sábado, 30 de octubre de 2021

Apuntes para una fenomenología del PRIANISMO

 Se esforzaron durante décadas en desmantelar al Estado, y ahora, desde que perdieron el poder, culpabilizan al gobierno entrante de las consecuencias y costos de sus políticas.

 

— ¡Vamos a votar en contra de esa resolución legislativa que beneficia claramente a las clases populares! ¡Eso es populismo!

 

Cada vez muestran con más estridencia su indignación porque el gobierno de López Obrador no ha remediado en casi ya tres añotes todo lo que ellos no atendieron a lo largo de décadas.

 

Durante décadas se dedicaron a administrar problemas y a saquear escrupulosamente, ahora, ya con más tiempo, tocan las trompetas del Apocalipsis de lunes a domingo: claman que Estados Unidos nos va a aniquilar, que todos los inversionistas se va a ir, que el agua nos va a llegar a los aparejos, que la inflación va a ahogarnos mañana mismo, que se van a tardar 134 años en vacunar, que nomás amanezca el país será Venezuela del Norte - Cuba continental, que los malvados rusos están atrás atrás del mesías tropical, que no tardan en expropiar todas las casas de las familias decentes de este país… que el mundo se va a acabar...

 

Incansables, sus voceros llevan casi tres años denunciando que el gobierno de la 4T atenta contra su libertad de expresión; casi tres años publicándolo diario en todos los periódicos, gritándolo a todas horas a través de todos los micrófonos; vociferándolo en todas las pantallas, tuiteándolo, whattsappeándolo…

 

Mientras endeudaban al país, durante años asustaron a la ciudadanía asegurando que AMLO endeudaría a México. Ahora que el gobierno de la 4T está disminuyendo la deuda, consecuentes, ¡siguen advirtiendo que 'Lopes' va a endeudar al país! #AsiNoANLO

 

Llevan tres años tratando de denostar a los servidores públicos del gobierno que encabeza López Obrador; incluso han llegado al extremo de acusarlos de ser igual de corruptos… ¡que ellos mismos!

 

“¡Ah, no…! Ya lo caidocaido…”: motivación jurídica omnipresente en sus amparos.


— Ok, son reglas abusivas, van en contra del interés público… ¡Pero son las reglas! ¡Respeten el Estado de Derecho!

 

EPN, cereza del pastel neoliberal, declaró que todas y todos los mexicanos éramos corruptos…, y casi nadie dijo nada. Ahora que el presidente López Obrador fustiga a los corruptos… se indignan, se ofenden y exigen que no polarice "desde el púlpito de las mañaneras".

 

Escupen al cielo: “¡Ellos son tan corruptos que todavía no nos han metido a la cárcel a todos nosotros!”

 

El puro argüende como estrategia legislativa.


— Bueno, sí, robábamos, pero salpicábamos… ¡Estos salvajes no sueltan nada y desperdician todos los recursos públicos en un saco roto lleno de zánganos que ni estudian ni trabajan, de pobres que son pobres porque no le echan ganas, de prietos de codos resecos!


— ¡Son tan nacos que no derrochan el erario!


— ¡Ese viejito no es un político profesional, es un improvisado: nomás hay que verle los zapatos sucios!


— Bueno, no era un santo, pero Peña Bombón no andaba de gabán comiendo tlayudas en puestos callejeros…, tenía porte, clase.

 

La grosería procaz, la visceral majadería, el insulto como pilar ideológico de un edificio en ruinas.


— Qué nostalgia del México de primer mundo que llevábamos décadas prometiendo y que nunca fuimos, qué nostalgia del país que cabía en un spot!


Tiran la piedra y dicen que no fue pedrada.


Proyecto de Nación: ¡devuélvanos todas las canicas!

