La
vida cambia lo que fue primero
y lo
que más tarde es no lo asegura,
y la
memoria, que el rigor madura,
no
defiende su fruto duradero.
Jorge Cuesta, No aquel que goza, frágil y ligero.
1
Fulminante, la instrucción bajó desde la
cumbre del organigrama. Después de un telefonazo, una reunión de menos de cinco
minutos con su jefe directo —un señor de corbatas carísimas recién llegado a la
institución—, en la que, sin previo aviso y de sopetón, mi amigo Galio Filio fue
enterado de que había perdido su empleo. Una resolución incontestable: a todas
luces, una destitución inmerecida. Quienes decidieron echarlo no aquilataron
que Galio realizara bien su trabajo, en particular su última encomienda. Unos
cuatro años atrás, de emergencia —el anterior directivo había desaparecido
súbitamente—, Galio Filio había sido promovido para encabezar una de las oficinas
de zona del organismo, en el cual, por cierto, llevaba más de un decenio
laborando. Con alrededor de dos mil empleados y complejos operativos en puerta,
había que evitar que cundiera la desorganización en aquella unidad. Mi amigo asumió
el cargo, tomó el timón y ajustó el rumbo. Con todo, fue cesado: a nadie
pareció importarle los indicadores que evidenciaban una gestión correcta, destacada
incluso, mejor al menos que la de otras oficinas de zona de la misma institución.
¿Entonces qué pasó? Una purga; todo apunta a que el único motivo por el que lo
despidieron fue porque, en su momento, lo había nombrado el director general precedente:
era un puesto de confianza, y los nuevos jerarcas del organismo público en el
cual prestaba sus servicios le tenían más confianza a otra persona que a Galio.
Punto: fin de ese tramo de la historia.
Naturalmente, no fue necesario que transcurriera
mucho tiempo para que Galio Filio pasara del pasmo al desconcierto, enseguida a
la frustración y de ahí al enojo. Un enojo doliente, pendular entre el saberse
injustamente tratado y la certeza de la propia impotencia frente al hecho. Todo
esto que cuento sucedió hace algunos años, pero recuerdo perfectamente la
plática que sostuvimos en un café uno de los primeros días posteriores a su
despido. Galio andaba de capa caída, y no era para menos. Luchaba por
concentrar sus ánimos en trazar una ruta hacia derroteros desconocidos: otro
empleo, nuevas metas profesionales, una dinámica de vida distinta… Desde ahí,
el futuro no presentaba más que dudas. Por aquel entonces, yo acabada de leer
los primeros tomos de 1Q84, de Haruki
Murakami (Kioto, 1949); traía fresco el aliento de aquellas páginas y, la
verdad, no hallaba qué decirle a mi afligido amigo, así que me pareció oportuno
referir la tajante afirmación del misterioso profesor Ebisuno, uno de los
personajes de la novela: “Lo que pase a partir de ahora es territorio ignoto
para todos. No hay un mapa. Lo que nos espera a la vuelta de la próxima esquina
no lo sabremos a menos que vayamos ahí”. Creo que Galio me miró desconcertado, quizá
hasta algo molesto, porque, claro, bien pensado, aquello no es más que es una
perogrullada bien redactada: ciertamente, con certeza no sabemos lo que va
suceder mañana, pero preferimos olvidarlo para poder tirarnos de lleno a las reconfortantes
ficciones de las agendas y los planes, a la ilusión de la seguridad y la
estabilidad.
— Lo que quiero decir es que, en estricto
sentido, hoy no podemos saber si la trastada que te hicieron va a terminar
siendo algo bueno o malo para ti…
— ¿No sabemos?
— No, no sabemos, porque no sabemos qué
nos espera a la vuelta de la esquina…
2
No sabemos qué nos espera. Además de lo
que te pasa —que te echen injustamente de tu trabajo o que recibas una
herencia—, lo mismo puede decirse de lo que nosotros mismos provocamos que nos suceda,
es decir, de las decisiones que tomamos. ¿Optamos adecuadamente? ¿Me caso o no
me caso? ¿Estudié realmente la carrera que me convenía?
