martes, 28 de febrero de 2023

En México, ¿dónde comienza el Norte?

 A don JQG, con aprecio.

 

 

La semana pasada, una de las gamberras más estridentes del Partido Acción Nacional me hizo recordar a un sabinense que fue mi jefe. La fémina me parece de plano abominable y el señor, aunque de a tiro por viaje me hacía enojar, me caía a todo dar. La camorrista —persona que fácilmente y por cualquier causa arma broncas, alborotos y pendencias— se sumó a uno de los más recientes nados sincronizados de la reacción mexicana: la ridícula y vergonzante defensa, según ellos, de los intereses de uno de los hombres más acaudalados del mundo, el sudafricano/gringo Elon Musk —entiendo que el más rico hoy día es un tal Bernard Arnault—. El contexto puede entenderse sin necesidad de entrar en demasiados detalles.

 

El también dueño de Twitter ha hecho saber que planea montar en México una fábrica de Tesla; además, se ha mencionado la posibilidad de que ésta se localice en Monterrey, Nuevo León. Cuestionado sobre el asunto, el presidente López Obrador celebró la posible inversión, pero dijo que la planta tendrá que ser instalada en donde existan condiciones adecuadas para hacerlo: “nos importa mucho el que se invierta en el país porque significa la creación de empleos, pero queremos también cuidar el territorio…, garantizar que no le falte agua a la gente…” Y tuvo que recordar que “en el norte, en general, ya falta agua”. Como era de esperarse, enseguida la oposición respingó… Por ejemplo, melodramático y lastimero, Enrique, el hijo de De la Madrid, tuiteó: “Yo quiero un México donde una sola persona no decida donde se ubica Tesla!!!” Por su parte, la camorrista que aludo, la señora Lilly Téllez, también en Twitter, espetó: “Las empresas deben tener libertad de elegir dónde invierten. El presidente es un estorbo para la iniciativa privada; en lugar de condicionar las inversiones, debería dar certeza jurídica y seguridad. El norte de México es nuestro motor de desarrollo, bienvenido @elonmusk”. A este majadero y memo mensaje, amablemente respondió @Tiburonzone21: “Sí, pero en el sur también se necesita inversión de esa magnitud. Ya nos toca”. Siguió entonces la respuesta de la señora Lilly Téllez García… Esto fue lo que me hizo enojar y recordar de paso a mi exjefe: “Sí, ya les toca, pero trabajar. Para empezar, dejen de votar por puro grillo sinquehacer.” Por supuesto, la ofensa de la senadora prianista comparte la misma forma de comprender al país, conservadora y prejuiciada, del diputado Gabriel Quadri, quien, como seguramente ustedes recordarán, en 2019 tuvo la desvergüenza de tuitear: “Si México no tuviera que cargar con Guerrero, Oaxaca y Chiapas, sería un país de desarrollo medio y potencia emergente...” —por cierto, si bien resulta indignante que este individuo, que cobra como legislador y quiso ser presidente de la República Mexicana, ofenda así a tantos connacionales, también debería preocuparnos 1) que desde entonces mantenga el tuit en línea y 2) que ya tamaña estupidez haya alcanzado 12.6 mil likes—.

 

El propagado prejuicio de que la gente del norte del país es muy trabajadora y la del sur muy floja, más que obedecer a una teoría inspirada en el determinismo geográfico, es en realidad una expresión del racismo mexicano que menosprecia a los pueblos originarios, a nuestras raíces indígenas. Y, claro, ese racismo ancestral está aparejado al clasismo moderno, y ahora al aspiracionismo conservador.

 

Todo esto me recordó a don Julián Quiroga Garza (1937-2010), quien fue mi jefe directo durante los primeros tres años de la década de los noventa del siglo pasado, primero en la dirección de Censos Nacionales o luego en la dirección general de Cartografía Catastral. Él, maestro normalista y licenciado en Economía por la UANL, era oriundo de Sabinas Hidalgo. Don Julián era un norteño de pura cepa, cualquier cosa que ello signifique. Además, era travieso y provocador. Comía casi siempre carne asada, “así nomás con sal”, y aseguraba que “en el sur le ponen salsas y moles y muchas verduras y yerbajos porque casi no tienen carne o ya está echada perder”. A esa o a alguna otra de sus muchas pullas —con las que se la pasaba puyando gente— fue que una vez respondí con una pregunta:

 

— Bueno, y según usted, en México, ¿dónde comienza el Norte?

