lunes, 24 de abril de 2023

La valía de la Constitución de 1824

 

La Comisión de Gobernación del Senado de la República aprobó ayer 24 de abril de 2023 un punto de acuerdo para solicitar al Gobierno de la Ciudad de México cambiar el nombre del Zócalo capitalino, y dejar atrás la referencia a la española Constitución de Cádiz, para en cambio resaltar la importancia de la Constitución de los Estados Unidos Mexicanos de 1824. Personalmente estoy totalmente de acuerdo con el punto de acuerdo que logró la senadora Mónica Fernández Balboa, considerando… —y tomo algo que escribí en 2006 (1)—.

 

El fracaso del primer intento de organización política del México independiente abrió un intervalo durante el cual la integridad del naciente Estado se puso en jaque. El congreso constituyente —primero excarcelado y luego reestablecido por el propio Iturbide antes de salir del país— no contaba con el respaldo de todas las autoridades estatales, ni se mostraba capaz de construir los acuerdos fundamentales —fundacionales— que la definición del país pedía a gritos en aquellos momentos. Frente a un gobierno nacional desdibujado, las tendencias autonomistas de las diferentes regiones cobraron fuerza. Centroamérica votó por su escisión de México en julio. Delegados de Texas, Coahuila, Tamaulipas y Nuevo León se reunieron para instaurar una Junta que declarara su autonomía respecto a México; mientras que representantes de Querétaro, Michoacán, Guanajuato y San Luis Potosí decidían una posición común frente a México. Jalisco, Zacatecas, Oaxaca y Puebla se declararon Estados Libres. Y por supuesto, los ánimos separatistas no solamente se pronunciaban frente a México, sino también al interior de las distintas provincias. En medio de este desorden, “… cuando Yucatán anunció que ‘se uniría’ a México si el país adoptaba un sistema federal, apareció en el horizonte la única manera de solucionar el problema…” (2) En el acta en la que se proclamaba que el estado de Yucatán reasumía su soberanía —30 de mayo de 1823—, también se condicionaba la reincorporación a México a la aceptación de que “… la Unión de Yucatán sería una república federada…” (3)  Así se buscaba en la península una salida en la coyuntura a la pugna entre centralistas y federalistas, misma que tenía como trasfondo un conflicto de intereses entre las ciudades de Campeche y Mérida, la primera controlada por comerciantes, la segunda por hacendados.

 

La postura de los yucatecos tuvo eco en el resto del país. Conforme al Plan de Casamata, a fines del 23 se instaló en la ciudad de México un nuevo congreso constituyente. Lucas Alamán y Carlos María Bustamante abandera-ron la alternativa centralista de gobierno, mientras que Miguel Ramos Arizpe dirigía a los diputados federalistas. Finalmente, el 31 de enero de 1824 el Con-greso aprobó el Acta Constitutiva de la Federación; nacían los Estados Unidos Mexicanos, Yucatán entre ellos. La Constitución sería promulgada el 4 de octubre de 1824. La nueva República Federal quedaba constituida por 19 estados “autónomos y soberanos”, 4 territorios dependientes del centro y un Distrito Federal. De cada estado confederado dependía la elección de su Gobernador, así como la promulgación de una constitución particular; además, los estados controlaban sus fuerzas militares.

 

 

1. CASTRO IBARRA, Germán. Vida y obra literaria de Justo Sierra O'Reilly. Una aproximación. Tesis de maestría. Universidad Autónoma de Aguascalientes. Septiembre, 2006.

2. VÁZQUEZ, Josefina Z. “Los primeros tropiezos”. En: EL COLEGIO DE MÉXICO. Historia general de México. T. 3. México. SEP/COLMEX. 1981. p. 14.

3.   BAQUEIRO, Serapio. Ensayo histórico sobre las revoluciones de Yucatán, desde el año de 1840 hasta 1864. T. I. Mérida. Universidad Autónoma de Yucatán. 1990. p. 17.

¿Racismo estadístico o nada más mala leche?

