Por un desacuerdo teórico-literario, una furibunda fémina estuvo a punto de abofetearme. Ocurrió hace poco más de veinte años en El Parián. Apenas descentralizado, yo acababa de llegar a Aguascalientes, y además de proyectos traía un librito recién publicado bajo el brazo; Fernando Rivera Ibarra, generoso, comenzó a venderlo en Publicaciones Excélsior, y además me invitó a promocionarlo en La tertulia literaria, un programa de televisión que entonces se transmitía desde su cafetería-librería. Además del anfitrión, los asiduos eran algunos profesores de literatura, escritores en capullo, promesas de poetas, dandis de gazné y pipa, ajedrecistas y otros personajes con perfiles aproximados. Debo decir que casi todos fueron amables conmigo. Medianamente superados los primeros cuestionamientos, alguien me preguntó para qué servía la literatura. Contesté que la literatura, como el arte en general, no sirve para nada. Siguió un áspero silencio que, con un poco prudencia, yo hubiera debido soportar también callado, en cambio, caí en la tentación de resanar el momento tratando de explicar mi afirmación: un excusado, por ejemplo, sirve para algo, el Guernica de Picasso o la Novena Sinfonía de Beethoven no; y es que casi todo puede ser un medio para alcanzar otra cosa, el arte no puesto que es un fin en sí mismo… Fue entonces que la cólera hecha mujer surgió de entre las mesas y, esquivando comensales y cables, a grandes zancadas se me fue encima, vociferando que yo era un chilango malnacido, una afrenta para la humanidad, y que más valía que me arrepintiera de la herejía que acababa de escupir… Un grupo de valientes detuvo a la dama punitiva justo cuando su rabia estaba a punto de alcanzarme, y mandaron a comerciales.
Sé que es riesgoso, pero hoy sigo pensando lo mismo, es decir, que el arte es inservible. Hace poco conocí a una mujer que opina distinto —aparentemente—, y con quien, sin embargo, estoy del todo de acuerdo. Se llama Renée Michel. Sabia y elegante, dijo: “La literatura… tiene una función pragmática. Como toda forma de arte, tiene como misión hacer soportable el cumplimiento de nuestros deberes vitales.” La contradicción, por supuesto, es engañosa y sólo se da por encimita: el arte, dice Renée hace apenas soportable la vida, es decir, mitiga, suaviza o atenúa sus efectos; en la medida en la que no la resuelve, el arte es un paliativo, algo que en estricto sentido no sirve… Ahora, careciendo por sí mismo de acción terapéutica, el arte puede lograr el efecto placebo. Y he ahí la paradoja: sirve porque no sirve, no sirve a pesar de que sirve.
La anterior y otras de las posturas de la señora Michel ante la vida son sin duda nietzschenianas. ¿Que quién es ella? Reneé se sabe al dedillo La guerra y la paz de Tolstoi, no estudió en Filosofía y Letras ni quiere ser poetiza ni musa de escritores laureados, tampoco participa en tertulias ni en talleres literarios ni publica en suplementos culturales. Camina con 54 años a cuestas, 27 de los cuales ha trabajado como portera en el edificio de apartamentos localizado en el número 7 de la Rue de Grenelle, en uno de los barrios más burgueses de París. Si te interesa puedes conocerla: Renée Michel, junto con Paloma Josse, una púber de 12 años, protagonizan La elegancia del erizo, la segunda novela de una señora que el próximo 28 de mayo se estrena como cuarentona.
Muriel Barbery nació en Casablanca, Marruecos, en 1969. Se graduó en la Escuela Normal Superior de Letras y Ciencias Humanas de Lyon, y es profesora de filosofía en el IUFM de Saint-Lô. En 2000 publicó su primera novela, Una golosina, con la que obtuvo un éxito considerable —a la fecha, el libro se ha traducido a doce idiomas—, pero nada comparable con lo que ocurriría con La elegancia del erizo, cuya primera edición en francés (Gallimard, 2006) trepidó el mercado galo: con más de 50 reimpresiones, permaneció por 30 semanas consecutivas encabezando las listas de bestsellers —hoy se han vendido más de 1.3 millones de ejemplares, nada más en Francia—. Total, que desde finales de 2007, Seix Barral comenzó a comercializar la versión en español, gracias a una excelente traducción de Isabel González-Garza. En octubre se estrena la adaptación fílmica de la novela, una cinta homónima dirigida por Mona Achache. ¿Hay que leer La elegancia del erizo de Muriel Barbery? No es necesario, tampoco sirve de nada. Puede, eso sí, resultar una experiencia estética, el gran placebo: “Sabemos que somos animales dotados de un arma de supervivencia y no dioses que dan forma al mundo con su propio pensamiento —medita Renée—, y desde luego hace falta algo para que esta sagacidad sea… tolerable, algo que nos salve de la triste y eterna fiebre de los destinos biológicos. Entonces, inventamos el arte…”
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