 

Con eso logré mantener a raya unos días a don Julián, hasta que una mañana subió a mi oficina. Trabajábamos en un edificio que entonces, no sé ahora, se llamaba Torre Arko; mi oficina estaba en el PH y la de él justo en el piso de abajo; lo había escogido porque ese nivel tenía una terraza en la que él sembraba zanahorias y betabeles. Entró fumando uno de los más de sesenta Raleigh que consumía al día y me dijo: — Pues ¿sabes qué? Ya lo pensé. Aquí mero.

 

— ¿Aquí mero qué, don Julián?

 

— Aquí en Aguascalientes comienza el Norte del país.

 

Aquel día no discutí con él, nada más le contesté, un poco para descontrolarlo, que seguramente la mayoría de los chilangos pensaban que en Ecatepec, Cuautitlán o incluso en Ciudad Satélite. Después he tenido ocasión de pensar en ello, y sé que no, que ni el centro geométrico ni el geográfico del territorio continental de nuestro país se encuentra en Aguascalientes, mucho menos, por supuesto, en la Ciudad de México. Hace más de diez años publiqué en esta misma columna la ubicación del centro de México: se localiza más al norte… Eso sí, como Julián Quiroga, muchos piensan —yo me incluyo— que más o menos en Aguascalientes comienza el norte cultural de nuestro país. Digo cultural porque si mantenemos la perspectiva geográfica no van a faltar las sorpresas. Nadie duda que Guerrero, Oaxaca, Tabasco y Chiapas están en el Sur, o que Baja California, Sonora, Chihuahua y demás estados fronterizos están en el Norte, pero poca gente repara en que Yucatán está al norte de la Ciudad de México, igual que buena parte de lo que llamamos el Sureste, así como Tuxpan y Poza Rica, Veracruz. ¿Y qué decir de Guadalajara, es norteña o sureña?

 

Pues resulta que, si dividimos el país en dos mitades, una norteña y una sureña, por medio de una línea que pase a la misma distancia del punto más meridional y del punto más septentrional del México continental, dicha línea imaginaria —algo así como nuestro ecuador— casi coincide con el Trópico de Cáncer: se localiza en la latitud 23º 15’ 48’’ norte. En el extremo Este, la línea alcanza a tocar la península de Baja California, y pasa por el extremo sur del municipio sudcaliforniano de La Paz, muy cerca de su frontera con el de Los Cabos, y luego, del otro lado del mar, atraviesa el municipio de Elota, en Sinaloa. En la parte más occidental, después de pasar por Durango, Zacatecas, San Luis Potosí y Nuevo León, sale al Golfo de México por Tamaulipas, específicamente en el municipio de Soto la Marina. Así que, no sólo la capital de la República se ubica en el sur del país, y también una porción de Tamaulipas, Nuevo León, Zacatecas, Durango y Sinaloa, al igual que todo Aguascalientes, Nayarit, Guanajuato, Querétaro, Colima, Jalisco, Michoacán, Hidalgo… y de ahí hasta la frontera Sur.

 

Elaboró: Pedro Rivera.

Lo cierto es que si se mantuviera el prejuicio entre más al norte más trabajadora es la raza, y ese fuera el único determinante, al señor Musk no le convendría poner su fábrica en Monterrey, pero tampoco en Hermosillo, Sonora, de donde salió la señora Téllez: su mejor opción sería, claro, Tijuana. Por fortuna, hoy ese prejuicio no impera en el gobierno federal, en donde sí, afortunadamente, se tiene claro que el territorio y sus recursos naturales se tienen que cuidar. Y sí, el presidente tiene razón: el agua está en el sur.

lunes, 20 de febrero de 2023

Nacionalismo y territorio

  


Me sé afortunado: como mínimo una ocasión he plantado los pies en al menos un sitio de cada una de las 32 entidades federativas que integran la República Mexicana.

 

En la Ciudad de México, antes DF, he recorrido buena parte de cada una de sus 16 demarcaciones territoriales —por favor, dejen de decirles alcaldías—. Por razones laborales, hace algunos años intenté conocer todos los municipios de Guerrero, el Estado de México y Morelos —hoy en conjunto suman 242— y casi lo consigo —me faltaron unos quince—. De los municipios de Aguascalientes me falta uno: jamás he estado en Tepezalá. Del resto de los estados, mejor no especifico… En Oaxaca, Puebla, Veracruz, Chiapas… seguro no me he apersonado nunca en más del 90% de sus respectivos municipios. Creo que difícilmente he pisado poco más de 200 municipios del país, menos del 10% de los 2,475 en los que actualmente se divide el territorio nacional.

