Imposible saber quién es el ser
humano más antipático del mundo —antipático es alguien que causa antipatía, es
decir, un sentimiento de aversión, rechazo, repugnancia, odio incluso—. Imposible
saberlo, porque piénselo: nada impide que la persona más antipática del planeta
viva en una aldea perdida del remoto Altái occidental de Mongolia, o qué tal
que es una castrosa viuda encerrada en una desvencijada casona en la colonia
Juárez de la Ciudad de México que no sale más que para lo estrictamente
indispensable y no le habla a nadie… Nada impide que el ser humano más
antipático del mundo sea un esquimal que amarga la vida de cinco o seis
familiares suyos y de su cuadrilla de perros, o un multimillonario californiano
tapiado en un bunker de plomo y hierro a varios metros bajo tierra… De hecho, una
de las consecuencias naturales de la antipatía es, al menos en condiciones
normales, el aislamiento de la persona que la padece en carne propia y la hace
padecer a quienes la rodean. La antipatía tiende a dificultar la interacción
social. En un entorno
social medianamente libre y diversificado, la antipatía mantenida conduce al retraimiento.
Así que, dada la naturaleza de la antipatía resulta imposible saber quién es el
ser humano más antipático del mundo… Pero lo que sí podríamos saber es qué
persona es la que provoca antipatía en más gente, es decir, quién es el fulano
o fulana que le resulta antipático a más congéneres. Por descontado, hoy día
tendrá que ser alguien con una exhibición mediática extrema, global… Creo que a
estas alturas ya cualquiera que me esté leyendo tiene definido su candidato.
Como seguramente también usted lo cree, me parece que el ser humano que genera
antipatía en más humanos es míster Orange-gután. Es más, considerando que nunca
había habido ni tantos sapiens vivos —más de 8,240 millardos— ni tanta gente comunicada
entre sí, aventuro que el aludido esperpento norteamericano es el ser humano
que más millones de malquerientes ha logrado acopiar en toda la historia de la
humanidad…, lo cual no es poco.
martes, 12 de agosto de 2025
El sapiens con más malquerientes de la historia
domingo, 10 de agosto de 2025
Los más influyentes
En su libro Socrates Meets Jesus, Peter Kreeft (1937) sostiene (traduzco):
Jesús y Sócrates son sin duda los dos hombres más influyentes de la historia. Las dos raíces principales de la civilización occidental son la cultura bíblica (judeocristiana) y la clásica (grecorromana). Así como Jesús se sitúa en el corazón de la primera, Sócrates lo hace de la segunda.
Pero el segundo juicio contradice al primero: la historia del mundo, por supuesto, no se reduce a la civilización occidental. Limitar la historia de los seres humanos a la civilización occidental implica ignorar las ricas y milenarias contribuciones de otras culturas, como las antañonas civilizaciones de Asia —China, India, Japón, Persia—, el mundo islámico, las culturas precolombinas americanas, y las culturas africanas y oceánicas. Estas tradiciones han dado lugar a cosmovisiones, gastronomías, expresiones artísticas, sistemas políticos, ciencia… Por otra parte, la mayor parte de la humanidad no se encuentra en la órbita occidental: actualmente, no más de una cuarta parte de la población mundial vive en el ámbito de la civilización occidental —Europa, América, Oceanía y algunas regiones con fuerte influencia judeocristiana y grecorromana—, y aunque esta cifra es significativa —alrededor de 1,850 millones de personas—, la mayoría de la humanidad reside fuera de este marco.
Considerando lo anterior, resulta difícil estar de acuerdo en que Jesús y Sócrates son los dos hombres más influyentes de la historia, puesto que estaríamos dejando fuera a personajes como Confucio, Buda y Mahoma, quienes han marcado profundamente el pensamiento y la conducta de miles de millones de personas —más o menos el 47% de la población mundial vive influenciada por el budismo, el confucianismo o el islam—.
Bien, entonces reformulemos la cuestión: ¿Jesús y Sócrates son los hombres más influyentes de la historia de la civilización occidental? Pensemos no en dos, ampliemos a cinco, y tratemos de acotar un poco qué entendemos por “influyentes”: ¿quiénes son las cinco personas más influyentes de la civilización occidental, a lo largo de toda su historia y considerando a la cantidad de gente cuyas vidas se encuentran actualmente afectadas para bien o para mal por ellas?
Enseguida, los cinco personajes más influyentes de la civilización occidental, según los principales chatbots —modelos de lenguaje grandes (LLM)—:
ChatGPT
1. Jesús de Nazaret
Figura central del cristianismo. Ha moldeado la religión, moral, cultura y política de Occidente y buena parte del mundo durante dos milenios.
