Un blog apasionado, incondicional y sobre todo inútil sobre esos objetos planos, inanimados, caros, arcaicos, sin sonido estereofónico, sin efectos especiales, y sin embargo maravillosos llamados libros.

domingo, 12 de octubre de 2025

Abducción

 

 

No se puede realizar el menor avance en el conocimiento

más allá de la fase de la mirada vacua,

si no media una abducción en cada paso.

Charles Sanders Peirce

 

 

 

Inferencia

 

En su auto sacramental El gran teatro del mundo, el madrileño Pedro Calderón de la Barca (1600-1681) hace que Hermosura diga un soneto. He aquí sus primeros versos:

Viendo estoy mi beldad hermosa y pura;

ni al rey envidio, ni sus triunfos quiero,

pues más imperio ilustre considero

que es el que mi belleza me asegura.

 

Porque si el rey avasallar procura

las vidas, yo, las almas, luego infiero

con causa que mi imperio es el primero,

pues que reina en las almas la hermosura.

En pocas y prosaicas palabras, Hermosura afirma que no envidia al monarca porque si él gobierna cuerpos mortales; ella, almas inmortales. Si el rey domina las vidas de sus súbditos, ella conquista las almas; de ahí infiere que su poder es superior. 

 

Es imposible andar por la vida sin hacer inferencias. Inferir significa extraer una información que no se tenía a partir de ciertos datos, hechos o premisas. Fuera del ámbito de la lógica, inferir también puede significar sospechar, deducir o colegir algo implícito. La inferencia es el núcleo del razonamiento. Inferir proviene del latín inferre, “llevar hacia adentro” o “conducir a”. Inferir es, pues, conducir el pensamiento hacia una consecuencia. Los dos tipos más conocidos de inferencia son la deducción y la inducción.

 

 

Deducción

 

En el siglo III a. C., Eratóstenes de Cirene pudo inferir el tamaño de la Tierra. Sabía que en Siena —hoy Asuán, Egipto—, al mediodía del solsticio de verano el Sol se reflejaba en el fondo de un pozo —esto es, caía justo a plomo—, mientras que, en Alejandría, ese mismo día y a la misma hora, los objetos proyectaban una sombra. Midió el ángulo de esa sombra y obtuvo 7.2 grados, 1/50 del círculo completo. Si la distancia entre ambas ciudades era de unos cinco mil estadios, dedujo que la circunferencia terrestre debía ser 50 veces esa distancia: unos 250 mil estadios, entre 39 mil y 46 mil kilómetros —la medida real es de 40,075 km—. Eratóstenes no midió, infirió: si la Tierra es esférica, la diferencia angular del Sol en dos puntos distantes corresponde al arco que los separa sobre su superficie. El cálculo de Eratóstenes es una deducción geométrica.

 

 

Inducción

 

Isaac Newton (1643-1727) formuló la Ley de la Gravitación Universal mediante un razonamiento inductivo. Newton observó fenómenos particulares: la caída de los cuerpos en la Tierra, el movimiento de la Luna y de los planetas. A partir de estos hechos y tomando en cuenta las leyes de Kepler sobre las órbitas planetarias, generalizó un principio universal: todos los cuerpos se atraen con una fuerza proporcional al producto de sus masas e inversamente proporcional al cuadrado de la distancia que los separa.

 

 

Abducción

 

Freud (1856-1939) no descubrió el inconsciente como quien descubre un objeto físico, ni llegó a determinar su existencia mediante una inducción —generalización a partir de observaciones repetidas— ni tampoco la dedujo —como una conclusión a partir de premisas generales ya establecidas—. Propuso su existencia como la hipótesis necesaria y más coherente para dar sentido a una constelación de fenómenos psíquicos que, de otro modo, resultan incomprensibles. Los sueños, los lapsus, los actos fallidos, los síntomas histéricos, en fin, eran sucesos observados que la ciencia no podía explicar. La única forma de dotarlos de causalidad y propósito fue postular, mediante un salto inferencial creativo, la existencia de una instancia psíquica oculta —el inconsciente—, en la que pulsiones y deseos reprimidos ejercían una presión constante. Así, el inconsciente freudiano no fue un hallazgo ni una generalización inductiva ni una conclusión deductiva, sino la pieza teórica brillantemente inferida sin la cual el rompecabezas de la conducta humana quedaba incompleto. Ahora, si no fue ni fue una inferencia inductiva ni deductiva, ¿qué fue?

