Un blog apasionado, incondicional y sobre todo inútil sobre esos objetos planos, inanimados, caros, arcaicos, sin sonido estereofónico, sin efectos especiales, y sin embargo maravillosos llamados libros.

domingo, 14 de septiembre de 2025

Somos legión

  

… somos ese quimérico museo de formas inconstantes.

Borges, Elogio de la sombra.

 

 

Cerdos

 

Cada uno es multitud. En un ensayo anterior, Uno mismo no es uno, argüía: “Eso de que uno es uno es mentira, puro cuento: ficción. Uno, uno mismo, no es uno: uno es un montón. Uno es legión”. ¿Legión?

 

Con algunas variantes, Marcos 5:1-20, Lucas 8:26-39 y Mateo 8:28-34 cuentan la misma historia. Enseguida, me permito escribir una versión integrada a partir de las tres narraciones, usando todas las coincidencias y, cuando hay diferencias, optando por las variantes que aparecen en dos evangelios o que enriquecen el relato: 

Y aconteció que Jesús y sus discípulos llegaron a la otra ribera del mar, a la región de los gergesenos, frente a Galilea. Apenas Jesús bajó de la barca, se acercó un hombre que estaba poseído por un espíritu inmundo. Vivía desnudo entre los sepulcros, y nadie había podido controlarlo, pues, aun cuando le ataban con cadenas y grilletes, él las rompía y escapaba. De día y de noche andaba dando voces por los montes y en las tumbas, e hiriéndose con piedras. Al ver a Jesús, el hombre corrió y se postró delante de Él: “¿Qué quieres de mí, Jesús, Hijo del Dios Altísimo? Te ruego que no me atormentes.” Jesús le ordenó: “Espíritu inmundo, sal de este hombre. ¿Cómo te llamas?” Y él respondió: “Mi nombre es Legión, porque somos muchos.” Los demonios suplicaron a Jesús que no los desterrara de aquella región. Y había allí un enorme hato de cerdos que pacían en el monte, cerca de dos mil. Y los demonios le rogaron: “Déjanos ir a aquella piara de cerdos, para que entremos en ellos”. Jesús lo permitió y los espíritus inmundos salieron del hombre y se metieron en los cerdos. En un instante, todos los animales se precipitaron por un despeñadero hacia el agua, y se ahogaron. Los lugareños vieron todo, y aterrados corrieron a contar lo que había pasado. Encontraron al hombre que antes estaba poseído, ahora tranquilo, vestido y sentado a los pies de Jesús, en su juicio y con la libertad restaurada. El hombre quería ir con Jesús, pero Él le ordenó que regresara a su casa y contara lo que el Señor había hecho por él. Asombrados y temerosos, los habitantes de la región le rogaron a Jesús que se marchara. Jesús partió de la comarca, dejando tras de sí el testimonio de la libertad que sólo Él puede dar.

 

 

Soldados

 

La palabra legión es antiquísima en nuestro idioma; su primera aparición en un diccionario castellano data de 1570 —Vocabulario de las dos lenguas toscana y castellana, de Cristóbal de las Casas—. Legión proviene del sustantivo latino legio, derivado del verbo legere. Este verbo es de los fundamentales del latín clásico; posee el significado primario de “escoger”, “juntar” o “reclutar”. La definición de una legión como un cuerpo de tropas está intrínsecamente ligada al acto inicial de su formación, la selección deliberada de sus miembros.

 

El verbo legere procede de la raíz indoeuropea, *leg-, de la cual se derivan un montón de palabras en diversas lenguas, se asocia con la acción de recoger o juntar. Por ejemplo, el verbo griego λεγειν (legein) comparte la misma raíz y ostentaba el doble significado de “escoger” y “hablar”. La pervivencia de este concepto a lo largo de milenios y en culturas tan influyentes como la griega y la romana subraya la universalidad de la noción de agrupar y seleccionar con un propósito determinado. Aunque el significado original de legere era “escoger” o “juntar”, en latín tardío y en las lenguas romances el verbo también adquirió el sentido de “leer”, y de hecho de ahí proviene el verbo español leer. A primera vista, la acción de “reclutar soldados” y “leer un libro” parecen inconexas; sin embargo, ambas operaciones consisten en un proceso de selección y agrupamiento. De la misma manera que una legión está compuesta por hombres reclutados y agrupados, la lectura consiste en agrupar determinadas letras para formar palabras, con las que se forma una oración. La palabra legióncapta la esencia del método bélico romano: un sistema meticuloso de reclutamiento y organización. 