2. Platón
Fundador de la tradición filosófica occidental. Impacto enorme en la metafísica, ética, política, educación…; sus ideas aún nutren el pensamiento contemporáneo.
3. Aristóteles
Su enfoque sistemático influyó en casi todas las áreas del conocimiento y su obra fue pilar durante la Edad Media y el Renacimiento.
4. Moisés
Figura fundacional del judaísmo, cuyas leyes y enseñanzas han permeado la tradición judeocristiana y, por ende, la cultura occidental.
5. Isaac Newton
Sentó las bases del método científico moderno y la física clásica, transformando radicalmente la comprensión del mundo y la tecnología.
Para este artilugio, Sócrates, maestro de Platón quien a su vez tuvo por discípulo a Aristóteles, no entra en la lista. Curiosamente, considera a Moisés, fundador de una religión que hoy en el todo el orbe difícilmente alcanza los veinte millones de practicantes —el sijismo, por ejemplo, una religión fundada a finales del siglo XV en la India, por Guru Nanak, tiene más de treinta millones de fieles—.
Deepseek
También coloca a Jesucristo en primer lugar.
2. Karl Marx
Padre del socialismo científico y del comunismo moderno. Su pensamiento inspiró revoluciones (URSS, China, Cuba) y sigue influyendo en movimientos políticos y económicos, afectando a miles de millones.
3. Isaac Newton
4. Aristóteles
5. Albert Einstein
Revolucionó la física con la teoría de la relatividad y sentó las bases de la energía nuclear. Su trabajo afecta la vida diaria y la geopolítica.
Tampoco la AI de los chinos considera a Sócrates.
Grok
El chatbot de X coincide en cuatro personajes con las anteriores respuestas:
1. Jesucristo
2. Aristóteles
3. Isaac Newton
4. Karl Marx
Sin embargo, su última selección resulta sorpresiva —quizá al leer su nombre no sepas quién es, y digo es porque el personaje sigue vivo—:
5. Tim Berners-Lee
Inventor de la World Wide Web, transformó la comunicación, la economía y la sociedad al democratizar el acceso a la información. La web afecta a miles de millones diariamente.
Gemini
La IA de Google también ubica en primer lugar a Jesucristo, pero enseguida enlista a dos personajes no mencionados hasta ahora:
2. Julio César
No sólo expandió el poder de Roma, también transformó la República en un imperio, sentando las bases para el modelo de gobierno que dominó Europa durante siglos.
3. Johannes Gutenberg
Su invención, la imprenta de tipos móviles, es una de las innovaciones tecnológicas más influyentes de la historia.
Gemini completa su quinteta con Newton y Marx.
Kimi-K2
Los primeros cuatro: Jesucristo, Aristóteles, Newton, Gutenberg…, pero en último sitio no coloca a Marx, sino a…
5. Adam Smith
Su descripción del mercado como mecanismo de coordinación pacífica se convirtió en el marco mental de la economía global. Capitalismo, socialdemocracia y planificación soviética se definieron en diálogo con él.
En todos los casos, extraño dos nombres: Charles Darwin y Sigmund Freud.
Ahora, cuando pedí a los mismos motores de IA quién es la mujer más influyente de la civilización occidental, todos coincidieron en la respuesta: María, por ser la madre de Jesús. Me sorprende porque hasta donde entiendo todos los demás también tuvieron madre.
martes, 5 de agosto de 2025
El socrático Don Quijote
Los hechos narrados por el alcalaíno Miguel
de Cervantes (1547-1616) en el capítulo XLII de la segunda parte de El
ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha se sitúan en el segundo bloque
de la primera salida del dilecto personaje. En aquel momento, El Caballero de
la Triste Figura y Sancho Panza han vivido ya varias desventuras a causa de las
fantasías caballerescas del manchego. El capítulo se desarrolla en la casa don
Diego de Miranda, un noble que acoge a los protagonistas y comparte con ellos
sus ideas y experiencias. Sancho confiesa a don Quijote sus dudas sobre
gobernar Barataria, la ínsula que supuestamente le ha sido prometida como
recompensa por sus servicios como escudero. Con su peculiar lógica y humor, Sancho
revela su incertidumbre sobre su capacidad para desempeñar labores de gobierno,
temiendo no estar a la altura de las responsabilidades. Don Quijote, por su
parte, lo anima, dándole además diversas recomendaciones sobre cómo debe
comportarse como gobernador; destaco una de ellas:
… has de poner los ojos en quien eres, procurando conocerte a ti mismo, que es el más difícil conocimiento que puede imaginarse. Del conocerte saldrá el no hincharte como la rana que quiso igualarse con el buey; que si esto haces, vendrá a ser feos pies de la rueda de tu locura la consideración de haber guardado puercos en tu tierra.
