miércoles, 27 de julio de 2022

Split: mundo en disolución

  

No necesitamos continuar, sino un nuevo comienzo.

Edgar Morín

 

 

 

¿Acaso el ocaso?  Me temo que sí. El barrunto no lo sobrellevo desde ayer. Hace justo trece años, en esta columna anotaba: “Desde hace unos quinientos años, Occidente transita por una etapa, la Modernidad, que día a día muestra más evidencias de agotamiento. ¿Qué sigue? ¿Una nueva era de armonía o una Edad Media reloaded? No me hagas apostar…” Este mundo se está acabando. No es una certeza inédita, también en 2009, cuatro meses después, escribía algo que entonces a muchas personas debió de haberles parecido una exageración: “El broncón que nos tocó vivir no es cómo cambiar el modelo de desarrollo, va más allá, implica reformular qué queremos entender por desarrollo. El paradigma civilizatorio sencillamente se nos agotó.” Agregaba en aquel texto —Se busca modelo de civilización— que “la desesperanza que se respira en todo Occidente tiene que ver con el gran revés del ideal del progreso: el desarrollo científico, tecnológico y económico no asegura ni desarrollo humano ni justicia social”.


Man and Driftwood. Foto: Glen Bledsoe.

Luego, en 2016 escribí una Nota sobre el fin del mundo, sobre todo con la intención de recordar que mundo es cosmos, orden humano, de tal suerte que el fin del mundo no sólo es una posibilidad efectiva, sino que ha ocurrido antes varias veces. Enseguida, publiqué El acabose, el cual iniciaba así: “El mundo tal y como lo conocemos está por acabarse. El hecho no es nuevo, quiero decir, que se acabe un mundo.” Y cerraba afirmando que “el sistema-mundo moderno… está en las últimas, y la única certidumbre es que el que se construirá para sustituirlo es por ahora absolutamente incierto”. Un año después me referí al libro de Wolfgang Streeck How Will Capitalism End? (Verso Books, 2016) y a los peligros del Pesimismo pésimo: “se propaga la certeza, redonda y sin matices, de que las cosas cada vez se pondrán más feas”. Y a principios 2018, en Era agónica, explicaba que “el acabose no sólo es un asunto de dólares y algoritmos”, sino que alcanza la debacle de la organización sociopolítica en la que el mundo contemporáneo está configurado, el Estado Nación.

A Grand View. Foto: Glen Bledsoe.


Al inicio de la pandemia —entonces yo mismo batallaba contra el pinche bicho—, en abril de 2020, escribí Fin viral. Supongo que la sentencia con la que arrancaba aquel texto resultó excesiva para más de un lector: “Urbi et orbi, el statu quo ya se chingó. Un ente, ¡qué digo un ente!, un mísero entecito de no más de 20 nm, el SARS-CoV-2, desató y propagó la catástrofe de nuestro mundo.” Además, externaba una sospecha que cada día me parece más próxima a la realidad. “Para el marxismo ortodoxo, conforme a la dialéctica hegeliana, lo nuevo desplaza a lo viejo. Las fuerzas del cambio empujan. Pero quizá no siempre ha sido así, tal vez a veces lo viejo caduca y fenece, cuando todavía no hay nada nuevo listo para sustituirlo”. Dos meses más tarde, en Remate de era, apuntaba: “En todos los ámbitos del quehacer humano, a lo largo y ancho del orbe entero, proliferan los indicios de que estamos viviendo el remate de nuestra era histórica. Esto se acaba.” Y ya con Europa con guerra en casa, hace tres meses iniciaba mi columna Fin/inicio de mundo recordando: “No faltan los conatos de acabose. Es como si las trompetas del Apocalipsis estuvieran tocando la música ambiental. El fin del mundo está cada día más cantado.”


