Nadie quiere ser parte de una ficción,
y menos aún si esa ficción es real.
Paul Auster, La habitación cerrada.
Es jueves. Aunque un fragor eléctrico amenaza, no está lloviendo. Es posible que hayan pasado algunos cuantos minutos después de las siete de la tarde… El frío prematuro que lengüetea desde el lunes la ciudad ahora, engorroso, arrecia un poco más: no tarda en caer la noche. Sin haber acordado nada previamente, O y Ye se encuentran en la entrada del mismo café en el que justo hace dos semanas se habían reunido. Se topan uno a otro frente a la puerta de vidrio: “Empuje”. Por descontado, ninguno muestra mayor sorpresa…, ni siquiera intercambian un saludo formal; sus gesticulaciones no pasan de un veloz reconocimiento y un esbozo de sonrisa. Uno de ellos empuja, abre y cede el paso al otro… Se forman detrás de un par de mujeres, vestidas en forma casi idéntica: un outfit compuesto de overol de gabardina color caqui y blusas holgadas, una azul y la otra negra.
— Azul y Negro…, ¿recuerdas?
— ¿Dos colores…? ¿La mar y la noche? ¿El Danubio y el Corsario?
— No. Recuerda Fantasmas de Auster.
— Ya: el protagonista y el antagonista de la novela, ¿o al revés?
— No, así como dices: Azul es quien, contratado por Blanco, tiene que vigilar todo el tiempo a Negro.
— ¿Qué van a querer hoy, chicos? –les pregunta el joven que atiende en la caja, desde una alegría absolutamente imposible.
Los dos han llegado al medio siglo y resienten aquel “chicos” como patada de mula en el hígado, pero aguantan y callan. Gente de rutinas y gustos fijos, ordenan:
— Expreso americano, venti –pide Ye.
— Igual –dice O.
Pagan y, mientras esperan sus bebidas, comienzan a conversar:
— Entonces, ¿te seguiste de largo con las otras dos?
— Sí…, en realidad son tres novelas distintas y un solo retablo verdadero.
— Pero son tres libros.
— Bueno, no.
— ¿No?
Entonces viene una exposición que podría sintetizarse como sigue: la editorial catalana Libros del Zorro Rojo puso en circulación en noviembre de 2015, en un solo volumen, la Trilogía de Nueva York de Paul Auster (Newark, New Jersey; 1947).
— Una edición espléndida.
El libro se editó a partir de la traducción al español de Maribel de Juan, inicialmente realizada para Anagrama. Como se sabe, la antología se integra por Ciudad de cristal, Fantasmas y La habitación cerrada, novelas publicadas originalmente de 1985 a 1987 por el sello inglés Faber & Faber. Fernando Diego García, cabecilla de Libros del Zorro Rojo, consiguió un objeto bello, conservable…
— Lo mismo logra con casi todas sus producciones.
— Envidiable, de veras. La edición incluye trece ilustraciones a todo color de Tim Burns.
— Novelas negras con ilustraciones a todo color.
— ¿Novela negra? Bueno, sí, en las tres cunde la intriga y en cada una de ellas el trabajo de un detective aparece en primer plano. Aunque también podríamos afirmar que son novelas de especulación.
— ¿Filosófica?
— Por ahí el propio Auster recuerda que especular viene del latín speculatus, es decir, espejo. Especular es también espejearse uno mismo.
— Ciertamente, como Azul, quien mientras espía a Negro desde la habitación del edificio de enfrente está sobre todo al acecho de sí mismo.
— Ahora que lo mencionas, caigo en la cuenta de que Fantasmas debió de titularse La habitación cerrada…
— ¡Y viceversa! En La habitación cerrada, Paul Auster narra detalladamente cómo la persecución de un fantasma, Fanshawe, convierte en un ser fantasmagórico al protagonista de la novela.
— Y ya puestos a cambiarles el nombre, Ciudad de cristal debió ser Ciudad de espejos. Las tres son novelas que especulan sobre la identidad de las personas, la identidad reflejada en los otros.
— Y también sobre la escritura: novelas de detectives y de escritores…: de escritores involucrados en aventuras detectivescas y de detectives que escriben. Thrillers de narradores. En Fantasmas, Azul vigila a Negro y escribe informes para Blanco.
— Y en La habitación cerrada, Fanshawe se convierte en un escritor de enorme éxito cuando, después de su desaparición, su amigo de infancia, el narrador de la novela, decide publicar sus manuscritos…
— Un narrador protagonista anónimo, por cierto.
— Durante alguna de las charlas que Azul y Negro sostienen…
— El detective disfrazado, ¿cierto?
— Sí…, Negro, quien también es escritor, hablando de Nathaniel Hawthorne, el novelista gringo del XIX…
— Espera…
— …
— ¿No escribió Hawthorne una novela que se llama Fanshawe?
— Sí, su primera novela, aunque no la publicó con su nombre.
— De ahí sacó entonces Auster el nombre del personaje.
— Seguro… Te decía: Negro afirma que un escritor, en cierto modo, no tiene vida propia mientras se esfuerza en escribir historias que doten de sentido la vida de sus personajes.
— En la literatura las vidas tienen sentido, deben tenerlo…; acá, en la vida real, no.
— Una idea constante en la Trilogía de Nueva York: naces, mueres, y todo lo que ocurre en medio no tiene ningún sentido.
— Y el narrador de La habitación cerrada aporta varios ejemplos: vidas de gente de carne y hueso en las que resulta palmario la ausencia total de sentido…
— Oye, ¿pero serán realmente las vidas de gente de verdad… o inventos de Paul Auster para fundamentar su arenga? Ojo: en Ciudad de cristal, Peter Stillman se inventa vida y obra de un fantasma: urde la existencia de Henry Dark y lo hace pasar como un personaje histórico.
— Henry Dark…, Negro en Fantasmas.
— Y en La habitación cerrada, Fanshawe, para ocultarse del narrador, se hace llamar Henry Dark.
— ¡Es verdad! Tiene sentido…
— O el sin sentido que quiere demostrar Auster.
— ¿Y lo consigue?
— …
— …
— ¿Nos vamos?
— Nos vamos.