Al batracio al que Don Quijote se refiere es
el de la fábula “La rana y el buey”, de Cayo Julio Fedro (c. 14 a. C. – 50 d.
C.).
En cierta ocasión una rana vio a un buey en un prado y, envidiosa de tan gran corpulencia, infló su piel arrugada. Entonces preguntó a sus hijos si era más grande que el buey. Ellos dijeron que no. De nuevo estiró su piel con mayor esfuerzo y otra vez preguntó quién era más grande. Ellos dijeron que el buey; finalmente, llena de indignidad, al querer inflarse con más fuerza, cayó en el suelo reventada.
Unos seis siglos antes, Esopo había ya
escrito una fábula equivalente, “El gusano y la serpiente”:
Había una higuera en el camino. Un gusano, que vio a una serpiente dormida, sintió envidia de su tamaño. y al querer igualarla se echó a su lado e intentó estirarse, hasta que, por esforzarse tanto, sin darse cuenta, se rompió.
Así, don Quijote le dice a Sancho que, si
se conoce a sí mismo y mantiene la humildad, su pasado como porquero no será
motivo de vergüenza. Pero si se infla de orgullo y olvida su origen, ese pasado
se volverá grotesco y lo arrastrará al ridículo, como parte de una locura
absurda en la que el humilde se cree grande sin razón.
Por supuesto, la recomendación de don
Quijote a Sancho no es otra que la célebre máxima griega γνῶθι σεαυτόν (gnōthi
seautón), inscrita en el templo de Apolo en Delfos y atribuida
tradicionalmente a Sócrates. Nosce te ipsum, en latín, es mucho más que una simple exhortación: es
un principio filosófico que atraviesa la historia del pensamiento de la
tradición occidental. Cervantes fue un lector literatura clásica grecorromana.
La máxima “conócete a ti mismo” era ampliamente conocida en el Renacimiento, no
sólo por los textos de Platón y Cicerón, sino también por los manuales morales
y políticos del siglo XVI.
Desde hace mucho es generalizada la
creencia de que la máxima “conócete a ti mismo” fue ideada por Sócrates (470 –
399 a. C.). Aquí mismo me he referido ya a este
desacierto; no voy a repetir la explicación, sólo diré que es una
genialidad de Cervantes, ¡otra!, poner en boca de su loco entrañable la máxima
apolínea.
domingo, 3 de agosto de 2025
El oráculo, la cruz y el diván
¿Quién es Víctor Eremita, Johannes de Silentio, Constantin Constantius, Johannes Climacus, Vigilius Haufniensis, Un Casado, Frater Taciturnus, Hilarius Bogbinder, Anticlimacus y Nicolaus Notabene? Tres pistas: 1) no pregunto quiénes son, sino quién es; 2) Johannes de Silentio aparece como autor de Temor y temblor (1843); 3) Vigilius Haufniensis —apelativo que podríamos traducir como “El vigilante de Copenhague”— firmó la obra El concepto de la angustia (1844).
Por supuesto, cada uno es un pseudónimo y todos ellos fueron “máscaras dialécticas” de una misma persona, el filósofo Søren Kierkegaard (1813-1855). En 1844, usando el sobrenombre de Johannes Climacus —quien, por cierto, existió realmente: fue un asceta del siglo VII—, Kierkegaard publicó Philosophiske Srnuler eller En Srnule Philosophi. En el mundo anglosajón, habitualmente este libro se ha traducido como Philosophical Fragments, lo cual resulta poco adecuado, mientras que al español se ha traducido de manera más atinada: Migajas filosóficas o un poco de filosofía, palabras que expresan mejor la ironía de Kierkegaard.