 

En sus primeras manifestaciones, durante la época de los reyes de Roma, el término legio se utilizaba para referirse a la totalidad del ejército, integrado mediante el reclutamiento de los ciudadanos. Este uso primigenio reflejaba el concepto de un cuerpo reunido en el sentido más amplio. Con el advenimiento de la República, la legio se dividió, con cada uno de los dos cónsules al mando de una. Con el tiempo, el término se estandarizó para designar una unidad militar específica compuesta tanto de infantería como de caballería. El tamaño de esta unidad fue variable, adaptándose a las necesidades de cada época, desde los 4,200 hombres reportados por Polibio hasta los 6,200 descritos por Tito Livio.  En cualquier caso, la legión romana no era una masa de soldados desorganizada; era un modelo de orden y disciplina. La transición del significado de legión desde una unidad militar específica a una metáfora para referirse a una multitud da cuenta del impacto psicológico y cultural de las fuerzas romanas. El tamaño, la disciplina y el prestigio de las legiones eran tales que la palabra trasmutó en un sinónimo de una cantidad abrumadora.

 

El enunciado “Me llamo Legión, porque somos muchos”, pronunciado por el endemoniado del que se habla en el Nuevo Testamento, selló la asociación del término con una multitud inmensa e indefinida. Este ejemplo bíblico resulta especialmente interesante porque, a pesar de que la palabra originalmente se refería a una unidad organizada y meticulosamente seleccionada, su uso figurado lo asocia con una aglomeración innumerable y caótica.

 

 

Holobionte

 

Cada uno es multitud. Nosotros, usted, yo, somos legión. De entrada, biológicamente, estamos peor que el endemoniado gergeseno, quien fue poseído por unos dos mil espíritus inmundos.

 

Según el consenso científico más reciente, un humano adulto promedio —un varón de 70 kg— se integra por alrededor de 37 billones de células. De ellas, una abrumadora mayoría —84%, unos 26 billones— son eritrocitos, es decir, glóbulos rojos, células extraordinariamente simples respecto al resto: sin núcleo ni orgánulos, con un metabolismo limitado —obtienen energía únicamente por glucólisis anaerobia— y una morfología uniforme. Por lo demás, dada su intensa carga de trabajo y su estructura simplificada, los eritrocitos tienen una vida corta, de aproximadamente 120 días. Así que bien podemos decir que, a nivel celular, somos un río en constante fluir: más de cuatro quintas partes de nosotros mismos se renueva tres veces al año. En cuanto a las neuronas, si bien son muchos menos y son una minoría numéricamente sorprendente de menos de 0.3% de nuestras células, integran un ejército de alrededor de 86 mil millones. Por supuesto, además de eritrocitos y neuronas, nos conforman muchos más tipos de células: por ahora se han identificado más de cuatrocientos tipos diferentes y se piensa que hay muchos más. 

 

Quizá usted esté pensando que la cantidad de células que nos integran, por muchas y más diversas que sean, no nos hace seres múltiples y no únicos, puesto que, en última instancia, cada célula es nosotros mismos. Y eso es cierto, incluso a nivel subcelular: en principio, todas las células de un individuo comparten un genoma nuclear común que lo identifica como tal. Pero no estoy pensando en nuestras propias células cuando digo que biológicamente estamos peor que el endemoniado del que hablan los Marcos, Mateo y Lucas. No, pienso en los otros, en los demás.

 

El cuerpo humano es, en realidad, un vasto ecosistema que alberga una inmensa población de microorganismos: hay en nosotros más seres vivos que no somos nosotros más que células nuestras. Somos un holobionte, una super-entidad biológica compuesta por el huésped humano y sus comunidades microbianas simbióticas. Hoy día las estimaciones sitúan la proporción en 1.3 células bacterianas por cada una humana, lo que se traduce en una población bacteriana de entre 39 billones y 48 billones de individuos. Sin embargo, esta cifra se ve superada de manera exponencial por la población viral. El cuerpo humano alberga un estimado de 380 billones de virus, una cifra diez veces mayor que la población de bacterias, de los cuales la inmensa mayoría son bacteriófagos que coexisten de manera inofensiva y regulan el equilibrio bacteriano.

