the Machine, 1948). No todas las palabras domesticadas han sido creadas en el ámbito de la ciencia. Por ejemplo, José Luis Coll es autor de una plétora de palabras, por muestra, creó el vocablo abiertamiente, “que miente con toda franqueza y sin reserva”.

Palabras perro bravo

Siguiendo la analogía, además de palabras sinantrópicas y domesticadas, sufrimos la violencia semántica de palabras no salvajes, puesto que no surgieron fuera del ámbito de la cultura, sino de palabras como perros que alguien embraveció y ya no puede controlar. Ejemplos: levantón, sicario, plagio… 

sábado, 10 de septiembre de 2016

Trump en Los Pinos: la Navaja de Hanlon y las tijeras de Videgaray*

La pregunta

… y después del oprobio, amaneció de nuevo: el jueves pasado, es decir, al siguiente día de que Donald Trump, invitado por el presidente Peña, ratificara desde Los Pinos y con el Escudo Nacional de fondo que si gana la Presidencia de Estados Unidos efectivamente construirá el dichoso muro fronterizo, la mayoría de los columnistas más influyentes hicieron públicos su desconocimiento y consecuente confusión. La misma pregunta, como si se hubieran puesto de acuerdo, se leyó en todas las páginas editoriales: ¿para qué lo invitó? Aguilar Camín lo fraseó así: “Los medios estadunidenses saben lo que buscaba Trump en México: una foto para su campaña. Los mexicanos no sabemos aún qué quería el presidente Peña”. Carlos Puig se lamenta: “Ahora sí que como diría El divo de Juárez, pero qué necesidad. ¿Para qué? ¿Por qué?” Jorge G. Castañeda, quien ha cobrado como secretario de Relaciones Exteriores, pudo calificar la invitación —“innecesaria, inútil y a destiempo” — sin necesidad de saber qué la motivó: “Trump vino y se fue, y no quedó muy claro por qué se le invitó”. Ricardo Raphael propuso que alguno de los jóvenes que al siguiente día departiría felizmente con Peña preguntara: “¿Con qué propósito invitó usted a Donald Trump? ¿Por qué prestó Los Pinos como escenario para el relanzamiento de una campaña que iba a la baja?” José Cárdenas de plano tituló su texto (es un decir) “¿A qué diablos vino Trump?” Carlos Elizondo no sólo afirmó que la jugada era “incomprensible”, sino que, en tanto fenómeno, “es la mayor torpeza que recuerdo de este sexenio —y hay de dónde escoger— y de la política exterior mexicana”. Otras plumas no tan influyentes también expresaron su confusión: “¿qué ganas?” (Félix Cortés Camarillo); “¿pero qué necesidad?’. ¿A qué vino Masiosare?” (Fausto Alzati); “no entiendo cuál fue la intención” (Yuriria Sierra); en fon, como escribe Gil Gamés, quien por cierto también expresó su consternación: “Gil no da crédito y cobranza.”

La respuesta insuficiente

El mismo jueves, el propio presidente Peña firmó un texto que El Universal hospedó: “¿Para qué me reuní con Donald Trump?” ¡La misma pregunta! Claro, en el texto no pasó de lo que ya había dicho: el diálogo y las arañas. La respuesta fue o inverosímil o insuficiente, porque, parafraseando a Dylan, siguió la pregunta flotando en el aire.

El runrún

Hasta el jueves por la tarde, la respuesta dominante era sencilla: “la estulticia se explica a sí misma”, como resumió el Maestro de El Pueblito. También supe de otra espeluznante: “lo hace para burlarse de todos: ¿no me aprueban, no me aplauden? Pues aquí les traigo al míster”. Y dos estrambóticas elucubraciones: se vendió o le averiguaron algo y lo están chantajeando.