 

En noviembre de 2020, AMLO dijo: “Tengo esa dicha enorme, no quiero que se vaya a malinterpretar y ofrezco disculpas, pero no hay un mexicano, ya no hablemos de los políticos, un mexicano que conozca todas las cabeceras municipales, todos los municipios del país como el actual presidente de México.” El 24 de marzo del 2022 reiteró: “Ofrezco disculpas, pero no creo que haya un mexicano que conozca todos los municipios de México, como el que les está hablando…”

 


Independientemente de cuántos municipios haya usted visitado, si reflexiona el asunto unos momentos, caerá en la cuenta de que no es extraño que una persona que ha recorrido la grandiosidad territorial de México profese un arraigado patriotismo, y que, desde ahí, a ras de suelo, abandere un nacionalismo fundamentado, aterrizado. Lo mismo puede decirse de cualquier gente bien versada en la historia de su país. No es fortuito que las sociedades de geografía e historia decimonónicas hayan sido los semilleros de los ideólogos del nacionalismo temprano en toda Iberoamérica. Museos y mapas son dispositivos primordiales de los estados nacionales.

 

Confundir patriotismo con nacionalismo es común, incluso entre eruditos. No son lo mismo. David Brading (Los orígenes del nacionalismo mexicano, 1988) lo explica claramente: el patriotismo es “el orgullo que uno siente por su pueblo, o de la devoción que a uno le inspira su propio país”, mientras que el nacionalismo es “un tipo específico de teoría política; con frecuencia […] la expresión de una reacción frente a un desafío extranjero…” El nacionalismo, pues, precisa del patriotismo. A diferencia del patriotismo que es un sentimiento que surge espontáneamente de la cotidianeidad, el nacionalismo, en tanto ideología política que abona en favor del poderío de un Estado Nación, debe construirse, primero, y luego permear. George Orwell (Notes on Nationalism) planteaba así la diferencia: “El nacionalismo no debe confundirse con el patriotismo. Ambas palabras se usan normalmente de manera tan vaga que cualquier definición puede ser cuestionada, pero se debe hacer una distinción entre ellas, ya que están involucradas ideas diferentes e incluso opuestas. Por patriotismo me refiero a la devoción a un lugar y a un modo de vida particular…, pero sin deseo de imponerlo a otras personas. El patriotismo es, por su propia naturaleza, defensivo… El nacionalismo, por su lado, es inseparable del deseo de poder”.

 