Hasta ahí el recuento y ahora les cuento cómo fue que, apenas el 15 de julio, inició su videopotcast Global Capitalism Richard D. Wolff. Traduzco: “Con la presentación de hoy… trato de brindar una explicación, si me permiten, a algo que he escuchado en los últimos dos meses significativamente más a menudo que antes. He oído frases como ‘El mundo está cayéndose a pedazos’, ‘El mundo está llegando a su fin’, ‘Todo está empeorando’, ‘Estoy asustado’ y más dichos en este sentido… Es cierto, algunas veces se dicen en son de broma, pero más frecuentemente se trata de las expresiones de un sentimiento genuino. Y me parece que una manera de presentar lo que voy a comentar a continuación es decir que quienes así se han sentido, al menos algunas veces, están siendo muy inteligentes, muy sensibles, porque el mundo está cambiando rápida y profundamente… Y la palabra que voy a emplear como una especie de idea central es la palabra disolución (split)”. Claro, también podríamos traducir split como ruptura, cisma, escisión… “Cosas que solían estar juntas se están separando. Cosas que pensábamos que estaban necesariamente conectadas hoy ya no lo están. Las alianzas se están rompiendo. Los acuerdos se están deshaciendo. En un sentido real, existe un mundo que se desmorona. Y es positivo que te sientas asustado, al menos de vez en cuando, porque eso demuestra que estás prestando atención, y ese es el primer paso para lograr el tipo de intervenciones necesarias para convertir un desastre potencial en una oportunidad histórica”.

 

En sincronía con los apuros contemporáneos —bueno, para quienes están prestando atención—, me tocó ver el más reciente video del profesor Wolff el mismo día que escuché, gracias a la oportuna recomendación que me llegó vía WhatsApp desde Berlín, la entrevista que Sam Harris realizó hace unos días a Peter Zeihan, a propósito de su nuevo libro, The End of the World is Just the Beginning, sobre el cual, amenazo, escribiré la próxima semana.

viernes, 22 de julio de 2022

We will be 8 gigasapiens

In November we will be eight. Eight what? Eight billion human beings, that is, eight thousand million: an eight followed by nine zeros. Eight to the nine. In the International System of Units, a billion is equivalent to the prefix giga, so it is fair to say that before the end of 2022 -on November 15 according to the UN- there will be eight gigasapiens. 

 

More than 200 thousand years after our species first emerged from the evolutionary chain, the first gigasapines was reached at the beginning of the 19th century, just 218 years ago. In 1804, in France, after a plebiscite, Napoleon was declared emperor, a democratically elected emperor. The nation called Mexico did not yet exist; its territory was occupied by the Viceroyalty of New Spain. In England, Richard Trevithick built the first railroad locomotive, and Friedrich Sertürner, in Germany, managed to isolate morphine from Papaver somniferum (opium).

From all these people who made up the first billion human beings, no one is alive today. 

 

A little more than a century later, the world's population doubled: in 1927, two billion men and women inhabited the globe. Humanity had already gone through its First World War. That year, 95 years ago, Lindbergh landed in Paris after having made the first transatlantic flight in history. 

From the two billion humans that lived on the planet in 1927, today there are still a few hundred thousand left to count - the UN estimated that in 2021 the number of long- lived centenarians around the world reached 573,000. 

 

The next gigasapiens, the third one, was collected 33 years later. Sixty-two years ago, humanity had already gone through the painful experience of Second World War. In Cuba, Fidel Castro nationalized all the island's companies. The Tanzanian Laurean Rugambwa became the first black cardinal in the Catholic Church. In May, the Soviet Union launched Sputnik IV into orbit —the first artificial satellite in history, Sputnik I, had been launched in 1957—. Personal computers did not yet exist. The British band The Quarrymen was renamed; half of its members are still alive today, both in their 80s: Paul McCartney and Ringo Starr. 

A little more than 10% of the total population living on Earth today was already around in 1960, when there were only 3 billion people. 