 

Charles Sanders Peirce (1839–1914) teorizó el tercer tipo de inferencia y le puso nombre: abducción. La palabra abducción proviene del latín tardío abductio-ōnis, “separación”. El verbo abducir deriva del latín abducere, “llevar lejos”, “llevar fuera” o “apartar”. En el latín clásico, abductio tenía el significado de “rapto” o “secuestro”. El vocablo experimentó una ampliación semántica durante el Renacimiento. Por ejemplo, en anatomía abducción se refiere al movimiento que aleja un órgano del centro corporal, y en el diccionario de la RAE encontramos que es sinónimo de secuestro o rapto. Por su parte, el sentido que Charles Sanders Peirce dio a abducir es el de proponer una conjetura plausible que pueda explicar un hecho sorprendente o inesperado. “La abducción es el proceso de formar una hipótesis explicativa” (Collected Papers). Mientras que la deducción deriva consecuencias necesarias a partir de una ley general y la inducción generaliza a partir de casos particulares, la abducción inventa o crea una ley posible que, si fuera correcta, haría comprensibles tales casos. Peirce resume así la estructura lógica de la abducción: 1) se observa un hecho sorprendente: C; 2) si A fuera verdadero, C resultaría comprensible; 3) por lo tanto, hay razones para pensar que A es verdadero. Peirce comienzó a esbozar el concepto de abducción en la década de 1860, pero lo desarrolla entre 1878 y 1903. Para Peirce, la abducción es el motor del pensamiento científico y creativo: es el tipo de razonamiento que introduce novedad en el conocimiento, de tal suerte que sin ella no habría descubrimientos, pues ni la deducción ni la inducción pueden generar ideas nuevas. La analogía opera como un mecanismo concreto dentro de este proceso: al observar una semejanza estructural entre dos dominios distintos, se abduce que la relación conocida en uno puede explicar el otro. Así, la analogía no sólo descansa en una comparación, sino que expresa un razonamiento abductivo capaz de generar hipótesis plausibles basadas en paralelos formales.

 

Umberto Eco (1932-2016) —Los límites de la interpretación (1990), Semiótica y filosofía del lenguaje (1984) y Cuernos, cascos, zapatos— amplió la teoría de Charles Sanders Peirce para explicar cómo interpretamos los signos en distintos contextos, desde lo más automático hasta lo más creativo, desde la abducción hipercodificada o deducción disfrazada, pasando por la abducción hipocodificada o abducción propiamente dicha —la peirceana—, en la que se ejerce la interpretación, hasta la meta-abducción, la que inventa una nueva regla o teoría para explicar un fenómeno desconcertante, y es base de las grandes revoluciones científicas y artísticas, y modifica el paradigma de comprensión del mundo.

 

Entre los sentidos que perciben y la mente que intenta comprender hay un salto: el de la abducción. Es el instante en que el pensamiento inventa sentido donde había enigma. Sin ese salto, no habría ciencia ni arte, sólo silencio ante lo inexplicable. Conocer no se limita a razonar, exige atreverse a conjeturar.

 

domingo, 5 de octubre de 2025

El sujeto colectivo

 

Delirio

 

El padre del psicoanálisis pensaba que los mitos, la religión, muchas ideologías y en general buena parte de la cultura pueden ser entendidas como delirios colectivos. Según Sigmund Freud (1857-1939), la eficacia de tales “formaciones delirantes” no se sostiene ni en su coherencia lógica ni mucho menos en su correspondencia con la realidad concreta, sino que se explica porque encierran verdades afectivas e inconscientes, transmitidas y repetida desde las experiencias más primitivas del género humano.