Hanlon's Razor 

El llamado a la sensatez me llegó por whats: la doctora Asando Lav, sabia mentora y amiga, me exhortó a entrar en razón y recordar el principio de Hanlon, también conocido como la Navaja de Hanlon. Para algunos se trata sólo de un corolario de la Ley de Finagle sobre la Negatividad Dinámica —formulada por cierto décadas antes que la Ley de Murphy—, que establece: “Algo que pueda ir mal, irá mal en el peor momento posible”, o incluso, en última instancia, de una consecuencia lógica de la segunda ley de la termodinámica. En cualquier caso la Navaja de Hanlon es tan filosa como la que debemos a Guillermo de Ockham (1280-1349): “En igualdad de condiciones, la explicación más sencilla suele ser la más probable”¬. “Hanlon es probablemente una variación fonética de Robert Heinlein, quien acuñó el principio en una noveleta publicada en 1941, Logic of Empire” (Giancarlo Livraghi, The Power of Stupidity. Monti & Ambrosini SRL, 2009); total, que la Navaja de Hanlon estipula: “Nunca atribuyas a la maldad lo que puede ser explicado por la estupidez”.

La respuesta filtrada

Pero, me temo, la opinión pública no se guía por la el principio de Hanlon: al despertar del viernes, en el ágora el respetable seguía buscándole una respuesta al misterio: “No, cómo crees, hasta ellos lo pudieron haber previsto”. “Si hasta la gente de la cancillería les dijo que no lo hicieran”… Pero en la tarde comenzó a correr la luz: que la idea salió de Hacienda, que fue Videgaray, que lo recomendó para salvar nuestra economía… Y a media noche, puntual como suele hacerlo, Riva Palacio publicó su columna en ejecentral.com: “el arquitecto de la reunión, Luis Videgaray, secretario de Hacienda, quien convenció al Presidente de que o se acercaban a Trump o el 8 de noviembre, si ganaba la elección, sería la catástrofe económica para México”. Y al otro día, ya para un público más amplio, Carlos Loret, desde el título de su columna, apuntaba con la tecla flamígera: “Videgaray, el artífice del encuentro Peña-Trump”. Conforme cundió el trascendido, los pocos interesados y atentos fueron plantando gesto circunspecto y diciéndose: “Ahí está, había algo más”. Ya en la noche aquello era verdad no oficial, es decir, verdad de verdad.

Las tijeras de Videgaray

Pero nunca falta un cerebro inquieto: también por whats un amigo atento al acontecer nacional me escribió el viernes a medio día: “Oye, pero eso de que fue para estabilizar los mercados es una tontería”. Cauto, yo le respondí con el emoji de carita dubitativa acariciándose el mentón. Él fue más allá: “Nomás quieren justificar la salida del Vice de secre: tijeras!” (¿qué quieren?, así se escribe en whats). ¡Uf…! Lástima, no tengo navajitas en los emojis, así que tuve que teclear la respuesta: “Navaja de Hanlon”.



* En donde dice "y las tijeras de Videgaray" debió decir "y las tijeras a Videgaray"

sábado, 3 de septiembre de 2016

La medida de todas las cosas

“El hombre es la medida de todas las cosas” —por favor noten que entrecomillé el pensamiento ajeno y que, lo que es más decente, explicitaré enseguida el nombre de la persona a quien se atribuye el juicio:—, sentenció hace ya más de dos mil cuatrocientos años un tal Protágoras, un señor que al parecer nació en Abdera, una polis localizada en la costa de Tarcia. Si hemos de creer lo que más de cuatro siglos después reportó Sextus Empiricus (c. 65 – c. 140), Protágoras escribió Discursos demoledores, tratado en el que afirmó: “El hombre es la medida de todas las cosas, de las que son en cuanto que son, de las que no son en cuanto que no son”. Platón y luego Aristóteles recuerdan a Protágoras; por el primero sabemos que Sócrates, su coetáneo, lo respetaba, mientras que el polímata de Estagira dedicó algunos párrafos de su Metafísica a la referida sentencia protagórica: “… Protágoras pretendía que el hombre es la medida de todas las cosas, lo cual quiere decir simplemente que todas las cosas son en realidad tales como a cada uno le parecen”. Es decir, en su exégesis posiciona al de Abdera como un relativista, para luego reprenderlo: “Si así fuera, resultaría que la misma cosa es y no es, es a la vez buena y mala, y que todas las demás afirmaciones opuestas son igualmente verdaderas, puesto que muchas veces la misma cosa parece buena a éstos, mala a aquéllos, y que lo que a cada uno parece es la medida de las cosas”. A saber si eso haya querido afirmar Protágoras —aunque es la misma lectura que, según se lee en el diálogo platónico Teeteto, censuró Sócrates—, porque quizá al mentar al hombre no se refería a un fulano en particular, sino a todos nosotros, la especie, hombres y mujeres, los sapiens, en cuyo caso la interpretación sería otra. Por ejemplo, que el mundo es la realidad humanizada y por tanto, que el hombre es, efectivamente, la medida de todo: el antropocentrismo que caracteriza a Occidente desde el Renacimiento, pues.