 

It took only 14 years to reach four gigasapiens. In 1974, the world was bipolar. Germany was split in two, and the Western world played in the tenth Soccer World Cup. India detonated its first atomic bomb to become the sixth nation with the potential to destroy mankind. That year two Swedes, Eyvind Johnson and Harry Martinson, won the Nobel Prize for Literature, and the Mexican writer Carlos Fuentes finished Terra Nostra, a novel that is well worth a Nobel Prize. Neither the Swedes, nor the Mexican, nor anyone else wrote on a personal computer —Apple's first computer would not go on the market until 1976—. 

Those born in 1974 are 48 years old today. 

 

The UN Population Fund named July 11, 1987 as the day on which the world population reached five billion. Since then it has been considered World Population Day. The newborn Matej Gašpar from Zagreb, Croatia, was elected the five billionth sapien. At that time the Soviet Union still existed, Reagan was in power for the Americans, Margaret Thatcher for the British. 

It is estimated that the current median age of those of us who have the privilege of being alive in this world is 30.4 years, so that those born in 1987 are older than most of their peers. 

 

Just 23 years ago, we were six gigasapiens. That means that all those born before 1960 - when the world was carrying three billion humans on its back - and was still alive in 1999 witnessed how the planet's population had doubled in less than forty years. In 1999, the euro was introduced, U.S. President Bill Clinton was impeached by the House of Representatives for allegedly denying a fellatio during working hours, and Günter Grass was given the Nobel Prize for Literature. Boris Yeltsin resigned the presidency of Russia and was replaced by Vladimir Putin. 

Before the end of the 20th century, according tothe Western hegemonic common sense, we had arrived to the end of history. 

 

... twelve years have gone by and in 2011, on October 31 according to UN estimates, we reached the number of seven billion human beings. Even then, there was plenty of evidence to show that we could say a lot about history, except that it had come to an end: New York had lost both Twin Towers and the 2008 financial crash kept the main stock markets trembling. It was not so long ago: Barack Obama was in the White House and Messi was celebrating his third Ballon d'Or. 

The children who were born in 2011 to join the enormous human mass of seven gigasapiens will still be underage when we hit another billion. 

 

¿8? 

Something apocalyptic, a disastrous event could indeed happen... A cataclysmic eventuality could happen whose elements are already on the table and visible to all: for example, no one would be too shocked if, one of these days, someone decides to use an atomic bomb or even some other weapon that we do not even know by name and start a crisis from which civilization could not survive. And of course, as the covid-19 pandemic has just reminded us, we are not vaccinated against a global misfortune for which no one is prepared. But, oh well, let's stay optimistic and think that nothing is going to happen to drastically change the demographic trends and that, indeed, on November 15 we will reach eight gigasapiens. 

miércoles, 20 de julio de 2022

¿Seremos?

  

En tan sólo 120 días seremos ocho gigasapiens: ocho mil millones de seres humanos. Escribo “seremos”, y debe usted creerme que no es retórico el nosotros tácito que aloja el verbo de la oración: realmente deseo que usted que ahora mismo me lee y yo que ahora mismo escribo —un ahora mismo que efectivamente es el mismo, aunque no ocurra al mismo tiempo— estemos para entonces aquí entre los vivos. Realmente deseo que nosotros dos seamos parte decisiva de los ocho millardos. Sí, decisivos, porque observe: algo bello del lenguaje de las matemáticas es que no importa qué tan chica o qué tan descomunal sea la cantidad de la que da cuenta un número: cada unidad es definitoria, determinante: sin uno, dos ya no son dos; quitándole uno, ocho mil millones, ya no son ocho mil millones.