 

 

 

jueves, 28 de octubre de 2021

Papa Paco urbi et orbi

  

¡Ah, qué endemoniadamente bien nos cayó a una legión de buenas personas el señor Papa Paco hace unos días! Y no sólo entre la grey que encabeza el porteño —más de 1.3 millardos de pecadores regados por todo el orbe—, seguro también entre creyentes de otros bandos, rejegos, agnósticos y variopintos descreídos. El día 16 de octubre el obispo de la ciudad eterna, Roma, jerarca de la Ecclesia Catholica, se dedicó a teclear tremendos tuitazos. Arrancó recatado, aunque contundente: “La lucha contra el hambre exige superar la fría lógica del mercado, centrada ávidamente en el mero beneficio económico y en la reducción de los alimentos a una mercancía más, y afianzar la lógica de la solidaridad”. El tono y el credo de lo que seguiría ya estaban ahí: “la fría lógica del mercado” no es buena, “el mero beneficio económico” va contra la solidaridad. El siguiente mensaje fue casi críptico, quizá para descontrolar, aunque palmariamente incluyente: “El Espíritu nos pide que nos pongamos a la escucha de las preguntas, de los afanes, de las esperanzas de cada Iglesia de todos los países. Y también a la escucha del mundo, de los desafíos y los cambios que nos pone delante. No insonoricemos el corazón. Escuchémonos.” Vaya usted a saber cómo es que el susodicho Espíritu se comunica con Francisco I, pero, eso sí, ¡qué resonancia la de la penúltima oración! “No insonoricemos el corazón”. Insonorizar, informa la RAE, significa “acondicionar un espacio para aislarlo acústicamente.” O sea: ¡no se hagan que la Virgen les habla!… Enseguidita vino la carne del caldo, lo mero bueno: “Es imprescindible ajustar nuestros modelos socio-económicos para que tengan rostro humano, porque tantos modelos lo han perdido. Pensando en estas situaciones, quiero pedirles en nombre de Dios:” Leyó usted bien: el sucesor de Pedro y siervo de los siervos de Dios arremetió contra el capitalismo global, porque si bien quedan algunos otros aislados —Cuba— o tan reburujados que está en chino entenderlos —China—, lo que plaga el planeta es el capitalismo neoliberal y su glotonería de lucro. Y bueno, qué pidió el santo padre: “A los grandes laboratorios, pido que liberen las patentes. Tengan un gesto de humanidad y permitan que todo ser humano tenga acceso a las vacunas.” ¡Bien Bergoglio!, digo, ¡bien, Bergoglio! Porque sí, dicho con toda propiedad, ¡qué poca madre! Y hubo más macanazos bien puestos: “A los grupos financieros y organismos internacionales de crédito, pido que permitan a los países pobres garantizar las necesidades básicas de su gente y condonen esas deudas tantas veces contraídas contra los intereses de esos mismos pueblos”. Después el Sumo Pontífice atendió otro asunto urgente, el de la hoguera de nuestro hogar compartido: “A las grandes corporaciones mineras, petroleras, forestales, inmobiliarias, agronegocios, pido que dejen de destruir la naturaleza, dejen de contaminar, dejen de intoxicar los pueblos y los alimentos.” Y ya encarrerado, el Papa continuó con otros relevantes machuchones: “A las grandes corporaciones alimentarias, pido que dejen de imponer estructuras monopólicas de producción y distribución que inflan los precios y terminan quedándose con el pan del hambriento”. Y “a los fabricantes y traficantes de armas, pido que cesen totalmente su actividad, una actividad que fomenta la violencia y la guerra, y muchas veces en el marco de juegos geopolíticos que cuestan millones de vidas y de desplazamientos.” No paró ahí, el octogenario traía cuerda: “A los gigantes de la tecnología, pido que dejen de explotar la fragilidad humana, las vulnerabilidades de las personas, para obtener ganancias.”, una petición muy acorde con la crítica que días después haría durante una mañanera el presidente AMLO. Poquito menos beligerante, siguió el jefe de Estado del Vaticano: “A los gigantes de las telecomunicaciones, pido que liberen el acceso a los contenidos educativos y el intercambio con los maestros por internet para que los niños pobres también puedan educarse en contextos de cuarentena.” Y de nuevo, el 266º papa fue duro y claridoso: “A los medios de comunicación, pido que terminen con la lógica de la post-verdad, la desinformación, la difamación, la calumnia y esa fascinación enfermiza por el escándalo y lo sucio; y que busquen contribuir a la fraternidad humana.” ¡Aplausos, chingao! Una exigencia especialmente sentida en nuestro país de DeformasFinanciadoset. al.… Y ya casi para terminar, un tuitazo que aunque dirigido a una pluralidad fue evidente que tomó rumbo directo a Washington, DC: “A los países poderosos, pido que cesen las agresiones, bloqueos, sanciones unilaterales contra cualquier país en cualquier lugar de la tierra. Los conflictos deben resolverse en instancias multilaterales como las Naciones Unidas.”