¿Hice bien en no
involucrarme en aquel negocio? ¿Te hubiera ido mejor si tw hubieras quedado a
vivir con tus padres? En buena medida de todo esto trata la más reciente novela
del norteamericano Paul Auster (Nueva Jersey, 1947), 4 3 2 1 (Seix Barral, 2017). El protagonista, el joven Archie Ferguson
—uno de los cuatro—, plantea el siguiente problema a su amigo Noah:
“Tienes que ir a un sitio en coche. Es una
gestión importante y no puedes llegar tarde. Hay dos formas de llegar: por la
carretera principal o por la secundaria. Resulta que es hora pico, y en ese
momento del día suele haber bastantes embotellamientos en la carretera
principal, aunque si no se produce un accidente o una avería, el tráfico tiende
a ser lento pero fluido, y puede calcularse que el trayecto dura unos veinte
minutos, con lo que llegarías justo a tiempo a tu cita; en punto, sin que te
sobre un segundo. La carretera secundaria supone mayor distancia, pero hay
menos coches de que preocuparse, y si todo va bien puedes calcular la duración
del trayecto en unos quince minutos. En principio, la carretera secundaria
conviene más que la principal, aunque tiene un defecto: sólo hay un carril en
cada dirección, y si por casualidad te encuentras con un accidente o una
avería, es posible que te quedes atascado durante bastante tiempo, con lo que
llegarás tarde a la cita”.
Noah interrumpe; hace algunas preguntas de
orden práctico que no vienen al caso, puesto que la situación que se está
esbozando es teórica, así que Ferguson resume: se trata de una disyuntiva,
¿tomas la vía principal o la secundaria?
“Digamos que eliges la carretera principal
y llegas a tiempo a la cita. Ya no pensarás si has elegido bien, ¿verdad? Y si
vas por la carretera secundaria y llegas a tiempo, una vez más, ningún
problema, y nunca volverás a pensar en el asunto durante el resto de tu vida.
Pero ahora es cuando la cosa se pone interesante. Tomas la carretera principal,
hay un choque múltiple de tres vehículos, el tráfico queda colapsado durante
más de una hora, y mientras estás sentado en el coche lo único que piensas es
en la carretera secundaria y en por qué no has ido por ese camino. Te
maldecirás a ti mismo por no haber elegido bien y, sin embargo, ¿cómo ibas a
saber que no era la elección acertada? ¿Acaso puedes ver la carretera
secundaria? ¿Saber lo que está pasando allí? ¿Te ha dicho alguien que una
enorme secuoya [la conífera más alta que existe: llega a alcanzar 115 metros]
se ha caído en medio de esa carretera y ha aplastado a uno coche que pasaba,
matando al conductor y parando el tráfico durante tres horas y media? ¿Ha
consultado alguien el reloj y te ha dicho que si hubieras ido por la carretera
secundaria el coche aplastado sería el tuyo y el muerto serías tú? O de otro
modo: no se ha caído ningún árbol y tomar la carretera principal ha sido la
elección errónea. O si no: tomas la carretera secundaria y el árbol cae sobre
el conductor que va justo delante de ti, y mientras estás sentado en el coche
deseando haber ido por la carretera principal, no sabes nada de la colisión en
cadena de los tres vehículos que de todas formas te había hecho llegar tarde a
la cita. O incluso: no se ha producido ningún accidente múltiple y tomar la
carretera secundaria ha sido la mala elección”.
Noah le dice a su amigo no entiende a
dónde quiere llegar…
“Te estoy diciendo que nunca sabes si has
elegido bien o mal. Para saberlo, tendrías que conocer todos los hechos de
antemano, y la única forma de conocer todos los hechos de antemano es estar en
dos sitios a la vez, cosa que es imposible”, concluye Archie Ferguson.
3
Tiempo después de aquella plática, Galio
Filio fue contratado por una secretaría de Estado para que realizara un
diagnóstico sobre la situación en la que se hallaba cierto organismo. Un
trabajo bien pagado, pero eventual. Semanas después de que entregó el
documento, lo volvieron a llamar: lo contrataron entonces para que elaborara
una propuesta de reestructuración del mismo organismo que había evaluado. Una
vez concluido el nuevo encargo, a la vuelta de unos días, lo llamaron otra vez,
ahora para proponerle que se hiciera cargo de dirigir la institución y
comandara los cambios que había sugerido. No vaciló antes de aceptar: era una
posición mucho más relevante que la que había perdido, y sobradamente mejor
remunerada.
— ¿Ya ves? Uno nunca sabe… —o algo así habría
de decirle meses después de su nuevo nombramiento.
— ¡Seguro!, resultó que terminó yéndome
mejor, ¿no?
Desde entonces eso queremos pensar ambos.
En realidad, no sabemos, nunca sabemos…
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