Patriotismo y nacionalismo resultan impensables sin un sentimiento de pertenencia, sin una identificación con un lugar, una memoria compartida y una comunidad. En el caso de los países modernos, hablamos de la llamada identidad nacional. La identidad nacional no es una condición inamovible, sino una abstracción dinámica que suele ligarse erróneamente con la idea de un supuesto carácter nacional. Alan Knight sostiene que hablar de carácter nacional implica la creencia de que existen una serie de formas de ser y actuar heredadas a los habitantes de un país por el puro hecho de serlo: todos los mexicanos nacemos corruptos y cueteros, los canadienses afables y los argentinos petulantes. Tales yerros conllevan conjeturas xenófobas y atizan traumas colectivos. El historiador señala el desacierto de ligar un carácter nacional con la idea de identidad nacional. Si uno se refiere a la identidad nacional “como un supuesto concepto explicativo objetivo”, se cae en un desatino, toda vez que “es imposible hallar algún concepto explicativo objetivo bajo la clasificación general”. Por otro lado, si con el término etiquetamos la creencia que la gente mantiene acerca de determinados atributos que se portan nada más por ser mexicano o iraní, entonces se puede tener una interesante materia de estudio —muchos mexicanos creen que todos los habitantes de este país somos impuntuales y tequileros, por ejemplo—. Sea lo que sea la identidad nacional, no es un determinante heredado de padres a hijos, no es una cualidad innata, sino algo que siempre está en proceso, “algo que fluye, se construye y se ‘alcanza’”… o se desdibuja, y que en cualquier caso ocurre en el ámbito sociocultural, no en el biológico. Por eso, es una pantagruélica estupidez decir, por ejemplo, que “la democracia no está en el ADN de la sociedad mexicana”. La nacional es un tipo específico de identidad que convive con otras muchas, como las regionales, las de género, las de clase… Para hacer operativo el concepto de identidad, Knight abre una posibilidad, enclavando en el concepto tres contenidos: la identidad nacional objetiva y sus rivales; su relación con el lenguaje y con la religión; y su conexión con el tiempo y el espacio. Del primer punto, destaca la ponderación de las identidades locales sobre la nacional: el retrato de los chilangos, los tapatíos o los hidrocálidos necesariamente resulta más “‘objetivamente’ cierto y útil para fines explicativos” que cualquier representación de los mexicanos en su conjunto. Queda la identidad a partir de la diferenciación respecto a los demás: los mexicanos son dicharacheros y cotorros, los ingleses son parcos y flemáticos. Se trata de percepciones subjetivas, de tal suerte que la pregunta perdura: “Las características nacionales objetivas de los mexicanos ¿los diferencian drásticamente de otros?” En el lenguaje, Knight no encuentra elementos suficientemente significativos para dar solvencia al concepto; tampoco en la religión…, exceptuando claro “la Virgen de Guadalupe…, acaso el mejor símbolo de la identidad nacional mexicana”. Y más allá…, ¿qué queda exclusivamente mexicano? El planteamiento de Knight es tan incuestionable que podrá parecer una perogrullada: un tiempo y un espacio específicos, una historia y un territorio, y de ellos se inclina más por la dimensión espacial. Si bien los sucesos históricos “constituyen en verdad marcadores importantes” de identidad, “resulta más fácil medir el ‘molde’ de la geografía que el de la ‘historia’”. Más incluso, si bien resulta indiscutible que el devenir a través del tiempo de una nación marca su identidad, “la geografía tiende a generar estructuras históricas duraderas”. Mientras que puede haber diversas versiones sobre cómo ocurrió y qué trascendencia tuvo determinado acontecimiento histórico, la existencia de las formaciones montañosas que atraviesan al país, por ejemplo, es contundentemente irrebatible… De nuevo: una identidad fuerte tiene que estar aterrizada, territorializada.

domingo, 19 de febrero de 2023

El cine previsto por Musil

  

La primera edición de El hombre sin atributos, obra cumbre del austriaco Robert Musil (1880-1942), se publicó en 1930 por la editorial berlinesa Rowohlt Verlag. Fundada en 1908 por Ernst Rowohlt, el sello se había convertido en uno de las más importantes de la época; publicó a muchos autores importantes de la literatura alemana y europea en el siglo XX, como Thomas Mann, Franz Kafka y Bertolt Brecht. La edición príncipe de El hombre sin atributos constaba de dos volúmenes, y se presentaba como una obra en progreso, ya que Musil había anunciado que aún estaba trabajando en una tercera parte. Los dos primeros volúmenes fueron escritos a lo largo de veinte años. La última parte de la novela se publicó un año después del óbito del escritor.



Ya avanzado el primer volúmen, el astuto Arnheim, un empresario rico y poderoso, conversa con Ulrich, el protagonista de la novela, un hombre culto e inteligente que vive en la Viena de principios del siglo XX, y le advierte:

 

— Va usted frecuentemente al cine? ¡Debería hacerlo! —dijo—. Es posible que la cinematografía no presente en su forma actual un gran porvenir, pero asocie usted a ella intereses comerciales de mayor cuantía, por ejemplo, la industria de los colores o la electroquímica, y verá cómo en unos decenios habrá alcanzado un desarrollo imposible de ser detenido. Entonces se impondrá un proceso al que deberán contribuir todos los medios de difusión y desarrollo del mundo; y por mucho que sea lo que se hayan imaginado nuestros poetas o estetas, el arte que surgirá será el de la Sociedad General de Electricidad o el de la Industria Alemana de Colorantes. ¡Es como para tener miedo, amigo mío! 


 

lunes, 13 de febrero de 2023

Encuerados, libres e indecentes

  

No sabemos con certeza a dónde llegó exactamente Colón después de haber cruzado la Mar oceánica por primera vez. Sabemos que el hecho ocurrió el 12 de octubre de 1492, esto es, setenta días después de haber zarpado de Palos. Sabemos que la expedición se integraba por tres carabelas y alrededor de noventa marineros, y que su almirante venía a bordo de la Santa María. Sabemos que tocó tierra en una de las islas del archipiélago de las Antillas bahameñas, y por una carta que supuestamente escribió el 15 de febrero de 1493, dirigida al prestamista Luis de Santángel, la llamamos San Salvador:

 

… pasé a las Indias con la armada que los illustríssimos Rey e Reyna, nuestros señores, me dieron, donde yo fallé muy muchas islas pobladas con gente sin número, y dellas todas he tomado posesión… A la primera que yo fallé puse nonbre Sant Saluador…; los indios la llaman Guanaham.