 

En tan sólo 120 días seremos ocho gigasapiens. Una vez que hubo leído en esta misma columna el correspondiente parte estadístico, el Maestro del Pueblito, siempre amable, me escribió: “GC, haré mi mejor esfuerzo para no dejar caer la cifra en 7,999,999,999. Seré el uno que cierre a ocho por diez a la nueve.” Hay que agradecer tanto la afortunada redacción como la postura solidaria del Maestro del Pueblito, de él y de todos aquellos y aquellas que tengan…, tengamos, quiero decir, la firme y comprensible intención de mantenernos vivos al menos hasta el 15 de noviembre próximo. Con todo, lamento informar que para las proyecciones demográficas el destino individual de cada uno de nosotros resulta más bien irrelevante o, mejor, estadísticamente despreciable. No lo tome personal, por favor, pero considere que antes de que se completara la primera hora del domingo pasado (17 de julio) a lo largo del año 2022 no solamente habían nacido poco menos de 76 millones de niños y niñas, sino que también habían fallecido ya unas 31.7 millones de personas, de tal manera que si usted y yo no llegamos a la segunda quincena de noviembre, descuide, nuestras ausencias no impactarían a la cuenta final.

 

Los demógrafos de la ONU estiman que, en algún lugar del planeta Tierra, dentro de 120 días nacerá el sapiens con el que la Humanidad alcance los ocho mil millones de especímenes. Se dice fácil, pero por favor no se vaya con la finta: el aserto no es de fácil comprensión para nadie. ¿Qué tantos son ocho millardos? “Ocho millardos”… Uno lo pronuncia en menos de dos segundos. Pero, mire, si yo le pidiera a usted que contara del uno a los ocho mil millones, y usted lo hiciera a una velocidad promedio de una unidad por segundo, obviamente de aquí al 15 de noviembre no le daría tiempo. Si comenzara a contar el 18 de julio, digamos a las once de la mañana, y lo hiciera continuamente sin parar ni de día ni de noche, sin un minuto de descanso ni para dormir ni para ir al baño ni para comer ni nada, a las once de la mañana del 15 de noviembre habría usted contado apenas hasta el diez millones 368 mil. Para únicamente contar un milloncito a esa velocidad uno tendría que dedicar casi 278 horas, más de once días y medio. Entonces, ¿cuánto tardaría en contar del uno a los ocho mil millones a una velocidad promedio de uno por segundo? Bueno, si consideramos la longevidad de los humanos ni usted ni nadie podría hacerlo: ocho millardos de segundos son 92,592.6 días, esto es, 253 años y medio, más de un cuarto de milenio.

 

Y en tan sólo 120 días seremos ocho gigasapiens. Falta muy poco, cuatro meses, y ocho quincenas, ¡quién no lo sabe!, se van volando. Pero ¡ojo!, el porvenir está cada vez más lejos…, quiero decir, cada vez podemos vislumbrar el futuro con menos claridad. ¿Qué diablos estará sucediendo en cuatro meses? Lancé la pregunta en la tuitósfera y nada, la respuesta fue más bien escasa: casi nadie se animó a manifestar sus predicciones, y la poca gente que lo hizo externó más bien buenos deseos disfrazados de vaticinios. Vean, por ejemplo, @mauricio_rey1 aventuró que “va a acabar la guerra de Ucrania”, y @Eduard__oH que para entonces ya habrán aprehendido al Chapito. O mi amiga Isolda @Diotimaisprofetizó: “Lula gana la Presidencia en Brasil y Vargas Llosa insiste en que los pobres no saben votar.” La bióloga María Elena Sequeyro presagió: “El juicio de García Luna hunde aún más a la oposición. No tiembla fuerte en septiembre”. Los menos esquivaron las esperanzas y se atrevieron a prever malas noticias: el buen @AlanMacedoE señala que “Monterrey seguirá con problemas de agua”, mientras que, también desde el norte, @CPJannyBarrera auguró que de nuevo andaremos todos con el cubrebocas puesto, que el precio del petróleo se disparará por los cielos porque la guerra ruso-ucraniana seguirá sin resolverse y dos más: en Estados Unidos ocurrirán más revueltas sociales y, después de que se emita la ficha roja correspondiente, la Interpol estará en búsqueda de Peña Nieto. 

