… cada vez es
más claro que el verdadero espejismo es
creer que las
cosas podrán continuar tal como están.
Rana Dasgupta
Ventarrones de cambio
atruenan por todo el planeta…, y no, no es el optimismo lo que campea… Se
percibe inestabilidad por doquier, los chascos acechan, en cada rincón hay un
monstruo listo para saltarnos encima… ¿Qué diantres está sucediendo?
La semana pasada The
Guardian publicó un ensayo de abrumadora lucidez: The demise of the nation state (La
desaparición del Estado Nación*). Su autor, el narrador y ensayista Rana
Dasgupta, nació en Canterbury, Inglaterra (1971), estudió en Oxford y en
Francia, y vive desde 2001 en Delhi. Echando mano del modelo de Los Cuentos de Canterbury de Chaucer
(1400), escribió Tokyo Cancelled
(HarperCollins, 2005): trece pasajeros atrapados en un aeropuerto narran sendos
relatos, prismas del orbe globalizado. Cinco años después ganó el
prestigiadísimo Commonwealth Writers’
Prize for Best Book por su primera novela, Solo (HarperCollins, 2009). Además, publicó el ensayo Capital: A Portrait of Twenty-First-Century
Delhi (Canongate, 2014), un inteligente retablo de las fuerzas
socioeconómicas internacionales que se entrecruzan la ciudad india.
En su ensayo para The
Guardian, Rana Dasgupta sostiene que, con la obsolescencia irremediable del
agente político que ha dominado la historia del mundo durante casi cinco siglos,
el Estado Nación, estamos transitando la agonía de una gran era —cuyo inicio,
según el autor, se remonta a 1648, con la Paz de Westfalia—. Con Trump, en
Estados Unidos diariamente son superadas “las fantasías de los novelistas y
comediantes más absurdos”; Europa vive, uno tras otro, momentos de colapso del status quo, por no mencionar las
situaciones de national nervous breakdown
que han significado eventos como el Brexit y el movimiento autonomista de
Cataluña. “Postración, desesperanza, el descenso de la efectividad de las
viejas formas: estos son los temas de la política en todo el mundo. Por ello, las
‘soluciones’ enérgicas, autoritarias son actualmente tan populares: la
distracción bélica (Rusia, Turquía); la ‘purificación’ étnico-religiosa (India,
Hungría, Myanmar); el embarnecimiento de los poderes presidenciales y el
correspondiente deterioro de los derechos civiles y el Estado de derecho
(China, Ruanda, Venezuela, Tailandia, Filipinas…)”. Todo esto ocurre, por
supuesto, al interior de los países, y se observa como asuntos locales,
entramados por separado en cada historia nacional. Es por ello que descuidamos sus
paralelismos. “Cuando hablamos de ‘política’, nos referimos a lo que sucede
dentro de los Estados soberanos; todo lo demás es ‘asuntos exteriores’ o ‘relaciones
internacionales’, incluso en esta era de integración financiera y tecnológica global.
Podemos comprar los mismos productos en todos los países del mundo, todos
podemos usar Google y Facebook, pero la vida política, curiosamente, está hecha
de material aislado y se mantiene la antigua fe en las fronteras”. ¿Y la
dichosa globalización? Todos los países están sometidos a sus fuertes
presiones, las mismas que están desarticulando la vida política al interior de
todas las fronteras: lo que pasa en los ámbitos nacionales no es un fenómeno
aislado porque lo mismo está sucediendo en todos lados. Aquí y allá, puede
constatarse el desfallecimiento del Estado Nación: “su incapacidad para
resistir las fuerzas compensatorias del siglo XXI y su calamitosa pérdida de
influencia… La autoridad política nacional está en declive y, dado que no
conocemos otro tipo, esto parece el fin del mundo”. Más todavía: ningún país va
a poder ni sustraerse del desconcierto internacional ni superar por sí solo su particular
versión de la decadencia.
¿Hay pues un germen patógeno genérico? “En resumen, las
estructuras políticas del siglo XX se están ahogando en el océano del siglo XXI
de finanzas desreguladas, tecnologías autónomas, militancia religiosa y creciente
rivalidad entre las grandes potencias”. Leo y considero que el planteamiento
general de Rana Dasgupta empata, desde la perspectiva de la Ciencia Política,
con la tesis que defiende, desde la perspectiva de la Economía, Wolfgang
Streeck —director emérito del Instituto Max Planck para el estudio de las
sociedades— en su libro How Will
Capitalism End? (Verso Books, 2016). Mientras que el británico-indio afirma
que “el fracaso actual de la autoridad política nacional, después de todo,
deriva en gran medida de la pérdida de control sobre los flujos de dinero”, el
sociólogo alemán sostiene que el capitalismo no se reduce a gente luchando por
obtener ganancias, sino que ha sido también el orden sociopolítico que soporta
dicha dinámica económica: “cierta gobernanza, ciertos mecanismos de contención,
el corazón social del sistema que se hace responsable de las necesidades de la
gente que provee de legitimidad a la organización capitalista de la economía”.
Todo eso es lo que está colapsando: el sistema ha ido dinamitando las
instituciones que lo autorregulaban, sobre todo, concuerda Streeck, en el
contexto del proceso de globalización de los últimos años. Sin ideal de
progreso, en tanto oferta y voluntad de desarrollo espiritual y material tanto
de los ciudadanos como del país, el poder público se ha ido quedando sin su
adjetivo y se sabotea a sí mismo: “el retiro de esta promesa moral en las
últimas cuatro décadas ha sido un evento metafísico demoledor…, y ha dejado a la
gente hurgando en busca de nuevas cosas en qué creer”. De ese tamaño. Y por
eso, Rana Dasgupta reitera que el acabóse no sólo es un asunto de dólares y
algoritmos: la debacle del Estado Nación “no es un evento meramente ‘económico’
o ‘tecnológico’. Es un trastorno de la época, que deja a la población
destrozada y sin recursos”.
Sorprendentemente, el ensayo cierra dejando ver una luz
de esperanza, y no una pequeña ventanita… ¿Cuál? Léan el ensayo, de verdad es
un texto extraordinario: The demise of the nation state.
* La traducción del inglés al español es mi responsabilidad.
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