Así se lee en la misiva publicada un par de meses después en Barcelona. En su Historia de las Indias, Fray Bartolomé de las Casas, según él parafraseando las bitácoras del propio don Cristóbal, refiere:

 

… llegaron a una isleta de los Lucayos, que se llamava en lengua de indios Guanahani. Luego vieron gente desnuda…


 

Hoy en las Bahamas —un país integrado territorialmente por más de setecientas islas, islotes y cayos— existe una isla llamada San Salvador o Watling Island, pero no tenemos la certeza de que haya sido ahí en donde realmente desembarcó por primera vez el marinero genovés. Durante mucho tiempo se creyó que el evento más bien había sucedido en Cat Island —a la fecha, su extremo austral se denomina Columbus Point—, pero desde principios del siglo XIX los historiadores concuerdan en que no hay datos suficientes para estar seguros. Otras ínsulas antillanas que pudieron haber sido escenario del histórico arribo de los europeos a lo que en principio denominaron las Indias son Cayo Samaná, la Mayaguana, Grand Turk Island, Conception Island, Isla Huevo, Lignum Vitae Cay y Caicos del Este. En cualquiera que haya sido, fue en una de las islas habitadas por los lucayos o taínos, un pueblo arahuaco del cual pronto se supo en Europa. El colombiano Germán Arciniegas (1900-1999) imaginó aquel encuentro y escribió este espléndido pasaje en su libro Biografía del Caribe (1945):

 

El mismo año de 1492 en que muere Lorenzo el Magnífico, llega Colón a Guanahani. ¿Qué ven sus hombres desde los puentes de las tres carabelas? Indias de color de cobre que asoman asustadizas por entre la selva desgreñada. La Venus caribe anda desnuda, como Dios la echó al mundo. Los cabellos de azabache caen sobre sus espaldas como pinceladas de brea. Los chiquillos, trepados en lo alto de los follajes, se confunden con los micos y dialogan con los loros. A medida que pasa la sorpresa, los indios se animan. Quieren ver las caras peludas de los europeos. Saltan sobre las olas, jinetes en sus potrillos de troncos. Sobre las anchas caras salvajes está la risa de los dientes blancos y parejos, en los ojillos negros, maliciosos.


 

Espléndido, pero seguramente hoy para muchas buenas conciencias puede resultar políticamente incorrecto. Si traigo a cuento este texto de Arciniegas es porque ayuda a entender el origen de la polémica que a lo largo de la primera mitad del siglo XVI se desató en Europa acerca de la naturaleza de la gente que los navegantes encontraron en el Nuevo Mundo. Porque, como sostiene Edmundo O'Gorman (1906-1995), “la cuestión de si los indios eran o no hombres, surgió a temprana hora en la historia indiana como un brote anónimo y espontáneo de la convivencia de los europeos con los indios de las islas del Caribe” (Sobre la Naturaleza Bestial del Indio Americano). ¿Y la duda se debió nada más a que andaban encuerados? Seguramente no. De nuevo Germán Arciniegas:

 

Estos caribes tienen sus ideas. En las guerras, enemigo que cae, hombre que se descuartiza, se adoba y se lleva al asador. Cuelgan de las chozas las piernas como jamones ahumados. Esquivando la bravura del sol, bajo aleros de palmiche, los viejos se acurrucan a humar: queman hojas secas en braseros de tierra cocida y aspiran el humo que arrojan por las narices. En las fiestas, se adornan la cabeza de plumas y pintan el cuerpo de rojo, con achiote. Usan collares de huesos, dientes, uñas de bestias salvajes, caracoles. Comen gusanos, otras porquerías. Son libres e indecentes.

 


Más allá de las prácticas nudistas, las costumbres ornamentales, los gustos culinarios o incluso de las presumidas indecencias de los pueblos originarios, en el fondo, la cuestión que se debatía era otra: ¿podían o no los indios formar parte de la grey? ¿Podía justificarse la conquista y posesión de aquellas tierras y de esas personas? “Y, por último —sentencia O’Gorman—, el régimen jurídico a que quedarían sujetos los indios en sus personas y bienes forzosamente estaba condicionado por el concepto que de ellos se formaran los europeos. Lo más relevante a este respecto era, sin duda, la justificación o, por el contrario, el rechazo de la esclavitud”.

