En pantalla Dalila cortaba el pelo al cero a Sansón
Y en la última fila del cine, con calcetines aprendimos tú y yo
Juegos de manos, a la sombra de un cine de verano
Juegos de manos, siempre daban una de romanos
Joaquín Sabina, Una de romanos.
De Rómulo a Rómulo transcurrió más de un milenio. El primer Rómulo y su hermano Remo —herederos de Eneas, héroe de la Guerra de Troya, y por ello descendientes de Zeus— fundaron Roma en abril de 753 a. C. La asociación filial terminaría muy mal: Rómulo asesinaría a Remo por brincarse las trancas —desafiante, Remo había salido del pomerium de la naciente ciudad, y para su hermano aquello significó una afrenta imperdonable, así que lo mató—.
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Frontal de sarcófago incrustado en una pared del Palacio Mattei de Roma: el mito de Marte y Rea Silvia: Marte, dios de la pasión, la virilidad y la guerra, violó a Rea Silvia, a resultas de lo cual ella daría a luz a los célebres gemelos. |
Mil 163 años después, en el 410 de nuestra era, un tropel de guerreros visigodos asaltó la ciudad eterna; después de que en el siglo V a. C. un atajo de huestes galas había conseguido saquearla, era la primera vez que los bárbaros penetraban Roma. La decadencia se prolongaría: tuvieron que pasar casi setenta años para que apareciera el otro Rómulo, a quien tocaría en suerte ser el último jerarca del Imperio Romano de Occidente. Apenas quinceañero, Rómulo Augústulo había sido elevado al trono imperial por su padre, el general Orestes. En 476, Odoacro, un hérulo mercenario al servicio de los romanos, se rebeló contra Orestes, lo derrotó y le quitó la vida, para luego obligar a Rómulo a abdicar. Aunque su dominio era real y ejercía todas las funciones de un emperador romano, Odoacro adoptó el título de rey de Italia.
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Rómulo Augústulo se rinde a Odoacro con las insignias del imperio |
y se aguza como el llavín
de la celda de amor de un monasterio en ruinas.
Ramón López Velarde, La mancha de púrpura.
Benito llegó al mundo en Nursia, en el año 480 —no llegó solo, por cierto, sino con una melliza, Scolastica—. Por su localización —se ubica en el corazón de los Apeninos, en la región de Umbría—, Nursia se había salvado de muchas invasiones, pero toda Italia se encontraba devastada por la guerra, los saqueos y el forcejeo entre diversas tribus bárbaras. Tras el colapso imperial, la autoridad central era endeble, y muchas ciudades, incluida Nursia, sufrían frecuentes cambios de dominio. La inestabilidad campeaba. No resulta extraño que haya sido a Benito de Nursia a quien le tocó organizar la vida monástica en Occidente. Benito buscó la soledad y la contemplación en la montaña de Subiaco. Allí estableció algunas comunidades monásticas y escribió lo que se conocería como la Regla de San Benito, un conjunto de directrices que equilibraba la oración, el trabajo y el estudio, ordenando la vida comunitaria cristiana intramuros. Alrededor del 529, Benito fundó Montecasino, su monasterio más célebre, en una colina entre Roma y Nápoles —ese mismo año, Scolastica formó un convento para mujeres en la cercana Plumbariola, e instauró los principios ideados por su mellizo—. El de Benito no fue el primer monasterio —mucho antes, en el siglo IV, San Antonio Abad inició del monacato eremítico, San Pacomio instituyó monasterios en Egipto y San Basilio desarrolló las reglas monásticas en el Imperio Bizantino—, pero su Regla permitió a los monasterios convertirse en poderosos nichos culturales a lo largo de la Edad Media. Honorio III canonizó a Benito en 1220 —su gemela también es venerada como santa, y aunque no es precisa la fecha de su canonización, se celebra la fiesta de Santa Escolástica el 10 de febrero, un día después de la de San Benito—.