 

La funcionalidad del microbioma es tan vital como su número. Las comunidades microbianas actúan como un “órgano metabólico” y un “segundo cerebro”, desempeñando roles esenciales que van desde la fermentación de fibras no digeribles para la recuperación de energía y la síntesis de vitaminas, hasta la modulación del sistema inmune y la comunicación bidireccional a través del eje intestino-cerebro. Además de las bacterias y los virus, el microbioma humano es un tapiz de vida que incluye organismos de otros dominios y reinos. Los hongos, aunque son menos abundantes, son un componente esencial. La Candida albicans, por ejemplo, es un habitante común de la boca y el tracto intestinal, pero un desequilibrio puede causar infecciones como la candidiasis. En la piel, el hongo Malassezia es un miembro residente crucial de nuestro ecosistema cutáneo. Un dominio de vida menos conocido, pero también vital, son las arqueas. En el intestino de los seres humanos la arquea Methanobrevibacter smithii es la especie predominante. Su función principal es la metanogénesis, el consumo de subproductos de la fermentación bacteriana. Por último, el cuerpo también alberga eucariotas. Los protozoos son formas de vida unicelulares; si bien muchos de los que residen en el intestino son inofensivos, algunos pueden causar enfermedades graves como la giardiasis o la malaria.

 

El valor del microbioma humano no reside en su simple existencia, sino en su funcionalidad. Las comunidades microbianas no son meros pasajeros, sino socios metabólicos, inmunológicos y neurológicos que han coevolucionado con el huésped para contribuir a la homeostasis. El microbioma es tan importante como los principales órganos como el cerebro, el hígado o el corazón. El cuerpo humano es un ecosistema simbiótico de una complejidad asombrosa, un holobionte en el que la vida humana y la vida microbiana están inextricablemente entrelazadas. Las estimaciones más recientes demuestran que, en términos de número, somos una entidad microbiana, con una población viral que supera con creces a la bacteriana y a nuestras propias células. Este vasto y diverso mundo interior no es accesorio, es un orden biológico que desempeña funciones esenciales para la digestión, el metabolismo, la modulación del sistema inmune e incluso la salud mental.

 

 

Cosmos

 

Así que uno es un demonial. El mundo de virus y microorganismos que nos habita no es un caos, sino un cosmos, un orden del cual depende nuestra vida: no es un conjunto aleatorio de microorganismos, sino legiones, un ecosistema altamente organizado y fundamental para nuestra existencia… Y quizá así, quiero decir, quizá todo sea cósmico, ordenado: quizá llamamos caos a lo que no comprendemos.

domingo, 7 de septiembre de 2025

La espiral del silencio

  

Cuando la verdad es reemplazada por el silencio,

el silencio es una mentira.

Yevgeny Yevtushenko

 

 

 

“La mayoría de los mexicanos vieron con buenos ojos el intento de madriza en el pleno del Senado”. Así, textual.

 

¿Quién lo dijo? Un truhan, un bufón que ya no da risa, un bufón que ya no apuesta por la risa sino por el enojo, ya no por el sentido del humor sino por la ira: un tal Brozo. ¿Dónde lo dijo? Desde el autoexilio, en su cada vez más virtual espacio en LatinUS, que, hay que subrayar, más que responder a los intereses de los latinos lo hace a los de los US. ¿Con quién lo dijo? Teniendo como invitada a otra prócer de la Patria y ejemplo excelso de mesura y objetividad, la senadora panista Lilly Téllez. He ahí las circunstancias que forman el contexto. ¿Cómo poner en duda las palabras del amargadísimo cómico? ¡Qué importa que no haya presentado prueba alguna! Seguro él no necesita encuestas para saber lo que piensa y siente la mayoría de los más de 130 millones de seres humanos que habitamos México.

 

De nuevo: “La mayoría de los mexicanos vieron con buenos ojos el intento de madriza en el pleno del Senado”. El aserto del payaso se refería al episodio ocurrido el 27 de agosto pasado, en la casona de Xicoténcatl, cuando el presidente nacional del PRI, el senador Alejandro Moreno Cárdenas, se trepó a la tribuna, resguardado por cinco canchanchanes de su partido, para agredir a golpes, con premeditación, alevosía y ventaja, al presidente del Senado, el morenista Gerardo Fernández Noroña. Esa civilizada manera de dirimir las diferencias —“a chingadazos”, según las propias palabras del priísta aludido— fue, según Brozo, “vista con buenos ojos por la mayoría de los mexicanos”. 

 

Y si quedaba alguna duda, el estropeado payasejo dijo: “La gente le aplaudió a Alito”. Ojo: “la gente”, ya no la mayoría de los mexicanos, ahora “la gente”, toda, porque, se entiende, para el súper ego maquillado del señor Víctor Trujillo quienes no aplaudimos la conducta porril del campechano priísta quizá seamos camellos o palmeras de camellón o piedras o marcianos, pero no gente. Al menos no gente como la que conforma su auditorio.