 

El asunto sería zanjado definitivamente el 2 de junio de 1537 cuando el Papa Paulo III decretó la bula Sublimis Deus, en la cual se reconocía que todos los indios del Nuevo Mundo eran “hombres verdaderos, dotados de alma”, y por ello capaces de vivir en libertad, aunque, establecía “que dichos indios y demás gentes deben ser invitados a abrazar la fe de Cristo a través de la predicación de la Palabra de Dios…” Libres eran y había que meterlos al rebaño.




martes, 7 de febrero de 2023

Monstruoso, inhumano

  

El Monstruo de la Naturaleza. ¡Vaya mote! Portentoso…, sobre todo si se considera que no le fue impuesto a una bestia de singular fiereza o tamaño extraordinario, sino a un hombre, y para colmo a un hombre dedicado no a matar o destruir sino a crear, y crear es la más humana de todas las actividades, la que nos distancia del mundo natural para construir un mundo cultural, humano. Don José Ortega y Gasset (1883-1955) sostiene que el hombre es esencialmente una criatura insatisfecha, “…un animal desgraciado [que] …no está adecuado al mundo, [y] por eso necesita un mundo nuevo…” Ahí en donde haya un sapiens habrá arte, artificio, artificialidad. La naturaleza humana es cultural. Y el Monstruo de la Naturaleza se dedicaba al arte, particularmente al arte del lenguaje.



El Monstruo de la Naturaleza. ¡Vaya mote! Paradójico…, sobre todo si recordamos que monstruo proviene del latín monstrum, un vocablo religioso utilizado por los antiguos romanos para denotar un prodigio —es decir, un suceso extraño que excede los límites de la Naturaleza—, un prodigio en el sentido no de accidente o aberración, sino de señal de los dioses: monstrum procede del verbo monere, avisar, advertir, que a su vez proviene de moneie, hacer pensar en, recordar… Por donde se le vea, un monstruo es pues algo sobrenatural. Así que un monstruo de la Naturaleza resulta doblemente monstruoso. El diccionario de la RAE ofrece siete acepciones para la palabra monstruo, pero como bien dice Julia Blanco, de algún modo, “todas las acepciones parecen supeditarse a la primera”: ser que presenta anomalías o desviaciones notables respecto a su especie, a su naturaleza.



El Monstruo de la Naturaleza, así apodaron sus coetáneos al señor Félix Lope de Vega Carpio (1562-1635), y así seguimos llamándolo. El incansable madrileño escribió un exuberante cúmulo de piezas dramáticas y poemas y comedias y novelas pastoriles y églogas y composiciones épicas y libros misceláneos… Entre los cientos y cientos de obras que compuso, Lope de Vega dedicó un soneto a una heroína bíblica, “Al triunfo de Judit”:


Cuelga sangriento de la cama al suelo

el hombro diestro del feroz tirano,

que opuesto al muro de Betulia en vano,

despidió contra sí rayos al cielo.

 

Revuelto con el ansia el rojo velo

del pabellón a la siniestra mano,

descubre el espectáculo inhumano

del tronco horrible, convertido en hielo.

 

Vertido Baco, el fuerte arnés afea

los vasos y la mesa derribada,

duermen las guardas, que tan mal emplea;

 

y sobre la muralla coronada

del pueblo de Israel, la casta hebrea

con la cabeza resplandece armada.

 

Por supuesto, el “feroz tirano” no es otro que el general Holofernes, enviado por el rey Nabucodonosor —quizá en realidad Asurbanipal, y tal vez babilonio en vez de asirio— al frente de 120 mil soldados y doce mil caballos con sus jinetes en expedición punitiva a aniquilar Israel. Betulia es la pequeña ciudad judía localizada antes de llegar Jerusalén en el camino desde Nínive. “Los rayos del cielo” mientan la intervención de Jehová. Baco se trae a cuento porque Holofernes fue embriagado, y así, borracho y seducido por “la casta hebrea” fue asesinado: “el espectáculo inhumano” al que se alude es el cuerpo del militar separado de su cabeza, luego de ser decapitado con su propia espada por Judit. A lo largo de la historia, grandes pintores han representado la escena: Jacopo Comin (Juditc. 1515), Domenico Tintoretto (Judit y Holofernes, 1552), Adam de Coster (Judit con la cabeza de Holofernesc. 1610), Rubens (Judit con la cabeza de Holofernesc. 1616)…, en fin. Botticelli representó en 1410 a la heroína y su moza, ya de vuelta a Betulia, llevando la testa del militar.



