La sífilis mató a Charles Baudelaire. El poeta francés falleció el 31 de agosto de 1867. Tenía 46 años. La espiroqueta Treponema pallidum ya lo tenía totalmente postrado, hemipléjico y afásico. Dejó varios manuscritos, entre ellos, el cuento corto “El jugador generoso”, el cual sería incluido en su libro póstumo Le Spleen de Paris. ¿Cómo lo traducimos? Directamente: El esplín de París. El vocablo existe en nuestro idioma: esplín es la adaptación de la voz inglesa spleen, con que se designa el estado de ánimo caracterizado por el hastío de vivir. El diccionario de la RAE define esplín como “melancolía, tedio de la vida”. Los tres vocablos, el francés, el castellano y el inglés provienen del griego. En la Antigüedad, splēn (σπλήν) se refería al bazo —bazo con zeta—, es decir, el órgano situado del lado izquierdo del abdomen. Hoy sabemos que el bazo es el centro de actividad del sistema inmune. Los antiguos griegos creían que era el centro de la producción de las emociones, y por ello lo asociaban con la melancolía y la tristeza. De ahí que la palabra splēn en la literatura grecolatina se utilizara para describir un estado anímico de tristeza o de melancolía sin causa aparente.
Algo así sentía el protagonista del “El jugador generoso”, cuando se topó en la calle con el mismísimo Satán, quien en un momento dado de su encuentro le confesó “que, con relación a su propio poder, había tenido miedo una sola vez. Fue el día —le cuenta— en que había oído a un predicador… exclamar desde un pulpito: ‘Hermanos míos, ¡no olvidéis nunca cuando oigáis alabar el progreso de las luces, que la mayor de las artimañas del diablo es persuadiros de que no existe!’”
Lo mismo sucede con la ideología: su mayor ardid consiste en negar su propia existencia. Y en el status quo neoliberal fue más allá. En su libro La vigencia de El manifiesto comunista, el filósofo esloveno Slavoj Žižek apunta: “… alcanzamos la suprema ironía de cómo funciona la ideología hoy en día: aparece precisamente como su opuesto, como una crítica radical de las utopías ideológicas. La ideología dominante hoy en día no es una visión positiva de algún futuro utópico, sino una resignación cínica, una aceptación de cómo es realmente el mundo, acompañada de una advertencia de que si queremos cambiarlo (demasiado), solo puede resultar en un horror totalitario”.
¿Le suena conocido? La ideología establece que si los oligarcas y sus corifeos controlan el poder se vive en democracia, ¿cierto?, pero si la mayoría de la ciudadanía llega a hacerse del poder por medio de sus representantes democráticamente electos, entonces, ¡cuidado!, se padece populismo o de plano una dictadura. Y, claro, quien no lo entienda así es un fanático, esto es, está cegado por la ideología.
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