  

La noche del jueves, durante el primer debate entre las señoras aspirantes a la gubernatura del Estado de México, poco, muy poco faltó para que la conductora de Foro TV, Ana Paula Ordorica, se pusiera a echarle porras a la abanderada del PRIAN. A menos estuvo de aventarle el micrófono a la candidata de la 4T. El evento no fue organizado como un encuentro parejo entre las dos postulantes, sino como una celada a la puntera, la texcocana Delfina Gómez. Además de interrumpirla nueve veces, más que preguntas, la empleada de Televisa le dirigió reproches y regañinas, e incluso se animó a polemizar directamente con la candidata de Morena. En un momento dado, toda rubia ella y enunciando con esa conocida entonación que tanta fama ha dado a las instituciones académicas donde estudió, el ITAM y la Ibero, la señora Ordorica acometió a la maestra Delfina —transcribo textualmente—:

 

— Este enfoque tan específico en los pueblos indígenas, en estas propuestas de cultura y de recreación… Sabemos que el Estado de México es un estado muy plural, muy diverso; hay clases altas, medias, bajas, y esta propuesta se enfoca solamente en una parte de la población que representa, según el Censo de Población y Vivienda 2020, el 2.6% de la población del Estado de México… Aunque sea pequeña, claro que importa, pero quisiera saber si hay más propuestas para otras poblaciones, ya hablado usted de algunas, y si en ese sentido se puede pensar en repensar en la reapertura de las escuelas de tiempo completo y de las estancias infantiles.

 


Dudo que la inmoderada moderadora sepa que los resultados censales del 2020 no indican lo que dijo, que el 2.6% de la población del Estado de México es indígena. Su lectura de los datos es incorrecta. Lo que señalan las cifras censales es otra cosa, que el 2.6% de la población de 3 años y más habla una lengua indígena. Ahora, ¿entenderá la señora fan de la señora Del Moral que ser indígena y hablar una lengua indígena no es lo mismo? Quizá los siguientes datos le arrojen cierta luz…

 

Primero: el más reciente Censo de Población y Vivienda levantado por el INEGI halló que en 2020 en México 7.4 millones de hombres y mujeres de 3 años y más son hablantes de alguna lengua indígena. Ese monto, equivalente a 5.1 veces la población total del estado de Aguascalientes, representó 6.1% de la población total del país en ese rango de edad.

 

Segundo: también según el Censo, la población total en los llamados hogares indígenas —es decir, viviendas en las cuales la jefa, jefe, su cónyuge o alguno de los ascendientes, declararon hablar alguna lengua indígena— en 2020 fue de 11.8 millones de personas. Hablamos de un contingente de seres humanos igual a la suma de todos los habitantes de Campeche, Zacatecas, Baja California Sur, Colima, Aguascalientes, Nayarit, Durango, Tlaxcala y Quintana Roo, nada menos que 9.4% de la población total de nuestro país. Cabe apuntar que los 2.86 millones de hogares censales indígenas que se contabilizaron en todo México representan el 8.1% del total de hogares censales (35.2 millones) existentes a nivel nacional.

 

Y tercero: con base en los resultados del cuestionario ampliado del Censo de Población y Vivienda, se estima que 23.2 millones de personas de 3 años y más se autoidentificaron como indígenas, o sea 18.4% de los 126 millones que en 2020 vivíamos en México. ¿Pocos? Algo así como 2.5 veces toda la gente que plaga la Ciudad de México o 25 veces la población total del estado de Campeche.

 

A riesgo de ser reiterativo, y con el afán de que quede más claro: no todos los paisanos ni todas las paisanas que declararon a los entrevistadores censales ser indígenas (23.2 millones) hablan una lengua indígena, sino poco menos de uno de cada tres (31%). Porque la autoidentificación no depende de la condición de habla, sino que se define como el autorreconocimiento de cada informante como persona indígena de acuerdo con su cultura, costumbres y tradiciones, y el dato se obtuvo mediante una pregunta muy sencilla: “De acuerdo con su cultura, ¿Fulano se considera indígena?”

 


Y, por supuesto, todavía cabría preguntarse si existen indígenas que no hablen una lengua indígena o que, hablándola o no, no se consideren a sí mismos indígenas. Y más, si ser indígena no es hablar una lengua indígena, ¿qué es? ¿Una condición étnica o racial? Ojo: a la fecha el diccionario define etnia como “comunidad humana definida por afinidades raciales, lingüísticas, culturales…” He contado ya aquí que la única ocasión que el Estado mexicano pretendió averiguar la estructura racial de la población fue hace un siglo, en el censo de 1921. Se indagó si “los mexicanos de nacimiento” eran a) “de raza indígena pura”, b) “de raza indígena mezclada con blanca” o c) “de raza blanca”. No se usaba el concepto mestizo. Vasconcelos y los intelectuales y artistas revolucionarios apenas estaban construyendo esa poderosa idea. Resultó que, al término de la Revolución, México tenía una población de 14.3 millones, de los cuales, 29% eran de “raza indígena”, 59% de “raza mezclada”, 10% de “raza blanca”, apenas 1% de “cualquier otra raza o que se ignora” —el punto porcentual faltante corresponde a “los extranjeros, sin distinción de razas”—.