Me parece que quien captó de manera más dramática el episodio fue Caravaggio (Judit y Holofernesc. 1599), mostrando el momento justo en el cual la mujer corta la cabeza del invasor.



Mientras que en el Libro de Judit se presenta como virtuoso…, es más, como piadoso, el acto perpetrado por la joven hebrea, sorprendentemente el Monstruo de la Naturaleza —también conocido como el Fénix de los Ingenios— lo calificó como “espectáculo inhumano”. Resulta desconcertante si recordamos que inhumano no significa no humano o distinto a lo humano, sino “falto de humanidad”. Por eso, no tendría sentido calificar como inhumano el comportamiento ni de una manada de lobos ni de un tigre sanguinario ni de una orca asesina ni de ningún otro animal. Los comportamientos inhumanos únicamente pueden ser cometidos por humanos. Lope de Vega llama “inhumano” el hecho de que Judit haya descabezado a Holofernes refiriéndose a su falta de fragilidad o flaqueza, si acaso a la ausencia de compasión o benignidad, pero no a que su naturaleza fuera distinta de la humana. Lope de Vega no ponía en duda que la judía fuera un ser humano, a diferencia de lo que por aquellos mismos años del siglo XVI hacían algunos paisanos suyos respecto a la gente que habitaba el Nuevo Mundo. El sacerdote cordobés Juan Ginés de Sepúlveda (1490-1573) argumentaba que los indios eran seres inferiores a los europeos, tanto, que debía considerárseles de una naturaleza distinta: ni monstruosos ni inhumanos, pero no humanos como los españoles.

 

Han pasado casi cinco siglos de aquello, pero no se crea que la pregunta de si tal o cual grupo de personas es o no humana quedó descontinuada totalmente. El nazismo consideró a los judíos, gitanos, discapacitados y otros grupos como subhumanos, y los envió a campos de exterminio. Durante el apartheid en Sudáfrica, el régimen negó la humanidad de la mayoría negra de la población. En Estados Unidos la esclavitud no fue abolida sino hasta 1865 —ratificación de la 13º enmienda constitucional—, lo que significa que todavía entonces muchos propietarios de gente no consideraban a sus esclavos como personas. Durante la Guerra del Congo belga, en los años 60 del siglo XX, los belgas consideraron a los congoleses como subhumanos. En los años 90, los serbios consideraron a los bosnios musulmanes como subhumanos y llevaron a cabo una campaña de limpieza étnica contra ellos. ¿Monstruoso, inhumano? Ya lo creo.

miércoles, 1 de febrero de 2023

Humanos bestiales / bestias humanales

 

Chucho chulo

Media mañana. Voy sobre Porfirio Díaz, del lado de la acera norte. Vengo de Insurgentes y avanzo hacia Rodin. Al llegar a Atlanta, cruzo la avenida y entro al Parque Hundido. Delante de mí camina una señora. Pasea a un cuadrúpedo prendido a una larga correa. Es uno de esos perros ridículamente diminutos, no más choncho que un conejo. Con todo, alocado, el nimio cándido va jaloneando a su dueña. Antes de llegar a la primera bifurcación, sentada en una banca, sola, otra mujer, más o menos de la misma edad, se observa los pies. Se expresión es de profundo hastío. De pronto, alza la mirada, descubre al animal y clava la vista en él… Conforme nos acercamos, una sonrisa va cubriéndole todo el rostro. Pasos antes de que la bestia pase junto a ella, se inclina y, como si le hablara a un bebé, melosa, le dice:

 

— ¡Hermoso, mi vida…! Adiós, guapo, mi chulo…

 

El chucho no le hace el menor caso y sigue su camino como si nada. Atrás, pasa su ama. La señora de la banca no la saluda, ni siquiera voltea a mirarle la cara. Enseguida paso yo. No me da los buenos días, ni siquiera me sonríe.