Si uno toma a la humanidad como un todo y la pone en lugar del individuo humano aislado, halla que también ella ha desarrollado formaciones delirantes inasequibles a la crítica lógica y que contradicen la realidad efectiva. Si, no obstante, han podido exteriorizar un poder tan extraordinario sobre los hombres, la indagación lleva a la misma conclusión que en el caso del individuo: deben su poder a su peso de verdad histórico-vivencial, que ellas han recogido de la represión de épocas primordiales olvidadas (Construcciones, 1937).

Aquí Freud propone pensar a la humanidad como un sujeto colectivo, en paralelo con el individuo. Este planteamiento freudiano forma parte de una rica tradición de conceptualizaciones de la sociedad como una entidad que trasciende la suma de sus individuos. Conforme a esta perspectiva, las sociedades desarrollan conciencia, estructuras psicodinámicas, traumas…, en fin.

 

 

Espíritu

 

Hegel (1770-1831) desarrolló el concepto de Espíritu Objetivo, la conciencia colectiva de la sociedad. Para filósofo alemán, el Espíritu Objetivo abarca “el reino de las costumbres, instituciones, leyes, normas, prácticas, rituales, reglas y tradiciones de las culturas y sociedades”. No es simplemente la suma de conciencias individuales, sino una realidad autónoma que preexiste a los individuos y moldea su desarrollo. El Espíritu se autorealiza históricamente en las instituciones sociales, creando un universo simbólico que trasciende la experiencia personal. Para Hegel, la sociedad es la encarnación del Espíritu Objetivo, la realización histórica y normativa del espíritu libre y racional.

 

 

Voluntad

 

Ferdinand Tönnies (1855-1936) distinguió dos formas de voluntad colectiva: la Wesenwille (voluntad natural), una motivación orgánica e instintiva orientada hacia el bien comunitario de la Gemeinschaft (comunidad), y la Kürwille(voluntad racional), encaminada por el cálculo instrumental que determina el funcionamiento de la Gesellschaft(sociedad).

 

 

Conciencia

 

Émile Durkheim (1858-1917) desarrolló uno de los conceptos más influyentes para entender a la sociedad como sujeto colectivo. El sociólogo francés postuló que una sociedad posee una realidad sui generis que existe más allá de las conciencias individuales. La conciencia colectiva constituye “la totalidad de creencias y sentimientos comunes al promedio de los miembros de una sociedad, formando un sistema determinado que tiene vida propia”. Esta entidad psíquica colectiva no reside en las mentes individuales, sino que existe como un orden simbólico externo que moldea y constriñe el comportamiento de la gente. La conciencia colectiva se manifiesta a través de instituciones, rituales, leyes y otras prácticas culturales que trascienden la experiencia personal. Durkheim distinguió entre solidaridad mecánica, característica de las sociedades tradicionales en las que la conciencia colectiva es muy fuerte y homogénea, y solidaridad orgánica, propia de sociedades modernas en las que esta conciencia se vuelve más abstracta y requiere sistemas legales para mantener la cohesión social.

 

 

Falsa conciencia

 

Aunque Marx (1818-1883) no utilizó la expresión “falsa conciencia”, sí desarrolló conceptos relacionados con esta idea, como el de ideología y el fetichismo de la mercancía, los cuales explican cómo las sociedades generan representaciones distorsionadas de la realidad. Friedrich Engels (1820-1895) acuñó luego el término falsa conciencia, para referirse al fenómeno. Ambos pensadores describieron cómo el capitalismo produce formas invertidas de conciencia que ocultan las verdaderas relaciones sociales de producción. La ideología es un conjunto de ideas falsas que surge de las condiciones materiales de vida en sociedades capitalistas.

 

 

Inconsciente

 

Carl Gustav Jung (1875-1961) distinguió entre el inconsciente personal freudiano y un nivel de estructuras psíquicas universales compartidas por todos los seres humanos, al que llamó inconsciente colectivo. Según el psicoanalista suizo, además del personal, “existe un segundo sistema psíquico de naturaleza colectiva, universal e impersonal, idéntico en todos los individuos”. El inconsciente colectivo jungiano se integra por instintos y arquetipos universales —patrones universales y primitivos de pensamiento y comportamiento—. Jung aplicó esta teoría para analizar fenómenos masivos, como el surgimiento del nazismo, interpretándolo como una manifestación del inconsciente colectivo a través de la influencia de Wotan, el dios teutónico de las tormentas y la guerra. 