 

Los datos estadísticos son útiles para comprender la realidad en la medida que se contextualicen y se lean adecuadamente. La condición indígena puede entenderse desde muchas perspectivas, no sólo la lingüística, la sociológica o la del historiador. Hoy día, en nuestro país población indígena es una categoría aparejada a condiciones socioeconómicas concretas, desafortunadas e injustas la mayoría de ellas, y en el ámbito de las políticas públicas, obviamente, tal debe ser el enfoque…, claro, si se quiere paliar la enorme deuda histórica con los pueblos originarios de México. Si no, bueno, hágale usted caso a la conductora de Televisa y siga pensando que los indígenas son una curiosa minoría que no merece demasiada atención…

miércoles, 19 de abril de 2023

Flâneur chilango / flâneur parisino

  

 

En comparación con el flâneur parisino, el flâneur chilango es un personaje de mucha altura: en la capital francesa la altitud media es de 33 metros sobre el nivel del mar (m s. n. m.), y la máxima no llega a 135. En la Ciudad de México nos movemos 2.2 kilómetros más arriba, en promedio a 2,240 m s. n. m., y quienes se animan a subir el cerro de la Cruz del Marqués, el Ajusco, alcanzan una altitud de 3,930 m s. n. m. —tampoco vaya a quedarse usted con la falsa idea de que los chilangos son la gente más expuesta a problemas de hipoxia, porque hay varias ciudades más altas, comenzando por de mayor altitud, la peruana La Rinconada, en donde unas veinte mil personas viven a 5,100 m s. n. m.—.



Decíamos que, para el flâneur, “la multitud es su dominio, como el aire es el del pájaro, como el agua el del pez”. El mismo Baudelaire sostiene que la pasión y la profesión del flâneur “es adherirse a la multitud”. En 1863, cuando el poeta escribió esto, Víctor Hugo publicaba Los miserables, el ejército francés invadía nuestro país —la Ciudad de México fue tomada en junio de ese año— y París era una ciudad moderna enorme, sólo superada por Londres y Pekín. Entonces, en París vivían 1.7 millones de personas. De este lado del Atlántico, la Ciudad de México era habitada por alrededor de doscientas mil almas —para 1862, ese era el monto estimaba Antonio García Cubas—. Hoy día el panorama es muy distinto. En enero de 2020, París tenía una población de 2’145,906 habitantes, mientras que en marzo del mismo año en la Ciudad de México pululábamos poco más de 9.2 millones de seres humanos. En cuanto a la gran área metropolitana parisina, actualmente tiene una población de 14.7 millones. Por su parte, la Zona Metropolitana del Valle de México (ZMVM) supera los 22 millones.

 

Así que en términos poblacionales la Ciudad de México es mucho más grande que París. Y espacialmente, también: si el área metropolitana parisina se extiende por 3.1 mil km2, la ZMVM abarca casi ocho mil km2.

 

Algunos números, ciertamente, pueden darnos luz, pero también pueden propiciar engaños. Dice Baudelaire que “… el flâneur entra en la multitud como en un inmenso depósito de electricidad”. Si bien el flâneur chilango se mueve hoy en un entorno en el que hay muchísima más gente que en París y puede recorrer una mancha urbana considerablemente más extensa, la CDMX no es un ecosistema urbano tan denso como la capital de Francia.