 

Su santidad dirigió sus dos últimos tuits del día a los mandamaces del mundo: “A los gobiernos y a todos los políticos, pido que trabajen por el bien común. Cuídense de escuchar solamente a las elites económicas y sean servidores de los pueblos que claman por tierra, techo, trabajo y una vida buena en armonía con toda la humanidad y con la creación.” 224 caracteres que yo me animaría a resumir en ocho palabras: por el bien de todos, primero los pobres.

 

Jorge Mario Bergoglio, Papa Paco, cerró su retahíla de pajarracos azules con un mensaje dirigido a sí mismo y a sus pares: “A todos los líderes religiosos, pido que nunca usemos el nombre de Dios para fomentar guerras. Estemos junto a los pueblos, a los trabajadores, a los humildes y luchemos junto a ellos para que el desarrollo humano integral sea una realidad. Tendamos puentes de amor.”

 

Amén. “No insonoricemos el corazón”, ya dijo.

miércoles, 20 de octubre de 2021

Hoguera de hogar

  

Future historians  —if there are any future historians,

that is, if civilization doesn't collapse—

will be astonished that we let the planet burn

for the sake of an industry that employs

less than 3% of workers even in West Virginia.

Paul Krugman —tweet del 16/X/2021—

 

 

Lector, lectora, si tú te hallas entre quienes suelen darse tiempo y modo para caer una que otra semana víctimas de este acoso textual, te consta que aquí lo he mentado con todas sus palabras: estamos viviendo un fin del mundo. Las señales abundan

 

He reportado que huele intensamente a postrimerías, que se escuchan duro alertas de fin… ¡Caray, y tan contentos que hasta hace poco estábamos todos corriendo inconscientemente a la hecatombe! ¡Tan entretenidos que nos manteníamos creciendo sostenidamente! ¡Ah, tan productivos y alineados que andábamos, tan emprendedores! ¡Tan bien visto que era aquello de criticar a los que nomás no querían salirse de su zona de confort!

 

He alegado aquí que ahora el mundo que se acerca a su fin sí es mundial —o global, como ahora se dice—, condición que nunca antes había realmente tenido: los contemporáneos somos muchísimos, no sólo porque hemos alcanzado un contingente colosal e inédito —ya más de 7,900 millones de sapiens—, también porque nunca antes tanta gente se había encontrado efectivamente interrelacionada; jamás tantas personas de aquí podían enterarse o incluso verse afectadas por los avatares y los quehaceres de las mujeres y hombres de allá, todos hilvanados en el mismo hogaño. Se acaba nuestra época, “más que los demás tiempos e inferior a sí misma”, para usar la expresión de Ortega y Gasset. Una era “fortísima y a la vez insegura de su destino. Orgullosa de sus fuerzas y a la vez temiéndolas”.

 

Para aquilatar la extensión, profundidad e impacto de la invasividad de nuestra especie, he recomendado aquí el magnífico libro de Gaia Vince, Transcendence. How humans evolved through fire, language, beauty and time: “Mira a tu alrededor: somos los diseñadores inteligentes de todo lo que ves. No hay ninguna parte de la Tierra que no haya sido tocada por nosotros…”

 

He recomendado también que lean con urgencia The End of the Megamachine. A Brief History of a Failing Civilization, de Fabian Scheidler, en el cual este avispado alemán alerta que el acabóse de nuestra civilización comenzó desde hace rato. ¿Por qué? Porque el sistema es suicida y se está saliendo con la suya: “Parece que el único objetivo restante de la Megamáquina global es incinerar la Tierra para una pequeña camarilla de los absurdamente súper ricos y agregar filas interminables de ceros a sus cuentas bancarias.”