 

Bien a bien, nadie sabe lo que nos espera. Ciertamente, el profesor Ebisuno (Haruki Murakami, 1Q84) tiene razón cuando sentencia: “Lo que pase a partir de ahora es territorio ignoto para todos. No hay un mapa. Lo que nos espera a la vuelta de la próxima esquina no lo sabremos a menos que vayamos ahí”. Es así porque, aunque somos parte de las megatendencias que configuran la realidad, nuestro acaecer individual es siempre mucho más incierto. Es más fácil predecir que en noviembre 15 seamos ocho mil millones de habitantes en el planeta que saber qué le espera a cualquiera de nosotros a la vuelta de la esquina.

lunes, 11 de julio de 2022

8 gigasapiens

  

8

 

En noviembre seremos ocho. ¿Ocho qué? Ocho millardos de seres humanos, es decir, ocho mil millones: un ocho seguido de nueve ceros. En el Sistema Internacional de Unidades un millardo equivale al prefijo giga, así que vale decir que antes de que termine 2022 —el 15 de noviembre según la ONU— seremos ocho gigas de sapiens.

 

 

 

1

 

Más de 200 mil años después de que nuestra especie surgiera de la cadena evolutiva, el primer gigasapines se alcanzó en los albores del siglo XIX, justo hace 218 años. En 1804 el estado nacional llamado México no existía, su lugar lo ocupaba el virreinato de la Nueva España. En Francia, tras un plebiscito, Napoleón fue declarado emperador, un emperador democráticamente electo. En Inglaterra, Richard Trevithick construyó la primera locomotora de ferrocarril, y Friedrich Sertürner, en Alemania, logró aislar la morfina de la Papaver somniferum (opio).

 

De toda esa gente que conformó el primer millardo de seres humanos, hoy no queda nadie vivo.

 

 

2

 

Poco más de un siglo después, la población mundial se duplicó: en 1927 habitaban el globo dos millardos de hombres y mujeres. Aquí en México habíamos pasado por la Reforma, la Independencia y la Revolución: el mandamás era Plutarco Elías Calles. La humanidad ya había pasado por su I Guerra Mundial. Ese año, hace 95, Lindbergh aterrizó en París luego de haber conseguido el primer vuelo transatlántico de la historia.

 

De los dos mil millones de humanos que habitaban el orbe en 1927 hoy todavía quedan algunos cientos de miles para contarlo —la ONU estimaba que en 2021 la cantidad de longevos centenarios en todo el mundo ascendía a 573 mil—.

 

 

3

 

El siguiente gigasapiens, el tercero, se logró acumular 33 años después. Hace 62 años, la humanidad ya había pasado el trago amargo de su II Guerra Mundial. En Cuba, Fidel Castro nacionalizaba todas las empresas de la isla. En México —que entonces tenía apenas 35 millones de habitantes—, el presidente Adolfo López Mateos hizo lo mismo, pero sólo con la industria eléctrica. El tanzano Laurean Rugambwa se convirtió en el primer cardenal negro de la Iglesia católica. En mayo, la URSS puso en órbita el Sputnik IV —el primer satélite artificial de la historia, el Sputnik I, había sido lanzado en 1957—. Las computadoras personales aún no existían. La banda británica The Quarrymen cambió de nombre; hoy sobrevive la mitad de los miembros de ese grupo, ambos octogenarios: Paul McCartney y Ringo Starr.

 

Poco más del 10% del total de la población que hoy vivimos en la Tierra ya andaba por aquí en 1960, cuando apenas había tres millardos de personas.

 

 

4

 

Sólo tuvieron que pasar 14 años para alcanzar los cuatro gigasapiens. Entonces el presidente de este país era un señor que apenas murió, con cien años, el sábado pasado, Luis Echeverría Álvarez. En 1974, el mundo era bipolar. Alemania estaba partida en dos, y en el país occidental se disputó el décimo Mundial de Futbol. India detonó su primera bomba atómica para convertirse así en la sexta nación con capacidad de devastar a la Humanidad.  Ese año ganaron el Premio Nobel de Literatura dos suecos que desde hace mucho nadie lee, Eyvind Johnson y Harry Martinson, y Carlos Fuentes terminaba Terra Nostra, una novela que bien vale un Nobel. Ni él ni nadie escribía en una computadora personal —la Apple I no saldría a la venta sino hasta 1976—.