 

La densidad de población de la mancha urbana de la ZMVM es de unos 8,400 habitantes por kilómetro cuadrado (habs./km2). En cuanto a la Ciudad de México, la entidad federativa presenta una población relativa de 6,163 habs./km2. Claro, casi la mitad de sus 1,495 km2 de territorio es rural (46%), así que la densidad urbana en la CDMX es mayor. En la mancha urbana de la CDMX la población relativa es de 11,391 habs./km2. Obviamente, no en toda la ciudad la densidad es la misma. La demarcación territorial más densamente poblada de la CDMX es Iztacalco, ubicada al oriente de la entidad y totalmente cubierta por la mancha urbana; en ella viven 17,523 habs./km2. Y la Cuauhtémoc, en donde se encuentra el centro histórico de la ciudad, tiene una población relativa un poco menor: 16,783 habs./km2. Si esto parece demasiado, consideremos que la densidad de población en París es de 21,258 habitantes por km2.…, una multitud más electrizante, diría yo.

 

Además de la cantidad y la densidad, conviene tomar en cuenta la diversidad. Aunque es cierto que durante los últimos meses se ha incrementado la presencia de extranjeros en la CDMX —muchos de ellos, nómadas digitales—, conviene recordar que, según los resultados del Censo 2020, la población residente al interior de la CDMX que declaró haber radicado en el extranjero cinco años antes fue apenas de 48,591 personas, es decir, ¡apenas en 0.5% del total de quienes vivimos en la capital de la República Mexicana! En cuanto a la gente —de 3 años y más— que hablan alguna lengua indígena, su participación relativa en lo que antes era el Distrito Federal es de solamente el 1.4% En suma, la enorme mayoría de los habitantes de la CDMX habla el mismo idioma y se parece mucho entre sí. En París, la situación es muy diferente: allá viven más de 455 mil inmigrantes —18% más que en 1999—, lo cual se traduce en que uno de cada cinco parisinos es inmigrante. ¿Y de dónde llegó toda esa gente? Del mundo entero: en nuestros días, 110 nacionalidades están representadas en París.

 

Echarse a andar a la aventura del flâneur en París debe de resultar alucinante incluso para el flâneur chilango más experimentado…, me temo.

lunes, 10 de abril de 2023

Flâneurs

  

Incansable, anda y no va a ninguna parte. Como luciérnaga en una noche atascada de estrellas, como gato en los tejados, él/ella deambula por la ciudad.

 

“La multitud es su dominio, como el aire es el del pájaro, como el agua el del pez. Su pasión y su profesión es adherirse a la multitud”. ¿A qué personaje se refiere Charles Baudelaire? Por supuesto, al flâneur, el caminante urbano que se tira un clavado en el mar de gente y se dedica a bucear durante horas entre las personas… Sigue el poeta: “Para el perfecto flâneur —¡por favor, no traduzcan jamás la palabra como paseante!: flâneur es flâneur—, para el observador apasionado, es un inmenso goce el elegir domicilio entre la cantidad, en lo ondeante, en el movimiento, en lo fugitivo y lo infinito”. El asunto no se limita a saberse mover entre el gentío, es también necesario salir del cerco doméstico. Recordemos que doméstico proviene del latín domesticus, “perteneciente a la casa o a la familia”; mientras que domesticus deriva de domus, que significa casahogar. Libre, indómito, el flâneur es un prófugo de la vida doméstica. “Estar fuera de casa, y sentirse, sin embargo, en casa en todas partes; ver el mundo, ser el centro del mundo y permanecer oculto al mundo, tales son algunos de los menores placeres de esos espíritus independientes, apasionados, imparciales, que la lengua sólo puede definir torpemente”. 

 


Baudelaire subraya otra característica esencial del personaje: nunca es comparsa, siempre es protagonista…, pero nada más de su propia historia, de la que está tramando él mismo de forma azarosa. “El flâneur es un príncipe que disfruta en todas partes de su incógnito”. ¿Y cómo lo logra? Se mimetiza: “El aficionado a la vida hace del mundo su familia… Así, el enamorado de la vida universal entra en la multitud como en un inmenso depósito de electricidad. También se le puede comparar, a él, a un espejo tan inmenso como la multitud; a un caleidoscopio dotado de consciencia, que, a cada uno de sus movimientos, representa la vida múltiple y la gracia dinámica de todos los elementos de la vida. Es un yo insaciable del no yo, que, a cada instante, lo restituye y lo expresa en imágenes más vivas que la vida misma, siempre inestable y fugitiva” (Charles Baudelaire, El pintor de la vida moderna, 1863).