 

Sí, ni modo: desde los primeros albores del siglo XXI el trance agónico por el que transitamos se ha hecho cada vez más y más evidente. En todos los ámbitos del quehacer humano, a lo largo y ancho del orbe entero, proliferan los indicios de que estamos viviendo el remate de nuestra era histórica. Esto se acaba. La Modernidad, la era del capitalismo, de los estados nacionales, la revolución científica y el ideal de progreso, de la dominación racional-instrumental de la Naturaleza y del cálculo de la utilidad… Quien quiso ver el fin de la historia en el mundo moderno, la actualidad como la meta feliz, tiene que aceptar que el futuro inmediato, más que una pradera tranquila y sin accidentes, es como un camino incierto al borde de un abismo y lo más seguro es que quién sabe. 

 

Así que en medio de este tinglado resulta inapreciable hallarse con luces para atisbar no el futuro sino el presente en el que nos tocó en suerte convivir. Eso encontré en el más reciente Informe de desarrollo humano del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), subtitulado La próxima frontera. El desarrollo humano y el Antropoceno. Sin circunloquio alguno, el organismo de la ONU parte de la aceptación de que hoy “el riesgo dominante para nuestra supervivencia somos nosotros mismos”. En efecto, desde hace decenas de miles de años no son las fieras ni los riesgos de la intemperie, tampoco son ahora las bacterias ni los virus ni los meteoritos ni los alienígenas… Incluso durante la antropopausa que ha sido la pandemia, lo más peligroso para cualquier humano somos tú y yo y todos sus congéneres. El espléndido texto introductorio del documento —que firma Achim Steiner, administrador del PNUD—, de entrada, diagnostica tajantemente: “Cambio climático, desigualdades flagrantes, cifras nunca vistas de personas que se ven obligadas a abandonar sus hogares por conflictos y crisis… Estos son los resultados de unas sociedades que valoran lo que miden en lugar de medir lo que valoran.” Sistemáticamente nos estamos poniendo el pie, sistemáticamente estamos escupiendo al cielo. El funcionario de Naciones Unidas deja dicho en pocas palabras la responsabilidad que nos tocó: “No somos la última generación del Antropoceno; somos la primera en reconocerlo.” Es decir, nosotros, los contemporáneos, nos quedamos sin la coartada de la ignoracia: estamos por dizmarnos solitos. Llevamos siglos empeñados en hacer de nuestro único hogar, la Tierra, una hoguera.



Además del diagnóstico, el Informe de desarrollo humano 2020 propone el remedio: “Para sobrevivir y prosperar en esta nueva era, debemos trazar una nueva senda del progreso que respete los destinos entrelazados de las personas y el planeta, y reconozca que la huella material y de carbono de quienes más tienen está socavando las oportunidades de las personas que menos tienen.” Dicho en corto, o cambiamos el sistema que prioriza el lucro en favor de una microminoría —eso que el neoliberalismo llama “crecimiento económico”— o nos lleva el diablo.

miércoles, 13 de octubre de 2021

Uno no es, uno sucedemos



Tú eres algo que el mundo entero está haciendo.

Alan Watts.

 

 

Ni uno mismo es uno ni uno siempre es el mismo: uno es un montón y uno está siendo varios. Uno es plural. Uno es diverso. Uno es transitorio, provisional e inacabado. ¿Qué le queda de unidad a uno? ¿Uno es uno mismo? ¿Uno es uno? ¿Quién diablos es uno?

 

De todos los problemas, el más fascinante, sostiene Alan Watts (1915-1973), se aloja en la pregunta ¿quién soy yo? ¿Qué quiere uno decir cuando dice yo, yo mismo, uno mismo?

 

— Porque lo que eres en lo más íntimo escapa a tu examen de la misma manera en que no puedes mirarte directamente a tus propios ojos sin usar un espejo, de la misma manera en la que no puedes morderte los dientes, no puedes saborear tu lengua y no puedes tocar la punta de este dedo con la punta de este dedo. Perdura siempre un profundo misterio en el problema de quiénes somos –argumenta Watts.

