Tratándose de ideas y de palabras, don Federico Nietzsche (1844-1900) jamás tacañeó; en uno de sus textos más fascinantes (Human, all too human; Cambridge University Press, 1996), se descoció en favor de un novelista irlandés: “¡Cómo, en un libro dedicado a los espíritus libres, podría dejar de mencionar a Laurence Sterne, a quien Gothe honró considerándolo el espíritu más liberado de su siglo! Conformémonos aquí llamándolo el espíritu más liberado de todos los tiempos, frente a quien todos los demás lucen rígidos, cuadrados, intolerantes y directos hasta la grosería”.
Has leido bien. Yo únicamente subrayo: para Nietzsche, el “espíritu más liberado de todos los tiempos” fue un tal Laurence Sterne… ¿Tienes alguna idea de quién fue este señor? Si no, procedo a acicatear un poco tu curiosidad: cuando ya no se cocía al primer hervor, a los 46, Sterne comenzó a escribir The Life and Opinions of Tristram Shandy, Gentleman, su obra maestra. El mismo año que murió su madre, 1759, publicó el primero de los nueve volúmenes de la novela; entonces su esposa ya había sido declarada enferma mental, y a él, tocado de muerte por la tuberculosis, le quedaban menos de diez años de vida. Su libro fue un éxito inmediato, y no solamente en Inglaterra, porque las traducciones a los principales lenguajes europeos no tardaron en aparecer; con todo, lo que fascinó a todos fue el sentido del humor de Tristram Shandy.
Sigue Nietzsche: “Lo que debe alabarse en Sterne… es la ‘melodía sin fin’, si con esta expresión podemos designar un estilo artístico en el cual el arreglo de la forma es constantemente despedazado, difuminado, relegado hacia la indefinición, de tal suerte que entonces se significa una cosa y al mismo tiempo otra distinta. Sterne es el gran maestro de la ambigüedad... El lector que demande saber exactamente lo que Sterne realmente piensa sobre algo…, debe darse por vencido: Sterne sabe como acoplar la seriedad y la burla en una sola expresión facial, sabe además cómo estar en el error y en lo correcto al mismo tiempo, cómo anudar lo profundo y la farsa.” The Life and Opinions of Tristram Shandy, Gentleman; efectivamente, el título es certero, toda vez que la novela refiere la vida de Tristam, sin embargo, entre desviaciones, contextos y una plétora de reflexiones, ¡no es sino hasta el tercer tomo que se narra el nacimiento del protagonista! Explica Nietzsche: “Sus digresiones son también continuaciones de la historia; sus aforismos son, simultáneamente, la expresión de una actitud irónica hacia toda prescripción; su antipatía por la seriedad es indisoluble a su incapacidad de tratar cualquier cosa de manera superficial. Por eso, Sterne produce en el lector adecuado una sensación de incertidumbre, parecida a estar de pie, andando y acostado al mismo tiempo: una sensación muy cercana a estar flotando.” Lector y autor, narrador y narratario se entremezclan sin freno. “Él, el más flexible de todos los escritores, comunica algo de su flexibilidad a su lector. De hecho, Sterne sin pretenderlo invierte esos roles, y muchas veces es más lector que autor de su propia obra. Su libro se asemeja a un montaje dentro de un montaje, a un público siendo observado por otro público…” Laurence Sterne no oculta los autores que lo influenciaron, al contrario: la presencia de Rabelais, Cervantes, John Locke, Montaigne y Jonathan Swift es patente en toda la obra, al punto de conseguir pasajes de franca intertextualidad con Don Quijote de la Mancha, Gargantua y La batalla de los libros, por ejemplo. ¿Y hacia adelante?
En la línea de descendente de la estirpe de la novelística moderna, el indiscutible heredero de Tristram Shandy es Jacques el fatalista de Denis Diderot. Desde el inicio de su novela, el enciclopedista mayor se descara: “Mi capitán solía añadir: cada bala que sale de un fusil lleva etiqueta”, frase que toma de Sterne. Pero lo que más llama mi atención es la parranda narrativa que organiza Diderot, con un recurso que para muchos podrá parecer novedoso, la incorporación de la voz de un lector genérico. El narrador cuenta: “Allí oigo un gran escándalo…” y enseguida, sin aviso mediante: “−¡Oís! Vos no estabais, no se trata de vos. −¡Es cierto! Bueno, Jacques…, su amo… se oyó un gran escándalo”. El juego de voces, ¿quién dice qué?, va más allá, enreda a los personajes entre sí: Diderot relata las andanzas de Jacques y su amo; ellos pasan la noche en una posada, en donde la dueña les cuenta la historia de La Pommeraye, quien habla con una tal Mme. D’Aison, quien le platica la historia del amorío de su hija con un escribano, quien a su vez narra su vida…
Y casi al final, la gran treta de Diderot: “Cuanto acabo de deciros, lector, me lo dijo Jacques, y lo confieso, pues no me gusta adornarme con plumas ajenas”.
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