 

La argucia del payaso de Latinus es simple y, aunque hoy potenciada por la tecnología, milenaria: se mantiene a un grupito de despistados engañado diciéndoles, pongamos, que a los marranos les salieron alas y están aprendiendo a volar o que AMLO vive en un bunker bajo tierra en Palenque o que la presidenta recibe instrucciones desde el Kremlin, o lo que sea, cualquier cosa, la barrabasada que ustedes gusten…, y además, muy importante, con frecuencia se les dice machaconamente que la mayoría de la gente piensa así, exactamente igual que ellos. Entonces, ¡bingo!, los integrantes de ese grupito de personas, no importa cuántos sean, y menos importa entre más dispersos estén, pasan a considerarse a sí mismos “la gente” —una variante común es engatusarlos haciéndoles saber que así, como ellos, piensan los inteligentes, los bien informados—. Ahora, siempre existe el inconveniente, por supuesto, de que resulta imposible mantener a nadie el 100% de su vida pegado a la pantalla mirándote y que, por tanto, todos los miembros del grupo habrán de enfrentarse eventualmente a ese molesto inconveniente que llamamos realidad, realidad en la que, además, abundan los otros, los demás, los que piensan diferente o al menos no, en este caso, como Brozo. Entonces, para defender la sugestión también tienes que proveerlos continuamente de las argucias e insultos que les permitan decirle a los molestos otros que no, que los equivocados son ellos y que, además, son, claro, una minoría rascuache.

 

El payasejo no es un caso aislado. Brozo, LatinUS, las señoras Téllez y Dresser, los señores Ciro y Alazraki, los Chumeles y los Zuckermanns, el propio Alito, el panista Romero y, desafortunadamente, con ellas y con ellos la mayoría de los medios tradicionales y sus huestes de lectores de noticias y bulos y opinócratas caídos en desgracia, actúan como una cámara de eco para un determinado segmento de la población, un segmento ciertamente minoritario pero que se cuenta por millones, haciendo pasar su postura como mayoritaria. Los discursos del payaso y el de la… senadora alimentan un sesgo de confirmación: su audiencia consume su contenido porque refuerza sus creencias previas. Buscar pruebas para seguir creyendo es más fácil que poner a prueba nuestras creencias.

 

¿Y cómo es posible que siendo en realidad minoritarios resuenen tanto y repercutan en el ágora nacional? En buena medida porque del otro lado hay una mayoría cuya postura está escasamente representada en medios. Por ejemplo, usando el mismo caso: prácticamente todos los periódicos reportaron primero en línea y al otro día en sus ediciones impresas que el episodio se había tratado de “un pleito”, de “una confrontación” entre Alito y Fernández Noroña, y no de lo que a evidentemente fue: una agresión física del priísta a la cual la parte agredida no tuvo respuesta. Así también fue difundido el asunto en la mayoría de los noticieros de radio y televisión. ¿Y los lectores, el público, las audiencias?

 

La socióloga alemana Elisabeth Noelle-Neumann explica que muchas personas tienden a ocultar sus opiniones cuando perciben que son diferentes respecto a lo que se dice en los medios hegemónicos, por miedo al aislamiento social. Postula que la opinión pública actúa como una especie de “piel social”, regulando la integración y el aislamiento. “La espiral del silencio”, así nombró Noelle-Neumann a su teoría (Elisabeth Noelle-Neumann, The spiral of silence: public opinion, our social skin, 1984). La alegoría de la espiral es acertada porque de alguna manera da cuenta de la paradójica situación que se pretende explicar: cuantas más personas callan sus posturas disidentes respecto a la versión de los hechos que los medios difunden, más palmariamente parecen ser minoría. La opinión difundida como mayoritaria se consolida y se amplifica, aunque no refleje necesariamente el parecer real de la sociedad. Un círculo vicioso que consolida el llamado“clima de opinión”: la percepción de lo que “la mayoría piensa”. Así, los medios de comunicación pueden crear la impresión de que ciertas posturas son mayoritarias cuando realmente no lo son. La opinión pública no es lo que cada uno de nosotros piensa, tampoco su agregado, sino aquello que uno considera que puede expresar en público sin riesgo de aislamiento social.

 

La violencia simbólica de la que habló Pierre Bourdieu puede, en efecto, tener cara de payaso. Lo verdaderamente importante no es la burda mentira de un bufón deslucido ni el castigo por el lamentable suceso ocurrido en el Senado, sino el modo en que se construye el consenso aparente en la esfera pública: cuando se repiten hasta el cansancio ciertas versiones, cuando se hace pasar a un segmento por la totalidad, cuando se margina a las mayorías, la mentira del silencio se vuelve más eficaz que cualquier grito. Reconocerlo es indispensable para desmontar la espiral del silencio y devolver a la ciudadanía la voz que los payasos pretenden arrebatarle.