Los hermanos gemelos San Benito y Santa Escolástica
Los monasterios benedictinos jugaron un rol crucial en la propagación del cristianismo y en el resguardo de la tradición grecolatina. En el siglo X la orden entró en crisis, lo que motivó la reforma cluniacense. En España, se impulsó la creación de comunidades benedictinas, las cuales tuvieron su apogeo durante los siglos XII y XIII. En 1390, por iniciativa de Juan I de Castilla, comienza a operar el monasterio de San Benito de Valladolid, que se mantendría hasta el siglo XIX. Uno de los últimos monjes benedictinos de Valladolid fue Manuel Melchor Núñez de Taboada.
en qué idioma cae la lluvia
sobre ciudades dolorosas?
Pablo Neruda, El libro de las preguntas.
Manuel Melchor Núñez de Taboada nació en 1775 en Bendoiro, Pontevedra. De origen gallego, profesó en la orden de San Benito en Valladolid, pero su afinidad con las ideas liberales lo llevó a exiliarse en Bayona, Francia, en 1803. Allí se mantuvo como maestro de español y traductor; dominaba el francés y el inglés. Abandonó los hábitos religiosos en 1805 y se trasladó a París, donde abrió un negocio de traducción —Interpretation Générale et Traduction de toutes les langues, mortes et vivantes—. En 1828, regresó a España. No sabemos ni cuándo ni dónde falleció, aunque su última obra conocida, una traducción de un manual marítimo, se publicó en Burdeos en 1837. Núñez de Taboada es autor de varios libros para la enseñanza del español, tanto a franceses como a hispanohablantes; entre los más destacados están el Diccionario de la lengua castellana (1825) y la Gramática de la lengua castellana (1826). Su labor lexicográfica fue tan influyente que la Real Academia Española lo usó como referencia en sus propias obras.
Si vuelvo alguna vez por el camino andado
no quiero hallar ni ruinas ni nostalgia.
Lo mejor es creer que pasó todo
como debía.
José Emilio Pacheco, Certeza.
La palabra tristeza aparece en el primer diccionario del castellano, el Vocabulario español-latino de Antonio de Nebrija, de 1495. La palabra melancolía la encontramos desde 1607, en el Tesoro de las dos lenguas francesa y española. En cambio, la primera vez que aparece nostalgia en un compendio lexicográfico de nuestro idioma no es sin hasta 1825, en el Diccionario de la lengua castellana, de Manuel Núñez de Taboada. Publicada en París, la obra advertía en portada que para su “… composición se han consultado los mejores diccionarios de esta lengua, y el de la Real Academia Española”. Además, don Manuel presumía que su diccionario estaba “aumentado con más de 5000 voces o artículos, que no se hallan en ninguno de ellos”.
En la edición más reciente de su diccionario, la RAE da cuenta de dos acepciones para el vocablo nostalgia: “Pena de verse ausente de la patria o de los deudos o amigos” y “tristeza melancólica originada por el recuerdo de una dicha perdida”. Si bien la palabra tiene un origen etimológico en el griego —de νόστος [nóstos], «regreso», y ἄλγος [álgos], «dolor»)—, en realidad no proviene de la Antigüedad. Nostalgia es una invención que tiene poco más de trescientos cincuenta años. Fue acuñada en 1668 por un joven galeno, el suizo Johannes Hofer, quien quería dar nombre al “deseo doloroso de regresar” que había visto en algunos de sus pacientes. Hofer buscaba una palabra que expresase en todas las lenguas el significado del vocablo alemán heimweh, “deseo intenso de estar en casa”, “sufrimiento por estar separado de la familia”. Así que la definición que en 1825 ofrecía Núñez de Taboada era bastante atinada: entre nosotros/tras y nota, en su Diccionario de la lengua castellana, definía nostalgia como la “inclinación violenta que obliga a los que se han espatriado [sic] a volver a su país”.
Sabina canta —Con la frente marchita, 1990— que “no hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió”. Pensando en la primera acepción del vocablo acuñado por Johannes Hofer, la peor de las nostalgias es la que todos los humanos sentimos por el paraíso, ese deseo violento de regresar al lugar de donde, en realidad, jamás hemos sido expulsados.