 

Bueno…, podrás estar pensando, pero al menos sabemos que uno, sea lo que sea, está aquí y no allá, distante y en otro sitio, sino aquí mismo, albergado en este cuerpo. Como tú, la mayoría sentimos que uno, yo, el ego, uno mismo, mi conciencia, el origen de mi actuar, se encuentra aquí, de mi piel para adentro: “un ego encapsulado en la piel”, formula Watts. “Lleno de mí, sitiado en mi epidermis…”, canta Gorostiza. De acuerdo, pero eso no significa que sintamos ser nuestro cuerpo. A ver, ¿cómo dices: me duele el cóccix o me duelo el cóccix? Ahí tienes. Además, a uno le late el corazón o le anda fallando el hígado o está trabajando los glúteos: uno no es su corazón o su hígado o su par de glúteos. No somos cuerpo, tenemos cuerpo: “no consideramos que ‘yo mismo’ sea idéntico a todo nuestro organismo físico”. Creemos que el yo es algo que está dentro del cuerpo, “y la mayoría de las personas occidentales lo ubican dentro de sus cabezas”. Mi preciado yo no se aposenta en mi corazón ni en mis pies ni en mi páncreas… “Estás en algún lugar entre tus ojos y tus oídos; y el resto de ti pende de ese punto de referencia.” Así, cuando afirmé hace unos días que uno mismo no es uno ni es el mismo, echando mano de un lenguaje con el que él sabe expresarse espléndidamente, la matemática, el doctor Berumen reviró: “Y sin embargo esta infinitud cabe en un simple y medible cráneo. Así como series infinita convergentes están acotadas, por ejemplo, 1/2 + 1/3 + 1/4 + 1/8 + ... así hasta infinito, es simplemente otra representación del uno, 1, que no del uno mismo”. 

 

Entonces, ¿quedamos en que tú, tu identidad, tu continuidad psicológica, autoconsciente y memoriosa, se halla toda ella alojada dentro de tu cabeza? Y en dado caso, ¿a ese paraje se limita la residencia de tu yo? Por más cambiante y diverso que seas, ¿sólo estás ahí, dentro de tu cráneo? ¿Uno mismo no está también domiciliado en el complejo ecosistema que es el resto de nuestro cuerpo? Y así fuera, ¿el yo cabe bajo la piel? Luego, ¿todo lo que está afuera, más allá de mi epidermis, ya no soy yo?

 

Pensar, sentir incluso, que la conciencia, el yo, es algo que se encuentra dentro del contenedor de la piel es una chifladura. “Una alucinación”, dice Watts. “Cuando describan el comportamiento humano o el comportamiento de un ratón o el de una rata o el de una gallina o el de lo que ustedes quieran, verán que tan pronto traten de hacerlo deberán también referir el comportamiento de su medio ambiente. Digamos, ‘Yo camino’. Ahora trate de describir la acción de caminar. No podremos hablar acerca de mi andar sin referir también el suelo, porque si no lo hacemos, si no describimos el suelo y el espacio a través del cual me desplazo, todo lo que estaremos describiendo es a alguien balanceando sus piernas en un espacio vacío. ¿Saben? Ustedes no podrían verme, a menos de que también puedan ver mi contexto, lo que está atrás de mí… Tienes que ver no sólo lo que limita mi piel, sino que también tienes que ver lo que hay fuera de ella”. Y esto que para muchos podrá parecer una bobería, una perogrullada, es extremadamente importante. De hecho, para el filósofo británico, “lo único que necesitas saber para comprender los secretos metafísicos más profundos es esto: que para cada exterior hay un interior y para cada interior hay un exterior, y aunque son diferentes, van juntos”.