 

Ya he intentado aquí bocetear al flâneur. En referencia al pensador de origen libanés Nassim Nicholas Taleb, quien se define a sí mismo como tal, decía que es un paseante callejero, una persona afecta a vagar por las calles sin ruta ni meta predeterminadas. Pero no es un simple vago ni un ocioso. El flâneur camina explorando, hacia adentro y hacia afuera de sí mismo. “Si el flâneur se convierte en un detective involuntario, le hace mucho bien socialmente, ya que acredita su ociosidad —precisa Walter Benjamin—. Él sólo parece ser indolente, porque detrás de esta indolencia aparente está su acechanza. Así, el detective desarrolla reacciones que están en consonancia con el ritmo de una gran ciudad.”

 

Franz Hessel —quien, por cierto, junto con su amigo Walter Benjamin realizó la traducción al alemán de los tres primeros volúmenes de En busca del tiempo perdido de Marcel Proust— en su libro Spazieren in Berlin (Caminando en Berlín, 1929) apunta —traduzco de la edición en inglés—: “Caminar lentamente por las calles bulliciosas es un placer especial. Inmerso en la prisa de los demás, es como un chapuzón en el mar. Pero mis queridos conciudadanos de Berlín no lo hacen fácil, sin importar cuán ágilmente te muevas para salir de su camino. Atraigo miradas cautelosas cada vez que intento pasear como un flâneur entre los trabajadores; creo que piensan que soy un carterista”.

 

Efectivamente, hay cierto aire de transgresión en la actividad del flâneur. En uno de los capítulos finales de El hombre sin atributos, Robert Musil narra a lo que se dedicaron durante varios días Ulrich y su amada hermana Agathe: “… comúnmente, tan pronto como dejaban la casa, se limitaban a seguir simplemente el rumbo de las corrientes de gran ciudad, imagen de las necesidades de la colectividad y que, con la exactitud de una marea, estrujan o reabsorben a las gentes en determinados sitios, según las horas. Les divertía participar en una forma de vida distinta a la suya y que los descargaba, temporalmente, de la responsabilidad de esta última. Nunca les había parecido la ciudad donde vivían tan hermosa y, a la vez, tan extraña. Las casas, tomadas en conjunto, ofrecían una imagen grandiosa, incluso cuando por separado e individualmente no fueran en absoluto hermosas; el ruido discurría a través de un aire enrarecido por el bochorno, como un río que alcanzara hasta los tejados; en la fuerte luz, sofocada por la profundidad de las calles, las personas parecían más apasionadas y misteriosas de lo que probablemente merecían. Todo sonaba, lucía, olía tan insustituible, tan inolvidable…”

 

¡Ah, bienaventurados quienes no necesitan pedir vacaciones para ejercer de flâneur!

lunes, 3 de abril de 2023

¿Universo en desarrollo?

  


A Daniel Castaño,

que se acordó de los Castañeda.

 

 

Universal

 

En la prepa, con los buenos hermanos maristas del CUM, llevé una materia llamada “Literatura Universal”. A lo largo de todo año, jamás estudiamos ni media palabra acerca de la literatura de los pueblos originarios de América…

 

— ¿Por qué? —cuestioné una mañana al profesor J. Cñd, uno de los dos hermanos Cñd que impartían las literaturas, Mexicana en primero y Universal en tercero.

 

— Pues porque los indígenas no tenían escritura, Castro —me contestó el maestro. A su hermano F. Cñd, dado su escandaloso parecido con el cineasta neoyorkino, todos —éramos entonces sólo varones— le decíamos Woody, aunque a J. Cñd nadie le decía Hernán Cortés, aunque era evidente que él se esforzaba por parecerse al conquistador extremeño.

 

Entonces no lo discutí, pero hoy sé que, más que un argumento, la respuesta del profesor J. Cñd es una argucia ideológica. Para probarlo, recordemos dos hechos.

 

Primero. En América, si bien nadie conocía el alfabeto que usaban los españoles —heredado de los griegos a través Roma—, sí había sistemas de escritura. Muy probablemente provenientes de un mismo tronco común, a finales del siglo XV convivían en Mesoamérica más de una docena de distintos sistemas de escritura; todos, resultado de una evolución de más de dos milenios —la piedra olmeca de Cascajal es el más antiguo testimonio de escritura mesoamericana hasta ahora localizado (c. 1000-900 a. C.)—. Hablamos de sistemas de escritura complejos y sofisticados. El maya, por ejemplo, integraba glifos ideográficos y logográficos. Los zapotecas y los mixtecos también desarrollaron sistemas de glifos y jeroglíficos. “Al igual que otras escrituras de la zona occidental de Mesoamérica en el Posclásico, también la escritura de los mexicas y la de sus vecinos… era una combinación de distintos procedimientos de notación, los cuales se complementaban recíprocamente” (Hanns J. Prem, “La escritura de los mexicas”. Arqueología Mexicana núm. 70).

