Sé que es riesgoso, pero hoy sigo pensando lo mismo, es decir, que el arte es inservible. Hace poco conocí a una mujer que opina distinto —aparentemente—, y con quien, sin embargo, estoy del todo de acuerdo. Se llama Renée Michel. Sabia y elegante, dijo: “La literatura… tiene una función pragmática. Como toda forma de arte, tiene como misión hacer soportable el cumplimiento de nuestros deberes vitales.” La contradicción, por supuesto, es engañosa y sólo se da por encimita: el arte, dice Renée hace apenas soportable la vida, es decir, mitiga, suaviza o atenúa sus efectos; en la medida en la que no la resuelve, el arte es un paliativo, algo que en estricto sentido no sirve… Ahora, careciendo por sí mismo de acción terapéutica, el arte puede lograr el efecto placebo. Y he ahí la paradoja: sirve porque no sirve, no sirve a pesar de que sirve.
La anterior y otras de las posturas de la señora Michel ante la vida son sin duda nietzschenianas. ¿Que quién es ella? Reneé se sabe al dedillo La guerra y la paz de Tolstoi, no estudió en Filosofía y Letras ni quiere ser poetiza ni musa de escritores laureados, tampoco participa en tertulias ni en talleres literarios ni publica en suplementos culturales. Camina con 54 años a cuestas, 27 de los cuales ha trabajado como portera en el edificio de apartamentos localizado en el número 7 de la Rue de Grenelle, en uno de los barrios más burgueses de París. Si te interesa puedes conocerla: Renée Michel, junto con Paloma Josse, una púber de 12 años, protagonizan La elegancia del erizo, la segunda novela de una señora que el próximo 28 de mayo se estrena como cuarentona.


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