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El dramaturgo explica: “Muerte parcial trata de dos accidentes, uno real y otro imaginario. Un grupo de montañistas estuvo a punto de perder la vida. Ese sobresalto, esa situación límite, les hizo pensar que no valía la pena continuar con las burdas existencias que llevan. Decidieron entonces poner en escena otro accidente, para que los dieran por muertos y pudieran adoptar nuevas vidas.” Es decir, que en punto de las ocho de la noche comenzó una función de teatro, durante la cual nosotros, los espectadores que pagamos una módica cuota, presenciamos cómo un puñado de gente, los personajes interpretados por un grupo de buenos actores, representaban a su vez una puesta en escena. Pero el embuste no para ahí: al menos la mitad de los integrantes del grupo de falsos occisos interpreta un sainete particular, cada cual el suyo, para embaucar al resto: a los demás personajes y a nosotros. “La pieza oscila entre lo real y lo fantástico –explica Juan Villoro-. En su intento por convertirse en otros, los personajes asumen su destino en distintas claves. Irónicos o realistas, paródicos o delirantes, todos teatralizan su personalidad. Surge entonces la pregunta: ¿en verdad podemos ser actores de nosotros mismos?”
Hace unos días, en la Cineteca Nacional, se estrenó Naco es chido, el largometraje de Sergio Arau que, “basado en hechos más o menos reales”, narra el reencuentro del grupo ochentero de guaca rock Botellita de Jerez. Arau no solamente dirige la producción, también actúa interpretando al Uyuyuy; como el Mastuerzo, claro, va Francisco Barrios, y Armando Vega-Gil como el Cucurrucucú. Es decir, cada quien representa a cada cual. No he visto la película, pero hace unas semanas me tocó en suerte ver un documental sobre la cinta, en el cual aparece una serie de entrevistas a los botellos, vestigios arqueológicos del siglo pasado. Armando relata que cuando vio por primera vez el film se desconcertó, sobre todo cuando se observó a sí mismo: yo no soy así, reclamó. Su conclusión entonces me pareció una buena puntada, pero después de ver Muerte parcial pienso que más bien describe certeramente la enorme ingenuidad con la que todos andamos por la vida. Recuerdo que el Cucurrucucú dijo algo así: “Soy tan mal actor que ni siquiera puedo actuar como yo”.
Bien pensado, no sólo cada mañana sino a cada momento, uno está emplazado a encarrilarse de nuevo en el papel que creemos estar interpretando. Los cambios de rol que nos vemos obligados a realizar a lo largo de la función son tantos, que la vida entera resulta eso, una acumulación de muertes parciales.