 

 

Thesis

En abril de 1979, la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM estrenaba revista: Thesis. La encabezaba el director de la Facultad, Abelardo Villegas. La editaba Juan Antonio Matesanz. La poeta Elsa Cross era la secretaria de redacción. Entre los autores de los textos que integraron la edición inicial de la revista aparecen Eduardo Nicol, barcelonés exiliado en México desde 1938, igual que José Gaos, y algunos alumnos del asturiano: Leopoldo Zea, Sergio Fernández y Edmundo O’Gorman (1906-1995).

 

El ensayo “Sobre la naturaleza bestial del indio americano” de O’Gorman abre tanto el primer número como su sección “La tradición presente”, en la que se rescataban “los mejores trabajos publicados en la desaparecida revista Filosofía y Letras”. En efecto, el texto había sido publicado originalmente en 1941, por cierto, dedicado a Gaos.

 

He aquí una paradoja singular: no todo hombre es hombre. Con cuánta frecuencia decimos y leemos de alguno que es inhumano, que no es hombre: que es un animal, una bestia. Se trata de un ser a quien, pese a todas las apariencias, le falta algo para que sea hombre. A ese tal no le tributamos todos los signos usuales de reconocimiento de la condición humana. Con ocasión de, por ejemplo, su muerte, lo enterramos ‘como a un perro’. Es decir, como a un animal cuyos despojos sólo por una necesidad profiláctica hacemos desaparecer en las entrañas de la tierra.

 

 

Saluda, no seas rancherita 

Algunos años atrás, cuando aún poseía meniscos funcionales, a veces, cuando no tenía tiempo para desplazarme lejos, iba a correr al pequeño parque Esparza Oteo. El circuito Nueva York – Georgia – Pensilvania - Alabama tiene la ventaja de que mide medio kilómetro. Mientras daba vueltas, podía identificar a un montón de gente, además de los vendedores ambulantes y los acomodacoches que permanecen ahí durante casi toda la jornada, a muchos paseantes. Incluso llegaba a saludar a algunas personas, al menos con una inclinación de cabeza. Recuerdo a un señor de unos cincuenta años que llevaba a su perro a dar la vuelta. Llamaba la atención que siempre llegaba muy arreglado, peinado con esmero, zapatos impecables, en fin… Siempre solo, quiero decir, él y su mascota, una especie de tejonero orejón y de mirada lánguida. Cierta tarde, mientras yo hacía estiramientos en una banca, me tocó ver la siguiente escena: el hombre caminaba con su animal a un lado, mientras que, en contrasentido, se aproximó una mujer, también muy bien vestida y maquillada, de unos cuarenta y tantos años, atractiva. Ella venía también con correa en mano. El espécimen que traía era parecido al salchicha del sujeto. Cuando se cruzaron, ambos mantenían la vista dirigida a sus bestias. Los animales se aproximaron uno a otro y comenzaron a olisquearse entre sí.

 

— Saluda, no seas rancherita —ordenó la dama—. Dile que te llamas Perséfone. 

 

— Saluda… Sé amable, Gameto.

 

Perséfone y Gameto continuaron sus arrumacos. Ignoro si se saludaron o no. Atestigüé en cambio que sus dueños, después de que los salchichas se husmearon sus respectivos genitales, siguieron cada quien sus caminos sin haber intercambiado una sola palabra.

 

 

Alarmante

Reportaba O’Gorman hace más de ochenta años:

 

Pero a la inversa, y en nuestra época con especialidad entre ciertos pueblos de los llamados sajones, es alarmante la manera ‘humana’ con que son tratados los animales… En ciertas grandes ciudades norteamericanas hay hospitales, comedores, parques de recreación y hasta peluquerías y casas de modas para los perros.

 

Don Edmundo hoy se habría alarmado peor con la plétora de negocios especializados en la atención de perros y con la proliferación de espacios antes reservados a humanos y actualmente pet friendly.

 

Hombres bestiales, y bestias humanales. Este doble fenómeno nos advierte que hay una cierta indeterminación y vaguedad en el concepto de lo humano. Que, por extraño que parezca, no es tan fácil trazar el límite entre la bestia y el hombre… Lo esencial del fenómeno…: la propensión de pensar a un hombre como bestia, o a una bestia como hombre.

 

Casi todas sintiéndose muy auténticas, cada vez más a menudo escucho a buenas personas declarar:

 

— Entre más conozco a las personas, más quiero a mi perro.

 

Suelo imaginar que sus mascotas son menos rancheras que Perséfone y más amables que Gameto.