 

Segundo: ¡Y aunque no…! Es muy fácil demostrar que puede existir literatura sin escritura. Basta pensar en dos libros fundacionales de la cultura occidental, la Ilíada y la Odisea. Antes de ser registrados por escrito, los poemas homéricos se transmitieron oralmente entre los antiguos griegos durante al menos un par de centurias. Ambas epopeyas fueron compuestas en la época arcaica de Grecia, alrededor del siglo VIII a. C., y transmitidas de generación en generación gracias a la memorización y la recitación de los casi 30 mil versos que las integran. La fecha en que los poemas fueron escritos por primera vez es desconocida, pero se estima que pudo haber sido en el siglo VI a. C. Sin embargo, incluso después de que los poemas fueran escritos, continuaron siendo difundidos de boca en boca y recitados en festivales y ceremonias durante muchos siglos más.

 

Así pues, es insostenible afirmar que no existe la literatura prehispánica porque en América no había formas de escritura antes de la llegada de los ibéricos. Claro, fuera de las clases de “Literatura Universal” con el profe J. Cñd no sólo se quedó la literatura precolombina: no abordamos nada del hangul coreano ni medio verso de los mongoles ni una sola palabra de las letras iraquís o tunecinas, vamos, nada de las plumas sudafricanas o finlandesas… De los chinos y los indios algo vimos, ejemplos destacados de su literatura antigua —Confucio, Lao Tzu, El RamayanaEl Bhagavad Gita…—, pero después nada, como si en el mundo moderno los chinos y los indios —hoy más del 35% de la población total del planeta— hubieran desaparecido del universo. La “Literatura Universal” era más bien occidental; y si me apuran, fundamentalmente europea.

 

 

 

Desarrollo

 

Cuando terminé la prepa, hace cuarenta años, todos los países del mundo se repartían en tres grandes bolsas: desarrollados —Estados Unidos, los de Europa occidental, Japón…—, subdesarrollados —prácticamente todos los africanos, los asiáticos y, por supuesto, los latinoamericanos— y los del bloque soviético, que ni siquiera se consideraba que estuvieran caminando por la senda histórica correcta, la del desarrollo. Otra forma de mentar a un país subdesarrollado era llamarlo “del Tercer Mundo”. Poco después, cuando entré a la universidad, ya era más común hablar de “países en vías de desarrollo”, una etiqueta un poco menos denigrante y con la promesa implícita. Como quiera, la zanahoria es la misma: el dichoso desarrollo.

 

En el texto inicial de su libro Análisis de sistemas-mundo (Siglo XXI, 2006) el sociólogo Immanuel Maurice Wallerstein (1930-2019), paisano de Woody Allen, apunta: “La noción de desarrollo…, que comenzó a ser utilizada a partir de 1945, estaba basada en un mecanismo explicativo familiar, una teoría de estadios. Quienes utilizaban este concepto presuponían que las unidades individuales —‘sociedades nacionales’— se desarrollaban todas fundamentalmente de la misma manera, pero a ritmo distinto… Resultaba entonces… que, tarde o temprano, todos los estados terminarían siendo más o menos lo mismo. Este truco de ilusionismo tenía a su vez un costado práctico. Implicaba que el estado ‘más desarrollado’ podía ofrecerse como modelo para los estados ‘menos desarrollados’…” El camino histórico universal, claro.

 

Más tarde, después del colapso soviético y con el auge del neoliberalismo, la inexorabilidad se volvió global. La señora Thatcher acuñó el slogan TINA, There is No Alternative

 

Hoy, desinflada la globalización, quien siga creyendo que el mundo se divide en “países desarrollados” y “países en vías de desarrollo”, sigue pensando que únicamente hay una meta, la misma para todos, y que el mejor modelo posible es el de los primeros. Yo creo que ese es un pensamiento anticuado, tanto que eso proclamó Fukuyama en 1992, tanto que hace más de quinientos años eso mismo debió de haber pensado Hernán Cortés.