Novedad. En Occidente, la que vivimos es una época que puede ser adjetivada de muchas formas, pero como iconoclasta, jamás. Los iconoclastas fueron un grupo de excéntricos que, durante el siglo VIII, no sólo se negaban a adorar las imágenes consideradas como sagradas por el canon cristiano, sino que tenían la violenta maña de destruirlas. ¡Y qué esperaban!, andar de excéntrico en aquellos años resultaba caer deportado en el saco poco confortable de la herejía. Hoy por hoy solamente los muy extravagantes o extraviados se aventuran por las prácticas de la iconoclastia, sencillamente porque durante los tiempos que corren la neta es la iconodulia, es decir, el fervor por las imágenes. Habrá quienes quieran rebatir diciendo que en realidad somos idólatras…; mal juzgan: no es que la raza contemporánea confunda los símbolos con las cosas que representan, ¡niguas!, lo que sucede es que hoy los iconos son más que la cosa misma. Pues Iconoclastas y otros cuates apela Marcos García Caballero (1973) su más reciente libro. Contradictorio, la portada no aparece limpia de imágenes, sino ilustrada con un rinoceronte tabacómano y lector. Para colmo, el ceratomorfo perisodáctilo aludido está en una habitación adornada con un cuadro y además proyecta la sombra de un hipopótamo hocicón..., vamos, que de iconoclasta, nada. Ya en interiores, 17 narraciones. Marcos azota su prosódico látigo para que el desfile vaya transitando en la pista de papel: un fulano al que le trasplantaron la sombra −quizá como al rino−, un púber ladrón de tesoros íntimos, un histrión metido a la producción de pornografía nostálgico del candor infantil de sus primeros encuentros sexuales, el suplicio en la sala de espera de un dentista, cine y recuerdos, el joker de Stanley Kubrick, reos ajedrecistas…, y así hasta llegar al último texto, quizá el más ambicioso: Prosa de la imagen. Insólito, un rino se manifiesta de nuevo: “la poesía, quitándonos del rango etimológico, es simplemente una palabra que abre una cortina y muestra un cuerno de rinoceronte blanco…” ¡Qué cuate!, de iconoclasta, nada.
Obviedad. Nada encuentro de extraño en el hecho de que en la lista de los diez bestsellers según la librería Gandhi ahora mismo aparezca, a la cabeza, Arrebatos carnales de Francisco Martín Moreno (Planeta, 2009). Resulta obvio. De por sí, desde finales de los ochenta del siglo pasado la novela histórica es un género que se ha venido ganando un sitio nada despreciable en los gustos de los gran público −una élite, en términos demográficos− de este país. A la fórmula de éxito habría que añadir el nombre de un autor que desde su primera novela (México negro, 1986) vende mucho y, sobre todo, una intensa campaña en medios para antojar la lectura de un libro cuyo tema, además, no requiere de campanadas para jalar feligreses: las intimidades eróticas de los famosos, en este caso, protagonistas de la historia nacional. Oiga, ¿que Villa tuvo 28 esposas? ¿Quesque Maximiliano de Habsburgo era bisexual? A ver, cuente… ¿Y qué hay de cierto…, se refocilaba la Décima Musa con la condesa de Paredes Nava? De que pega, pega…, bueno, hasta blog oficial tiene el libro, en donde muchos de sus fans muestran sus querencias y se muestran a sí mismos: “este libro de arrebatos carnales…esta [sic] super [sic]… fassscinante [sic] gracias por este libro”.
Falso misterio. El primer lugar de la lista no es, pues, un misterio. ¿Pero cómo explicar que enseguida aparezca una novela publicada originalmente en 1947? Como lo oye, La peste del argelino Albert Camus (1913-1960) es el segundo libro más vendido en la Gandhi. ¿Será que luego del embate, real o sobredimensionado, del AH1N1 la historia de la plaga que azotó a Orán cobró vigencia? ¿O quizá la generación nini está recuperando el existencialismo como filosofía de cabecera? ¿Habrá respuestas en La peste a la crisis de solidaridad que evidentemente nos aqueja? Porque el fenómeno no pasa de nuestras fronteras. Según la más reciente lista de bestsellers que difunde semanalmente Associated Press –en la cual, en México, La Peste no se ubica en segundo lugar, sino ¡en primero!− la novela de Camus no tiene sitio alguno en el resto de Latinoamérica: en Uruguay, Argentina y Chile, Dan Brown sigue siendo el rey (El símbolo perdido); en Colombia, Stieg Larsson monopoliza la ventas (Los hombres que no amaban a las mujeres y La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina); en Venezuela sólo un título (Los sueños de un Libertador de Fermín Goñi) supera el libro de Brown, y en España de plano andan con los ojos puestos en otros derroteros: Sangre derramada de Asa Larsson y El tiempo entre costuras de María Dueñas. ¿Por qué entonces tildo de falso el misterio? Dos razones, al fin la misma: primera, la fuente de AP es Gandhi, y, segunda, la edición bestseller de La peste es, precisamente, de Gandhi.
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