 

 

Mente

 

Gustave Le Bon (1841-1931) analizó cómo las personas, al integrarse a una multitud, desarrollan una mente colectiva que funciona según principios diferentes a la racionalidad individual. Le Bon argumentó que en las multitudes “las aptitudes intelectuales de los individuos, y en consecuencia su individualidad, se debilitan. Lo heterogéneo es sumergido por lo homogéneo”. La multitud desarrolla características específicas: impulsividad, irritabilidad, incapacidad de razonar, ausencia de juicio crítico y exageración de sentimientos. El sociólogo francés argumentó que el alma colectiva opera principalmente a través del contagio emocional y la sugestión, haciendo que las multitudes actúen de maneras que los individuos aislados nunca lo harían.

 

 

Estructuras mentales

 

Claude Lévi-Strauss (1908-2009) desarrolló una teoría de las estructuras mentales colectivas que organizan la experiencia cultural humana. Influenciado por Jung, el antropólogo reinterpretó el inconsciente colectivo en términos lingüísticos y estructurales. Para Lévi-Strauss, la mente humana opera según una lógica estructural universal basada en oposiciones binarias, que se manifiesta en sistemas de parentesco, mitos y clasificaciones totémicas. Esta lógica no está sujeta a la realidad concreta, sino que constituye la estructura subyacente del pensamiento humano. Las culturas son manifestaciones de estas estructuras mentales colectivas, que forman parte del inconsciente colectivo, la unidad mental última de la humanidad.

 

 

Imaginación

 

Benedict Anderson (1936-2015) piensa que las naciones son comunidades imaginadas construidas socialmente a través de medios de comunicación y prácticas culturales compartidas. Argumentó que las comunidades nacionales son “imaginadas porque los miembros incluso de la nación más pequeña nunca conocerán a la mayoría de sus conciudadanos, ni los encontrarán, ni siquiera oirán hablar de ellos; sin embargo, en las mentes de cada uno vive la imagen de su comunión”. Esta imaginación colectiva se sostiene a través de instituciones como periódicos, novelas, censos, mapas y museos. El concepto de Anderson trasciende el nacionalismo para explicar cómo cualquier comunidad grande desarrolla formas de identidad colectiva que existen más allá de las relaciones interpersonales directas, incluyendo comunidades online y movimientos sociales contemporáneos.

 

 

Macroorganismo

 

Todas estas concepciones son metáforas que parten de un mismo símil: pensar a la humanidad como un sujeto colectivo, a un conglomerado de organismos como un solo macroorganismo. Por ello, vale recordar que el principal impulsor moderno de dicho símil, el naturalista y sociólogo Herbert Spencer (1820-1903), quien popularizó la visión de la sociedad como un macroorganismo, estableció límites claros a su planteamiento. Según Spencer, padre del darwinismo social, la mente en un organismo real reside y se concentra en una parte específica del cuerpo, mientras que en una sociedad no es una entidad centralizada, sino que está dispersa, repartida entre todos los individuos que la componen.

 

 

Nosotros

 

Al final, todas estas nociones —delirio colectivo, espíritu objetivo, conciencia común, voluntad social, inconsciente colectivo, mente de masas, estructuras mentales universales o comunidades imaginadas— apuntan hacia una intuición compartida: resulta imposible entender a la humanidad únicamente como una suma de individuos, pues está habitada por formas de pensamiento, deseo y memoria que la trascienden, que nos trascienden. Concebir a la sociedad como sujeto colectivo es una forma de reconocer que la vida de los humanos se despliega siempre en un entramado simbólico y afectivo que moldea lo individual. Esa es la paradoja: cada uno de nosotros es irreductiblemente singular, una identidad única modelada por el nosotros que nos precede, nos constituye y nos va a sobrevivir.