En el capítulo inicial de sus Migajas filosóficas, el joven danés —tenía entonces 31 años— explica con cortesía la noción de reminiscencia platónica —decimos platónica, aunque Aristocles, alias Platón (427 – 347 a. C.), la presenta por interpósita persona: su maestro Sócrates (470 – 399 a. C.), el héroe intelectual de los Diálogos—. Kierkegaard parte de una pregunta: ¿es posible aprenderse la virtud, es decir, la verdad, el conocimiento? En efecto, en el Protágoras, Sócrates argumenta que las virtudes (justicia, templanza, valor, etcétera) no son distintas, sino que forman parte de una sola y misma virtud: la sabiduría o conocimiento. En el Eutidemo, el mismo personaje propone que toda acción que conduce al bien requiere conocimiento, y de este modo, el bien proviene necesariamente del conocimiento, por lo que la virtud se equipara a sabiduría. Y en el Menón propone: “Si la virtud es ciencia, entonces es posible enseñarla.” Pero enseguida trae a cuento la llamada Paradoja de Menón: si la verdad debe aprenderse, es porque no está en el sujeto; por lógica y en contraparte, sería imposible buscar lo que ya se sabe pues no hay necesidad…, ¡pero tampoco lo que no se sabe! ¿Por qué? Porque no se tiene idea de qué buscar. Menón —según Jenofonte y Diodoro Sículo, Menón fue un político y general probablemente originario de Tesalia— interpela a Sócrates en estos términos:
¿Cómo vas a buscar algo, Sócrates, si no sabes en absoluto lo que es? ¿Qué clase de cosa vas a buscar? Y si lo encontraras, ¿cómo sabrías que eso es lo que estabas buscando?
Platón, también por boca de Sócrates, soluciona esta paradoja apelando a la doctrina de la anámnesis o reminiscencia. El alma es inmortal y ha conocido todas las verdades en vidas anteriores, así que el conocimiento está potencialmente en el sujeto: no se adquiere ex novo, sino que se reactualiza desde la interioridad del alma. Cuando nos hacemos de una verdad, en realidad no la aprendemos, sino que la recordamos mediante las preguntas adecuadas, entonces un alma ignorante puede “recordar” una verdad que no sabía conscientemente. Kierkegaard lo resume así:
Sócrates resuelve la dificultad a través de la idea de que todo aprender y todo buscar es sólo recordar, de tal modo que el ignorante no necesita más que rememorar para llegar a ser consciente de lo que sabe.
Por cierto, apenas lo anoto de paso, esta noción resulta sorprendentemente afín al objetivo del psicoanálisis según Sigmund Freud (1856-1939): hacer consciente lo inconsciente, o mejor, “trasportar lo inconsciente a lo consciente” (Conferencia 19, Resistencia y represión). El analista sería entonces, como Sócrates, una comadrona, un partero del saber.
Søren Kierkegaard, él bajo el pseudónimo de Johannes Climacus, propone una solución distinta a la Paradoja de Menón. Niega que el conocimiento esté en la persona y que baste una mediación para evocarlo. Para él, si el individuo está en la no-verdad, no puede por sí mismo producir la verdad. La verdad debe venir desde fuera de él. Aquí aparece la noción cristiana de la encarnación del Maestro —el Dios hecho hombre— y la idea de que la verdad debe ser comunicada por el Absoluto en el tiempo: un evento paradójico e irracional desde la lógica humana, lo que Kierkegaard llama “el instante”. Ese instante es el punto de irrupción entre lo eterno (la verdad) y lo temporal (el individuo), donde se da el salto de fe. No hay camino racional desde la ignorancia a la verdad; lo que hay es una conversión, un cambio radical de existencia posibilitado por la intervención del Maestro (Jesús), quien no enseña la verdad, sino que es la Verdad.
Una misma tesis —que el mal es inseparable de la ignorancia— recorre el pensamiento de Sócrates, Freud, Kierkegaard y Jesús.: el mal no se opone al conocimiento, sino que proviene de su falta. El ignorante no es culpable de no saber; su culpa, si acaso, radica en no querer saber. De ahí la necesidad de un partero —el filósofo, el analista, el maestro absoluto— que ayude a romper la inercia de la inconsciencia. Sócrates lo hace por la vía mayéutica; Freud, a través de la transferencia y la interpretación; Kierkegaard, con la exigencia del salto de fe. Jesús, por su parte, no apela a la memoria ni al método, sino al perdón: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas, 23:34). La frase no niega la violencia de la acción, pero suspende la condena del agente: no hay odio, sino ignorancia; no hay herejía, sino ceguera. Sócrates que no enseña, sino que hace que el otro recuerde; el analista que no instruye, auxilia a metabolizar pensamiento al paciente; Jesús no transmite una verdad, sino que encarna la Verdad… Y claro, todos ellos suponen que el saber transforma.
Diálogos mayéuticos, migajas de filosofía, parábolas celestes, asociaciones libres…, puede que no hallemos nunca la verdad definitiva, y quizá por eso el oráculo, la cruz o el diván sigan teniendo adeptos.