Para variar, arranquémonos con el final. En las últimas páginas de México: el trauma de su historia (UNAM, 1977), a don Edmundo O’Gorman no le tembló el pulso para sentenciar: “tras una decantación milenaria, la cultura de Occidente orientó el destino humano hacia la única forma de civilización capaz de responder con eficacia al reto del ambiente cósmico en que se encuentra inmerso el hombre. El dominio sobre la naturaleza es, sin duda, su mayor éxito y más justificado timbre de gloria, y a ello se debe la índole ecuménica de la civilización europea o mejor dicho, euroamericana. Por ahora no hay de otra”. ¡Zaz! La afirmación anterior es sin duda una de las grandes, de las que abarcan y comprometen mucho. Desmenucémosla un poco, ¿vale?
¿“… una decantación milenaria”? ¿“… la cultura de Occidente”? Por supuesto, don Edmundo, doctor Suma cum laude en Historia por la UNAM, se refiere al entramado de componentes que comparten hoy las culturas europeas y de origen europeo; esto es, los pueblos no sólo del que hace muy poco llamamos el Viejo Continente, sino también las sociedades hegemónicas asentadas en América, Oceanía, quizá Sudáfrica, e Israel. Por negación, cultura de Occidente es un término que se distingue de lo árabe, del Islam, de la tradición budista, de lo africano…; en ella no caben ni el ritual de un chamán tarahumara ni la burka con que están obligadas a cubrirse el rostro las mujeres en Kabul, no tienen lugar ni la gastronomía de los beduinos subsaharianos ni la pagoda de An Quang de Saigón; en general, occidental no es lo nativo, lo autóctono, lo indígena, lo aborigen.
Como bien se sabe, la cultura occidental se sustenta en dos tradiciones, efectivamente, milenarias: la bíblica-cristiana y la greco-romana. La cultura occidental, pues, tiene sus orígenes geográficos en el mundo mediterráneo antiguo, por una parte, y por la otra en el Medio Oriente. Occidente es individualista, monoteísta y cree en el libre albedrío, es racionalista y antropocentrista. Protagonistas de la cultura occidental son Abraham y Sócrates, Aquiles y Ulises, Edipo y Da Vinci, Cristo y Voltaire, San Pablo y Descartes, Cervantes y Newton, el Papa, Nerón, Carlos V, Einstein, Colón, don Quijote y Picasso… No es posible entender Occidente sin los Diálogos de Platón y el Sueño de una noche de verano de Shakespeare. Esenciales, el derecho formal y el ideal civilizatorio romanos, la filosofía y la tragedia griegas, el humanismo renacentista y el pensamiento científico, el inconsciente freudiano y la cultura de masas.
Todo eso, la cultura occidental, ¿será lo que O’Gorman llama “la única forma de civilización capaz de responder con eficacia al reto del ambiente cósmico en que se encuentra inmerso el hombre”? Tal es su apuesta, y pone todas las canicas. Ahora, ¿a qué “reto del ambiente cósmico” se refiere el historiador coyoacanense? Ciertamente no al impacto de un cometa, no la próxima extinción del Sol ni a una probable invasión de seres extraterrestres. El lío, enteramente humano, tan viejo como la especie misma, es el de darle sentido de cosmos al universo: construir cosmos del caos. Magia, mitología, estética, religión, filosofía, ciencia, todas son formas de armar cosmovisión. Y luego, para hacerlo, dice O’Gorman, como principal “timbre de gloria” la cultura occidental detenta “el dominio sobre la Naturaleza”. Discípulo de Ortega y Gasset vía José Gaos, seguramente pensaba fundamentalmente en la técnica, en la tecnología.
“¿… índole ecuménica de la civilización europea o mejor dicho, euruamericana?” Claro, su afán de imponerse en todo el mundo susceptible de ser habitado por el hombre. Y ya no solamente en el planeta; hace unos días cuando todos los medios conmemoraban 40 años de la llegada del hombre a la luna, un amigo se preguntaba: mucho gran paso para la Humanidad, ¿pero en concreto de qué sirvió? En concreto no lo sé, pero seguramente puede entenderse como una conquista espiritual de la cultura occidental, que trasciende con mucho los estire y aflojes de la Guerra Fría.
Y luego de establecer que no hay de otra sopa, don Edmundo advierte: “si la cultura de Occidente está en decadencia todos estamos embarcados en la misma nave zozobrante y no habrá para nadie ningún asidero esencialista ontológico de dónde cogerse.” Es decir, que tejones porque no hay liebres, aunque “se trata de una crisis preñada de la posibilidad de mutación en trance de actualizarse y cuya condición será superar el egocentrismo nacionalista, iberoamericano o de cualquier otra especie o procedencia… Conquistada la naturaleza exterior, se abre la perspectiva de la conquista de la interioridad del hombre…” Suena bien, arropa de esperanza…; sin embargo, a renglón seguido, O´Gorman alerta que tal no es destino obligado: “esa luminosa posibilidad es sólo eso, y ni es la única ni se cumplirá por inercia. Hay otra que ya se anuncia en el horizonte con nubarrones que presagian una larga noche de despotismo o la hecatombe del aniquilamiento”.
Desde hace unos quinientos años, Occidente transita por una etapa, la Modernidad, que día a día muestra más evidencias de agotamiento. ¿Qué sigue? ¿Una nueva era de armonía o una Edad Media reloaded? No me hagas apostar…