 

Quienes hayan nacido en 1974 hoy tienen 48 años de edad; ya no se cuecen al primer hervor. Yo menos: entonces batallaba con los quebrados; cursaba el cuarto de primaria.

 

 

5

 

El Fondo de Población de la ONU designó el 11 de julio de 1987 como el día en el que la población mundial llegó a los cinco mil millones. Desde entonces se considera el Día Mundial de la Población. El recién nacido Matej Gašpar de Zagreb, Croacia, fue elegido el sapiens cinco millardos. Por aquel entonces todavía existía la Unión Soviética, Reagan gobernaba a los norteamericanos, Margaret Thatcher a los británicos y Miguel de la Madrid vivía en Los Pinos.

 

Se estima que actualmente la edad mediana de quienes tenemos el privilegio de pulular vivos por este mundo es de 30.4 años, de tal suerte que quienes nacieron en 1987 son más viejos que la mayor parte de sus prójimos. 

 

 

6

 

Hace tan sólo 23 años, éramos seis gigasapiens. Eso quiere decir que todas las personas nacidas no después de 1960 —cuando el mundo cargaba a cuestas tres millardos de humanos— y que permanecían con nosotros en 1999 presenciaban entonces cómo la población planetaria se había duplicado en menos de cuarenta años. En 1999 comenzó a circular el euro, el presidente estadounidense Bill Clinton era juzgado políticamente por la Cámara de Representantes por negar un fellatiorecibido en horas de trabajo y Günter Grass era galardonado con el Nobel de Literatura. Boris Yeltsin y Cuauhtémoc Cárdenas renunciaban a sus cargos, el primero a la presidencia de Rusia y el segundo a la jefatura de gobierno de la capital de la República Mexicana; serían sustituidos por Vladímir Putin y Rosario Robles, respectivamente.

 

Antes de que terminara el siglo XX, en el sentido común hegemónico de Occidente se mantenía firme la enorme insensatez de que habíamos llegado al fin de la historia. 

 

 

7

 

… doce años pasaron y en 2011, el 31 de octubre según estimaciones de la ONU, sumamos siete mil millones de seres humanos. Ya entonces había indicios de sobra que mostraban que de la historia podíamos decir mucho, menos que hubiera llegado a su fin: Nueva York había perdido las dos Torres Gemelas y el crac financiero de 2008 mantenía temblando a los principales mercados. No fue hace mucho: Barack Obama despachaba en la Casa Blanca, Felipe Calderón mantenía a México en guerra —en agosto, sucede una balacera e incendio en el Casino Royale de Monterrey; la masacre dejó 52 víctimas— y Messi ya ganaba su tercer Balón de Oro.

 

Los niños y las niñas que nacieron en 2011 para integrarse a la enorme masa humana de siete gigasapiens seguirán siendo menores de edad cuando otro millardo más se sume.



 

¿8?

 

Puede perfectamente ocurrir algo apocalíptico, hecatómbico… Puede suceder una eventualidad cataclísmica cuyos elementos estén ya puestos en la mesa y a la vista de todos: por ejemplo, nadie podría darse por engañado si, cualquier mal día de estos, alguna potencia decidiera usar un armamento atómico, o incluso algún otro que no conozcamos hasta ahora ni de nombre, e iniciar una conflagración de la cual la civilización no salga avante. Y por supuesto, como la pandemia de la covid-19 nos acaba de recordar, tampoco estamos vacunados en contra de una desgracia planetaria para la cual nadie esté preparado. Pero ¡bueno!, seamos optimistas y pensemos que no, que no va a pasar nada que cambie drásticamente las tendencias demográficas y que, efectivamente, el próximo el 15 de noviembre lleguemos a los ocho gigasapiens. ¿Qué tanta gente es eso?