 

Tú y tu quehacer son inseparables del comportamiento del entorno que te rodea. “Tú eres algo que el mundo entero está haciendo”, remata Alan Watts. El aserto es poético, cierto, pero no esotérico. Ya Gregory Bateson (1904-1980) defendía la idea de que la conciencia, el yo mismo, jamás es una realidad aislada, sino parte de un sistema en el cual intervienen las demás personas (Steps to an Ecology of Mind, 1972). Y aquí ya he aludido también la noción de metabolismo social, a partir de la cual de podemos entender cómo de una sana interacción social depende el bienestar de los individuos: “los estudios científicos son absolutamente claros en este punto. Cuando estás recibiendo insultos y amenazas constantes, por ejemplo, tienes más probabilidades de enfermarte. Los científicos aún no comprenden todos los mecanismos subyacentes, pero sabemos que sucede” —explica la doctora Lisa Feldman Barrett (1963) en su libro Seven and a Half Lessons About the Brain (Picador, 2021). La intervención, evidentemente, no se limita a estar sano o enfermo: “tu sistema nervioso está ligado al comportamiento de otros humanos, para bien o para mal”. Los demás sapiens nos configuran, todos nos moldeamos entre todos. Roger Bartra (1942) define la conciencia “como un proceso que vincula la actividad neuronal con las redes simbólicas exocerebrales”. La conciencia, nuestra conciencia, es en efecto una entidad dinámica que ocurre no sólo en nuestro cerebro, sino también en torno a los individuos: uno no (sabe qué) es sin los demás. Si la conciencia es un engaño de la materia, es un montaje colectivo.

 

La dependencia ontológica del yo respecto a los otros es palmaria cuando hablamos de alguien que no conocemos. 

 

— Voy a tener una reunión con Baldomero Villa, ¿lo conoces?

 

— No, no lo ubico —puedes contestar, lo cual resultaría harto revelador, porque expresa que, como no sabemos en dónde colocar al fulano, en qué contexto —ubicar significa situar en determinado espacio o lugar—, tenemos que aceptar que no lo conocemos.

 

— Sí, es de los amigos del licenciado Hernández.

 

— ¿Trabaja con él?

 

— No, Villa está en Gestiones Paralelas. Lo contrataron los chiapanecos.

 

— ¡Ah, ya! Creo que sí lo conozco… Es uno de piochita, ¿no?

 

Suponiendo que Baldomero Villa sea efectivamente el hombre de piochita que crees que es…, ¿lo conoces? Digamos que por ahora lo ubicas, que lo puedes referenciar. ¿Cómo? Socialmente. Y ahí está el meollo: la persona humana, para ser, debe estar socialmente referenciada, sociorreferenciada, si se me permite acuñar el neologismo. 

 

Si para conocer a otra gente, a una tercera persona, siempre es preciso sociorreferenciarla, ubicarla en su contexto social, ¿qué pasa con uno mismo?

 

Las circunstancias sociales otorgan rasgos de identidad a los individuos, comenzando por las circunstancias familiares y las comunitarias, por supuesto. Indiscutible, por mencionar lo obvio, que en la definición de las coordenadas de una personalidad la cuna pesa: eres hijo de tu madre, y eso —aquí sin duda podemos contar con el acuerdo del doctor Freud— te perfila. De entrada, usualmente embebemos de nuestra progenitora la herramienta de pensamiento más importante de la que disponemos hasta ahora los humanos, las palabras; por algo la lengua materna es la primera. Y uno es o no hermano de alguien, tío, primo, nieto… Las correlaciones entre la parentela marcan el yo del hijo menor, de la única mujer entre todos los sobrinos, del nieto consentido del abuelo, del padre del niño que falleció en un accidente… En función de un montón de relaciones interpersonales, uno es el mejor amigo de alguien, el condómino con más autoridad en el edificio, la tía menos agraciada de la familia, el primo de la novia, cónyuge, socio de un club, cuñada, suegro… Agrega todas las determinaciones que implanta el cúmulo de condicionantes históricas; todas ellas, en una u otra medida, te configuran… Tú mismo, ¿te tienes bien ubicado, bien sociorreferenciado? Yo, por ejemplo, soy mexicano, chilango, y para mayor referencia vecino de la demarcación territorial Benito Juárez. Estudié Sociología en la UNAM y no me incluyo en la grey de ninguna iglesia. Todo eso me modela, así como la posición que desempeño en el sistema económico —soy profesionista de la clase media urbana—. Y, claro, los rasgos culturales, sociales e interpersonales —todos históricamente condicionados— que nos configuran interactúan entre sí en la dinámica en que incesantemente se va definiendo el yo. William James apuntaba desde finales del siglo XIX que “un hombre tiene tantos yoes sociales como individuos que lo reconocen…, y tantos como distintos grupos de personas cuya opinión le importa”.

