Pero el mundo también se ha terminado antes para los seres humanos. Sobran los ejemplos, algunos a tiro de piedra: aquí mismo, en la ciudad en donde hoy escribo, el mundo se acabó hace justo 495 años: “El prendimiento de Cuauhtémoc, último señor de México-Tenochtitlán, y el fin del imperio de los culúas o tenochcas o mexicas o aztecas ocurrió la tarde del martes 13 de agosto de 1521, día de San Hipólito; para los mexicas era el día ce cóatl, segundo de la veintena xocolhuetzi, del año yei calli” (Hernán Cortés, José Luis Martínez). Claro, luego de que aquel mundo se fuera a la porra, sobre sus ruinas surgió otro, qué esperaban… Ahí está la clave para entender el concepto: el fin del mundo no es el fin del universo. En el mundo no cabe todo porque el mundo es finito.
La primera acepción que ofrece la RAE del vocablo mundo nos contradice, toda vez que lo define como el “conjunto de todo lo existente”, pero enseguida apunta: “Conjunto de todos los seres humanos”, con lo cual se contradice, porque, pongamos por caso, los macacos, si bien son tan primates como nosotros, pertenecen a otra familia, la de los cercopitécidos, de tal suerte que no son parte del mundo, y sin embargo existen. Y no conviene seguir buscándole tres pies al gato en el diccionario de la RAE porque le vamos a encontrar por lo menos quince acepciones distintas a la palabra, unas bien conocidas y empleadas cotidianamente por todos —v.g., la doce: “esfera con que se representa el globo terráqueo”—, y otras revelaciones sorpresivas, al menos para muchos—v.g., la once: “en el cristianismo, uno de los tres enemigos del alma, que tienta a las personas con el placer y la riqueza”—. Más y mejores luces ofrece la exploración etimológica: la palabra mundo proviene del latín mundus, mundi, vocablo que a su vez es un calco —esto es, una adopción, por traducción, de una palabra de otro idioma— del griego κόσμος, es decir, cosmos. Claro, en español igualmente tenemos tal palabra, que llegó también a través del latín, con el significado primario de “universo” y después, aquí sí por extensión, de “espacio exterior a la Tierra”, y por supuesto sinónimo directo de “mundo”. Sin embargo, pertinente resulta recordar que en griego la palabra originalmente expresaba más bien “orden”. Cosmos es lo opuesto al caos, al desorden. El ejemplo que suele traerse a cuento lo aporta el mismísimo Homero: “No había nacido aún el terrestre que compitiese con él [se refiere a Menesteo de Atenas] en ordenar (κοσμῆσαι) caballos y guerreros, portadores de escudos” (Ilíada. Canto II, verso 555). Debemos a Heráclito de Éfeso (c. 535 a.C. – c. 484 a.C.), de acuerdo a Estébanez García, el registro del uso más antiguo de la palabra cosmos con el sentido de mundo: “este cosmos, el mismo para todos, ninguno de los dioses ni de los hombres lo ha hecho, sino que siempre existió, existe y existirá como fuego siempre vivo…”
Obviamente, el fin del mundo nos dejó plantados hace unos días, sin embargo quizá no sean tiempos para tomarse a guasa la posibilidad… Señales, abundan.
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