Un blog apasionado, incondicional y sobre todo inútil sobre esos objetos planos, inanimados, caros, arcaicos, sin sonido estereofónico, sin efectos especiales, y sin embargo maravillosos llamados libros.

jueves, 2 de junio de 2022

Censo de Población y razas en México

  

A Toño Guerrero,

por el rápido hallazgo que resolvió el misterio.

 

 

La televisión abierta es una ventana al averno. Podemos afirmar lo mismo, pero de manera específica, de TV Azteca y de Televisa.

 

Televisa es un hontanar de estulticia. Lo ha sido desde hace décadas: sus abundantes manantiales de boberías, fatuidades, mentiras y banalidades han sido el surtidero de entretenimiento de varias generaciones. Entretenimiento entre vacuo y pernicioso, se entiende. El solaz pasivo, el resorte para la risa mensa, el abasto fácil de sentido común acrítico, la puntual desinformación noticiosa, la (mala)educación sentimental del respetable han sido aderezados desde hace algunos años con programas dizque muy sesudos, en los que se suele dar micrófono y pantalla a opinólogos, comentócratas, expertos enciclopédicos y bateadores emergentes de bajo perfil para “debatir” sobre cualquier cantidad de temas. Evidentemente no se persigue aceitar la reflexión pública, sino reducir a espectáculo cualquier asunto concerniente a la cosa pública, imponer las posiciones de la oligarquía y golpear a quienes quieran salirse del guacal. Declarado lo anterior, casi sobra decir que evado la televisión abierta y evito a Televisa y a sus mesas de opinión como al diablo. Con todo, a veces no consigo escaparme…

 

El pasado 18 de mayo cayó en mi TL un tuit henchido de ignorancia soberbia —soberbia en muchos sentidos: altiva y envanecida, arrogante, desmesurada, orgullosa y colérica—: “México nunca se ha organizado por razas, nunca nos hemos contado por razas, no es el principio rector de nuestra historia, ni de nuestras leyes, ni de nuestra política, ni de nuestra sociedad”. El esperpento no fue pronunciado, fue espetado —el tuit venía acompañado del video en el que cualquiera puede constatar que el opinante expelió tremenda necedad con la brusquedad que tan de moda han puesto los y sobre todo las panistas que cotidianamente arman desfiguros en el Congreso y en la mediósfera: sobreactuando, regañando, impostando la voz, manoteando… El opinante resultó ser un señor llamado Pablo Majluf, y el tuit fue posteado por Foro TV, o sea Televisa, particularmente por el programa Es la hora de opinar. En esta ocasión puedo culpar al destino de mi incapacidad de mantenerme al margen del mundanal fluir de la estulticia: ocurre que la noche anterior había estado releyendo el Ulises Criollo (1935) de José Vasconcelos, y la tontería del aludido Majluf me retrotrajo de inmediato un pasaje de la autobiografía del ilustre oaxaqueño. Así que para pronto me serví teclear: “Ignoro qué estudió este señor @pablo_majluf. Historia, no creo, Sociología… menos. Chequen el subrayado de la izquierda: Vasconcelos cuenta en su Ulises criollo cómo eran las cosas a finales del siglo XIX en las calles de Toluca: ‘un mundo de castas bien definidas’”. Como el subrayado superaba los 240 caracteres, le tomé una foto a la página: “Sobresalían unos cuantos terratenientes que frecuentan la capital y llegan hasta Europa, pero ni conocen ni saludan al vecino. Familias de empleados se mezclan con ellos en el paseo, sin que se entable la más elemental relación. La misma distancia, otro abismo, separa a la clase media, ‘pobre, pero decente’, del indio que circula por el arroyo y se arrima a la música, pero lejos de los que usan el traje europeo. Extraños al mundo aquel de castas bien definidas…” 

 

Además, tan pronto leí la burrada del opinante de Televisa, en mi cabeza se resaltó en negritas una de sus afirmaciones: “nunca nos hemos contado por razas”. Falso. A botepronto me vino a la cabeza la historia de los censos de población en México, un asunto sobre el cual el panelista de Televisa seguramente no tiene la más exigua noción.

 

Vasconcelos fue el flamante secretario de Educación Pública del gabinete del presidente Álvaro Obregón. Tomó el cargo en octubre de 1921. Ese mismo año, justo cuatrocientos años después de la caída de México-Tenochtitlán, el gobierno pudo al fin realizar el IV Censo de Población, que debía haber levantado en 1920. El operativo se llevó a cabo en noviembre. Fue un censo de hecho —se georreferenció a la gente y sus datos no a su lugar de residencia habitual, sino al lugar en donde los censaron los representantes de la Dirección General de Estadística, por entonces adscrita a la Secretaría de Agricultura y Fomento— “… y utilizó el método de autoempadronamiento, a través de una boleta familiar” (Germán Castro, Los censos mexicanos de poblacion desde una perspectiva sociologica). La temática fue la misma que la del Censo de 1910, último del porfiriato, pero se agregaron dos variables: propiedad de bienes raíces, y, por primera y única vez en la historia de nuestro país, ¡raza! Después de captar los datos alusivos al sexo y la edad de “las personas que estuvieren con vida a las 12 de la noche del 30 de noviembre”, se indagó, y exclusivamente en el caso de “los mexicanos de nacimiento” si a) eran “de raza indígena pura”, b) “de raza indígena mezclada con blanca” o c) “de raza blanca”. Ojo: no se usaba el concepto mestizo, sino raza indígena mezclada con blanca. Vasconcelos y los intelectuales y artistas revolucionarios apenas estaban construyendo esa poderosa idea. Los resultados fueron los siguientes: hace cien años, México, según la información oficial, tenía una población de 14.3 millones de habitantes, de los cuales, 29% eran de “raza indígena”, 59% de “raza mezclada”, 10% de “raza blanca”, apenas 1% de “cualquier otra raza o que se ignora” —si hace usted la suma le va a faltar un punto porcentual; corresponde a “los extranjeros, sin distinción de razas”—.

 


Termino con una paradoja: la poderosa idea del mestizaje, una narrativa funcional empleada para lidiar con el racismo que desde siempre ha existido en México, se soporta fundamentalmente en una noción racista.

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