 

Según el Censo de Población y Vivienda de 2020, hace dos años en México residíamos 126 millones de personas. Al primer trimestre de 2022, según la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo, también realizada por el INEGI, éramos ya poco más de 128.2 millones. Así que, si suponemos que en noviembre alcanzamos los 129 milloncitos, para entonces la de nuestro país representará únicamente el 1.6% de la población total del planeta. Dicho de otra manera, el mundo estará habitado por el equivalente a unas 62 veces la gente que vivamos en México.

 

Bien podemos suponer que la densidad de población de la Ciudad de México no ha variado demasiado en los dos últimos años. Según cifras censales, la población relativa de la capital de la República Mexicana, con una extensión territorial de 1,495 kilómetros cuadrados, asciende a 6,163.3 habitantes por kilómetro cuadrado. Así que, si los ocho millardos de seres humanos que seremos en noviembre próximo viviéramos todos juntos con una densidad de población como la que hoy reporta la Ciudad de México —en donde la mitad de su territorio sigue siendo rural—, requeriríamos de una superficie de poco más de un millón 298 mil kilómetros cuadrados. En otras palabras, toda la población del planeta Tierra podría vivir en un área similar a las dos terceras partes del territorio nacional de nuestro país, con la densidad de población que hoy tiene la Ciudad de México, o si prefieren en Argentina, ocupando sólo el 46% de todo su territorio, o en el 7.6% de la superficie que hoy ocupa Rusia. El problema de los seres humanos, por lo pronto, no es espacial. Espero que usted y yo y todos seamos parte de los ocho gigasapiens.

miércoles, 6 de julio de 2022

¿Por qué levanto el dedo?

  

La semana pasada consideré provechoso propalar aquí una obviedad aparente. Si lo hice fue para contestar una pregunta. Formulada por Héctor Zagal, la pregunta, más bien lanzada en son de crítica, fue la siguiente: “¿Todo es culpa del pasado? ¿Neta?” 

 

Mi respuesta tuvo dos partes. La primera se refiere al carácter del pasado: “No, el pasado no tiene la culpa…, ni de eso ni de nada. El pasado no puede tener la culpa de lo que ocurre en el presente; de hecho, no puede tener la culpa de nada puesto que el pasado no es un agente, mucho menos un agente consciente, responsable.” Dicho de otra manera, si bien toda noción de culpa implica necesariamente causalidad, no toda causalidad implica culpa. Ejemplificar resulta sencillo:

 

  • Toda noción de culpa implica necesariamente causalidad: dado que usted fue quien clavó las tijeras polleras en el tórax del joven Menganito y eso causó que él dejara de contarse entre los vivos, pues usted, mi amigo, es culpable de asesinato.
  • No toda causalidad implica culpa: el hidrometeoro que anoche se precipitó desde las nubes sobre la ciudad no llegó a convertirse en lluvia, se quedó en pura virga, puesto que las condiciones hidrometeorológicas causaron que el agua se evaporara antes de llegar a tierra, y de ello no podemos culpar a nadie.

 

La culpa, pues, es una causalidad de cargo atribuible a un agente, a una gente, a una persona. Y deberíamos agregar que, justo “por su implicación con la causalidad, la culpabilidad requiere… la desconexión de la persona causante del efecto de otros contextos entretejidos en el proceso causal. Si la acción causal de la persona se considerase como un mero aspecto del proceso causal envolvente, no habría responsabilidad. Todos serían responsables del delito; por ello puede decirse que sólo hay culpables cuando también hay inocentes” (Pelayo García Sierra, Diccionario filosófico).

