Dios, Patria y Hogar. El anterior, uno de los lemas de la dictadura militar que se impuso entre 1976 y 1983 en Argentina. Otro: Orden y Limpieza; paradójicamente, una de las rúbricas que institucionalizaban la llamada Guerra Sucia. La junta de comandantes echó mano de políticas de terrorismo de Estado, entre otras, la desaparición de personas: se estima que durante aquellos terribles años para América Latina, sólo en Argentina fueron desaparecidos alrededor de 30 mil seres humanos. Simón, un joven cartógrafo, fue uno de ellos: en el invierno de 1976, en la provincia de Tucumán, un grupo de gorilas uniformados lo detuvo a él y a Emilia, con quien hacía muy poco se había casado. Desde entonces, desaparecido: ella no volvió a verlo, ni vivo ni muerto: “Como no tiene tumba, yo fui su tumba. Ahora quiere salir de ahí”.

Purgatorio, desde su título, remarca que la capacidad más ignominiosa que puede desplegar el terrorismo de Estado es precisamente la de transgredir la realidad. Y ello, en ambos sentidos: por un lado, disipando, esfumando, y por el otro otorgando existencia a entidades espurias: “Los héroes obligatorios se multiplicaban en el país, como los santos en la Iglesia católica. Se creaba un héroe nuevo por cada batalla que no se libraba, se veneraba un santo por cada milagro que no existía”. Así como la gente de carne y hueso desaparecía, falsos peligros, los enemigos embozados, aparecían de la nada.
Bien escrita, aunque triste, la novela abre una grieta de esperanza: Tomás Eloy Martínez cuenta el diálogo entre un perro y un escritor, a través de la cual, para quien se anime, es posible atisbar la enormidad: “Lo que no existe está siempre buscando un padre…, alguien que le dé conciencia. ¿Un dios?, preguntó el escritor. No, busca cualquier padre, contestó el perro. Las cosas que no existen son muchas más que las que llegan a existir. Lo que nunca existirá es infinito.”
Contra el terror, la imaginación.
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