 

Uno mismo, pues, es provisional, transitorio, diverso y, además, relacional. Uno es en función de los demás. Uno no es, uno somos, estamos siendo…

 

Kathleen Wallaceis, profesora de Filosofía en la Hofstra University (Hempstead, New York), publicó hace poco The Network Self. Relation, Process, and Personal Identity (Routledge, 2019), obra en la que postula un modelo de yo fincada en dos pilares. Primero: un yo tiene múltiples dimensiones o rasgos, y está constituido socialmente de manera importante, aunque el yo relacional es más que un yo social. Y segundo: un yo es una región espacio-temporal compuesta de relaciones entre partes, etapas o (sub) regiones espacio-temporales. “Sostengo la idea de que un yo tiene características temporales…, y que para el yo es en un sentido importante su historia y, por lo tanto, es un proceso.” A partir de esto, Wallaceis afirma que el yo se configura como un proceso y como una red (network). A dicho modelo lo denomina modelo de red acumulativa del yo. “Sostengo que las características y relaciones sociales, por ejemplo, familiares, étnicas u otras relaciones culturales y sociales, son tan fundamentales para la conceptualización del yo como lo son los rasgos físicos, biológicos y psicológicos. La afirmación es que el yo es una red de rasgos interrelacionados, físicos, biológicos, psicológicos, sociales, etcétera. En segundo lugar, la afirmación es que el yo es una red temporal y cambiante de rasgos acumulativos y, por lo tanto, es un proceso.” Con todo, para la filósofa, uno mismo, el yo “es un todo unificado y estructurado, una red con unidad sincrónica”. De no considerarlo así, claro, las implicaciones en el terreno de la ética serían devastadoras: sencillamente perdería todo sentido cualquier idea de libertad y de responsabilidad. “Debemos concebir el yo de una manera particular (como una red acumulativa) al menos en parte porque hacerlo nos permite dar cuenta de una serie de dimensiones prácticas…, como la autonomía, la responsabilidad, la continuidad como un yo de cara a las deficiencias.”

 

Paradójicamente, la unidad de uno es diacrónica y la unidad de uno perdura sólo un instante, este. Paradójicamente uno no es, uno sucedemos…

miércoles, 6 de octubre de 2021

Uno mismo no es el mismo

  

… the innumerable brain changes

tally up what we call you.

David Eagleman, Livewire.

 

 

… quedamos, pues, que uno, uno mismo, no es uno. Quedamos que uno es un montón, un titipuchal. Corporalmente, uno no es uno, uno ni siquiera es muchos, uno es todo un ecosistema. Mentalmente, uno es alrededor de cien mil millones de neuronas individuales interactuando.

 


Ahora, eso de que a través del tiempo uno es en esencia el mismo, desde que naces y, por lo menos, hasta que mueres… es otro cuento. Una bonita ficción…, bastante útil, si me apuran, pero no es verdad. Uno, uno mismo, realmente nunca es el mismo: uno está siendo, está variando: uno va siendo varios. Uno mismo es, si acaso, una configuración provisional de un demonial de neuronas: un tramado veleidoso que muta constantemente, en interacción con el entorno, con el medio ambiente que percibimos. O, en palabras del fisiólogo José Manuel Rodríguez Delgado, “cada persona es una combinación transitoria de materiales que se toman prestados del ambiente”. Provisionales y transitorios.