 

En la segunda parte de mi respuesta se encuentra lo que parece una perogrullada: “Nada es culpa del pasado, pero todo es consecuencia del pasado. Todos estamos conformando ahora mismo un pasado que tendrá secuelas.” Una consecuencia es un hecho o acontecimiento que se sigue o resulta de otro, así que ese otro u otros hechos o acontecimientos obligadamente tuvieron que ocurrir antes, esto es, en el pasado. Entonces, ¿decir que todo es consecuencia del pasado es sólo una verdad de Perogrullo? El Maestro de El Pueblito no piensa que lo sea, así que me emailió: “GC, estoy de acuerdo con tu juego temporal, me gustó. Sólo una acotación a propósito de: ‘...pero todo es consecuencia del pasado. Todos estamos conformando ahora mismo un pasado que tendrá secuelas’. ¿Será que esos ‘todo’ y ‘todos’ se sostienen en la realidad? ¿Cómo ves?”

 

¿Cómo ven ustedes?

 

Aún no le he contestado, no está fácil. ¿Ocurren hechos espontáneos, hechos que sucedan sin ser sucesión de nada, sin que nada los provoque? ¿Todo está encadenado con eslabones de causas y efectos? Si es así, ¿qué margen le queda a la dichosa libertad? Si es así, ¿existe la responsabilidad? ¿Cuentan como causas las interacciones que se traman simultáneamente a los hechos, en el presente continuo? La cuestión está ya en el terreno metafísico. Por fortuna hace un par de días me topé con una espléndida respuesta. No pretende responder a la interrogante que plantea el Maestro del Pueblito, pero igual da en el clavo, en un montón de clavos.

 

 

 

Desde hace mucho no es suficiente decir que es lingüista o politólogo o epistemólogo, tampoco académico o ensayista… Me temo que incluso filósofo restringe. El nonagenario Noam Chomsky (Filadelfia, 1928) es un pensador y es un activista, un activista que piensa, un pensador que actúa. Hace unos días, en una entrevista para el canal árabe Hira, Chomsky fue cuestionado acerca de la posible existencia de un sustrato moral humano, transcultural, compartido por todos los hombres y mujeres. El profesor contestó que existe, que incluso hay evidencia de que todos compartimos determinados “principios morales básicos”, una especie de “naturaleza ética” de los sapiens que forma parte de la esencia de cualquier persona, “tanto como tenemos un determinado tipo de sistema visual o caminamos en vez de volar”. Ahora, ¿en qué consiste? No está claro… “Un antiguo misterio”. Luego, el enturbado —usaba turbante— entrevistador le preguntó a Chomsky si su postura política de izquierda en favor de la igualdad devenía de la filosofía. Con una agudeza mental que le han respetado los años, respondió: “Pienso que ninguna filosofía… tiene mucho qué decir acerca de estos asuntos, más allá de lo que ya sabemos por el elemental sentido común”. Y enseguida las palabras con las cuales también, me parece, puedo dar respuesta yo al Maestro del Pueblito: “Creo que muchas de estas preguntas que nos hacemos en realidad no tienen respuesta. Hay algunas preguntas que podemos formular y son un camino para llegar a las respuestas correspondientes, hay otras preguntas que podemos formular que sencillamente no tienen respuesta alguna. No podemos ni siquiera imaginar cómo podría ser la respuesta, incluso en el caso de preguntas muy simples. Por ejemplo, supongamos que yo decido levantar mi dedo —y levanta el índice de la mano derecha—. ¿Cómo es que decidí hacer eso? Nadie tiene la menor idea. Ha sido un misterio durante milenios, un misterio que se mantiene como tal, y nadie tiene nada qué decir. Quizá sea una pregunta que está más allá del alcance de la inteligencia humana. Después de todo, somos criaturas orgánicas, no somos ángeles, y como otras criaturas orgánicas nuestras capacidades tienen cierto alcance y determinados límites, y podría ser que, y esto no es una idea muy popular, podría ser que la capacidad cognitiva humana tenga límites”. Quizá nunca sepamos cómo es que terminamos por levantar un dedo…