Como se sabe, Protágoras, por educar, cobraba —por eso era tachado de sofista—. Pero entre los socráticos también hubo quien se interesó por su peculio: en su libro Vidas, opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres —un imprescindible escrito en siglo III—, Diógenes Laercio sostiene que Aristipo de Cirene “fue el primer discípulo de Sócrates que enseñó filosofía por estipendio”. Quizá no fue mala idea, porque se supone que el africano —Cirene estaba en Libia— murió muy viejo (435 a. C. - 350 a. C.), y eso que, si fue congruente, seguro le dio vuelo a la hilacha, puesto que aducía que la felicidad estaba en el placer, y no en cualquiera, sino especialmente en el mejor de todos, el corporal: “Los deleites del cuerpo son muy superiores a los del ánimo, y muy inferiores las aflicciones del cuerpo a las del ánimo”. 

Otro mercenario, Marcus Vitruvius Pollio (c. 80-70 a. C. – 15 a. C.) —cobró muchos dinares como arquitecto del mismísimo Julio César—, cuenta en el libro sexto de su De Architectura —escrito entre el 27 y 23 a.C.— una historia protagonizada por el de Cirene: “El filósofo Aristipo, discípulo de Sócrates, víctima de un naufragio, fue arrojado a las costas… y al advertir unas figuras geométricas dibujadas en la arena, cuentan que gritó a sus compañeros ‘Tengamos confianza, pues observo huellas humanas.’” Ciertamente, el mar los había tirado en un sitio habitado, nada menos que en Rodas. “Enseguida se dirigió a la ciudad… y se encaminó directamente hacia el gimnasio. Allí empezó a discutir sobre temas filosóficos y fue objeto de numerosos regalos que no solamente le sirvieron para equiparse él, sino que también suministró a sus compañeros vestidos y todo lo necesario para vivir”. Esta pequeña historia ha dado pie a numerosas reflexiones en torno al mundo de los hombres, en oposición a la Naturaleza. Debe destacarse un ensayo: Huellas en la playa de Rodas, de Clarence J. Glacken (Serbal, 1996). La guía discursiva del libro se halla en tres preguntas persistentes en el pensamiento occidental: “¿Es la Tierra un entorno adecuado para el hombre y otras formas de vida, una creación hecha a propósito? ¿Tienen sus climas, su relieve, la configuración de sus continentes una influencia en el carácter moral y social de las personas, una injerencia en la cultura humana? En su larga permanencia de la tierra, ¿de qué manera ha cambiado el hombre la condición prístina del la Tierra?”

¿Hacia a dónde apuntan hoy las respuestas? Una pista certera se encuentra en el aludido libro de Marcus Vitruvius Pollio, De Architectura, en cuyo Libro III establece el “origen de las medidas de los templos”, para lo cual define las proporciones ideales del cuerpo humano: “Es imposible que un templo posea una correcta disposición si carece de simetría y de proporción, como sucede con los miembros o partes del cuerpo de un hombre bien formado”. Y podríamos consignar aquí todas las correspondencias —v.g.: “Desde el mentón hasta la base de la nariz, mide una tercera parte de la altura del rostro”—, pero para qué, si ya un genio realizó el trabajo: en 1490 Leonardo Da Vinci dibujó el “Hombre de Vitruvio”, siguiendo al pie de la letra aquellas instrucciones. Cuesta pensar que mientras lo hacía no tuviera el aforismo de Protágoras en mente.