 

En 2020, David Eagleman publicó Livewired. The Inside Story of the Ever-Changing Brain (Vintage Books), en el que explica: “Las neuronas están densamente conectadas entre sí en intrincadas redes parecidas a un bosque, y el número total de conexiones entre las neuronas de tu cabeza es de cientos de miles de millones (alrededor de 0.2 billones). Para que puedas calibrarlo, piensa de esta manera: hay veinte veces más conexiones en un milímetro cúbico de tejido cortical [en la corteza cerebral] que seres humanos en todo el planeta” —si acaso, lector, no tienes en mente el dato, vale recordar que hoy la Tierra carga a cuestas prácticamente 7.9 mil millones de seres humanos, unos cien millones más que el 2020—. Y ese mundanal concierto de interconexiones es dinámico, incesable: no hay un solo instante de tu vida durante el cual en tu cerebro no estén ocurriendo reconfiguaraciones. Considera además que cada neurona se dispara entre diez y algunos cientos de veces por segundo. “Estos vastos mares de conexiones cambian constantemente en intensidad, y se desconectan y se vuelven a conectar en otros lugares… El cerebro es un sistema dinámico que modifica constantemente sus propios circuitos para adaptarse a las demandas del entorno y las capacidades del cuerpo”. Para ilustrar la vorágine de cambalaches y disoluciones, de cambios de rutas y alteraciones de intensidad que están sucediendo en tu red neuronal ahora mismo mientras lees y anoche mientras dormías, pero también hace un rato que mirabas el techo, Eagleman bosqueja una alegoría: “Si tuvieras una cámara de video mágica para realizar un zoom al cosmos microscópico viviente dentro del cráneo, serías testigo de las extensiones en forma de tentáculo de las neuronas agarrándose, sintiendo, chocando entre sí, buscando determinadas formas o renunciando a otras, como ciudadanos de cualquier país en el mundo, pactando amistades, matrimonios, barrios, partidos políticos, vendettas y redes sociales. Piensa en el cerebro como una comunidad viva de billones de organismos entrelazados”. La imagen es harto sugerente: antoja a pensar que en un futuro sustituyamos la psicología, tan preocupada por el individuo, por el uno mismo, por una especie de sociología de las neuronas.

 


David Eagleman (1971), profesor de neurociencias en la Universidad de Stanford y CEO de NeoSensory —empresa dedicada al desarrollo de gadgets para ampliar el espectro perceptible de los humanos— ha escrito varios libros sobre el cerebro y la percepción: Wednesday is Indigo Blue: Discovering the Brain of SynesthesiaThe Safety Net; Incognito: The Secret Lives of the Brain; el muy conocido The Brain: The Story of You; y Brain and Behavior. Además, es autor de Sum: Forty Tales from the Afterlives, un volumen de textos narrativos. En su obra más reciente, la palabra central del título, livewired, es un término que acuñó como alternativa al concepto de plasticidad, originalmente formulado por el psicólogo William James (The Principles of Psychology, 1890) —por cierto, William era hermano mayor del novelista Henry James—. Argumenta Eagleman que el vocablo plasticidad se remite al comportamiento del plástico, el cual efectivamente es moldeable, aunque una vez que toma una forma determinada, endurece. En cambio, las neuronas permanecen transformándose: “… resulta imposible pensar en el cerebro como divisible en capas de hardware y software. En cambio, necesitaremos el concepto de software en vivo para comprender este sistema dinámico y adaptable de búsqueda de información”.

 

El joven neurocientífico y tecnólogo esclarece: la clave para entender el infatigable jaleo en el que se mantiene nuestro cerebro se halla en el hecho de que los sapiens somos la especie que encarna “la máxima expresión de un truco que descubrió la madre Naturaleza”: en vez de programar completamente por anticipado el cerebro, configurarlo con los componentes básicos y enseguida echarlo al mundo. En efecto, los humanos nacemos con una extraordinaria maquinaria, pero sin que esté del todo programada: nuestro cerebro se configura a sí mismo al interactuar con el entorno. “A medida que crecemos, reescribimos constantemente los circuitos de nuestro cerebro para encarar desafíos, aprovechar oportunidades y comprender las estructuras sociales que nos rodean”. Y el acomodo neuronal jamás es el definitivo. Somos provisionales, transitorios e inacabados.

 

En una entrevista para Nautilus, Eagleman responde a Steve Paulson: “Cuando supiste que mi nombre es David, hubo un cambio físico en la estructura de tu cerebro. Eso es lo que significa recordar algo.” Tú mismo, al terminar de leer esto, eres ya una persona ligeramente diferente. Ya no eres el mismo que eras hace un rato.